CAPÍTULO 25
El nuevo castillo era más hermoso por dentro, de lo que se veía por fuera. La muralla exterior resguardaba un hermoso recinto de techos altos; además de contar con dos casas de huéspedes, un enorme jardín trasero con estanque y una pequeña pileta. Los criados dedicaron los tres últimos días a decorar y terminar de amoblar el salón principal para la boda. Había llegado el día de la ceremonia, y esa era la única cosa de la que se hablaba en la isla.
Los invitados llegaron desde muy temprano al lugar; provenientes de ambas partes del reino. La expectativa que generaba el evento era enorme; pero no por los reyes, sino por la unión de las familias. Muchos de los nobles de Kauyen recordaban con claridad la deshonra que los Duboisse cometieron en el pasado; y temían que las cosas se repitan. Los augurios y pronósticos para la boda eran mixtos; y el hecho que hayan doblado la seguridad en las entradas del castillo, aumentó las dudas de los asistentes. Sin importar lo que pase, aquella celebración daría qué hablar.
Amelie observó el castillo desde la ventana del carruaje; mientras se acercaba más y más a este. El corazón le palpitaba con fuerza, y sentía que se le saldría del pecho en cualquier momento. Se secó el sudor de las manos en el vestido, tratando de no arrugarlo. Ella sabía que el tiempo se le había agotado; y los nervios la consumían. Estaba a minutos de casarse con Tristán, sin tener la opción de evitarlo.
—Recuerda lo que ensayamos —Raveena le dijo con entusiasmo, captando su atención—. Ingresarás escoltada al castillo por la guardia real. Una vez dentro, tu padre te llevará junto al príncipe Dominic, y comenzará la ceremonia. ¿Entendido? —Preguntó, tomando su mano.
Amy asintió, insegura. A pesar de haber practicado con Garfield, no se sentía lista para ingresar al salón.
—Sí madre, todo está claro—. Repuso en voz baja, sin quitar la vista de la ventana. Jamás creyó que una boda ficticia la pondría tan inquieta.
Raven y ella eran las únicas que iban en el carruaje; el resto de su familia se encontraba ya en el castillo. El rey salió muy temprano para ultimar detalles con los Van Dijk; además de firmar los contratos y encargarse de la parte legal del matrimonio. Solo quedaba la parte religiosa de la celebración, y la unión quedaría sellada.
—Rosie, estoy muy orgullosa de ti—. Raven susurró, acariciando su rostro—. Serás la mejor reina que la isla pueda tener. Este es tu momento.
Amelie esbozó una sonrisa, conmovida con sus palabras.
—Gracias, madre—. La abrazó.
El carruaje se detuvo con cuidado, y Amelie escuchó a los caballos relinchar. Pasó saliva con dificultad; mientras escuchaba a alguien anunciar su llegada. Raveena le sonrió, y soltó su mano, indicándole que ya iban a comenzar. Ella sabía que, al bajar del vehículo, no habría vuelta atrás. Su respiración se volvió pesada, y las manos continuaron sudándole. Amy quería escapar, irse corriendo a algún lugar lejano y no volver; pero estaba consciente que eso sería imposible.
El cochero abrió la puerta del vehículo, y extendió la mano para ayudar a la princesa a bajar. Amelie descendió con cuidado, tratando que la corona no se quede enganchada en ningún lugar. Ella dio un pequeño salto en su sitio cuando sonaron las trompetas, y la guardia se posicionó. Respiró profundamente, enderezando su postura y fingiendo una sonrisa. No era muy largo el trayecto que recorrería, pero no podía equivocarse. Amy nunca tuvo problemas con ser el centro de atención; sin embargo, la presión que sentía hizo que los nervios aumenten.
La joven observó con detenimiento cada centímetro del exterior del castillo. Todo se encontraba perfectamente decorado, mostrando los emblemas de ambas familias. El pequeño jardín de la entrada estaba ampliamente iluminado con antorchas y faroles; a pesar que recién eran las seis de la tarde, y el sol todavía no terminaba de ocultarse.
Amelie avanzó con paso solemne sobre la alfombra que colocaron; tratando de disimular la inquietud. Muchos pensamientos y recuerdos llegaron como ráfagas de luz a su mente, abrumándola en ese instante. Palabras que su madre le dijo años atrás salieron a flote, embargándola por completo. Ella creyó haber dejado muchas cosas en el olvido; sin embargo, su interior comenzaba a traicionarla.
