CAPÍTULO 05
Había pasado casi una semana desde que Tristán despertó en aquella extraña habitación; y él aún no se explicaba cómo llegó ahí. Cada minuto que pasaba, una nueva teoría de lo que podía haber ocurrido aparecía en su mente, pero ninguna tenía sentido. Sus ideas eran extrañas, y desvariaban con los pocos recuerdos sueltos que le quedaban. Por un instante, creyó que se trataba de una pesadilla; un sueño realmente malo en que estaba sumido, y trató de despertar. A pesar de los esfuerzos que él hacía, no lo logró. Siempre que volvía a abrir los ojos, continuaba en esa habitación.
Sin embargo, la recámara dejó de preocuparle cuando descubrió qué fecha era. Un par de días atrás, le preguntó a la chica que le llevaba la comida en qué día se encontraba; sin saber con certeza por qué lo hizo. Ella seguía mostrándose nerviosa, y agachó la cabeza antes de responderle.
—Hoy es veintiocho de marzo—. Contestó con timidez.
—¿Cuándo me accidenté? —Consultó con nerviosismo, sintiendo su sangre helarse. Ella debía estar equivocada.
—El... el veintidós de este mes—. La chica musitó—. Durante el cumpleaños del joven Kenneth, su hermano.
Tristán perdió el apetito después de escuchar eso, más nervioso que antes. Amelie y él salieron de su casa el veinticuatro de febrero, y le parecía imposible que hubiera estado un mes inconsciente. Además, su único hermano se llamaba Gael, no Kenneth. Él se convencía más a cada segundo que nada de lo que le decían era real, y le pidió a la joven retirarse. Dio varias vueltas por la habitación cuando estuvo solo, meditando. Los números no cuadraban en su cabeza, y el estómago comenzaba a dolerle. No era posible que ya fuera marzo. Debía haber un error.
Tristán se tiró sobre su cama minutos después, buscando la forma de comprender todo lo que sucedía. Lo único que se le ocurría en ese instante, era que se encontraba en coma debido a las lesiones del accidente. El recuerdo de haber chocado contra un árbol se volvía más vívido en su memoria a cada instante, haciendo que todo cobre sentido. Aunque esa idea lo alivió, hizo que su pulso se acelere. Si eso era verdad, significaba que él era un prisionero de su propia mente.
El joven se levantó, revisando la herida de su frente una vez más. Peinó su cabello hacia atrás, buscando la forma de salir de ese trance. Él sabía que la psique era bastante poderosa, y que podía crear realidades en situaciones como esa; pero nada de lo que estaba a su alrededor parecía ser fabricado por la mente de alguien de veintiún años.
Tristán carraspeó, recordando la edad que le dijo la mujer que llegaba a visitarlo constantemente. Ella insistía en que su nombre era Dominic, y que apenas tenía veinte. La cabeza empezó a punzarle, y creyó que ya no comprendía nada de lo que ocurría. ¿Cómo era posible que hubiera retrocedido un año, y avanzado un mes al mismo tiempo?
Tris decidió cerrar los ojos y concentrarse, buscando cambiar lo que veía a su alrededor. Pensaba que, si todo era producto de su imaginación, él debía tener alguna clase de poder ahí. Se acercó a la puerta, tratando de quitar el seguro con su mente. Por mucho que se esforzó, las cosas permanecieron igual. Con el pasar de los días, él solo confirmó que todo era real. Tristán no era el creador de ese mundo, solo una pieza más.
De todas sus teorías, Tristán seguía pensando que la de estar en el cielo era la más acertada; lo que la convertía en la más aterradora también. Estar en el cielo, implicaba que debía haber muerto, y eso le daba escalofríos con solo pensarlo. Él era muy joven para morir, especialmente de una forma tan brutal como un accidente de tránsito. Tristán tenía muchos planes para su futuro, él había diseñado su vida entera, y ahora no lograría concretar ninguna de las cosas que siempre quiso hacer. Nunca se graduaría como cirujano, y tampoco formaría una familia. Todo por lo que luchó se iría al agua si no descubría pronto dónde estaba, o cómo salir de ahí.
