CAPÍTULO 03

Tristán despertó confundido, con cinco pares de ojos curiosos mirándolo fijamente. La cabeza le daba vueltas y la vista se le nublaba, impidiéndole observar con claridad. Sintió nervios de ver a tantas personas rodeándolo, preguntándose por qué él era el centro de atención. El último recuerdo que tenía, era haber esquivado la piedra de la carretera; y todo se ponía confuso después de eso. Intentó elevar la vista, notando cómo las personas conversaban; sin embargo, no pudo distinguir lo que decían. Le zumbaban los oídos.

─¡Abran paso, quiero ver a mi hijo! ─Alguien gritó, desde un lugar que Tristán no alcanzaba a ver. 

Por un instante, pensó que podría tratarse de su padre; pero eso le pareció imposible. Esa voz era demasiado gruesa como para ser la suya. Él continuó moviendo los ojos, tratando de descubrir qué sucedía. Sin embargo, sentía que perdería el conocimiento en cualquier momento. 

He dicho que abran paso─. Ahora, se escuchaba más cerca─. ¡NECESITO VER A DOMINIC! 

Tristán respiró con alivio al oír eso; no lo buscaban a él. El malestar general que tenía, además del fuerte dolor de cabeza, le hicieron sospechar que se encontraría en un hospital. Tal vez, sí ocurrió algo malo después de evitar la roca. Él estaba seguro que Dominic debía ser su compañero de habitación, y sus familiares estarían llegando a verlo. Esa idea lo inquietó, e hizo que varias preguntas se formen en su mente. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Cuánto tiempo llevaba él inconsciente? ¿En qué hospital se encontraba? ¿Dónde estaba Amelie? ¿Ella estaría bien?

Un ruido seco lo sacó de sus pensamientos, y elevó la cabeza; notando que las cinco personas que lo acompañaban se habían alejado. Solo en ese momento pudo darse cuenta que todas eran mujeres; pero eso no fue lo que llamó su atención, sino, la forma en que estaban vestidas. Ninguna de ellas traía puesto un uniforme de enfermera; o ropa que un trabajador del hospital usaría. Todas llevaban vestidos largos y sencillos; de colores claros y sin muchos adornos.

Tristán intentó sentarse, y levantar un poco más la cabeza; pero un fuerte mareo lo azotó. El leve movimiento lo desestabilizó, e hizo que los dolores se acrecienten, causando que la vista se le nuble aún más. Sintió cómo unas manos gruesas y nudosas lo sujetaron por los hombros; alzándolo y abrazándolo con fuerza. Él no entendía quién era el hombre frente suyo, o por qué hacía eso. 

─¡Hijo mío! ─Gritó el señor después de soltarlo; su voz era idéntica a la que había gritado antes─. Por un momento creí que te había perdido, Dominic.

Tristán se sintió aún más confundido al escucharlo; creyendo que el hombre se equivocó de paciente. No entendía por qué pensaba que él era su hijo; o por qué lo llamaba Dominic.
Tristán se esforzó en no perder la conciencia debido al mareo, y trató de identificar quien era la persona que se encontraba arrodillada frente suyo. A pesar de todo, logró reconocer algunos rasgos del hombre que se hacía llamar su padre. Tenía el cabello castaño y largo, más o menos a la altura de los hombros.

─¡DOMINIC! ─El hombre lo llamó de nuevo, dándole leves sacudidas. Tristán sintió cómo el cerebro le rebotaba dentro del cráneo─. Tu madre está en camino, nos tenías muy preocupados. Por un momento pensamos que nunca despertarías─. Musitó la última frase.

El joven negó, sintiéndose más desorientado a cada minuto. La migraña no cedía, y tenía la impresión que algo realmente malo ocurría en esa habitación. Él quiso contestarle; pero las palabras se enredaban en su garganta y no lograban salir por su boca.

─Yo no... no─, masculló finalmente, con un hilo de voz y la respiración entrecortada. En ese momento, se dio cuenta de lo seca que estaba su garganta y lo mucho que le costaba hablar─. No... me llamo... Dominic─, balbuceó, antes que todo se tornase negro; y se desvaneció.

El hombre se asustó al oír las palabras de su hijo; sin embargo, no les dio importancia. Dominic había vuelto a desmayarse, y eso lo aterraba. No soportaría perder a otro hijo en menos de un año.

