CAPÍTULO 24
El olor del café recién pasado se expandió con rapidez por toda la casa. La chica apagó la hornilla en que estuvo cocinando, y tapó la sartén para que esta no se enfríe. Desenchufó la cafetera, levándola a la mesa, junto a dos tazas pequeñas. El domingo apenas iniciaba; pero hacía mucho que Rosalie estaba despierta.
Los días en su nuevo hogar se volvieron monótonos, y la princesa comenzaba a aburrirse. Frances y ella eran las únicas que vivían ahí; y Rosalie se sentía sola la mayor parte del tiempo. Desde que su nueva madre consiguió un empleo, ella dejó de tener a alguien con quien conversar. Rosie pasaba mucho tiempo encerrada en su casa, y solo salía para ir a las terapias en el hospital. La rutina la abrumaba; y jamás creyó que extrañaría tanto a sus hermanas.
El Hospital General se encontraba a más de veinte minutos en auto, desde su casa; sin embargo, Rosalie aún no sabía movilizarse sola. Frances le enseñó en más de una ocasión cómo llegar, pero ella no lograba aprenderse las rutas. Rosie nunca tuvo un buen sentido de orientación; y apenas si caminaba un par de metros fuera de su casa. El lugar en donde estaba era demasiado extraño, y temía perderse si se alejaba mucho de su hogar.
La doctora Marissa McLaren había sido una tutora para ella durante las últimas semanas. Marissa le tenía mucha paciencia, dedicándose a explicarle en dónde estaba, y cómo funcionaban las cosas ahí. La joven todavía estaba confundida por lo que pasaba alrededor suyo; no obstante, trataba de adaptarse a los cambios que observó.
Rosalie asimilaba la información que la doctora le brindaba; memorizando datos importantes sobre su nueva vida, pero no los entendía del todo. Ella no lograba explicarse cómo despertó en el hospital después de haber caído por las escaleras del castillo. Todo le parecía real, e imaginario a la vez. Ella estaba segura que existía una explicación lógica para lo que estaba pasando; el problema era que aún no la encontraba.
Lo que más le sorprendió a Rosalie sobre su nueva vida, no fue Frances o la sociedad; sino su edad. Pasó de tener dieciséis, a tener diecinueve en cuestión de horas. Temía haber estado dormida por tres años, y que el mundo haya cambiado de forma drástica en ese tiempo; a pesar que esa posibilidad era casi imposible. Marissa la tranquilizó, contándole cómo fue su vida en los últimos meses, y mostrando fotografías que lo probaban. Rosalie se limitó a asentir y fingir sosiego frente a la doctora. Nadie comprendía lo que realmente le sucedía; y tampoco podía probar que Amelie y ella eran dos personas diferentes.
Entre todas fotos que Rosie observó, una captó su atención de inmediato; del día de su graduación del colegio. Ella llevaba un largo vestido rojo, y el príncipe posaba a su lado. Dominic tenía el cabello más corto, y un peinado diferente, pero no había duda que se trataba de él. Ambos usaban coronas plateadas; y posaban sobre un fondo azul con estrellas blancas. Ella creyó que la primera vez que se vieron fue en el hospital; y le extrañó saber que esa imagen tenía dos años de antigüedad. Rosalie desconocía qué clase de relación tenía con el príncipe en ese lugar, y le aterró pensar que ellos seguían comprometidos en ese mundo. Cada día tenía más dudas, y ninguna respuesta.
Rosie se debatía entre aceptar ciegamente lo que lo que pasaba a su alrededor, y adaptarse a ese mundo; o pretender estar bien con los demás, mientras buscaba la forma de comprender lo que sucedió. Aunque le explicaron en más de una ocasión que el Valle de Kauyen y Sarauta no existían, muchas cosas carecían de sentido para ella. Era consciente que tenía que ser muy cuidadosa con lo que hacía o decía; sabía que no podía confiar en cualquier persona.
