CAPÍTULO 12

El neurólogo entró a la habitación con una sonrisa. La joven era su primer paciente del día, y él  había llegado de buen humor al hospital. Las habitaciones eran compartidas, y tenían un aforo para cuatro pacientes, además de un familiar que acompañe a cada uno. Sin embargo, la joven pelirroja era la única en ocupar una cama. Las otras tres, se encontraban vacías. El doctor pensó que ella tenía suerte; la mayoría de cuartos de ese piso se encontraban abarrotadas. 

─Amelie, buenos días─ saludó emocionado─ ¿cómo has amanecido?

La chica no emitió sonido alguno, y respiró pesadamente. Lo miró con una expresión confusa y ladeó la cabeza. Él suspiró, decepcionado. Esperaba que ella volviera a hablar pronto.

Amelie llevaba tres días de haber sido trasladada a un cuarto; pero su estado era igual al día en que despertó. Su estómago se había resentido por las semanas que pasó sin comer, y apenas si probaba bocado. Lo poco que ingería, era devuelto minutos después. Su estómago no soportaba mucha comida; a pesar que solo le daban sopa, gelatina y agua. Estaba mucho más delgada que antes.

Frances pidió que le retiren el suero a su hija, pero la enfermera se negó. Indicó que lo haría cuando la alimentación de su Amelie se regularice, pero no parecía haber fecha para eso. La mujer observaba con preocupación cómo su hija vomitaba gran parte del tiempo que permanecía despierta. Después de salir del coma, Amelie dormía mucho más que antes. 

La joven estaba distraída, absorta en su mente y pensamientos. Observaba todo a su alrededor con verdadera curiosidad, como si fuera la primera vez que veía una habitación así. Frances pensó que era por el equipo médico rodeándola, pero luego notó que su hija no solo se asombraba por los aparatos. Amelie examinaba con la vista el techo, las paredes, la cama, su vestimenta, e incluso, a su madre. Los doctores dijeron que su comportamiento era normal, pues la mayoría de pacientes presentaban cuadros de confusión al salir de un coma. Sin embargo, eso no era lo que alertaba más a Frances. Lo que realmente la inquietaba, era el hecho que ella no había pronunciado palabra desde el momento en que despertó.

Frances sabía que su hija era una chica alegre, vivaz y extrovertida. A ella le gustaba salir a bailar con sus amigos y tener largas conversaciones telefónicas. Amelie era bastante activa y habladora. Ni siquiera cuando le dio faringitis pudo mantenerse callada mucho tiempo. Esos recuerdos hacían que la mujer piense que la chica frente suyo no podía ser su hija. A pesar de verse iguales, ella la notaba muy diferente. Desde que despertó, Amy hacía gestos extraños con el rostro, además de tener una mirada vacía e inexpresiva. Le parecía que ella dejó la sagacidad en el quirófano. 

El neurólogo revisó con tranquilidad a la joven. Verificó sus signos vitales y le hizo varias preguntas simples; era importante para él escuchar alguna respuesta por parte de Amelie. En casos como el suyo, debía saber qué tanta consciencia, o recuerdos, tenía un paciente al despertar. Él necesitaba averiguar si ella tenía algún daño neuronal severo o permanente; pero se le complicaba descubrirlo. Amelie no respondía ninguna de las preguntas que le hacía, ni siquiera con lenguaje no verbal. Ella solo lo observaba con detenimiento; dando la impresión de entender sus palabras, pero no emitía sonido alguno. 

Frances se levantó de la silla en que estuvo sentada y se acercó al médico, cuando este terminó la revisión. 
─Doctor Clarke, ¿cree que podríamos hablar un minuto? ─Preguntó, señalando la puerta con la cabeza. 

Él asintió y cerró el expediente médico que tenía en la mano. 
─Claro Frances─ sonrió y salió del cuarto. Ella lo siguió. 

Fran cerró la puerta tras de sí. Prefería que su hija no escuche la conversación que tendría con el especialista. 

─Doctor, ¿cómo está Amelie? ─Cuestionó, cruzándose de brazos─. Y por favor, dígame la verdad, porque siento que hay algo malo con ella. 

─Escuche, la situación de su hija es estable─ explicó─. La resonancia magnética que le hicimos hace algunas semanas indicó que su cerebro estaba bien. Además, el medicamento que le administramos terminó de desinflamar las zonas afectadas por el golpe. Por suerte, la mancha que vimos después de la operación fue solo una falsa alarma.