─¡Dominic! ─Exclamó consternado, al ver a su hijo inconsciente. Golpeó suavemente sus mejillas, en un intento de hacerlo reaccionar; pero él no respondía─. ¡Guardias, vengan de inmediato! ─Llamó.

Dos hombres con cota de mallas, cascos y lanzas en las manos entraron en la habitación. Ellos se encontraban en la puerta, resguardando la recámara del príncipe. 

─¡A sus órdenes, su majestad! ─Dijo el más alto, haciendo chocar la lanza contra el suelo.

─Vayan por los médicos que atendieron a Dominic ayer, todos los que estuvieron aquí─. Ordenó, con una mirada seria─. Necesito que lo revisen cuanto antes.

Ambos guardias golpearon las lanzas contra el suelo; haciendo una reverencia.
─Sí, su majestad─. Repusieron al unísono, antes de salir corriendo.

El hombre se quedó solo con su hijo; acariciándole el rostro y cabello con ternura. Varias lágrimas escaparon de sus ojos mientras lo contemplaba postrado en aquella cama. Dominic siempre fue impulsivo; pero él se sentía culpable por el accidente que tuvo. Si lo hubiera obligado quedarse en la fiesta de cumpleaños de su hermano, nada habría pasado. El joven llevaba casi un día inconsciente, y Thomas temía que algo grave pudiera pasar con él. 

Una mujer de cabello castaño claro, largo y ondulado, entró a la habitación. Llevaba puesto un vestido largo y esponjoso, además de un collar de esmeraldas que reflejaban el verde de sus ojos; a pesar que estos se encontraban hinchados de tanto llorar. Una diadema con incrustaciones de zafiros adornaba su cabeza; que se tambaleaba con cada zancada que daba la mujer.

─Thomas─, saludó con voz queda─, ¿cómo está Dominic? ─Preguntó, sentándose a los pies de la cama. 

El hombre giró sobre sus rodillas para ver a su esposa. Le ofreció una pequeña sonrisa antes de contestar.
─Anna, él despertó─ sus ojos se iluminaron─. Solo fueron unos minutos, pero despertó. He mandado a llamar a los médicos para que lo revisen.

Ella asintió y se estiró para tomar la mano de su hijo. El saber que Dominic había recobrado el sentido la tranquilizó un poco. Anna estaba segura que él mejoraría; algo dentro de su corazón de madre se lo decía. Nick siempre fue un joven fuerte, y con mucha resistencia al dolor. Ella jamás lo escuchó quejarse cuando entrenaba; ni siquiera, cuando perdía contra su hermano mayor. 

Thomas esbozó una débil sonrisa, confiando en que todo estaría bien. Hacía menos de un año que Charles, su primogénito, había fallecido; y todavía no lo superaban. Anna y él apenas comenzaban a reponerse del dolor de la pérdida, y no podían ni imaginar que algo malo sucediera con Dominic. No serían capaces de lidiar con más sufrimiento en tan poco tiempo. 

El leve ruido de alguien llamando a la puerta, captó la atención de los padres del muchacho, haciendo que se sobresalten. Un hombre, vestido con una túnica amarilla y un sombrero de ala, aguardaba en el umbral. Estaba escoltado por los guardias; quienes permanecieron de pie tras suyo.

─Mi rey, mi reina─. Saludó, haciendo una reverencia─. ¿Qué puedo hacer por ustedes hoy, mis señores?

Thomas hizo una seña con la mano, indicándole que se acerque a la cama. 
─¿Por qué solo está usted aquí? ─Inquirió, poniéndose de pie─. Ordené que vengan todos los médicos.

El recién llegado agachó la cabeza con el reclamo.
─Disculpe su majestad, pero mis compañeros realizaron un viaje de emergencia. Requerían sus servicios en otro lugar─. Explicó─. Por el momento, solo he quedado yo.

El rey respiró profundamente, tratando de mantener la calma. No entendía qué clase de emergencia podía ser más importante que atender al príncipe. Prefirió no alterarse más, y conformarse con el médico que llegó; sabía que él era el más competente de los tres. 

─Eso no importa ya─ habló con desgano, tras una breve pausa─. Necesito que revise a Dominic. Él despertó y parecía no reconocerme; además, perdió el sentido minutos después de eso.

El doctor escuchó con atención, y se acercó a revisarlo. Examinó a detalle la herida que el príncipe tenía en la cabeza, y palpó el resto de su cráneo, esperando no encontrar alguna anomalía. Todo parecía estar normal con Dominic; la sutura de su frente permanecía intacta, y no emanaba olor o materia alguna. 