La princesa continuó reflexionando sobre lo que ocurría, mientras tomaba dos platos de la despensa, y los llevaba al comedor. Ella no tenía mucha experiencia cocinando; sin embargo, no le molestaba hacerlo. Empezaba a gustarle, y le divertía experimentar con los electrodomésticos que encontró. La cocina de su nueva casa era muy diferente a la del castillo, además de ser mucho más pequeña. Rosie aprendió de a pocos, observando a Frances; tratando de imitar los platillos de Sarauta. La comida de ahí no le agradaba.
El sonido de unos pasos, bajar por la escalera, le advirtió que alguien se acercaba. Rosalie dejó los platos sobre la mesa; divisando por el rabillo del ojo la silueta de Frances.
La mujer caminaba tallándose los ojos. Aún se encontraba adormilada; pero el aroma del café la forzó a levantarse. Se le abrió el apetito, a pesar que ella ni siquiera estaba segura de qué hora era.
─Amy, ¿qué es todo esto? ─Preguntó divertida, entre bostezos.
Rosalie fingió sonreír. Jamás se acostumbraría al nuevo nombre que le pusieron.
─Hice el desayuno─. Contestó orgullosa de sí misma.
Frances acarició el rostro de la chica con ternura. Amelie actuaba más dócil y obediente que antes; y ya no se quejaba por todo. La convivencia mejoró mucho en las últimas semanas. No habían peleado desde que ella despertó del coma, y eso era un progreso enorme para las dos.
─Te dije que yo cocinaría los domingos─. Repuso tranquila─. No te quiero abrumar con todas las tareas del hogar.
Rosie asintió, tomando la otra mano de Frances. Algo dentro de ella le decía que podía confiar en ella.
─Lo sé. Es solo que ayer llegaste muy tarde; ni siquiera te escuché llegar─ recordó, mirándola a los ojos─. No quise molestarte, madre.
Frances sonrió, enternecida por las palabras de Amelie. Por momentos, le parecía que su hija era otra persona.
─No te preocupes, Amy─. Hizo un gesto con la mano, indicando que se siente─. Yo terminaré de servir.
Rosalie obedeció sin reproches, acomodándose en una de las sillas. Ella apreciaba mucho a Frances; y no solo porque clamaba ser su madre. Frances fue la única que la cuidó y apoyó desde que despertó; además de protegerla. Rosie siempre le estaría agradecida por todo lo que hacía; a pesar que ella no comprendía su verdadera identidad. Nadie aceptaba que ella era una princesa.
La mujer regresó de la cocina con la sartén en una mano, y una espátula en la otra. Frances repartió la comida en ambos platos; antes de sentarse ella también. Todo se veía delicioso; por lo que ninguna pudo resistirse a dar un bocado.
Rosalie disfrutó el pequeño momento; y se preguntó qué estaría haciendo su familia en esos momentos en Sarauta. Usualmente, iniciarían el domingo con un banquete, antes de ir a visitar a sus primos en Rieddler. Sin embargo, Rosie sabía que las cosas serían diferentes ahora que ella no estaba. ¿Acaso sus padres la estarían buscando? ¿Sus hermanas la echarían de menos, tanto como ella lo hacía?
La joven sacudió la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos de ella. No quería ponerse triste en ese momento, o tener que explicar el por qué de su cambio de humor. Rosie y su madre terminaron de comer entre risas, y dejaron sus platos en la cocina. Frances prometió lavar todo antes de preparar el almuerzo; diciéndole a su hija que no se preocupe por nada.
─Amy, veré una película─. Anunció la mujer, caminando hacia la sala─. ¿Quieres venir conmigo? ─Preguntó, recostándose en el respaldar del mueble más grande.
Rosalie negó con la cabeza. Ella disfrutaba ver televisión, pero no quería hacerlo en ese momento.
