CAPÍTULO 04
Frances Taylor permanecía inmóvil en la sala de espera, mientras le realizaban una resonancia magnética a Amelie. Ella no sabía qué era una resonancia, o para qué servía; y solo le dijeron que esta era importante para el diagnóstico de su hija. Frances siempre detestó los hospitales, y le daba escalofríos pensar por todo lo que su pequeña atravesaba.
Los doctores habían observado una anomalía en la tomografía cerebral de Amelie. Una pequeña mancha en el lóbulo occipital preocupaba a los neurocirujanos que la estaban atendiendo. Las primeras imágenes, tomadas horas después que ella salió de cirugía, no eran concluyentes. Los especialistas aún deliberaban si se trataba de un coágulo de sangre, un tumor en formación, o una inflamación de venas debido al impacto. Sea cual fuera el caso, ninguno de los tres diagnósticos era bueno para la joven.
Durante la junta médica, los doctores decidieron suministrarle los mismos medicamentos que a Tristán para reducir la inflamación del tejido cerebral. Ella había sido inducida al coma; y los fármacos fueron colocados en el suero que le administraban por vía intravenosa. El estado de Amelie no era el mejor después del accidente. Ella tuvo un paro respiratorio durante la cirugía, ocasionado por el colapso de un pulmón al ser perforado por una costilla rota. Lograron salvar el órgano, pero Amelie estaría conectada a un ventilador artificial hasta que el pulmón volviera a funcionar con normalidad. Además, se fracturó el brazo derecho y había perdido las uñas de las mayorías de los dedos de los pies.
La joven recibió una transfusión de sangre durante la cirugía, y necesitaría una más para alcanzar el nivel mínimo de hemoglobina. El tipo de sangre de Amelie era O negativo, lo que complicaba la búsqueda de unidades. El banco no tenía muchas reservas de este tipo, y Frances no conocía a nadie que pudiera donarle. Amy heredó el factor sanguíneo de su padre, y hacía años que no lo veía. Sería imposible que él pudiera ayudarla en ese momento, y Frances temía que la obligasen a comprar una unidad para su hija.
Sin embargo, conseguir la sangre para Amelie no era la preocupación más grande que la mujer tenía en esos momentos. Lo que realmente la inquietaba era la deuda que iba adquiriendo con el hospital, y cómo esta aumentaba con cada análisis o medicamento que le suministraban a su hija. Ellas no tenían dinero y, desde que Amelie cumplió la mayoría de edad, su padre dejó de depositarles la pensión que les correspondía mensualmente.
El dinero que su exesposo enviaba no era mucho, pero les servía para sobrevivir. Los términos del divorcio fueron beneficiosos para ambas; y Frances consiguió que George se hiciera cargo de la mayoría de gastos de su hija. No obstante, hacía más de un año que no recibía un centavo de él, y tampoco tenía forma de contactarlo. Después del cumpleaños número dieciocho de Amelie, no volvieron a saber de él. Lo último que Frances alcanzó a oír de unos vecinos, fue que se mudó al extranjero con su nueva familia.
De pequeña, Amelie nunca comprendió por qué un día su padre se fue de la casa, y no regresó jamás. Ella sabía que él trabajaba hasta tarde, y por muchas noches, guardó la esperanza que él volviera para arroparla antes de dormir. Amy apenas tenía siete cuando sus padres se separaron, y no entendía muchas de las cosas que sucedían a su alrededor. Aunque las peleas y los gritos también le afectaron, ella nunca quiso que su familia se dividiera.
El recuerdo de George Taylor fue desapareciendo de la mente de su hija poco a poco. Un par de meses después de la separación comenzó a faltar a los encuentros semanales que tenía con ella; y, al cabo de un año, solo la llamaba en ocasiones muy específicas. Amelie disfrutaba las visitas de su padre; sin embargo, podía notar en su expresión que él siempre estaba molesto. Ella era pequeña, pero no tonta.
El gran cariño que Amy sintió por su padre se esfumó con los años, y ya ni siquiera quería recordar cómo era su rostro. Prefirió bloquearlo de todas las redes sociales, y no indagar nada sobre su vida. George solo publicaba fotos de su nueva familia, escribiendo que se enorgullecía de cada logro de sus hijos; y Amelie lo detestó por eso. Siempre le dolió no haber oído esas palabras por parte de él. Para ella, lo mejor fue cortar comunicación con su padre después de su cumpleaños.
En el pasado, George nunca fue un hombre hogareño, y solo se casó con Frances porque sus suegros lo obligaron a hacerlo. Él tenía veinte cuando firmó los papeles del matrimonio civil; y no se sentía preparado para la carga de tener una familia. George siempre creyó que todo fue planeado por los padres de Frances; porque después de la boda, ellos se desentendieron completamente de su hija. Solo los visitaron en dos ocasiones después de eso; cuando Amelie nació, y cuando celebraron su primer año. Él no supo más de ellos, pero se alegró. George apenas podía mantener económicamente a su esposa e hija; y no necesitaba la presión de tener que dar dinero a sus suegros también.