─Él estará bien─. Anunció al terminar la revisión─. Solo deben dejarlo descansar. 

El príncipe Dominic había tenido un accidente el día anterior, cuando salió a montar. Perdió el control de su caballo; cayendo en uno de los saltos que dio el animal. Dominic rodó varios metros por una pendiente, rompiéndose la cabeza al golpearse contra una roca. Uno de los amigos que lo acompañaba lo encontró, y lo llevó de vuelta al castillo. 

Tres doctores se habían encargado de curarlo y sanar sus heridas. Pusieron compresas con ungüentos en los moretones y raspones que tenía, verificando que no tuviese alguna herida profunda en el cuerpo. Lo que más los alarmó sobre el estado del príncipe, fue su cabeza. Se apresuraron a desinfectar y suturar la frente del joven heredero, y limpiar las manchas de sangre de su rostro. Por suerte, esta no fue muy grande, y no requirió demasiadas puntadas. 

Anna se acercó más a su hijo y acarició su rostro febril.
─¿Cómo sigue la herida en su cabeza? ─Preguntó.

─Lo curamos hace menos de un día; es imposible que haya alguna mejora considerable hasta ahora, pero yo le aseguro que su hijo estará bien. Como le dije ayer, solo debe limpiar su frente diariamente para evitar alguna infección. No es nada de qué preocuparse─. Sonrió.

El rey dio un paso hacia la izquierda, acercándose más a la cama, pero no se sentó. Tenía muchas dudas sobre la salud de su hijo, e intentó ordenar pronto sus ideas para hacérselas al doctor.

─Pero el accidente fue ayer en la tarde y recién se levanta; y eso que es casi medio día─. Cuestionó Thomas, nervioso─. ¿No es eso una señal que él está mal? ¿Por qué no despertó antes?

El médico se aclaró la garganta, y revisó la herida una vez más antes de contestar.
─Usted sabe la clase de golpe que recibió su hijo. Es normal que haya permanecido inconsciente todo este tiempo. Su cuerpo y su mente necesitan sanar; y la mejor forma de hacerlo es descansando─. Contestó en tono pasivo, buscando menguar la intranquilidad de los reyes─. El príncipe Dominic estará bien; en un par de días volverá a ser el mismo de antes.

Thomas suspiró aliviado y sonrió; estrechando la mano del doctor. Él rogaba que sus palabras fueran ciertas, y que su hijo volviera a su rutina diaria antes de lo esperado. A pesar que él detestaba que su hijo hiciera carreras con caballos, ansiaba verlo montar de nuevo. Eso era lo único que le probaría que Dominic ya estaba bien. 

El rey acompañó al médico hasta la puerta del cuarto, agradeciéndole por su tiempo y dejando quince monedas de oro en sus manos.
─Antes que se vaya, quería hacerle una última consulta─ susurró el rey. No quería alertar a su esposa─. Cuando Dominic se levantó, él dijo que no se llamaba así. ¿Usted sabe por qué?

El hombre hizo una mueca, pensando una explicación razonable para el comportamiento del príncipe. 
─Él debe estar confundido─. Contestó, restándole importancia─. Recibió un fuerte golpe en la cabeza, es normal que esté confundido. Solo tengan un poco de paciencia; sus ideas se aclararán más rápido de lo que piensa─. Esbozó una sonrisa.

Thomas asintió y pidió a los guardias acompañar al médico hasta la salida del castillo. Su visita lo tranquilizó bastante, sintiendo que el alma le regresaba al cuerpo. Era la primera vez que Dominic pasaba tanto tiempo inconsciente; sin embargo, estaba seguro que él se recuperaría con facilidad.

Tristán se movió levemente en la cama; luchando por despertar. Sintió como si alguien le estuviese tocando el rostro, pero no tuvo la fuerza suficiente para impedirlo. Escuchaba un barullo lejano; sin poder descifrar lo que estaban diciendo. Logró abrir los ojos con lentitud, parpadeando varias veces para aclarar la vista. Evitó hacer cualquier movimiento brusco, apenas girando un poco la cabeza. Todo el cuerpo le dolía y no recordaba por qué.