─Entonces, ¿por qué Amelie no está hablando? ─Inquirió, tratando de no levantar la voz─. Lleva cinco días despierta y no ha dicho una sola palabra.

Clarke se intimidó con la pregunta y carraspeó. Él se hacía la misma interrogante, y aún no hallaba la respuesta. No podía desestimar la teoría del daño cerebral permanente, pero tampoco podía confirmarla. No sería bueno alarmar a la madre de la joven con suposiciones.

─Frances, su hija estuvo tres semanas en coma─. Habló, buscando las palabras exactas─. Es normal que ella aún esté tratando de acoplarse y entender qué está pasando. En la vida real, a diferencia de películas, las personas no despiertan del coma gritando.

La mujer levantó una ceja. No la convencían las palabras del médico. 
─Pero doctor, yo conozco a mi hija. No es normal que no hable─. Refutó─. Usualmente, no hay forma de hacerla callar, y ahora no abre la boca más que para comer. Quizás, deban hacerle otros análisis─ sugirió.

El doctor meditó en silencio varios segundos. La posibilidad de una nueva evaluación no era descabellada, y ayudaría mucho con un diagnóstico exacto. Pensó rápidamente qué examen era más apropiado para la joven, basándose en su condición. Las tomografías y resonancias quedaron descartadas; no serían útiles en ese caso. Él necesitaba monitorear la actividad cerebral, mas no ver la masa encefálica en sí. 

─Podríamos realizarle un electroencefalograma─ habló decidido─. Eso nos ayudaría a escanear las ondas cerebrales de Amelie, y a descartar cualquier anomalía. 

Frances no entendió lo que el médico decía; pero no lo demostró. Ella aceptaría que le realicen cualquier prueba que la ayude a recuperarse con mayor rapidez.

─¿Y cuando le harían ese estudio? ─Curioseó.

─Tendría que coordinarlo con los otros doctores; además de hablar con los técnicos encargados del área─. Frotó su barbilla, tratando de recordar quién estaba de turno ese día─. Iré a verlos ahora, necesitaría efectuar el EEG cuanto antes. Volveré en un par de horas para la revisión de la tarde de Amelie─. Expresó a modo de despedida. 

Fran asintió, aún confundida por los términos que escuchaba. 
─De acuerdo, doctor─ sonrió─. Antes que se vaya, tenía una pregunta más.

─Claro, Frances. Dígame.

─¿Usted sabe cuándo le quitarán el yeso del bazo? ─Consultó─. Tengo la impresión que le molesta. 

Clarke negó con la cabeza. Esa no era su especialidad.
─No sabría decirle; pero si encuentro a algún colega de traumatología, le pediré que revise a Amelie─. Prometió. 

La mujer volvió a asentir y se despidió con la mano del doctor. Regresó a la habitación, y notó cómo su hija la observaba fijamente; poniéndola nerviosa. Por momentos, le incomodaba la nueva forma en que Amy miraba las cosas. 

Frances pasó de largo, ignorando la expresión de la chica. Ingresó al baño y se lavó la cara con abundante agua. Mojó su nuca, acomodando las leves ondas de su rojizo cabello. Ella tenía el presentimiento que sería un largo día, y debía estar despierta del todo. Se secó con una toalla de papel y salió del sanitario. 

La joven pelirroja observaba atentamente como la mujer salía del baño. La siguió con la mirada hasta que llegó a su lado. Vio que, al igual que siempre, se sentaba en una pequeña silla junto a la cama. Ella le ofreció una sonrisa sincera; y se preguntó por qué la señora no le sonreía de vuelta. Se acomodó con cuidado en la cama y pasó saliva con dificultad. Sentía un leve ardor de garganta. 

─¿Cómo te llamas? ─Preguntó la joven con suavidad. Carraspeó, notando que su voz sonaba diferente. 

Frances casi cayó de su asiento al oír la pregunta. No podía creer lo que escuchaba, su hija finalmente hablaba. Pensó que era un milagro, y aunque sus primeras palabras no fueron lo que ella esperaba, estaba feliz de percibir su voz una vez más.

─¿Amy? ─Fue lo primero que atinó a decir. Le costaba respirar debido a la emoción─. Amy, ¿estás bien? ─Ella se levantó y se acercó a su hija, acariciando su rostro.

La joven hizo una mueca de confusión al escuchar la pregunta; pero no le incomodó el tacto de la mujer. Desde que despertó, todas las personas a su alrededor insistían con llamarla Amelie, y no comprendía por qué. Era la primera vez que alguien la llamaba por un nombre que no era el suyo, y nadie en ese lugar parecía conocerla. La estaban confundiendo con alguien más. 