Otra de las cosas que inquietaba a Tristán, era su cuerpo. Él notó grandes diferencias en su cuerpo la primera vez que se duchó, y eso le asombró. Tristán recordó el día que se levantó y observó su retrato en la habitación. Pensó que las proporciones del torso estaban mal pintadas, pero quien estaba equivocado era él. Tristán no lo supo en un inicio, pero al quitarse el camisón blanco con el que despertó, observó que sus hombros eran más anchos de lo usual. Su abdomen estaba marcado por abdominales, y sus brazos eran fornidos y ejercitados. Tocó su cuerpo con nerviosismo, dándose cuenta que los músculos se sentían duros al tacto, casi como si hubiese pasado meses ejercitándose en un gimnasio.
Él estaba muy confundido al inicio. Tristán nunca había pisado un gimnasio en su vida, y le parecía imposible que la forma de su cuerpo cambie tan drásticamente de un momento a otro. A veces, él salía a trotar varios minutos cerca de su casa, pero jamás le atrajo la idea de realizar ejercicios que aumenten su musculatura. Tristán se sentía cómodo con su aspecto; le gustaba ser delgado, y no pensaba que debiera pasarse la vida entrenando en un gimnasio cuando podía hacer mejores cosas con su tiempo. La única explicación que encontraba, era que le hubieran inyectado anabólicos, pero eso era poco probable. Después que el chico logró salir de su habitación y recorrió todo el complejo en que se encontraba, supo que era imposible que alguien de allí conociera qué era un anabólico.
Le tomó dos días a Tristán darse cuenta que, mientras más se rehúse a ser llamado Dominic, más tiempo lo dejarían encerrado en aquella recámara. Lo único que escuchaba era que necesitaba descansar para que sus ideas se aclaren y recuerde quién era en realidad. Anna y Thomas solo le repetían lo irresponsable que sería dejarlo salir en el estado de confusión en que se encontraba. Ellos le dijeron que, si permitían que regrese al campo, podría sufrir un accidente peor. El chico no comprendía a qué accidente podría exponerse si él no planeaba acercarse a los caballos. Él nunca había montado, y le daba miedo la sola idea de aproximarse a uno.
Tristán analizó lo que sus "padres" le dijeron, armando una nueva teoría. Pasó horas meditando en la oscuridad de la noche, pero logró cavilar un plan que lo ayudaría a salir de ahí. Él sabía que la idea que tenía era arriesgada, pero no encontraba más soluciones a su situación.
El muchacho esperó a que Anna regresara a su habitación, y se abalanzó con fuerza sobre ella apenas la vio. La abrazó con fuerza, fingiendo llorar en su oído. Anna se asustó al inicio, pero le correspondió al instante. Su hijito comenzaba a recuperarse.
—Mamá, te extrañé— susurró mientras se alejaba un poco de la mujer.
Los ojos de Anna brillaban de la emoción. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, pero ella no se molestó en limpiarse. Acarició el rostro de su hijo con cariño; y pasó una mano por su cabello, teniendo cuidado de no tocar los puntos.
—Yo también te extrañé, Nick— ella sonrió y volvió a abrazarlo.
Anna corrió hacia la puerta después de soltar a su hijo, y ordenó que los guardias vayan a buscar a su esposo. Thomas debía ver que Dominic ya estaba mejor; él necesitaba saber que su heredero se encontraba bien.
El esposo de Anna entró presuroso a la habitación apenas los guardias le comunicaron la buena noticia. No le dio tiempo a su hijo de hablar, y lo sumió en un fuerte abrazo cuando lo vio. Thomas no era tan alto como Tristán, pero sí tenía mucha más fuerza que él. El chico casi deja de respirar debido a lo fuerte que lo habían apretado.