El joven observó el techo del lugar en que se encontraba, y reconoció que era el mismo que cuando despertó por primera vez. Estaba pintado de color gris claro, pero no había ningún foco puesto en él. Tristán intuyó que sería de día, y que la habitación donde estaba debía tener varias ventanas; todo estaba bastante iluminado. Decidió volver a intentar levantar la cabeza para ver el lugar; pero se topó con la tierna mirada de una mujer que le estaba dando la mano.

Anna llamó a su esposo en un gritó, entusiasmada por ver a Dominic abrir los ojos. Thomas corrió a su lado, volviendo a arrodillarse al lado de la cama. Él notó que su hijo los miraba con extrañeza, y escaneaba el resto de la recámara con rapidez. Los reyes le sonrieron, esperando que su confusión se haya disipado.

─¿Dónde... dónde estoy? ─Preguntó Tristán con miedo, después de algunos minutos. 

Algo dentro suyo le decía que, quizás, no le guste la respuesta que iba a escuchar. La garganta aún le ardía, y no podía elevar mucho la voz. El hombre y la mujer frente suyo se tomaron de las manos, y se sonrieron el uno al otro antes de voltear a verlo.

─Dominic, estás en casa─. Contestó la mujer, acariciando dulcemente su mejilla.

Tristán no entendía qué era lo que estaba sucediendo; pensando que era demasiado para procesar en ese momento. Él jamás había visto a esas personas, y le aterró pensar que lo habían secuestrado. La jaqueca se volvía más intensa cada segundo, y se le dificultaba respirar. Llevó una mano a su sien, sintiendo un dolor indescriptible. Se quejó, sin saber que hacer para aliviar el malestar que tenía. Tristán no estuvo seguro de en qué momento cerró los ojos; pero todo se volvió negro instantes después de despertar por segunda vez. 

La noche fue bastante larga para Tristán; casi como si hubiese dormido por meses. Tuvo pesadillas extrañas; viendo borrosamente a los señores que estaban a su lado en la habitación. Fragmentos de la discusión que tuvo con Amelie en el auto se mezclaban con frases sueltas que escuchaba a lo lejos, y nada tenía sentido. Todo se revolvía en su mente, creando una pesadilla interminable. El único recuerdo claro que prevaleció, fue el haber impactado contra un gran árbol; desmayándose por el impacto. 

Tristán despertó sobresaltado, con el pulso acelerado. Le costó darse cuenta que estaba en el suelo; sin embargo, no sintió el momento en que cayó de la cama. Se sentó con cuidado; aferrándose al colchón para subir a este. Ya no se sentía tan mareado como el día anterior, pero todavía le dolía el cuerpo. Respiró de forma pausada, buscando regularizar su ritmo cardíaco, y pasó saliva con dificultad. En ese momento, él ansiaba poder beber un poco de agua. 

El joven aprovechó el nuevo ángulo que tenía, y examinó la habitación donde se encontraba. Finalmente, estaba solo; sin nadie a su alrededor que lo asuste. El lugar era bastante grande; con dos ventanas dobles de madera y tamaño mediano, una a cada lado de la cama. Esta sería de, al menos, dos plazas; aunque el colchón no era del todo suave. 

Las paredes eran de color marrón claro, y tenían patrones dibujados con pintura amarilla. No parecían formar algún diseño en específico, sino, sólo estar ahí para adornar y que los muros no se vieran vacíos. En el techo, también había algunas pinturas y grabados, que él no notó la primera vez que lo vio; pero le restó importancia. Los dibujos del techo tampoco formaban un patrón exacto; solo parecían garabatos realizados por una mano muy hábil. 

Dos candelabros de cristal y acero colgaban del techo. Eran enormes, y muy parecidos a las arañas que suelen colocar en las salas de los lugares importantes. Tristán notó que estaban colocados a los costados de su cama, y pensó que quizás los posicionaron así para evitar que le cayeran encima mientras dormía. Eso también le hizo pensar que se encontraban muy altos, incluso para él, y que no sabría cómo encender las velas cuando caiga la noche y necesite la luz. Después de unos segundos, esa idea lo inquietó. Él no planeaba estar ahí cuando oscureciera; debía regresar a su casa ese mismo día.