─No, ese no es mi nombre─. Ella sonrió, decidiendo aclarar su identidad─. Pero eso no importa, yo quiero saber cómo te llamas tú─ pidió con amabilidad.

Frances se asustó con la pregunta. Pensó que el golpe sí había afectado de gravedad a su hija. 
─¿Por qué me preguntas eso? ─Cuestionó, mirándola a los ojos con inquietud─. ¿Acaso no te acuerdas de mí?

La joven negó, tranquila. 
─Es que no sé cómo te llamas─. Repuso con inocencia. Agachó la mirada y empezó a jugar con sus dedos. 

La mujer oyó aquella respuesta con terror, y temió que su hija hubiera perdido la memoria por completo a causa del accidente. Ella no sabía si eso era posible o no, pero le daba pavor pensar en que Amy no recupere sus recuerdos jamás. Ella creyó que tal vez, hasta hacía algunas horas, había olvidado cómo hablar.

─¿Por qué no dijiste algo antes? ─Inquirió, tronando los dedos para llamar su atención─. ¿O es que no recordabas cómo hacerlo?

─Sí sé cómo hablar, pero estaba confundida─. Confesó, después de pensar una respuesta apropiada─. No sabía dónde estaba, o cómo llegué aquí; así que preferí permanecer en silencio. Quería acoplarme al lugar, y tratar de entender lo que sucedía a mi alrededor─. Sonrió, tímida.

─Entonces, ¿ya sabes dónde estás? ─Preguntó, intentando no perder la paciencia y sacar conclusiones antes de tiempo. 

─No, aún no lo sé─. Negó con la cabeza─. Pero decidí hablar porque siento que puedo confiar en ti─. Explicó con calidez; en un tono de voz que Amelie nunca antes usó─. Desde que recobré el sentido, tú has estado vigilándome, lo que significa que eres mi nueva cuidadora─. Manifestó con una sonrisa.

─¿Soy tu qué? ─Frances se enredaba más con las palabras de su hija. 

─Mi cuidadora─. Repuso con solemnidad─. La persona que vela por mí cuando estoy enferma y mis padres no me pueden cuidar─. Explicó─. Por cierto, ¿dónde están mis padres? ─Curioseó─. Quisiera verlos, por favor.

 Frances se enojó con las palabras de Amelie. Ella podía soportar muchas cosas, pero no que ella la niegue. Supuso que ella recordaba la pelea que tuvieron el día del accidente, y montó esa farsa solo para molestarla. Quizás ella no era la mejor madre de todas, pero no merecía ser sustituida en la mente de su única hija.

─¡Deja ya tus juegos, Amelie! ─Exclamó enojada─. No voy a permitir que me faltes el respeto de esa manera. 

La joven vio como la mujer la asió con fuerza de la muñeca que tenía libre. Los delgados dedos de la señora apretaron con fuerza, causándole dolor. La estaba lastimando. 

─Yo no le estoy faltando el respeto─ sollozó, con la voz entrecortada─. Solo pedí ver a mis padres─ repitió.

Fran se sintió tentada a abofetear a su hija. No iba a tolerar que ella siga con una broma tan estúpida como esa.

─¡Amelie, basta ya! ─Gritó, elevando la mano─. ¡Deja de fingir que eres otra persona!

Ella trató de soltarse del agarre de la mujer, pero no pudo. Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos con fuerza. No comprendía qué pasaba a su alrededor, o porqué la señora comenzó a gritarla. Ella pensaba que era buena.

─No... no estoy fingiendo─. Dijo entre llantos─. Yo ni siquiera sé quién es Amelie, mi nombre es Rosalie─. Susurró, agachando el rostro.

Frances la soltó de golpe, aturdida. Sintió que se le bajó la presión al escucharla. Debía haber oído mal.

─Espera, ¿qué? ¿Qué dijiste? ─Preguntó con un hilo de voz.

─Dije que mi nombre es Rosalie. Rosalie Duboisse─. Ella volvió a verla. Sus ojos se estaban hinchando─. Señora, yo no conozco a nadie que se llame Amelie. Todos ustedes me han estado confundiendo desde que desperté. 

Frances retrocedió un par de pasos, anonadada. Pensó que su hija no perdió la memoria, sino que se volvió loca a causa del golpe y el coma. Debía encontrar al doctor Clarke rápido; él sabría qué hacer. 