《Tú solo puedes aspirar a ser la esposa de alguien, no sirves para más— Frances le gritó en una ocasión—. Deberías empezar a buscar a alguien con dinero para casarte. No serás bella y joven toda tu vida.》
Amelie tragó saliva con pesadez; volviendo a limpiarse las manos en la falda del vestido. Le alegró que su madre biológica no estuviese ahí para regodearse y suspiró, tratando de ignorar todo. Ella era consciente que la boda era con fines políticos, y que solo la estaban usando como un peón en esos momentos; aunque no le quedaba claro cuál de las dos familias ganaría más con aquella unión. Amelie sabía que esa no era su vida; pero no le quedaba más opción que seguir actuando. Ella mantenía las esperanzas de lograr algo importante en el futuro; sin embargo, primero necesitaba regresar a la realidad.
Las trompetas volvieron a sonar cuando Amy llegó a la puerta del salón principal, y la guardia se detuvo. La joven hizo una reverencia, saludando a todos los presentes. Le desconcertó ver a tantas personas contemplándola fijamente; pero ella ya no se dejó intimidar. Respiró profundamente mientras escaneaba todo el recinto. Seis arañas enormes, con velas, colgaban del techo, e iluminaban el lugar junto con los candelabros ubicados en las paredes. Amelie no podía moverse mucho, pero logró divisar que las cortinas de los ventanales estaban abiertas; permitiendo que ingresen los últimos rayos de sol.
Garfield sonrió al ver a su hija, y avanzó para colocarse a su lado. Ella lo saludó, ingresando junto a él al salón. El rey caminaba orgulloso, complacido de lo que había logrado. Faltaban minutos para que el matrimonio quede sellado; y él consiga el perdón del pueblo de Kauyen. Acababa de hacer historia, y nadie le quitaría ese mérito. Si Zigmund Duboisse fue recordado como el traidor; Garfield Duboisse sería conmemorado como el rey que reunificó la isla.
Amelie llegó al lado de Tristán, e hizo una última reverencia para saludarlo. Él imitó el gesto, pero recobró su postura original con rapidez. Amy notó que él se veía aún más nervioso que ella; sin embargo, no pudo observarlo con detenimiento. Ella debía mantenerse firme en su lugar; sin moverse y con la vista al frente.
Tristán llevaba puesto un traje de color verde agua, hecho de lino y seda. El pantalón estaba ajustado con una correa; y los puños de la chaqueta fueron bordados cuidadosamente con encaje en la parte final. Bajo esta, tenía un chaleco almidonado que ajustaba su cuerpo, obligándolo a mantener una postura erguida. El chico estaba, en extremo, incómodo con todo a su alrededor. Prefería su ropa de montar, y comenzaban a dolerle las piernas. Había estado desde muy temprano firmando papeles con Thomas, y yendo de un lado a otro sin parar. Apenas si le dieron tiempo de bañarse y cambiarse antes de llevarlo al castillo para la ceremonia religiosa. Tristán suspiró, exhausto. Él solo quería descansar y olvidarse de todo lo demás.
El vestido que Amelie usaba era el de color perla. Las costureras siguieron sus indicaciones a la perfección, haciéndolo con cuello bandeja, y tejiendo las mangas con encaje. Tres damas de la corte demoraron dos horas en vestirla, ajustando y asegurando cada capa de la falda a su cuerpo. La maquillaron con un poco de rubor en sus mejillas, y sus labios brillaban de color rosado. Colocaron una tenue sombra verde en párpados; antes de peinarla y colocarle la corona. Amy no supo con qué la habían maquillado; pero le gustó cómo se vio, cuando pudo apreciarse en el espejo.
Un hombre mayor, y con poco cabello ingresó por una de las puertas laterales. Estaba vestido con una túnica de colores opacos y dos jóvenes caminaban a prisa tras él. Amelie supuso que era el encargado de realizar la ceremonia; aunque ella desconocía qué cargo tenía, o qué religión profesaban en la isla.
El hombre saludó con voz potente; haciendo que esta resuene en el salón. Los asistentes aplaudieron enérgicamente al escucharlo, y él prosiguió con la ceremonia. No era la primera boda que oficiaba; pero sí la más importante. Todo debía salir a la perfección; no podía decepcionar al rey Thomas.