─Gracias madre, pero ahora no tengo ganas─, se disculpó, deteniéndose al pie de la escalera─. Por cierto, quería preguntarte algo─. Frances asintió, indicándole que continúe─. ¿Tienes agujas, hilos, y algunos dedales? ─Inquirió, esbozando una sonrisa.
La mujer se sorprendió con esa pregunta. A su hija nunca le gustó coser.
─¿Para qué los necesitas?
─Es que quiero coser─. Expresó sonriente─. Hace mucho no lo hago, y no quiero perder la práctica.
Frances soltó una carcajada al oírla. Le parecía increíble lo que Amelie estaba diciendo.
─¿Estás segura de lo que dices? ─Cuestionó entre risas─. Tú apenas sabes hilvanar.
Rosalie se ofendió con el comentario de su madre. Ella era una excelente costurera; había tomado clases por años. Le pareció grosero que Frances se burle de esa manera.
─Yo soy muy buena en lo que hago─ repuso solemne─. Hacía días que deseaba coser, pero no tenía con qué hacerlo. Fue por eso que pregunté, madre─. Hizo un mohín.
Frances dejó de reír al ver la expresión de Amelie. Le causaba gracia la forma tan política en que ella se enojaba. Recordó que la doctora McLaren le pidió seguirle la corriente en todo lo que dijera, y no reprocharle nada para no frenar su progreso. Fran señaló el segundo piso de la casa, aclarándose la garganta antes de hablar.
─Busca en el último cajón de mi cómoda─. Mojó sus labios─ Ahí tengo un pequeño costurero. No es mucho, pero creo que puede servirte.
Rosalie agradeció, aún seria, y se dirigió a la recámara de Frances. No esperaba esa actitud por parte de la mujer; ella se había comportado bastante bien hasta ese día. Rosie no quiso darle más importancia, dedicándose a buscar el costurero. Ella estaba cansada de la ropa que tenía, y quería retocarla. Extrañaba sus vestidos, y no se terminaba de acostumbrar a los pantalones ajustados, o las faldas cortas. Rosie jamás imaginó que, en esa ciudad, sería común usar ese tipo de prendas.
Frances se sentó en uno de los muebles de la sala, mientras observaba a su hija subir las escaleras. Prefirió no ponerle mayor énfasis al hecho que ella quisiera coser, y tomó el control remoto. Encendió la televisión, esperando que hubiera algo bueno que ver en señal abierta. Su antena solo sintonizaba seis canales, pero era suficiente como para entretenerse.
Un fuerte golpe en la puerta principal la asustó; haciendo que dé un pequeño brinco en su lugar. Frances se levantó despacio; avanzando para ver de quién se trataba, y por qué la molestaban tan temprano. Abrió la puerta con cuidado para que esta no chille, y asomó la mitad del cuerpo; asombrándose de quién se encontraba al otro lado del umbral.
─Rebecca, hola─. Saludó a su vecina, sonriendo falsamente─. ¿Qué haces por aquí a esta hora? ─Preguntó.
Rebecca dio dos pasos al costado, y jaló a su hijo para que su vecina pueda verlo. Él apoyó con fuerza la muleta en el suelo para no perder el equilibrio.
─Hola, Fran─. Ella respondió el saludo─. Vine con Tristán─. Sonrió─. ¿Crees que podamos pasar un momento?
Frances dudó varios segundos sobre qué responder. No comprendía porque llegaban a su casa sin aviso previo; ella y Rebecca nunca fueron muy unidas. Resolvió aceptarlos, y averiguar el motivo de su visita.
─Claro, pasen─. Repuso finalmente, permitiendo que sus vecinos ingresen.
Frances esperó que ellos se sienten en la sala, para cerrar la puerta y acompañarlos. Se acomodó en un mueble unitario, y observó con curiosidad a sus vecinos.
—Gracias por dejarnos entrar, Frances—. Dijo Rebecca con una sonrisa—. Espero no estar interrumpiendo nada.
La pelirroja negó con la cabeza y apagó la televisión. Esperaba que ellos no se queden mucho tiempo; no deseaba tener que cocinar para invitarles de comer.