—Hola papá— alcanzó a decir.
El hombre se alegró de escuchar que su hijo volvía a llamarlo así, y se apartó para verlo a los ojos. Thomas saludó a Dominic con emoción, feliz de notarlo más lúcido que antes.
—¿Cómo te sientes, Nick? —Consultó—. ¿Ya pudiste reconocernos?
—Ahora todo es muy claro— repuso Tristán, ladeando una sonrisa—. Ya no estoy confundido, y pude recordarlo todo—. Él abrazó a ambos a la vez—. Lamento no haberlos reconocido, en serio lo siento—. Fingió pena y agachó la cabeza. Su acto debía ser creíble.
—No te preocupes, mi príncipe— Anna lo tomó de la barbilla, e hizo que levante el rostro—. Eso no importa ya, Dominic. Lo único importante es que estás bien, y que ahora, todo estará mejor—. Ella sonrió, y él imitó el gesto.
Anna tenía razón. Después de su pequeña actuación, las cosas prosperaron mucho para Tristán. Dejaron de encerrarlo en su habitación, y le permitieron recorrer el recinto; además de comer con los demás. El primer día que Tristán pudo bajar a desayunar al comedor, notó cuan grande era realmente el lugar donde estaba. Una gran escalera, cubierta con una alfombra color ocre, se erguía al final del pasillo donde se ubicaba su habitación. Él bajó con cuidado, observando detenidamente las paredes. Todas estaban pintadas con colores y patrones parecidos al de la recámara donde había estado.
Varios retratos hechos al óleo adornaban la pared de la escalera; mostrando una familia sonriente. La familia era encabezada por Anna y Thomas, quienes aparecían retratados con coronas en la mayoría de las imágenes. El chico pensó que eso era extraño, y que ellos eran muy egocéntricos por querer ser pintados como si fueran de la nobleza. Había también varios cuadros de niños, incluso uno de Tristán cuando era pequeño. Él se asombró al verlo, y supuso que sería de cuando cumplió seis o siete años.
Tristán se dio cuenta que, en ese lugar, vivían muchas más personas de las que pensó. Todos quedaron inmóviles cuando lo vieron llegar al comedor, e hicieron una reverencia mientras él caminaba. Tris se intimidó al notar eso, y quiso decirles que se levanten ya que no tenían motivo para reverenciarlo, pero las palabras no salían. Un nudo se formó en su garganta, y no sentía la fuerza suficiente como para romperlo.
El comedor era enorme. Tendría, quizás, más del doble del área de su habitación, y estaba muy bien adornado. Cuatro candelabros, similares a los de su recámara, colgaban del techo, formando una columna. La mesa también era grande, y estaba cubierta con un mantel color blanco. Las sillas eran de cedro, además de tener el asiento y respaldar acolchados. Muchos adornos reposaban en distintas partes del lugar, lo que le daba un aire místico y barroco al recinto. Uno de los primeros pensamientos que Tristán tuvo, fue que se encontraba en un castillo.
Tristán avanzó lentamente y se sentó en el puesto que Anna le indicó. Ella, Thomas, y siete personas más se sentaron consigo. Frente a él había un adolescente, que lo miraba con odio. Y al lado de él, un niño y una niña que se parecían mucho físicamente. Cuatro adultos más también los acompañaron en el desayuno, y todos se alegraban por verlo. Las personas en la mesa le hicieron más preguntas de las que él imaginó, intimidándolo. Tristán no sabía cómo era Dominic, ni qué clase de respuestas solía dar. Se limitó a contestar con frases breves, esforzándose por no mostrar nerviosismo. Todos parecían contentos con sus palabras, así que supuso que lo estaba haciendo bien.