Amelie sintió los nervios de Tristán en el momento que él le colocó el anillo. Las manos del chico temblaban demasiado, y casi dejó caer el aro en dos ocasiones. Ella lo sostuvo con fuerza cuando fue su turno de ponerle el anillo, tratando que deje de moverse. Su actitud la inquietaba.
—Yo los declaro marido y mujer—. Anunció finalmente el hombre, sonriendo—. Príncipe Dominic, puede besar a su novia.
Tristán palideció al oír eso, evitando hacer una mueca. Tantas cosas pasaban por su mente, que olvidó que debía besar a Amelie. Él no sabía cómo actuar; y se sintió intimidado al estar siendo observado por tantas personas. Tris giró en su lugar, y dirigió su mirada a los ojos de la chica; intentando pedirle permiso para hacerlo. Amelie asintió con delicadeza, y dio un paso al frente.
El chico avanzó también, y tomó su rostro con la mano derecha. Tristán elevó con cuidado el mentón de Amelie, acortando la distancia entre ellos. Cerró los ojos, y besó suavemente sus labios, de forma superficial. Amelie se paralizó por un segundo; sin embargo, decidió corresponder el gesto para que nadie sospeche. Posó una mano en la mejilla de Tristán, y abrió un poco los labios para continuar besándolo; con la misma delicadeza que él.
Se separaron un instante después; manteniendo el contacto visual. Tristán se sintió confundido por el actuar de Amelie, sin comprender por qué ella siguió el beso. Él prefirió ignorar ese momento para evitar que preguntas se formen en su mente, y giró una vez más; volviendo a su posición inicial.
El encargado de la ceremonia pidió aplausos para ellos, e hizo que las trompetas suenen una vez más. Amelie apretó los dientes al escuchar el ruido; se estaba cansando del horrible sonido de ese instrumento antiguo. Le incomodó que todos los estuviesen aplaudiendo, pero decidió no darle importancia. Ella esperaba que con eso termine la ceremonia, y poder salir de ahí.
—Y ahora, según nuestra tradición, es momento de iniciar la fiesta—. Habló con voz potente un hombre; ubicándose al medio del salón—. Para ello, se invita a la pareja real para llevar a cabo el primer baile de la noche.
Amelie observó cómo todos los invitados aplaudían, mientras retrocedían y formaban dos columnas laterales mirando al centro. La falta de sillas hizo que fuera fácil despejar el lugar; quedando una enorme pista frente a ellos. Ella pensó con rapidez cómo actuar. No le hicieron ensayar una coreografía con anterioridad, pero tendría que improvisar algo. No podían quedarse inmóviles, y tampoco podría ser tan complicado.
Tristán tragó saliva con dificultad. Él detestaba bailar, y la gran cantidad de gente a su alrededor continuaba poniéndolo nervioso. Tenía ganas de abandonar la fiesta, y echarse a dormir en alguna habitaciones. Después de todo, Thomas solo lo necesitaba para boda, y esta ya había terminado.
—¿Se supone que debemos bailar frente a todas estas personas? —Preguntó en un susurro, observando a su vecina por el rabillo del ojo.
Amelie elevó un poco el rostro, pero no lo miró. Seguía pensando cómo proceder; y las señas que hacía el presentador para que ellos caminen, le impedían concentrarse. Debían actuar rápido.
—Eso es lo que esperan que hagamos—. Contestó, sin elevar mucho la voz—. Y creo que para eso, debemos de estar al medio del salón.
Tristán avanzó con paso firme, pero lento. Su cuerpo reaccionó sin pensar, y solo quería terminar con eso. Amelie lo siguió de cerca, caminando con cuidado para no tropezar con el vestido. Se colocó frente al chico, y ambos hicieron una leve reverencia cuando los violines empezaron a sonar.
—Yo no quiero bailar—. Masculló Tristán, con el ceño fruncido—. Voy a hacer el ridículo frente a estas personas.
Amelie negó con la cabeza, acercándose un poco a él. La canción continuaba, y más instrumentos se sumaban a la sonata.
—Escucha, la presión social que tenemos ahora es más que suficiente para que empecemos—. Contestó, entrelazando sus dedos con los de él, e indicándole que coloque la otra mano en su cintura—. Necesitas calmarte; yo voy a tratar de guiarte. El vals no es tan complicado.
Amelie tomó a Tristán del hombro, aprovechando el agarre para poder dirigirlo. Empezaron a bailar de forma lenta y sincronizada; con movimientos elegantes. Ella contaba los pasos en voz baja, y el chico le seguía el ritmo a la perfección. Lo único que le parecía extraño, era la canción que la banda tocaba. No se parecía en nada a los valses de boda que había escuchado.