—Ustedes son bienvenidos—. Mintió, sonriendo sin mostrar los dientes—. Pero dime, Becca, ¿qué los ha traído a visitarme? ─Cuestionó, intentando no sonar muy dura.
Rebecca acomodó su cabello antes de contestar, y miró de reojo a Tristán. Él permanecía con los brazos cruzados y una expresión aburrida.
—Tristán quería hablar con Amelie—. Respondió, moviendo a su hijo para que se siente bien—. ¿Crees que puedas llamarla, por favor?
Frances asintió dudosa y caminó hasta el pie de la escalera. Llamó con delicadeza a su hija, pidiéndole que baje. Le causaba intriga el hecho que Tristán haya ido a buscar a Amelie, y el por qué. Una extraña idea cruzó por su mente, y sonrió. Determinó que sería mejor que ellos conversen a solas, y luego le preguntaría a Amy sobre qué hablaron.
Dominic bufó en su lugar cuando escuchó a alguien acercarse. Él no quería estar ahí; mucho menos que Rebecca le haga creer a esa mujer que todo fue idea suya. Su nueva madre lo obligó a ir, sin darle opción a reclamos. Él extrañaba a Anna; ella no lo hubiese tratado así.
Rosalie bajó al escuchar el llamado de su madre, guardando las agujas en el costurero. No sabía para qué podría estar llamándola; aún faltaba mucho para la hora del almuerzo. Avanzó con gracia hasta la sala de estar; y sintió el corazón detenerse al analizar la escena. El príncipe Dominic estaba sentado en su mueble, junto a una mujer más. Ella se quedó inmóvil unos minutos, confundida por lo que pasaba; no creyó volver a ver al príncipe después de su encuentro en el hospital.
—Hija, no te quedes ahí— Frances comentó divertida, empujándola suavemente por los hombros—. Por favor, saluda a nuestros invitados.
Rosie hizo una leve venia, y les sonrió, nerviosa.
—Príncipe Dominic, buenos días— habló, con cortesía—. Señora, buenos días a usted también.
La expresión del chico cambió por completo al escucharla. Dominic negó disimuladamente con la cabeza, esperando que Rosalie no diga nada más. Sin duda, ella estaba empeorando su día.
Rebecca observó de reojo la reacción de incomodidad de su hijo, tratando de no moverse para no ponerlo más nervioso. Dirigió la vista hacia Frances, notando la confusión en su rostro también. Becca empezó a creer que fue una mala idea ir a ver a sus vecinas.
—Hola, Amelie— saludó, tratando de romper la tensión del ambiente—. ¿Cómo has estado?
Rosalie juntó sus manos, y miró a los ojos a la señora que le habló. Ella parecía amable.
—Yo he estado bien, señora— contestó tranquila—. Gracias por preguntar.
Frances se preocupó por la reacción de los Powell al escuchar a su hija llamar a Tristán por otro nombre. Ella se sentó al lado de Rebecca, buscando disipar la molestia de todos.
—Amelie, Tristán ha venido aquí porque quiere conversar contigo—. Frances mencionó, haciendo énfasis en el nombre del chico—. Por favor, llévalo a tu habitación para que puedan hablar con tranquilidad—. Solicitó sonriendo.
La chica hizo frunció el ceño, haciendo una mueca de asombro al oír eso. Las cosas no terminaron bien la única vez que estuvieron a solas. ¿Por qué no podían conversar ahí?
—¿A mi habitación? —Repitió sin entender, anonadada.
—¿No crees que sería mejor que ellos hablen aquí? —Cuestionó Rebecca, notando el fastidio en el rostro de los dos chicos—. Esto no tomará mucho tiempo—. Añadió.
Frances hizo un gesto con la mano, restándole importancia a ambas interrogantes.
—Los chicos se sentirán más cómodos hablando en privado. Estoy segura que nuestros hijos tienen muchas cosas de las que ponerse al día.