Frances no tenía trabajo fijo; y había periodos en que pasaba hasta seis meses sin generar ingreso alguno. Ella tuvo a su hija a los diecisiete años; sin siquiera terminar el colegio. Durante los primeros dos años de matrimonio, se dedicó por completo a cuidar a Amelie y a George, creyendo que contaría con su apoyo para siempre. Ella nunca se preocupó por terminar la escuela, o conseguir un certificado de estudios. Sin embargo, las cosas se complicaron más cuando se vio forzada a buscar un empleo después del divorcio. En todos sus años, jamás consiguió algo donde le pagasen realmente bien.
Frances siempre fue una mujer muy descuidada, y un tanto distraída. Nunca se animó a hacer el trámite de cambio de apellido, y decidió seguir usando el de su exesposo. Ella no creyó que fuera algo importante, y tampoco planeaba volver a casarse. Tras la separación, la relación más larga que tuvo fue de un año, y ella terminó odiando al hombre con quien convivió. Él le reclamaba día y noche que no supiera cocinar, y que no limpiara adecuadamente la casa. Frances sabía que ella no era buena en la cocina, pero odiaba que se lo recuerden a cada minuto.
Frances sorbió por la nariz, pensando en todos los hombres con los que estuvo después de divorciarse. Había convivido con la mayoría de ellos, y se esforzó en pensar en alguno que tuviera dinero suficiente como para ayudarla con las deudas del hospital. Sin embargo, ningún nombre llegaba a su mente. Hacía dos semanas que terminó con su novio, y él se fue de la casa debiéndole una enorme cantidad. No le dio explicaciones; solo tomó sus cosas y se fue. Ella lloró su partida por días, pero ahora le dolía más que antes. En ese instante, se sintió más sola que nunca. Además del dinero, necesitaba un abrazo.
La mujer pasó una mano por su cabello, notando que alguien se sentaba a su lado. Ella no tenía ánimos de voltear, y prefirió seguir mirando el piso, con la cabeza apoyada en una de sus manos. Vio unos pies acercarse, y bufó internamente. No tenía ánimos de conversar con ningún paciente del hospital.
—Mamá, come esto y espérame aquí—. Escuchó una voz masculina, y el sonido de una bolsa—. Regresaré apenas termine. La enfermera me está esperando en el banco de sangre.
—Ve con cuidado, Gael—. La voz de Rebecca era inconfundible—. Tu padre te llevará a casa; no creo que sea bueno que manejes después de donar.
El joven asintió, avanzando por uno de los pasillos. Frances elevó un poco la vista, confirmando que sí era su vecina quien estaba junto a ella. Se acomodó en el asiento, esperando que Rebecca no quisiera conversar. Frances no tenía cabeza para hablar con nadie en esos momentos.
Rebecca dio una gran mordida al pan que su hijo le dio, limpiando sus ojos con un pañuelo. Sus ojos se hinchaban más cada día que pasaba, y no podía dejar de llorar. Aunque trataba de calmarse, pensar que la vida de Tristán colgaba de un hilo la destruía por completo. Ella mojó sus labios, girando para saludar a su vecina. Acababa de donar una unidad de sangre, y todavía se sentía débil. Creyó que sería bueno conversar con ella mientras terminaba de comer.
—Hola Fran— habló con voz queda.
—Hola— Frances contestó, fingiendo una sonrisa.
—¿Cómo sigue Amy? —Preguntó Rebecca después de unos segundos, con genuina preocupación.
—Le están haciendo una resonancia magnética—. Contestó en tono neutral—. Quieren asegurarse que todo esté bien con su cerebro. Los últimos análisis no fueron concluyentes—. Repitió las palabras del doctor.
Frances dio una rápida mirada a Rebecca, escaneando su rostro. Ella se veía demacrada, incluso más que Amelie. Le dio la impresión que su vecina no había dormido desde el día del accidente.
—Esperemos que los resultados de la resonancia sean favorables—. Rebecca comentó con calidez—. No quisiera que algo peor le pase a tu pequeña. Sabes que la aprecio bastante.
Frances fingió otra sonrisa, incómoda. Siempre supo que Rebecca trataba a Amelie como una hija más, pero no quiso hablar sobre eso. Ella carraspeó, pensando en preguntarle por Tristán también. No porque realmente le interesara, sino, para no mostrarse descortés.
—Y, ¿cómo está tu hijo? —Curioseó.
Rebecca soltó un leve sollozo, dolida.
—Lleva tres días en coma—, musitó—, no ha habido mejoría desde entonces—. Sorbió por la nariz y pasó saliva con dificultad—. Lo bueno es que ya programaron su cirugía—. Dijo un tanto emocionada—. El lunes operarán el coágulo que se le formó en el cerebro.
Escuchar eso hizo que a Frances le dieran escalofríos. Ella no sabría qué hacer si le decían que Amy tenía un coágulo; y peor aún, no sabría cómo costear la intervención.