Tristán bailaba despacio, siguiendo el conteo de Amelie. Por segundos, se le dificultaba escucharla debido a la música; sin embargo, su cuerpo empezaba a acostumbrarse al patrón. Él trató de mantener la secuencia en su mente, procurando no equivocarse. Elevó la cabeza para observar a los invitados, y la expresión de sus rostros lo intimidó. Hacían muecas de confusión y desagrado, e incluso Thomas parecía incómodo con su forma de bailar.
—Amelie, ¿estás segura que lo que hacemos está bien? —Inquirió, inclinándose un poco—. Todos nos están viendo extraño. Además, me parece que la música es muy rápida como para ser un vals—. Razonó.
La joven asintió con sutileza, mojando sus labios antes de contestar.
—Yo también noté la forma en que nos ven, pero no conozco este tipo de música, o cómo bailarla —confesó; soltando una mano de Tristán para que él la haga girar—. Hasta donde yo sabía, en los matrimonios, siempre tocan un vals; cómo iba a imaginar que pondrían otro tipo de música—. Completó.
Tristán apretó la mandíbula y mordió sus labios, evitando decir algo grosero. Ambos estaban haciendo el ridículo frente a los invitados, y a Amelie parecía no importarle.
—Me siento estúpido.
Amelie ignoró el comentario de Tristán. No tenía caso discutir con él; y ella intuía que ya faltaba poco para que termine la canción. Dio una vuelta más antes que los instrumentos dejen de sonar; quedando al lado del chico. Amy sugirió que hagan otra reverencia, aún tomados de la mano; y sonrió. Después de todo, ella sintió que las cosas iban saliendo bien.
El presentador se acercó a la pareja real, anonadado con lo que acababa de observar. No comprendió la forma de bailar de los recién casados, y le pareció extraño que hayan danzado de esa forma. Él sonrió ampliamente, listo para continuar con la monición de la celebración. No era nadie para juzgar a los futuros reyes, y supuso que ellos lo habrían ensayado así. Ellos estaban demasiado coordinados como haber improvisado la coreografía.
—¡Pido un enorme aplauso para el príncipe Dominic Van Dijk y la princesa Rosalie Duboisse!—, exclamó cuando llegó a su lado, elevando los brazos—. Quienes nos deleitaron con un novedoso baile en esta, la celebración de sus nupcias. ¡Unas palmas, por favor!
Tristán sonrió falsamente al oírlo. Notó que los presentes aplaudían sin mucho convencimiento. Él sabía que todos estarían especulando sobre lo que acababa de pasar, y él prefirió no seguir pensando en ello. No quería ponerse más nervioso, y dar más motivos para que los invitados critiquen.
Todos los presentes se ubicaron en los puestos que les designaron, alistándose para el banquete. Tristán no supo en qué momento colocaron las mesas y las sillas, y creyó que la canción debió durar más de lo normal para que los mozos tuvieran tiempo de arreglar el mobiliario.
Las mesas eran largas y rectangulares, puestas juntas para formar una U bastante grande. Todas estaban arregladas con manteles de lino blanco, además de candelabros de cinco brazos hechos en bronce. Pequeños floreros eran los centros de mesa, y todo el menaje se encontraba en su lugar. Solo faltaba que sirvan la comida para iniciar el banquete.
Tristán y Amelie se sentaron en la cabecera, teniendo una vista panorámica del salón. Thomas y Garfield se ubicaron al lado de sus hijos; y sus esposas, en las esquinas. Después de cubrir los seis puestos principales, el resto de las familias e invitados se acomodaron en las mesas laterales. Los Van Dijk iban a la derecha, y los Duboisse, a la izquierda.
El presentador se colocó al medio del salón, aprovechando el espacio libre que quedó. Solicitó orden a los asistentes, haciendo que guarden silencio para que los reyes puedan hablar. Ellos debían dar las palabras de apertura de la celebración.
—Antes que nada, quisiera agradecer a cada uno de ustedes por acompañarnos en este día tan importante para nosotros y nuestros hijos—. Comenzó Thomas, poniéndose de pie. Garfield lo siguió—. Hoy no solo se celebra el matrimonio de mi hijo con la princesa Rosalie; sino, la unión de las familias Van Dijk y Duboisse—. Anunció con júbilo—. En los últimos días, Dominic ha demostrado tener las habilidades y cualidades necesarias para reinar; y sé que hará un gran trabajo dirigiendo el Valle de Kauyen junto con su esposa, la futura reina. ¡Brindo por ellos, y que comience la fiesta! —Exclamó, elevando su copa.