Tristán resolvió ponerse de pie con cuidado, y recorrer la habitación para revisarla mejor. Lo primero que atrajo su atención, fue un gran cuadro de él ubicado en una de las paredes. Tristán se acercó a la pintura para examinarla a detalle; palpando el lienzo con los dedos. Él posaba con hidalguía, mientras montaba un caballo. Su rostro, sus ojos, su cabello, todas sus facciones habían sido retratadas a la perfección; casi parecía una foto suya. Lo único que le parecía no encajar, era su cuerpo. Si bien estaba usando una especie de chaqueta antigua de color azul, la proporción de sus hombros no era la correcta. Estos se veían más anchos de lo que eran. Lo mismo ocurría con sus brazos; los de la pintura eran fornidos; mientras que los suyos eran delgados. Eso lo extrañó, y le hizo preguntarse por qué las personas de esa casa tenían un cuadro suyo. Ni siquiera en su hogar había una foto suya de esas proporciones.

Un espejo, enmarcado en roble tallado, descansaba en una de las paredes laterales de la habitación. Tristán se acercó ahí después de alejarse del cuadro; observando detenidamente su rostro y los golpes que había en él. Su labio superior estaba hinchado, y con un pequeño corte. Tenía arañazos en las mejillas y nariz, pero estos ya estaban cicatrizando. Notó algo extraño cerca de su ceja, y levantó con cuidado el cabello de su cerquillo. Observó con miedo una herida en su frente; de cuatro centímetros de largo aproximadamente. Intentó tocarlo; sin embargo, la piel de la zona estaba sensible, y solo se causó dolor. Tristán supuso que alguien se había tomado el tiempo de coserlo; pero no le colocaron una gasa encima para evitar que los puntos se infectaran. Quien lo hizo tenía un conocimiento básico sobre suturas; sin ser muy cuidadoso en ello. Las puntadas eran disparejas, y dejarían una cicatriz horrible cuando le retiren el hilo.

Tristán apenas iba empezando el tercer año de medicina; sin embargo, adelantó un curso, y llevó suturas con los estudiantes más avanzados. Él no era el mejor zurciendo; y todavía le faltaba practicar mucho; pero creyó que, al menos, no hubiese hecho un desastre tan grande como el que tenía en la frente.

Una chica entró de forma intempestiva a la habitación, con una charola de madera en la mano. Tristán se sobresaltó al verla, y se alejó del espejo. Escuchó atento mientras ella le explicaba que él tenía órdenes de comer ahí y que evite salir de su cuarto. Tris asintió con temor; aunque la chica parecía más asustada que él. Volvió a sentarse en la cama, y tomó la bandeja con su desayuno. Para ser un invitado, los dueños le sirvieron una ración abundante y bien surtida; casi como un buffet para él solo. 

Tristán comió con lentitud; empezando por el jugo de naranja y el café. Ya no tenía sed; pero la garganta todavía le ardía.

─Muchas gracias por la comida─. Él esbozó una sonrisa─. ¿Cuál es tu nombre? ─Consultó, tratando de iniciar una conversación. 

La chica negó suavemente, agachando la cabeza. Ella parecía tenerle miedo, y él no se explicó por qué. No creyó que hubiese dicho algo malo. Tristán supuso que ella debía ser muy tímida, y prefirió no hablarle más para no incomodarla. 

Él le devolvió la bandeja cuando se sintió satisfecho; dejando un poco de comida. Ella la tomó y se despidió haciendo una reverencia antes de salir de la habitación. Tristán no entendió por qué ella hizo eso, o se mostró tan ceremoniosa con él. No era una persona famosa como para recibir un trato diferente. 

Tristán continuó analizando la información que tenía, intentando descifrar en qué lugar se encontraba. No entendía cómo llegó hasta ese cuarto o quién lo había llevado; mucho menos quien curó sus heridas. Tenía muchas preguntas sin ninguna respuesta; y eso lo aterraba. Solo podía pensar en el accidente, y en la suerte que tuvo de salir casi ileso del choque. 

«Quizás—pensó—quizás estoy muerto y todavía no me han avisado.»

El joven recorrió una vez más la habitación, creyendo que, tal vez, sí había muerto y estaba en el cielo. Esa idea hizo que todas las cosas que tenía en la cabeza encajen; empezando por sus heridas. Le parecía imposible haber sobrevivido sólo con un par de raspones y una rotura de cabeza. Ni siquiera tenía dolor en el brazo izquierdo, donde el cinturón de seguridad tendría que haberlo rozado debido a la fricción. Lo único que no se ajustaba en su idea de estar en el cielo, era la chica que le llevó el desayuno. Si estaba muerto, y ahora existía en un plano astral, ¿por qué necesitaría comer? Si los espíritus no comen, ¿por qué alguien se molestaría en alimentarlo?