─Madre, yo también creo que sería buena idea hablar a solas con ella─ Dominic habló, ladeando una sonrisa, e inclinándose en su lugar.
Rebecca asintió, aceptando las palabras de su hijo. Ella era consciente que a Tristán no le agradaba Amelie; pero creyó que sería bueno dejarlos unos minutos a solas para que él pueda disculparse. No llegaría a ningún lado presionándolo; más aún con el temperamento tan explosivo que venía demostrando desde que despertó.
—Ve, Tris— ella titubeó, antes de ayudarlo a levantarse—. Yo te esperaré aquí.
—Amelie, ayuda a tu amigo a subir las escaleras—. Ordenó Fran.
Rosalie observó al chico tomar una muleta y usarla para avanzar. Él no le permitió ayudarle, y caminó despacio, subiendo las escaleras con cuidado. Dominic se sostenía con fuerza del barandal. Las gradas de ese lugar eran más pequeñas que las de su casa, y se le dificultaba moverse. Nick respiró profundamente, recordando que, dentro de tres días, al fin le quitarían el yeso.
Los dos jóvenes entraron en silencio a la recámara de Rosalie; y Dominic cerró la puerta tras él. No quería que el eco de sus voces saliera; o que Rebecca se entere de qué hablaría con la princesa. Se acercó a la chica, quedando a menos de un metro de ella; tenía mucho que decirle.
─¡¿Por qué me dijiste Dominic en frente de Rebecca?! ─Inquirió de golpe, tratando de no elevar mucho la voz─. ¿Qué te pasa?
Rosie se sintió confundida con la pregunta del chico. Cuando lo conoció, él se mostró bastante orgulloso de quién era. No entendía el cambio repentino de actitud.
─Porque ese es tu nombre─ contestó, desviando la mirada, y retrocedió un poco─. Tú eres el príncipe Dominic Van Dijk.
El chico maldijo por lo bajo y dio un par de vueltas por la habitación, tratando de no alterarse. Todo su teatro se iría al agua si Rosalie continuaba llamándolo por su verdadero nombre.
─Eso ya lo sé─ repuso entre dientes, deteniéndose─. Pero aquí ya nadie me llama así. ¿Acaso no te han dicho que el Valle de Kauyen no existe en este lugar? ─Cuestionó, alterado.
Rosalie elevó el rostro, desconcertada por las palabras del chico. Oír a Dominic decir eso confirmó todo lo que la doctora Marissa le dijo. Él era el único nexo real que tenía con su verdadero hogar; lo único que demostraba que la isla sí era real. La seguridad que mostraba el príncipe la aterró. Eso significaría que ambos estaban atrapados en esa realidad.
—Pensé que era mentira— manifestó, sentándose en la cama. Todo se volvía difícil de procesar—. Creí que la doctora Marissa ocultaba información, y que había algo más detrás de todo esto; algo que tuviera sentido para mí—. Musitó, con la respiración entrecortada.
Dominic bufó al ver la reacción de la chica. Él no tenía ganas de aguantar dramas innecesarios, o tener que actuar como su tutor. A Nick le tomó un golpe de Rebecca, y tres sesiones de terapia comprender todo. Ella debía agradecer que él le simplificó la información.
—Marissa no miente —repuso, encogiéndose de hombros—. Por algún motivo, nuestra isla jamás existió en este lugar.
Rosie se sintió indignada al escucharlo hablar con tanta soltura. Acababa de confirmar que, ni su hogar, ni su familia, existían más; y él se veía tranquilo con eso. Dominic era el siguiente en la línea de sucesión de los Van Dijk. No le parecía correcto que se exprese de esa manera.
—¿Y estás bien con eso? —Cuestionó, realmente intrigada—. ¿Es que a ti no te importa tu reino?
Dominic rio con fuerza al escuchar eso. Lo último que él quería, era asumir la corona de Kauyen.