Garfield imitó el gesto, dando por iniciado el banquete. Regresó a su asiento, mientras las damas de la corte ingresaban con bandejas y charolas, colocando la comida en su lugar. Ellas atendían bastante rápido a los invitados, y se encargaban de volver a llenar sus copas. La mayoría había tomado el vino de un sorbo.
Amelie observó con detenimiento el salón nuevamente, aprovechando el nuevo ángulo en que estaba. Era un lugar hermoso.
—Me sigue sorprendiendo la acústica de este lugar—. Dijo ella en un susurro, cuando la banda volvió a tocar.
—Y a mí me sorprende que acabamos de hacer el ridículo frente a todos en este lugar—. Masculló Tristán con ironía, girando para verla.
Amelie rodó los ojos con su respuesta; suponiendo que Tristán seguía molesto por el baile. Movió cuidadosamente su silla, acercándose a él. Los puestos estaban bastante separados unos de otros.
—No le des importancia—. Comentó con ligereza, aclarando su garganta—. Eso ya pasó, y no creo que algo peor pueda suceder.
Tristán también movió el asiento, aproximándose a su vecina. No quería elevar la voz, y que sus padres descubran sobre qué estaban conversando.
—No entiendo cómo puedes estar tan tranquila con todo esto.
—Nunca me ha importado lo que la gente pueda decir de mí—. Amy se encogió de hombros—. Después de todo, yo no vivo del qué dirán—. Alegó, tomando una pequeña pieza de pan—. Intenta relajarte; porque, aunque no queramos, tendremos que seguir aquí hasta que la fiesta termine.
Tristán movió la cabeza hacia los lados, antes de asir su copa y beber un poco de vino. Se demoró en pasarlo, disfrutando su sabor. Estaba bastante bueno, mejor que los que probó en su antiguo hogar. Él no solía libar con frecuencia; sin embargo, creyó que no le haría mal tomar un poco durante la fiesta.
—Sabes; a pesar de todo, tengo que admitir que me alegra ver que te encuentres bien—. Mencionó, tras varios minutos—. Después del encuentro que tuvimos con Patrick, y el hecho que tú no contestaste mis cartas; creí que algo malo te pasó—. Explicó.
Amelie quedó helada al escuchar a Tristán. Ella pasó el alimento que tenía en la boca, dejando el tenedor sobre la mesa. Se acomodó en su lugar, y giró en la silla para verlo a los ojos.
—Espera, ¿de qué cartas estás hablando? —Preguntó, asombrada—. ¿A qué te refieres, Tristán?
El chico movió también su asiento, notando la confusión en el rostro de su vecina.
—Te envié dos cartas después que nos encontramos—. Relató, acercándose un poco para no gritar—. La última, fue hace dos días, pidiéndote que nos viéramos en el bosque. Te esperé por más de una hora y jamás llegaste.
Amy negó con la cabeza, desconcertada. Ella seguía sin comprender de qué hablaba Tristán. En todo el tiempo que duró su castigo, nunca recibió nada de él.
—Tristán, a mí no me llegó ninguna carta—. Confesó, frunciendo el ceño—. La única carta tuya que tengo, fue la que me enviaste el día que nos descubrieron. Después de eso, no volví a saber de ti hasta hoy.
Tristán se pasmó con su respuesta. Él había pagado mucho a sus criados para que lleven las cartas a Sarauta. No creyó que ellos lo hubiesen estafado.
—¿Estás segura que no te llegaron? —Preguntó; ella negó—. Los mensajeros me dijeron que las entregaron en tu castillo. Yo pensé que sí las leíste; pero que no pudiste, o no quisiste, responderlas.
Amelie sintió un poco de molestia en la voz de Tristán, mezclada con preocupación. Ella apenas se enteraba de todo eso, y tenía muchas dudas al respecto.
—Escucha, tuve algunos problemas en el castillo, y me castigaron—. Recordó, tratando de encontrarle sentido a la situación—. Sin embargo, nadie dijo algo sobre algunas cartas. Me tenían súper vigilada, y créeme que se hubiese armado un escándalo terrible si alguien las recibía.