Tristán regresó a su cama y se sentó cerca de la cabecera, meditando qué era lo que estaba pasando. Le pasó por la mente también la idea que alguna familia de la zona lo encontró después del accidente y llevó a su casa para curarlo, pero eso le parecía aún más imposible que la idea de estar en el cielo. El cuarto donde se encontraba era bastante grande y pomposo como para ser de una familia ordinaria. Además, ¿por qué tendrían una pintura enorme de él?

El chico empezó a morderse el pulgar, tratando de pensar en algo que tuviera sentido. Intentó calmarse, pero un fuerte dolor de cabeza lo detuvo. Sentía como si su cerebro se estuviera moviendo dentro de su cráneo. Mientras más pensaba, peor era el dolor. Frotó sus sienes y la parte superior de su cabeza, tratando de hacer que el dolor menguara. Era poco, pero continuó masajeándose hasta que escuchó la puerta volver a abrirse.

Una mujer de cabello castaño entró a la habitación, sin siquiera tocar antes. Llevaba puesto un vestido largo de color cobre. La parte inferior era a campanada, mientras que un corsé se ajustaba a su silueta. Ella se veía, y tenía el porte, de una mujer de alcurnia; a diferencia de la chica que del desayuno. Tristán le calculó entre cuarenta y cuarenta y cinco años; y se mantenía delgada para su edad. Su rostro se le hizo conocido; sin recordar dónde exactamente la había visto antes.

—Hola Dominic, ¿cómo estás? —Preguntó con una sonrisa maternal apenas entró. Ella se acercaba con calma a él.

«Ese nombre— pensó él al escucharla— otra vez oigo ese maldito nombre.»

Los recuerdos del día anterior volvían a la mente de Tristán por fragmentos. Estaban mezclados y confusos entre sí, pero logró recordar quién era aquella mujer. Era la misma que le dijo que esa era su casa.

—No, lo siento señora—. Dijo él con voz queda, ignorando la pregunta que le habían hecho—. Creo que ha habido una confusión aquí. Yo no me llamo Dominic—. Negó con la cabeza.

La mujer hizo un gesto confuso al escucharlo, arrugando la frente. Se sentó a los pies de la cama y aclaró su garganta antes de hablar.
—Hijo, ¿de qué estás hablando? —Inquirió asombrada—. ¿Por qué dices eso?

—Es que, yo no me llamo Dominic—. Trató de explicar—. Mi nombre es Tristán.

Anna rio con nerviosismo al escuchar lo que su hijo decía. Recordó las palabras del doctor; pero Dominic estaba más confundido de lo que ella pensaba.
—¿Es que no lo recuerdas?— Preguntó con una sonrisa. El chico negó—. Tu nombre completo es Reginald Dominic Delacroix Van Dijk; solo que siempre te ha gustado más Dominic.

Tristán volvió a negar con la cabeza. No creía nada de lo que le decía aquella mujer. No entendía por qué estaba tan segura que él se llamaba Dominic.

—No. Usted está confundida, ese no es mi nombre—. Musitó asustado. Su corazón comenzaba a acelerarse—. Mi nombre es Tristán Powell. Yo no la conozco, ni a nadie llamado Dominic.

Anna se alertó con sus palabras; temiendo que su hijo hubiera enloquecido debido al golpe. Quizás debía llamar de nuevo al doctor.
—¿Por qué dices todo eso? ¿Estás con fiebre? —Cuestionó preocupada, acercando la mano a su rostro; pero él se alejó—. ¿Estás teniendo alguna alucinación? ¿Quieres que llame a alguien? —Añadió.

Tristán sintió una fuerte opresión en su pecho, mezclada con impotencia y miedo por la situación. Tal vez, sí lo habían secuestrado y estaban tratando de convencerlo que era otra persona. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas; desesperado por no comprender lo que ocurría.

—Quiero irme a mi casa; por favor—. Suplicó, viéndola a los ojos—. Le agradezco haber cuidado de mí estos días, y le prometo que le pagaré todo, pero, por favor, déjeme ir.

—Dominic, no tienes por qué pagar algo, este es tu hogar—. Ella intentaba mantener la calma, y explicarle con paciencia a su hijo—. ¿No reconoces tu recámara? —Preguntó con suavidad, sin darle tiempo de responder—. Has vivido veinte años aquí, Nick. Tú incluso naciste dentro de este castillo. Este es tu hogar, el único que tienes.