El chirrido de la puerta abriéndose hizo que Fran gire en un sobresalto. Un hombre, de cabello castaño y con uniforme blanco, las observaba detenidamente. 

─Buenos días─ saludó─. Soy el doctor Tumi, de trauma físico. Me pidieron que revise a su hija─. La señaló con el pulgar, pero se alarmó al ver a la chica llorando─. ¿Está todo bien?

Frances sacudió la cabeza, recobrando el sentido de dónde estaba. Recordó la pregunta del médico y asintió sin mucha seguridad. No podía pensar con claridad.

─Sí, sí, todo está bien─ repuso─. Usted revísela, yo necesito salir un momento. 

La mujer no esperó respuesta y salió con prisa del cuarto. No sabía dónde podría estar el neurólogo de su hija, pero era imperativo que lo encuentre, cuanto antes. Temía que después de lo que sucedió, Amelie decida volver a dejar de hablar. Frances recorrió tres pisos del edificio en que se encontraba, buscándolo en cada habitación que veía. Las técnicas no le daban razón de su paradero, y ella pensó que eran unas incompetentes. ¿Cómo se podía perder un doctor dentro del hospital? 

Fran llegó cansada al otro pabellón; donde se encontraban las unidades de internamiento. La jefa de enfermeras no quería dejarla pasar, pero ella logró escabullirse. Vio a lo lejos al hombre que buscaba, y se aproximó a él antes que alguien la obligue a irse. 

─Doctor, mi hija está hablando─. Frances dijo agitada. Tenía la garganta seca─. Tiene que ir a verla.

Clarke sonrió. Era la mejor noticia que escuchó en todo el día.
─¡Eso es bueno! ─Exclamó.

Frances recuperó el aliento antes de contestar.
─Usted no entiende─. Carraspeó─. Nada de lo que mi hija dice tiene sentido; está desvariando. Debe ir a verla, de inmediato─. Clamó, tomándolo de los hombros. 

El doctor vio terror en los ojos de la mujer. No sabía qué cosas pudo haber dicho Amelie, pero no podían ser tan malas. El solo hecho que ella haya hablado, representaba un progreso enorme en su caso. 

 ─De acuerdo Frances, iré a verla─ la calmó, soltándose de su agarre─. No se preocupe; pero trate de tranquilizarse, por favor. 

Frances sonrió, sintiendo un leve mareo. Estaba segura que también se le bajó el azúcar. Se negó a acompañar a Clarke, y le insistió que él vaya solo a ver a Amy. Caminó con cuidado hasta salir de esa área, apoyándose en las paredes para no caer. Ella decidió buscar algo de comer cuando su estómago gruñó; pero no estaba segura si encontraría algo en ese piso. 

Divisó al final del pasillo una máquina expendedora de café, con una mujer haciendo fila para comprar. Se acercó con paso firme, notando un rostro conocido cerca suyo. Rebecca también iba por una bebida. Frances recordó que Tristán acababa de ser trasladado al área de Cuidados Intermedios; pero a un cuarto diferente, y por eso estaba ahí. Frances sonrió internamente, aliviada. No soportaría que sus hijos compartieran habitación, y tener que ver diario a Rebecca y Michael. 

─Fran, hola─ saludó Becca al verla. Trató de sonreír, pero se sentía débil para hacerlo. 

─Hola Rebecca─ respondió el saludo─ Te ves cansada─ comentó al ver la gran cantidad de ojeras bajo sus ojos. 

Rebecca rio con el comentario, y sorbió por la nariz. Hacía un par de días que Tristán despertó del coma, y todo se complicó después de eso. Al inicio, él estaba demasiado débil como para pronunciar palabra. Sin embargo, pasó las últimas veinticuatro horas hablando cosas sin sentidos. Aunque dormía la mayor parte del tiempo, los minutos que permanecía despierto eran extraños para todos. Tris no era el mismo de siempre. 

─No es nada─ Rebecca contestó, tratando de restarle importancia─. Pensé que las cosas se volverían más fáciles cuando mi hijo despierte; pero estos dos días han sido interminables. 

Frances entendía el sentimiento a la perfección.
─Lo sé─ suspiró─. Pero dime, ¿Tristán no ha mejorado desde que recobró el sentido? ─Preguntó. Frances prefería hablar de cualquier cosa, menos de su hija. 

Rebecca comenzó a sollozar al escuchar la pregunta. Ella no quería seguir llorando, pero la pregunta la quebró. 
─Tristán está muy mal─ musitó, tomando la mano de su amiga─. Mi hijo no se acuerda de nada, ni siquiera de su nombre. 


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