Tristán seguía sin creer lo que escuchaba; anonadado por todo. Hizo un ademán con la mano, llamando a una de las damas para que llene su copa.
—No sabía lo del castigo—. Se lamentó, tomando un sorbo de vino—. Tengo un mal presentimiento de todo esto; y me preocupa el pensar en dónde terminaron esos papeles.
La joven enmudeció varios minutos, pensando en los sirvientes de su castillo. No conocía todos sus nombres, pero sí había conversado con la mayoría en al menos una ocasión. Desconocía si alguien sería capa de robar las cartas, o usar la información de ellas en su contra. Temía que alguno pueda chantajearla en el futuro.
—El día que me esperaste en el bosque, ¿llegó alguien más? —Curioseó, intrigada. Quizás, así hallarían la respuesta.
Tristán negó con la cabeza.
—No. Estuve solo todo el tiempo.
—Esto es muy extraño—. Meditó Amy, colocando un brazo sobre la mesa—. Tal vez, solo fue una confusión en el castillo y tiraron las cartas a la basura—. Intentó sonar optimista—. Esperemos que no nos traiga problemas.
Tristán asintió con desgano, rogando que Amelie tuviera razón. Tomó un tenedor, y se dispuso a mover su comida. Apenas si había comido desde que empezó el banquete.
—Ojalá que no— repuso, dubitativo. Dio un largo sorbo al vino, terminando su segunda copa—. Tendremos que tener mucho cuidado con lo que hagamos de ahora en adelante—. Sugirió, moviendo su comida.
Amelie asintió, y tomó un poco de vino también. La preocupación se dibujaba en cada una de las facciones de Tristán, y ella prefirió no decirle más. La incertidumbre se saber dónde estarían las cartas, también la embargaba. Ella decidió comer un poco más, e intentar distraerse con el espectáculo que estaban presentando. No entendió de qué trataba la breve obra teatral, pero le causó gracia cómo actuaban los artistas.
Annelise observó con orgullo a su hermana cenar junto al príncipe Dominic. Le parecía increíble que al fin se haya realizado la boda, y que las cosas salieran bien. Después de tantos imprevistos, ella creyó que jamás llegaría ese día. Annie se llevó un poco de comida a la boca, sin despegar los ojos de los recién casados. Los había vigilado desde que se ubicaron a la mesa. Algo en el comportamiento de Rosalie le llamaba la atención; y quería descifrar qué era.
La chica giró el rostro hacia la derecha, en dirección a Raveena. Annelise estaba sentada en la primera esquina de las mesas laterales.
—Madre, ¿puedo preguntarte algo? —Habló Annelise en voz baja, después de varios minutos.
Raveena limpió las comisuras de su boca con una servilleta y asintió; colocando ambas manos en su regazo.
—Claro Annelise; dime, ¿qué pasó?
La princesa tomó un poco de agua, y se aclaró la garganta antes de hablar. Tenía muchas dudas en mente, y necesitaba compartirlas con alguien más. Ella sabía que solo podría hablarlo con su madre; sus hermanas menores no la comprenderían.
—¿No te parece que Rosie está actuando extraño? —Curioseó, señalándola con la cabeza.
Raveena volteó con disimulo, escaneando a su hija. Rosalie dialogaba con el príncipe Dominic, y hacía gestos con las manos. Ambos se encontraban bastante juntos, y daban la impresión de estar cuchicheando. La escena se veía bastante normal.
—No entiendo qué te parece raro—. Repuso con tranquilidad—. Ellos están conversando.
Annelise negó con la cabeza, acercándose a la reina. No entendía cómo su madre no se daba cuenta de las cosas.
—Madre, hace algunas semanas; ella no quería saber nada del compromiso—. Le recordó, sin levantar la voz—. Ahora, habla con el muchacho como si se conocieran de toda la vida. Además del extraño baile que hicieron...
—¡Annelise! —Exclamó la reina, interrumpiendo a su hija—. No te refieras de esa forma al príncipe Dominic. Recuerda que es el futuro rey del Valle de Kauyen. Además, no veo nada de malo con que ellos quieran conversar—. La regañó, juntando las cejas—. El único error que han cometido, fue girar las sillas y romper el protocolo—. Reconoció, mirando de reojo a los esposos—. Pero, si el rey Thomas no ha dicho algo sobre eso, nosotros tampoco lo haremos.