Tristán movía la cabeza en forma negativa mientras escuchaba a la mujer hablar. No podía creer nada de lo que ella dijera; no podía ser verdad.
—No. Por favor señora, déjeme ir a mi casa—. Sollozó—. Mi familia debe estar preocupada por mí.

—Yo soy tu madre— repitió con pena en la voz, temiendo que Dominic se hubiera olvidado de ella—. Estuve preocupada por ti cuando tuviste el accidente, pero ya estás aquí, conmigo, con tu padre y tus hermanos. Somos tu familia y estamos contentos que estés bien—. Se acercó para tomar sus manos y sonrió—. Escucha. Quizás no lo recuerdes, pero hace dos días tú tuviste un accidente mientras cabalgabas por el Valle. Te trajeron aquí y te curaron; pero te desmayaste. Despertaste ayer, hablaste con tu padre y conmigo, y luego te desvaneciste. Cuando cayó la noche, te levantaste gritando de dolor, y proferías cosas que no tenían sentido alguno. Te dimos un té para que descanses y caíste dormido unos minutos después—. Le explicó.

Tristán evitó hacer un gesto de asombro al oír sus palabras. Él pensó que se trataba de una pesadilla, pero no que lo habían drogado con hierbas para que pudiera dormir. La mujer sonaba muy segura de lo que decía, y eso confundía a Tristán. Él ya no sabía qué creer o pensar.

El joven volvió a explicarle a la señora que ella estaba equivocada. Le contó todo lo que recordaba, incluso el accidente en la carretera; sin embargo, ella no parecía creerle; sobre todo cuando mencionó el auto. Ella daba la impresión de ser alguien paciente, pero comenzó a alterarse la tercera vez que Tristán repitió que su madre se llamaba Rebecca y no Anna.

Anna se cansó de escuchar todas las locuras que Dominic decía. Ella jamás pensó que un simple golpe en la cabeza pudiera causar delirios tan grandes como los que su hijo profería. Prefirió irse de la recámara y dejar a Dominic solo. Él necesitaba tiempo para aclarar su mente, y el seguir discutiendo no lo ayudaría en nada. Se retiró del cuarto y cerró la puerta con llave para que Nick permaneciera dentro. Su hijo estaba muy alterado y confundido, y dejarlo salir solo significaría exponerlo a otro accidente. 

Tristán se asustó cuando escuchó el sonido de los pestillos, y corrió hacia la puerta. Trató de abrirla; notando que la cerraron desde afuera. Empezó a sudar frío, sintiendo que el miedo lo embargaba. La mujer acababa de echarle llave a la cerradura. 

—¡ABRAN LA PUERTA! —Gritó, engrosando la voz—. ¡DÉJENME SALIR DE AQUÍ! ¡NO PUEDEN DEJARME ENCERRADO!

Anna escuchó los gritos y sollozos de su hijo por varios minutos, pero no le hizo caso. Todo lo hacía por su bien. Se alejó con paso lento, yendo a buscar a su otro hijo. Él seguía molesto porque el accidente de Dominic arruinó su fiesta de cumpleaños, y necesitaba hablar con él. Las cosas continuaban tensas dentro de su hogar.

Tristán se acercó a la ventana cuando la garganta comenzó a arderle, y trató de calmarse. Pensó en escapar saltando de ahí, pero se encontraba muy lejos del suelo como para hacerlo. Golpeó el cristal con cuidado, mientras observaba el verde prado que se alzaba frente a él. Definitivamente, ya no se encontraba en el lugar del accidente; ni ningún otro lugar que él conociera. Divisó a varias chicas corriendo por el jardín; y eso lo hizo pensar en Amelie de nuevo. No la había visto desde el accidente, ni sabía si ella estaría bien. Esa nueva interrogante se grabó en su mente y supo que debía hacer todo lo posible por encontrar a su vecina; aunque en ese momento no pudiera ir a buscarla.

—Necesito encontrar a Amelie— musitó con determinación— y debo averiguar dónde rayos estoy. Ambos necesitamos salir de aquí.


¡Hola!

Aquí está el tercer capítulo de Realeza Inesperada. Las cosas se ponen confusas, pero todo se aclarará en los próximos capítulos. 

Pueden dejar sus teorías aquí. 

No se olviden de votar, comentar y compartir para llegar a más personas. 

Les mando un abrazote
Nos leemos pronto.

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