—Ese era el destino de Charles. Él sí planeaba mejorar las cosas en el Valle—. Contestó con una sonrisa ladina—. A mí me obligaron a aceptar todo esto después de su muerte. Ni siquiera pidieron mi opinión; yo solo deseaba era continuar haciendo carreras en los prados—. Confesó irritado, recordando el día que pasó todo.
La chica sintió la rabia en cada palabra que el chico profirió; pero no se dejó contagiar de esta. Aunque ella tenía muchas dudas sobre reinar, y desposar a alguien que no conocía; jamás renegó de su suerte. Rosalie fue preparada desde los doce para asumir la corona de Sarauta; a pesar que Garfield mantenía la esperanza de tener un varón antes que llegue ese momento.
—¿La doctora te dijo algo más? —Preguntó, buscando obtener más datos—. ¿Sabes algo de Sarauta?
Nick se sentó en una silla cercana a la puerta, y recostó la muleta sobre la pared. Se pasó una mano por el cabello, peinándolo hacia atrás. Él recordó que quiso hablar con Rosalie semanas atrás; pero verla tan confundida solo le confirmaba que ella no tendría información nueva.
—Solo sé que aquí, somos simples desconocidos—. Replicó con ligereza—. No hay compromiso, no hay boda, no hay padres. No hay nada que nos ate—. Sonrió victorioso. La libertad nunca sonó mejor.
El corazón de la princesa se aceleró al escuchar eso. Ella no estaba lista para olvidar a su familia, o a Patrick, para siempre. Rosalie sintió dolor al pensar en él. Lo extrañaba demasiado, y pensaba constantemente en su antigua relación. Ella tenía la esperanza de volver a verlo; sin embargo, era consciente que eso ya no sería posible. Además, le intrigaba que Dominic dijera que ellos no se conocían; cuando ella tenía pruebas de lo contrario.
—Dominic, ¿estás seguro que no nos conocemos en este mundo? —Cuestionó en voz baja; girando en su asiento para poder verlo.
El chico saltó con la interrogante, y se reclinó hacia adelante. Quizás, ella sí sabía algo más.
—¿Por qué lo dices? —Inquirió, arrugando la frente— ¿Te han comentado algo que a mí no? ¿Qué sabes sobre el accidente?
Rosie se sintió aturdida por la lluvia de preguntas. Ella escuchó rumores sobre un accidente, pero nadie en el hospital le explicó cómo sucedió todo. Dudó sobre si contarle lo de las fotografías; sin embargo, prefirió callar. No quería seguir exponiéndose a los gritos del príncipe.
—Yo... yo no sé nada sobre un accidente—. Expresó, nerviosa—. Solo fue una pregunta—. Agachó la cabeza.
Dominic rio con amargura, decepcionado de la respuesta. Aunque él ya estaba adaptándose a su nueva vida, todavía tenía muchas dudas sobre lo sucedido.
—Ya no importa que digan que íbamos juntos en el auto, me queda claro que tú estás más confundida que yo—. Masculló, cruzándose de brazos—. Eres demasiado despistada, Rosalie—, la acusó—. Deberías dejar de vivir en tu mundo de fantasía y tratar de comprender la realidad—. Espetó.
Rosalie se sintió intimidada, y entrelazó sus dedos al oír eso. Temía que se repita lo que pasó en el hospital. Los ojos empezaron a picarle; sin embargo, ella necesitaba ser fuerte. No dejaría que él vuelva a verla llorar; no le daría el gusto de seguirla ofendiendo.
—Si solo has venido a gritarme, te pido que, por favor, te retires de mi habitación—. Solicitó educadamente, poniéndose de pie—. No me siento cómoda contigo cerca
Dominic levantó una ceja, ladeando una sonrisa. La actitud de la princesa le divirtió. Ella se notaba molesta; e incluso así, mantenía la calma y los buenos modales.