La princesa negó con la cabeza, y agachó la mirada para observar su comida. Annie conocía a su hermana a la perfección, y sabía que era capaz de enmudecer por días si algo no le gustaba. No comprendía cómo, horas antes de la ceremonia, le reiteró que no deseaba casarse. Y ahora, no dejaba de conversar con el príncipe como si realmente fueran amigos. Algo de todo eso no le gustaba. Rosalie prometió no guardarle más secretos, pero ella creyó que aún le ocultaba algo.
Annelise mantuvo la vista fija en su hermana, mientras ella comía. No reparó mucho en lo que cenaba, y se enfocó en tratar de leer los labios de Dominic. Ellos estaba muy lejos; y debido a la posición, solo alcanzaba a verlo a él. Por los gestos que hacían, le dio la impresión que discutieron por algo, antes de volver la vista a sus platos. Después de eso, intercambiaron pocas palabras.
—Annie— la llamó Raveena, captando su atención—. En lugar de estar cavilando teorías sobre Rosalie; mejor vigila a tu hermana.
La joven sacudió la cabeza, confundida. Le costó comprender las palabras de su madre, y se acercó a ella para oírla mejor.
—¿Qué? —Preguntó, regresando a la realidad—. Lo siento madre, no te escuché.
Raveena negó con desaprobación. Annelise debía concentrarse más.
—Está por iniciar el baile, y tus hermanas no están—. Indicó—. Por favor, necesito que encuentres a Madelaine, y la traigas aquí.
Annie giró, desconcertada. Notó dos puestos vacíos al lado suyo, y suspiró. Ella estaba tan ensimismada, que no se dio cuenta en qué momento Olive y Maddie se levantaron de la mesa. Ella se aclaró la garganta, y le extrañó que su madre le haga esa petición. Las niñas tenían nanas encargadas de cuidarlas.
—Pero madre, ¿es necesario que sea yo quien las busque? —Preguntó, haciendo un puchero—. Olive no siempre me hace caso.
Raven tomó un sorbo de agua, y asintió. Sabía que lo mejor era mantener a Annelise ocupada para que deje de imaginar cosas. Ella no podía permitir que su hija le dijera a Rosalie algo que podría arruinar la celebración.
—No es algo muy difícil, Annelise—. Contestó seria—. Solo encuentra a Madelaine, y llévala con tu abuela. Ella dijo que quería verla; y luego se encargaría de llevarla con su nana—. Informó.
Annie asintió con desgano, e hizo una venia al levantarse. Ella no quería hacerlo; sin embargo debía obedecer. Acomodó la falda de su vestido, y se alejó lentamente de la mesa. Notó que varias personas se levantaban también, yendo a la pista de baile. Annelise necesitaba apurarse antes que todos empiecen a danzar, y el desorden le dificulte encontrar a su hermana.
La adolescente observó a una pequeña niña rubia correr tras tres niños más grandes; dos castaños y una pelirroja. Annie intuyó que se trataba de Maddie, y se acercó a ellos. Los infantes jugaban cerca a las ventanas, alejados de la mesa. Ella agradeció haberlos encontrado rápido, y que no hubieran muchas personas cerca.
Madelaine sintió una mano asirla con fuerza del brazo, deteniéndola. La pequeña se sobresaltó, y giró, sonriendo al reconocer a la persona tras suyo.
—¡Annie! —Exclamó, abrazándola—. ¿Has venido a jugar con nosotros? —Preguntó, dando pequeños saltos.
Annelise se sintió enternecida con la emoción de su hermana. Le daba pena alejarla de los nuevos amigos que estaba haciendo; pero era imperativo que la lleve con su abuela.
—Maddie, ven—. Pidió con suavidad, tomándola de la mano—. Acompáñame a un lugar.
La pequeña negó con la cabeza, y trató de soltarse. Ella quería seguir corriendo. Olive y el niño se aproximaron, agitados. Annie apenas si se dio cuenta de su presencia.
—Oye, ¿por qué te la quieres llevar? —Preguntó él. Tenía el cabello oscuro y era más alto que su hermana.
La joven suspiró, cansada. Se agachó un poco antes de contestar, para poder ver al menor.
—Ella necesita ir con nuestra abuela— explicó con una sonrisa fingida—. Y yo tengo que llevarla.
—¿Yo también debo ir? —Preguntó Olive, con pena en la voz.
Annelise negó con la cabeza, volviendo a erguirse. Tuvo que apretar el agarre; Madelaine trataba de soltarse.