—Pero faltan cinco días para eso—. Afirmó, al recordar el día en que se encontraban—. ¿No sería mejor que lo operen antes?
—Yo pienso lo mismo, pero el doctor está esperando que las otras zonas del cerebro terminen de desinflamarse, y que los medicamentos den resultado.
La pelirroja recordó lo que le dijo el doctor que la atendía, y el momento en que le explicó el estado de su hija. A pesar que ella no recordaba el nombre exacto, sabía que le estaban suministrando los mismos medicamentos que a Tristán. Frances pasó saliva con dificultad, rogando que hiciera efecto en ella también. La idea de una cirugía cerebral la mataba. Frances sorbió por la nariz, y volvió a sumirse en sus pensamientos.
—Fran, ¿estás bien? —Consultó Rebecca, tomándola del brazo—. Te noto preocupada.
Una idea, un tanto loca, cruzó por la mente de Frances al oír esa pregunta. Ella no tenía nada que perder. Rebecca era la única carta que le quedaba, y se arriesgaría a jugarla.
—¿Puedo... puedo contarte algo? —Preguntó con temor.
—Claro, amiga— colocó una mano en su hombro—. Puedes contarme lo que sea.
—Yo... yo estoy preocupada... porque no tengo dinero—. Habló pausadamente, cortando la oración—. No he conseguido un trabajo, y no sé cómo voy a pagar todos los tratamientos.
Frances no esperó respuesta y abrazó a su vecina con fuerza. Comenzó a sollozar en su oído, y dejó que toda la pena que estaba reprimiendo, salga en una sola respiración. Rebecca abrazó a su amiga y acarició su espalda. Ella conocía la situación económica de las Taylor, y entendía por qué ese tema la mantenía preocupada.
—No te preocupes por eso—. Becca sonrió para tranquilizarla y la tomó de las manos—. El auto de Tristán estaba asegurado contra accidentes de tránsito. El seguro corre con todos los gastos, no tienes de qué preocuparte, y yo tampoco.
—¿Lo dices en serio? —Ella esbozó una pequeña sonrisa.
—Sí, es en serio—. Rebecca asintió—. En estos casos, el seguro se encarga de cubrir los gastos médicos hasta que les den de alta. Y este es el mejor hospital de la ciudad. Tengo fe en que nuestros hijos estarán bien.
Frances se alegró al oírla, respirando aliviada. Con esa preocupación menos, solo le quedaba cuidar a su hija hasta que se mejore. Deseaba que Amy se levante pronto de aquella cama.
—Gracias por decirme eso— la volvió a abrazar— me quitas un peso de encima al saber que el seguro cubrirá los gastos. Muchas gracias Becca.
—No es nada, Fran— ella habló con suavidad—. Además, puedes contar con nosotros para lo que sea.
Frances quería seguir agradeciendo, pero la presencia de Michael las interrumpió. Él se acercó a ellas llevando un café y una rebanada de pastel de chocolate. Saludó a Frances y luego abrazó a su esposa.
Rebecca dio un largo sorbo al café. Estaba tibio y muy dulce para su gusto, pero igual lo bebió.
—¿Lista para irnos? —Preguntó Michael, ayudándola a levantarse.
—¿Ir a dónde? —Rebecca preguntó de vuelta—. Tienes que esperar a Gael, no a mí.
—Gael ya está en el auto; vine por ti. Iremos a casa— él habló con obviedad—. Casi no has dormido estos tres días. Necesitas descansar un poco; además debes recuperarte de la donación. Medio litro de sangre no es tan poco como parece.
—Yo no me quiero ir. Tengo que cuidar a Tris— protestó, con los ojos llorosos.
Michael acarició el rostro de su esposa, conteniendo las ganas de llorar.
—Yo regresaré a verlo. Amor, debes descansar; nuestro hijo te necesita fuerte—. Le sonrió, buscando convencerla—. Reposa un par de horas al menos— suplicó.
Rebecca sonrió y aceptó después de pensarlo por varios minutos. Michael tenía razón; no podía cuidar a Tristán si se sentía más débil que él. Le dio la mano a su esposo y ambos se despidieron de Frances antes de salir de ahí.
—¡Espera! —Ella elevó la voz, y regresó a donde estaba su vecina—. Olvidé decirte algo.
—¿Qué pasó? —Frances se intrigó al verla gritar.
—Olvidé decirte algo— repitió—. Mañana debemos ir a la estación de policía. Me pidieron que te avise porque no contestabas el celular.
—¿Para qué? —Frances cuestionó, extrañada.
—Me llamó uno de los oficiales—. Contestó, más tranquila que antes—. Ya tienen una teoría de lo que pasó.
¡Hola!
Aquí el cuarto capítulo. ¿Qué opinan de la familia de Amelie?
¿Qué creen que puedan decirles los policías? Leo sus teorías.
No se olviden de votar, comentar y compartir.
Les mando un abrazote.
Nos leemos pronto.
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