CAPÍTULO 19
El hogar al que Rosalie llegó, era muy diferente al que recordaba. La calle, la ropa, las personas; todo en cuanto ella pudo ver, le pareció diferente. Rosie creyó, al inicio, que sólo los médicos de ese lugar usaban una vestimenta diferente a la que ella conocía; sin embargo, cuando vio a las demás personas, supo que estaba equivocada. Ella no sabía que tan fuerte pudo haberse golpeado la cabeza al caer de la escalera, o por qué terminó en ese lugar; pero sentía que las cosas se volvían más extrañas cada minuto que pasaba. Rosalie esperaba que todo cobre sentido cuando Frances la lleve a su hogar, y ella pudiera hablar con sus padres sobre lo que estaba pasando.
Antes de salir del hospital, la mujer la acompañó al baño para enjuagar su rostro. Rosalie se observó en el espejo; sus ojos estaban rojos, pero no hinchados. Ella mojó las puntas de su cabello, acomodándolo, y trató de sonreír. No quería que Garfield o Raveena la vieran llorar. Sabía que, si quería convencer a sus padres de no casarse con Dominic, debía presentarles argumentos firmes, y no llorar frente a ellos. Rosie sabía que si sollozaba frente a ellos, Gar se limitaría a consolarla; sin darle una solución real.
Rosalie enderezó la espalda y elevó la cabeza; recordando que siempre debía mantener una postura erguida al caminar. Avanzó con cuidado, y tomó a Frances del brazo para que la ayude a andar. Ella no se explicaba por qué le dolían los tobillos, y le costaba asentar el pie. Recordó, que esa no era la única molestia que tenía desde que despertó en ese lugar. Al inicio, sintió un dolor terrible en la espalda, que hacía que le costara un poco respirar; demás del yeso que le impedía mover el brazo derecho. Además, se percató que tenía varios moretones y cicatrices en el cuerpo; cuando ella estaba segura que no se golpeó jamás. Le alegró recuperar la movilidad completa de su brazo, y que la incomodidad en su espalda haya menguado; aunque sentía que respiraba más lento que antes.
La joven pelirroja observó maravillada el pabellón principal del hospital, era la primera vez que estaba en esa parte del lugar. Una de las enfermeras le había explicado qué era un hospital, y las cosas que se hacían ahí. Le parecía que, el pequeño jardín a la entrada, las rampas de concreto, y las bancas de madera alegraban el aura lúgubre del nosocomio. Ella aún no comprendía por qué los enfermos iban a un recinto a ser tratados, en lugar de recibir a los doctores en sus casas; pero esa idea le llamaba la atención.
Frances y Rosalie cruzaron juntas las rejas frontales, dejando finalmente el establecimiento. Ambas caminaron hasta la esquina de la calle, deteniéndose ahí. Fran colocó el bolso que cargaba en el suelo, y observó con ansias la calle. Ella esperaba que pase un taxi para poder llegar rápido a su hogar.
Rosie suprimió un leve grito, notando lo diferentes que eran esas calles a las que conocía. En Sarauta, los pisos eran irregulares y de adoquín; pero ahí, el suelo era color grisáceo y por completo plano. Ella no conocía mucho sobre materiales de construcción, pero se convenció que debieron de haber trabajado con implementos diferentes. Le restó importancia al nuevo diseño de las casas y calles, a pesar que nada era como recordaba. Rosalie confiaba en que todo tendría sentido cuando volviera a su hogar.
Rosalie juntó sus manos y las colocó sobre su vientre, esperando. Vio de reojo que Frances agitaba un brazo con fuerza, y temió que estuviese tratando de ahuyentar una abeja. Ella era alérgica a su veneno. Dio un paso hacia atrás, antes que un vehículo extraño se detenga junto a ellas. Rosie no supo cómo describir lo que veía. Era color blanco, mucho más pequeño que un carruaje, y con ruedas diferentes también. Además, ningún caballo tiraba de él.
Frances se acercó a la ventanilla delantera del auto, y le dictó su dirección al chofer. Él calculó rápidamente cuánto costaría llegar ahí, y le dijo el precio. Fran aceptó y subió al taxi; no le cobraría mucho. Vio a su hija, inmóvil en la acera, y la llamó; ella no quería perder tiempo.
─Sube ─pidió desde el interior del vehículo, haciendo una seña con la mano.