—¡Pero yo quiero jugando! —Exclamó la pequeña, moviendo los dedos.
La joven tomó a su hermana por la muñeca para que no se escape, y avanzó un par de pasos. Pensó en alzar a Maddie; pero una voz tras ella, la detuvo.
—Dile que deje a la niña jugar con nosotros—. Escuchó; sonaba femenina.
Annie giró lentamente, observando a un joven alto, delgado, y de cabello castaño claro. Una niña lo jalaba del brazo, obligándolo a acercarse a ellas.
—Jeaninne, no. Quizás ellas tienen que irse—. Masculló el chico, mirando a la pequeña—. Escuche, lamento mucho la confusión con mis hermanos—. Se disculpó con Annelise—. Espero los gemelos no la hayan molestado.
Annie negó, y notó que la niña se iba corriendo tras Olive.
—No se preocupe, mis hermanas también son un poco inquietas—. Comentó, ladeando una sonrisa—. Si me permite, necesito retirarme—. Expresó, y retrocedió un poco.
El chico hizo un gesto con la mano, evitando que avance.
—Antes que se vaya, quisiera preguntarle algo—. Ella asintió—. ¿Es usted familiar de la princesa Rosalie? —Levantó una ceja.
—Sí, ella es mi hermana mayor. Mi nombre es Annelise Duboisse—. Repuso con tranquilidad, haciendo una venia—. ¿Por qué la pregunta? —Inquirió, tratando de no sonar muy dura. Ella supuso que él debía ser el hijo de algún duque de Kauyen. Todos en Sarauta la conocían.
El joven ladeó una sonrisa al escucharla. Ella parecía tener un temperamento fuerte.
—El parecido salta a la vista—. Repuso, señalando su cabello—. Por cierto, mi nombre es Kenneth Van Dijk—. Se presentó—. Soy el hermano del príncipe Dominic.
Annie sintió su rostro palidecer. Le avergonzó no haberlo reconocido, e hizo una reverencia.
—Lo lamento, príncipe Kenneth—. Agachó la mirada—. No sabía que era usted.
—No se preocupe—, contestó riendo—. De todas formas, no nos habían presentado formalmente—. Le restó importancia—. No le quito más su tiempo; si quiere, puede retirarse.
Annelise se despidió, tomando a su hermana en brazos. Buscó a su abuela con la mirada, entre la multitud; pero la mayoría de personas se encontraba bailando, y era difícil ubicarla. Maddie pataleaba para que ella la baje; pero ella se rehusó a hacerlo. Sabía que su hermana empezaría a correr si la dejaba en el suelo. Annie caminó hacia su puesto en la mesa, esperando ver a alguien de su familia.
La joven pasó al lado de Patrick; notando que tenía los brazos cruzados. Ella se rehusó a saludarlo, y continuó caminando sin siquiera detenerse. Todavía no le perdonaba el haberla metido en problemas, y verlo junto a las ventanas, hizo que se enoje. Annelise divisó a Rosalie a lo lejos, jalando a Dominic al centro del salón para bailar. Él parecía oponer resistencia, pero finalmente cedió. Eso también le pareció extraño; pero ella no podía concentrarse en nada hasta encontrar a su abuela. Necesitaba hallarla pronto.
Patrick sintió la mirada de desprecio de Annelise, y se encolerizó. Ella también había sido su amiga; pero ahora, tampoco quería hablarle. Él estaba seguro que todo era culpa del príncipe, el esposo de Rosalie. Cuando lo vio llegar al castillo, portando una corona y con un traje de boda, su sangre hirvió. Dominic fue lo suficientemente inteligente para burlar a todos y encontrar la forma de mantener contacto con Rosie, aún cuando eso estaba prohibido. Patrick sentía desprecio por aquel joven; le había ganado, sin siquiera luchar. Apretó la mandíbula, con furia. Cueste lo que cueste, él estaría dispuesto a recuperar el amor de Rosalie. No se daría por vencido tan fácilmente.
¡Hola! Les envío un fuerte abrazo desde Perú.
Este es el primer capítulo de esta pequeña maratón en agradecimiento por haber llegado a los 30k de lecturas. Espero disfruten lo que se viene, y no olviden votar y comentar para seguir creciendo.
En breve subiré el siguiente capítulo de este especial.
Quiero dar un agradecimiento súper especial para SeleneJuuri por los bellísimos diseños del banner inicial y el separador. ¡Eres la mejor!
Nos leemos pronto.
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