—La verdad, yo no quería venir aquí; Rebecca me obligó—. Habló sin darle importancia, y se encogió de hombros—. Ella quiere que me disculpe contigo por lo que pasó en el hospital; dijo que estuvo mal hacerte llorar cuando nos conocimos—. Carraspeó—. Pero, yo solo te dije la verdad; fuiste tú quien decidió llorar. Yo no te di motivos para hacerlo, no fue mi culpa—. Ladeó la cabeza.
Rosalie no se extrañó con las palabras del príncipe. Era más que obvio que él no querría disculparse, pero le llamó la atención que aquella mujer lo estuviese forzando a pedir perdón. Hacía más de un mes que ocurrió el incidente del hospital, y ella prefería no seguir pensando en eso.
—No tienes que disculparte si no quieres hacerlo—. Rosie avanzó dos pasos—. Pedir perdón no sirve de nada si no lo sientes realmente—. Expresó seria, recordando las enseñanzas de Raveena.
Dominic asintió, inexpresivo, y se levantó, tomando la muleta. Se acercó a ella, despacio; todavía tenía una cosa más por decirle.
—En ese caso, me voy— sonrió, quedando a escasos centímetros de la princesa—. Pero, antes de eso, hay algo que necesito decirte. Cosas muy malas podrían pasarnos, sobretodo a mí, si creen que seguimos actuando como los herederos de Kauyen—. Habló en tono sombrío—. Así que, si alguna vez nos encontramos en público, no se te ocurra llamarme Dominic—. Amenazó—. Ahora soy Tristán.
Rosie lo miró fijamente a los ojos. No quería mostrar debilidad. Necesitaba soportar un poco más.
—No te preocupes—. Repuso, cruzándose de brazos—. Yo no quiero volverte a ver—, aseveró.
Dominic no supo qué contestar por un momento; no esperaba que ella le respondiera de esa forma. Sostuvo la mirada de la joven varios segundos; creyendo que ella diría algo más, pero no lo hizo. Necesitaba pensar rápido en algo; no la dejaría ganar. Recordó que todavía le quedaba una carta por jugar, y sonrió mientras se acercaba a la ventana.
—Suerte evitándome; mi casa es la que está al lado—. Rio con sorna.
—¿Qué? —Preguntó atónita, incrédula de lo que escuchó—. ¿Cuál es tu casa?
Nick se recostó en la pared, escaneando el rostro de la chica. A él tampoco le agradaba ser su vecino; sin embargo, agradeció tener esa información a su favor. La expresión de Rosalie era invaluable.
—¿Acaso estás sorda? —Preguntó con ironía—. Yo vivo al costado; al otro lado del árbol—. Señaló con el pulgar, sin dejar de verla.
Rosalie se sintió tentada a correr hacia la ventana, pero no lo hizo. Debía mantener su postura, a pesar que las emociones colisionaban dentro suyo. Eso explicaba muchas cosas, empezando por la fotografía.
—No creí que volveríamos a vernos después de esto—. Murmuró, con la mirada perdida. No podía pensar con claridad.
El chico rio, sacudiendo la cabeza, y avanzó hacia la puerta; dispuesto a irse.
—Parece que nos veremos más de lo que desearía—. Mencionó, quedando a su lado y tomándola del brazo—. Así que, recuerda lo que te dije. Si en algún momento nos encontraremos en público, frente a otras personas, no me digas Dominic—. Aseveró y pasó saliva—. Además, tú también deberías acostumbrarte a tu nuevo nombre, Amanda—. Guiñó el ojo y rio; equivocándose con el nombre a propósito.
—Mi nombre es Amelie—. Corrigió, soltándose de su agarre.
Rosalie escuchó la puerta abrirse, y a Dominic bajar las escaleras. Ella no quería moverse, pero se acercó a la ventana. Se recostó con cuidado sobre el marco, y observó la casa y el árbol que las conectaba. Pensó en todas las veces que ella se preguntó quiénes vivirían allí, y se arrepintió de, al fin, conocer la respuesta.