Rosie asintió, anonadada. No sabía cómo subir, y se sintió incómoda al ver el reducido espacio del vehículo. Entró con cuidado de no golpearse la cabeza, y se sentó junto a Frances. El asiento era más cómodo que el de los carruajes que tenía su padre.
El camino hasta la casa de las Taylor fue largo y silencioso. Ninguna mencionó palabra, y el taxista se limitó a colocar música en volumen bajo. Rosalie se concentró en observar por la ventanilla, viendo paisajes muy distintos a los que recordaba. Las calles estaban llenas de vehículos idénticos al que las estaba movilizando, y solo algunas personas iban a pie. Pasaron frente a varios parques y plazas, y Rosalie solo pensaba en bajarse y jugar en ellos. Estaba fascinada con lo que había.
El auto se detuvo veinte minutos después, frente a una casa amarilla de dos pisos. La puerta era de madera gruesa, pero se veía despintada. Las ventanas estaban sucias; y las cortinas grises no dejaban ver el interior. Rosie bajó del auto; siguiendo a Frances hasta la entrada de la vivienda. Ella sacó una llave de su cartera, y abrió con facilidad la puerta. Rosalie ingresó dudosa; ella jamás había estado ahí.
─Frances, ¿dónde estamos? ─Rosalie preguntó con amabilidad; analizando la sala de la casa.
La mujer fingió sonreír al escuchar su pregunta y cerró la puerta. Ella no se acostumbraba a que Amelie la llame por su nombre; pero ella se negaba a decirle mamá desde que despertó.
─Estamos en casa─. Contestó tranquila─. ¿Acaso no reconoces tu propio hogar? ─Cuestionó.
Rosalie recorrió la sala, despacio. Observó los muebles, paredes y adornos del lugar. No se parecía, en lo absoluto, a su castillo en Sarauta.
─No, Frances, este no es mi hogar─. Negó con la cabeza─. Yo vivo aquí─. Repitió─. Yo necesito volver a mi casa y hablar con mi padre. No puedo quedarme con usted─. Su voz sonaba firme y suplicante a la vez.
Frances sintió una punzada en el pecho al oír eso. No podía creer que, después de todo lo que había ocurrido, su hija dijera que preferiría vivir con George, y no con ella. Pensó en la pelea que tuvieron la mañana del accidente; haciendo que la pena se mezcle con rabia y decepción. La indiferencia que ella demostró durante los últimos días, le hacía sospechar que, muy en el fondo, Amelie seguía molesta con ella.
─¿Estás escuchando lo que dices? ─Inquirió alterada─. Tu padre es un cobarde que nos abandonó hace años, ¿y tú dices que quieres ir a vivir con él? ─Elevó la voz─. Sé que hemos tenido problemas, pero este mes que pasó, la única que se preocupó por ti, fui yo. Estuve contigo en el hospital, y cuidé de ti hasta que despertaste─, le recriminó─. Así que no te atrevas a decir que prefieres estar con el imbécil de George, porque no lo voy a tolerar, Amelie.
Rosalie se asustó con los gritos de Frances; pero no lo expresó en su rostro. Ella no permitiría que hablen mal de su padre, aún cuando la mujer confundió su nombre.
─Mi padre se llama Garfield Duboisse y no es ningún un cobarde─ habló firme─. Es el mejor rey que Sarauta ha tenido. No dejaré que usted diga mentiras sobre él─. Defendió, apretando las manos por el enojo─. Yo no puedo estar aquí, necesito ir a mi verdadero hogar.
La mujer suspiró rendida al oír eso; era otro de sus desvaríos. Lamentó haberla gritado, pero le costaba entender la nueva actitud de su hija. Clarke le dijo que debía tratar a Amelie con cuidado, hasta que su memoria se restablezca. Frances necesitaría mucha paciencia para lidiar con ella, y eso era lo que menos tenía.
─Amelie─, llamó, mirándola a los ojos y bajando su tono de voz─. Entiendo que las cosas aún están confusas en tu cabeza, pero tienes que recordar quién eres; y dejar atrás la fantasía en la que vives─. Explicó pausadamente, mirándola con tranquilidad─. Sabes, lo mejor será que descanses un poco. Ven─ hizo un movimiento con la mano.