Varias señoritas, con largos vestidos color marrón, entraron al comedor. Llevaban charolas con diversos alimentos, que acomodaron frente a cada comensal; además de dejar varios platos en el centro a modo de buffet. La mesa quedó dispuesta con frutas, pan, varios platillos de aspecto extraño, leche y jugo. Todas las jóvenes se retiraron después de cumplir su trabajo, e hicieron una reverencia antes de salir. Tristán las observó de reojo, pero no reconoció a ninguna. Amelie no estaba entre ellas, y comenzaba a preocuparle el no haberla visto aún.
Thomas dio unas palabras antes de iniciar el desayuno; y anunció que organizaría un banquete para celebrar que Dominic se estaba recuperando. Tris se limitó a sonreír y fingir emoción; él no tenía ánimos para festejar. El hombre levantó una copa, y todos lo imitaron. Hizo un brindis por su hijo, llamándolo heredero, y todos vitorearon su nombre. Tristán no sabía qué heredaría, pero debía ser algo grande para causar tal emoción.
«Quizás— pensó —yo seré el nuevo dueño de esta casa.»
Thomas no dilató más el tiempo e indicó que podían empezar. Todos tomaron sus tenedores y, por un momento, dejaron de ponerle atención a Tristán para disfrutar su comida. Él hizo lo mismo y se dispuso a probar el desayuno que le habían servido. La comida se veía mucho más apetitosa en el comedor, que las veces que comió encerrado en la habitación. Mientras Tristán cortaba algo, que parecía ser una tarta de verduras y carne molida, otra idea descabellada cruzó por su mente. Observó detenidamente el cuchillo que tenía en la mano, y notó lo afilado que era. Se cercioró que nadie lo estuviera mirando, y deslizó el cubierto por la manga de su chaqueta. En esos momentos, él agradecía que la mayoría de las prendas que tenía fueran de manga larga y almidonadas.
El chico continuó comiendo, pretendiendo que nada había pasado. La comida estaba deliciosa; era la primera vez que probaba algo así. Tristán hubiera preferido disfrutar más el sabor del desayuno, pero las ideas brotando en su mente no lo dejaban tranquilo. Él regresó a su habitación cuando todos se hubieron levantado de la mesa. Caminó con cautela, cuidadoso que nadie lo siguiera. Cerró la puerta con llave apenas llegó, y rogó que Anna no fuera a aparecerse por ahí mientras llevaba a cabo el experimento planeó.
«Si estoy en el cielo—pensó—el cuchillo no puede lastimarme.»
Tristán pensó que esa era la única forma de saber si estaba en el cielo o no. Era arriesgado pero, si el cuchillo lograba cortarlo, era porque seguía vivo. Si no le pasaba nada, entonces él estaría convencido que sí había muerto. Tristán volvió a mirar la afilada hoja del cuchillo, pasando saliva con dificultad. Regresó la vista a su mano izquierda y carraspeó; aún nervioso por lo que iba a hacer. Posicionó el cubierto sobre su dedo meñique, pero antes que pudiera hacer algo, un ruido lo interrumpió.
El eco de alguien tocando la puerta inundó la habitación, asustándolo. Tristán maldijo internamente, guardando el cuchillo bajo su almohada. Se aproximó a ver quién era y, antes que se diera cuenta, una joven de cabello oscuro se asomó por el umbral e ingresó a la recámara.
Era la primera vez que veía a aquella muchacha. No era la misma chica callada que solía llevarle de comer. Quien estaba frente suyo, tenía una mirada viva y perspicaz; se notaba decidida, y parecía querer algo. Era más alta que la otra chica, y tenía la piel clara. Sus labios estaban bien definidos, y hacían juego con su nariz pequeña. Él pensó que ella era bonita, pero no supo qué hacer cuando lo abrazó con fuerza. Muchas cosas pasaron por su cabeza, pero Tristán supuso que algo raro estaba pasando allí. La joven estaba vestida como las empleadas que sirvieron el desayuno.