Rosie permaneció en la misma posición, hasta que vio al príncipe y la mujer ingresar a esa residencia. Ella se apresuró a cerrar la cortina antes que uno de los dos la viera. Regresó a su cama, aturdida por todo lo ocurrido, decidiendo que no volvería a abrir la cortina.
—Amy, ¿puedo pasar? —Preguntó Frances, sacándola de sus pensamientos. Ella asintió—. Tristán y tú estuvieron mucho tiempo encerrados aquí. ¿Hablaron de algo importante? —Curioseó, sentándose a su lado.
Rosalie cerró el costurero y lo puso sobre su mesa de noche antes de contestar.
—No realmente. Él sólo vino a disculparse por lo que pasó en el hospital—. Explicó, tratando de no hablar de más.
Frances se sintió complacida al oír eso. Al parecer, los chicos empezaban a llevarse bien.
—Quién lo diría. Además de guapo, él es todo un caballero.
La princesa evitó hacer una mueca al oír eso. Dominic era cualquier cosa, menos un caballero.
—Sí; creo que él es amable─. Mintió, intentando no titubear.
Frances detectó el temblor en la voz de su hija, y prefirió decirle lo que pensaba, antes que la conversación tome otro rumbo.
—Amy, escucha—. La tomó del antebrazo—. Sé la opinión que tienes con respecto a Tristán, pero creo que sería bueno que se frecuenten un poco más.
—No entiendo, madre—. Rosie repuso de inmediato, sin reparar mucho en las palabras de Frances—. ¿A qué te refieres?
La mujer tomó las manos de su hija, y la miró a los ojos. Por momentos, agradecía que ella no recuerde el pasado por completo.
—A que sean amigos—. Sonrió con picardía—. Ya sabes, que conversen más seguido, o que salgan a pasear—. Insinuó.
Rosalie negó con la cabeza, incómoda. Lo único bueno de ese extraño mundo era que ella ya no debía casarse con Dominic. No entendía por qué Frances mostraba interés en que se vincule con el príncipe.
—Madre, no creo que sea buena idea...
—Amelie, ya hemos hablado de esto antes—. Frances la interrumpió; hablando en tono pasivo. Ella apenas se estaba acostumbrando a la nueva personalidad de su hija, y no planeaba asustarla—. Solo te pido que lo pienses; no es nada malo—. Ella sonrió y se levantó—. Iré a lavar todo, y en una hora empezaré a cocinar— avisó—. Te llamaré cuando sea momento de comer.
Rosalie no dijo más, mientras su madre salía abruptamente de su recámara. Sin duda, la conversación con su madre fue lo más extraño del día. Ella no planeaba conversar con Dominic de nuevo, y no le daría más vueltas al asunto. Rosie era obediente, pero todavía tenía decisión sobre lo que acataba, y lo que no.
La chica cerró la puerta y le puso seguro, antes de empezar a llorar. Todo lo que le explicó el príncipe volvía a su mente, y las ideas se mezclaban entre sí. Tenía mucho que asimilar y comprender; iniciando por su familia y el hecho de no volver a verlos jamás. Ella no entendía nada; sin embargo se veía forzada a aceptar una vida muy distinta a la suya. Rosie se echó en la cama, y hundió su rostro en una de las almohadas para continuar sollozando. Ya no sabía qué pensar, pero rogaba que todo mejore. Ella era consciente que no había retorno, y solo esperaba encontrar una luz dentro de la penumbra en que sentía ahogarse.
Hola, aquí les dejo el nuevo capítulo. Espero les guste mucho
No se olviden de votar y comentar su parte favorita. Todo eso me ayuda a seguir creciendo.
Tenemos nueva portada, y quisiera agradecer infinitamente a la editorial ReedInHouse y a la diseñadora AlexVonnG por su apoyo. Amé el resultado. Los invito a pasar por sus perfiles y ver su trabajo
Sin más que decir, me despido. Nos vemos en el siguiente capítulo
Les envío un fuerte abrazo.
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