《Yo sé quién soy─ pensó furiosa, sin atreverse a decirlo en voz alta─. Usted es quien está confundida.》
Rosalie obedeció sin proferir ruido alguno. Ella presentía que Frances no era mala, o pretendía serlo; pero no le gustaba que ella actúe como si lo supiera todo. Nadie en ese lugar sabía quién era ella en verdad, y eso la frustraba. Rosie quería comprender lo que pasaba a su alrededor, pero los demás no entendían lo que le sucedía. En el hospital, escuchó decir a varias personas que ella estaba loca, y eso le incomodó.
Frances se detuvo en una habitación del segundo piso. La puerta estaba abierta, y Rosalie entró en silencio. No deseaba seguir hablando con ella.
─Iré a cambiarme de ropa, y luego prepararé el almuerzo─ Fran habló con calidez─. Puedes dormir un poco, o ver televisión si deseas.
La mujer presionó el interruptor de la luz, encendiéndola, antes de avanzar hacia su propio dormitorio. Rosalie recordó haber visto, en el hospital, botones similares al que Frances oprimió; y le alegró saber que esa habitación también tenía uno. Decidió dejar la luz apagada; el brillo del sol iluminaba la recámara a la perfección. Rosalie se acercó a la ventana, en la parte izquierda del recinto, y corrió las cortinas, dejando que entre más luz al lugar.
La joven decidió abrir la ventana y sonrió al sentir la brisa fresca del aire en su rostro. Se recostó con cuidado en el marco de esta, y observó lo que había a su alrededor. Divisó la pared lateral de una casa a varios metros de distancia. Además, un gran árbol, de tronco y ramas gruesas, separaba ambas viviendas. Sus ramas chocaban contra la pared de su casa, sin llegar a golpear la ventana.
Rosie volvió la vista a la otra casa. Era color verde oscuro, y tenía un piso más que la suya. Habían varias ventanas, pero todas estaban cerradas. Ella trató de ver el interior a través de los cristales, pero no pudo; una tela oscura parecía cubrirlas todas. Rosalie sintió curiosidad por la casa, y se preguntaba quién podría vivir allí. Ella jamás tuvo vecinos en Sarauta.
Rosalie sonrió, y giró con cuidado para acercarse a la cama. La luz extra le permitió inspeccionar mejor la recámara. Era de tamaño mediano, y estaba parcialmente limpio; pero eso no la impresionó. Le sorprendió ver el desorden en algunos rincones del lugar. Los cajones del tocador estaban abiertos, y varias prendas de ropa salían de estos. Una pila de libros descansaba en el suelo, cerca de la cama; además de haber hojas sueltas bajo la cama. Los zapatos permanecían dispersos por la habitación, y la mayoría, no tenía pareja.
Ella pensó, con nerviosismo, que esa no podía ser su alcoba. Una señorita no podía vivir en ese desorden, y Rosalie jamás dejó algo fuera de su lugar. Se negaba a creer ella fuera capaz de dejar una recámara en ese estado. Ella se convenció, aún más, que ese no era su hogar; sin embargo, desde que despertó en el hospital, todos trataban de persuadirla que sí pertenecía a ese mundo tan extraño en que estaba.
Frances se asomó por la puerta con cautela. Tenía el cabello húmedo y un vestido de diario. El baño le había ayudado a calmarse y relajarse. Ella esperaba que su hija vuelva a ser la de antes; no sabía cuánto toleraría escuchar a Amelie hablar como si fuera otra persona.
─Amy, estaré abajo─ dijo con una sonrisa, captando la atención de la chica─. Puedes llamarme si necesitas algo.
La joven asintió sin mucho interés. Ver a Frances de mejor humor, hizo que ella se anime a preguntarle algo. Solo rogaba con que, en esa ocasión, su interrogante no la haga enojar.
─Frances, hay algo que quisiera consultarle─. Expresó con amabilidad, acercándose a ella─. ¿El ama de llaves vendrá pronto? ─ladeó una sonrisa y juntó sus manos.
Frances rio con fuerza al escuchar la pregunta. Era consciente que su hija estaba confundida sobre muchas cosas, pero le pareció gracioso que Amelie creyera que una sirvienta llegaría a ordenar su casa.
─¿Qué? ─Preguntó, dejando de reír─. ¿De qué estás hablando?
Rosalie se ruborizó un poco con la reacción de la mujer. No entendió por qué comenzó a reír cuando ella habló. No le estaba contando chistes.