—Mi señor— dijo ella sin soltarlo —lo extrañé mucho. No me dejaban subir a verlo.
Tristán se tensó y se alejó de la chica con cautela. Ella lo miraba fijamente, pero él no sabía qué decir. No quería ser grosero, pero se sentía más confundido a cada minuto.
—Disculpa, ¿cuál es tu nombre? — preguntó despacio. No quería quedar como un patán, pero el haberle preguntado eso, lo hizo sentir como uno.
El rostro de la joven se desencajó por completo al oírlo. Ella no esperaba una pregunta así.
—Mi nombre es Kendra, mi señor—. Repuso con vergüenza y agachó la cabeza—. ¿No se acuerda de mí?
—No, lo siento—. Repuso en tono neutral—. ¿Éramos amigos?
La chica no contesto, y comenzó a acariciar su rostro. Colocó ambas manos en su pecho, empujándolo con suavidad a la cama. Ella subió por el costado, colocándose detrás del joven. Empezó a masajear su cuello y hombros, recorriendo cada centímetro de sus brazos con los dedos. Tristán no supo por qué hizo eso, y solo se paralizó.
—Yo le voy a hacer recordar todo lo que olvidó—. Susurró en su oído, besándolo con suavidad—. Se dará cuenta que también me extrañó.
Tristán se movió con suavidad, soltándose de su agarre. Se levantó de un salto, alejándose de la chica. Se dio cuenta que Dominic y ella eran más que amigos, y comenzó a entender la clase de chico que era él. Tris se cruzó de brazos, incómodo por la presencia de la muchacha. Él tenía muchos problemas, y no quería lidiar con uno más en ese momento.
—Kathy, lo mejor será que te vayas—. Habló él, decidido.
—Mi nombre es Kendra—. Replicó ella, enojada—. Pero si así lo desea, su majestad, me iré.
Kendra bajó de la cama, acomodando la falda de su vestido. Se acercó a Dominic, acariciando su rostro una última vez. Le dio un suave beso a modo de despedida, muy cerca de los labios, y caminó hasta la puerta. Hizo una pequeña reverencia, sonriendo antes de salir de la habitación. Ya tendría oportunidad de recuperar el tiempo perdido con él.
Tristán pensó que Dominic era un idiota después de lo que pasó, pero decidió no darle importancia. Agradeció que la chica se hubiera ido, y volvió a asegurar la puerta. Todavía quería llevar a cabo su experimento, y no dejaría que alguien más lo interrumpiera. Se apresuró a sacar el cuchillo de su escondite, apreciando la afilada hoja por varios segundos. Tomó una gran bocanada de aire, haciendo un corte limpio en la parte anterior de su meñique.
La sangre comenzó a salir con fuerza, tiñendo su palma de color rojo. Él solo quería hacerse una herida superficial, pero su piel se abrió con demasiada facilidad. Tristán tiró el cuchillo y corrió hacia el baño de la habitación. Comenzó a echarse agua con la jarrita que tenía, todavía sintiendo ardor. Después de todo, no fue tan buena idea como creyó al inicio.
Tristán se sentó sobre la cama, observando su mano. La sangre se detuvo, y apreció la capa de piel que cortó. Él se alegró de no haber cortado la palma como tenía pensado en un inicio, y procuró no mover el dedo para que no se abra de nuevo. Su teoría falló, pero le ayudó a comprender muchas cosas.
Tris todavía estaba confundido, pero ver la sangre lo alivió. Los fantasmas no sangraban, ni tenían terminaciones nerviosas. Aunque no se explicaba cómo, ni donde, él seguía con vida.
«Si puedo sangrar, significa que no estoy muerto —pensó— y si no estoy muerto, aún puedo encontrar la forma de salir de aquí.»
¡Hola!
Aquí tenemos el quinto capítulo.
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Les mando un abrazote.
Nos leemos pronto.
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