─Del ama de llaves, o la persona que se encarga del orden─. Explicó de forma educada─. Mi habitación está hecha un desastre.
Frances soltó otra carcajada con las palabras de su hija. Sabía que no debía reírse de ella, pero no pudo evitarlo. Ellas jamás habían tenido la posibilidad de contratar a alguien que les apoye con la limpieza; y Amelie nunca antes se quejó de su desorden. Ella era limpia, pero no ordenada.
─Amy, tú hiciste ese desorden. Tú debes acomodarlo─. Le explicó con suavidad─. Yo limpié un poco mientras estabas en el hospital, pero recordé lo mucho que te molesta que toque tus cosas. Por eso, solo barrí y saqué la ropa sucia─. Señaló un canasto vacío.
Rosalie no supo qué contestar, y solo asintió con la cabeza. Frances le repitió que podía llamarla en cualquier momento, y se alejó por el pasadizo. Rosie escuchó sus pasos bajar por la escalera; antes que el silencio reine nuevamente. Ella meditó sobre lo extraña que se sentía en esa casa, y lo diferente que parecían ser las cosas allí. Suspiró, decepcionada por lo que pasaba; sin comprender cómo terminó en un lugar tan diferente donde nadie parecía conocerla, o darle razón de sus verdaderos padres. Frotó su cuello
La joven miró la cama, tendida, pero no quiso echarse. Había pasado días postrada en una de las camas del hospital, ella quería moverse. Decidió ordenar un poco la habitación, esperando encontrar algo que le ayude a entender lo que sucedía. Rosalie se acercó al tocador, junto a la ventana. Era más pequeño que el que tenía en Sarauta, pero le causaba curiosidad las cosas que encontró encima. Varios frascos rectangulares, de distintos tamaños, estaban regados en la superficie. Ella notó que podían abrirse, y vio que cada uno era de un color diferente; sin embargo, no supo para qué servían.
Rosie dirigió su atención al primer cajón. Estaba entreabierto, y ella lo jaló con cuidado, descubriendo gran cantidad de papeles. Los sacó y ordenó, pero no leyó su contenido. Antes de regresarlos a la gaveta, observó unos dibujos que llamaron su atención. Las tomó, sin saber con exactitud qué eran; y dejó las hojas de lado. Las imágenes parecían pinturas, pero eran mucho más pequeñas de lo que ella recordaba. Pensó que, los pintores de ahí debían ser muy buenos para poder pintar en lienzos tan pequeños. Notó, sorprendida, que todos eran retratos suyos.
Ella no podía creer lo que veía. No conocía a las personas que aparecían con ella en las imágenes; además, jamás había usado una ropa tan corta como la que veía. Una sensación extraña se apoderó de ella. Rosie se veía a sí misma, pero sabía que no era ella del todo. Continuó examinado las figuras, e incluso, encontró una de cuando era pequeña. Frances, y un hombre, que ella no conocía, la estaban abrazando. La mujer se veía mucho más joven y feliz que ahora.
Rosalie abrió el cajón del todo, y siguió examinando su contenido. Ella debía encontrar información sobre los chicos que posaban con ella, o la persona que pintó los retratos. Una pequeña tarjeta blanca, al fondo del cajón, llamó su atención. La tomó, notando que tenía varias palabras escritas. La tarjeta era dura al tacto, pero no identificó el material del que estaba hecha. En esta, también había una imagen suya, pero muy pequeña; junto con un nombre; aquel con que la habían llamado tantas veces en los últimos días.
─Amelie Theresa Taylor─. Musitó, sin creer lo que leía─. Esto debe ser una broma.
Ella sacudió la cabeza y la tarjeta, en un intento que las palabras cambien, aunque sabía que eso era imposible. Continuó leyendo, buscando más información. Vio su fecha de nacimiento, catorce de agosto, junto a un número que no identificó. Además, tampoco pudo ubicarse con la dirección que figuraba.
─Amelie, baja a comer─. Escuchó a Frances gritar.
El grito de la mujer hizo que salga del trance en que se hallaba. Rosalie sintió un fuerte dolor de cabeza, debido a la impresión de lo que acababa de descubrir. Comenzó a respirar con fuerza, intentando calmarse. Volvió a colocar todo dentro del cajón, y lo cerró cuando escuchó a Frances gritar por tercera vez. Rosalie salió a paso lento de la habitación, pensando que lo único que ella necesitaba, eran respuestas.
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