01. Realmente imbécil

Felix suspiró con sutileza y acomodó su postura en el asiento que ocupaba. Distraídamente sus hombros habían caído y su espalda se había encorvado. Dando una imagen inapropiado. Realmente mala.

Y es que, llevaba una hora sentado en aquella mesa, rodeado de extraños a los que no conocía y únicamente, les había brindado una cordial sonrisa. Su madre le había dicho que socializara, conociera gente y escuchará de su conversaciones como si aprendiera de ellas.

Pero siendo él honesto, se estaba aburriendo.

Desde que había ocupado aquel disponible asiento, los adultos allí no habían dejado de parlotear sobre política; nacional y extranjera. Realmente no habían hablado de otra cosa. En ningún momento. ¡En toda una hora!

Y los párpados del joven príncipe pesaban.

Mentalmente agradecía que nadie estuviera interesado en su opinión o visión respecto a como otros reyes manejaban sus países, porque honestamente, no se creía capaz de brindar una. Apenas y tenía algunos básicos conocimientos que, viendo cuán profunda estaba siendo dicha plática, no le servían de nada.

Y debía avergonzarse de ello pero la política nunca había sido su pasión. Y seguro estaba que, nunca lo sería.

Cauteloso subió la manga de su blando saco y rápido, ojeó la hora en su reloj de muñeca «21:45». Resopló y con su mirada barrió el amplio salón, habían tantas mesas y personas, y él solo conocía a unas pocas. Mientras su madre, probablemente a todas ellas.

La reina honraba el título que cargaba. Él... él hacia su mejor esfuerzo.

Y cuando su majestad hizo un ademán en su dirección, rápido pero educado, el joven príncipe se levantó de su asiento y tras disculparse, fue donde su madre. La cual estaba rodeada de otras tantas personas que no conocía.

—Tu prometido ha llegado, vayamos a saludar.

Y el hastío que había adormecido las funciones del adolescente, desapareció. Siendo este reemplazado por los nervios. Vivos y ardientes. Enredándose y brincando en la boca de su estómago, gritando "presente".

Felix se limitó a asentir, su garganta se había secado, evitando el fluir de sus palabras mientras que su sosegada compostura se había estragado.

«Oh por Dios».

Tan pronto su madre comenzó a andar, él la siguió. Apresurado y algo torpe. La castaña le miró de soslayó y suspiró, meneando su cabeza ante los evidentes nervios de su único hijo. Estiró su brazo y secamente, palmeó la parte baja de su espalda, llamándole la atención y corrigiendo su encogida postura.

—Pareces un niño, contrólate.

—Lo siento.— murmuró el chico, apenado de su evidente comportamiento.

Pasaron por tantas personas pero recorrieron un tramo tan corto, que el pequeño príncipe apenas tuvo tiempo suficiente como para ajustar su postura, normalizar su andar y dejar de jugar con sus cortos dedos.

No estaba nervioso. Estaba malditamente nervioso y algo ansioso.

La última vez que vio a su prometido, había sido hacía cuatro años.

Para ese entonces, él tenía dieciséis años y el contrario, veintidós.

Recuerda aquello a la perfección. Eran finales de otoño y como todas sus visitas a la mansión real, había sido antes programada. Se supone que iría y vería al futuro monarca, pasarían el tiempo juntos, conversarían y se conocerían con mayor profundidad. Lo que llevaban haciendo, supuestamente, hacía dos años desde que, Dahyun, la reina de Seúl aceptó su unión.

Pero como en anteriores visitas, eso no sucedió. El joven monarca se mantenía tan callado como le fuera posible, brindando respuestas cortas y secas a cualquier cosa que el pequeño Felix preguntase. Haciendo la interacción, difícil y jodidamente tensa. Y hasta cierto punto, forzada.

Él recordaba que, dentro de lo que cabía, su prometido nunca se había comportado grosero. Simplemente distante y algunas veces, le ignoraba.

A la hora de partir, esa vez como las anteriores, el pequeño se dijo y en parte, convenció, de que el adverso no había tenido un buen día. Al fin y al cabo, tenía más presiones y obligaciones que él.

Y allí estaban, cuatro años después, volviéndose a ver.

Antes de, completamente llegar ante el príncipe heredero y su madre, la reina. Felix le observó minuciosamente.

Estaba más alto. Es verdad que siempre había sido alguien de altura prominente pero, claramente ahora tenía unos, tal vez, siete centímetros más. Asimismo, había ganado musculatura. Ciertas áreas de su cuerpo se veían grandes y fornidas. Su cabellera era ahora de un tono más oscuro, dejando atrás su natural y suave castaño para darle paso a un brillante café. Y pequeñas ondas le exornaban. En cuanto a su rostro, no lucía cambio alguno. Era el mismo. Maduro y filoso. Atractivo también. Aunque si lo veía con más detalle, esa certeza se perdía y daba paso a otra. Sus facciones se habían acentuado y definido, había un cambio.

—Su majestad. Su alteza.

Tan pronto como la distancia se cortó y sus pasos se detuvieron, su madre, cordialmente los saludó. Inclinándose con levedad, mientras que él, torpe y aún enfrascado en su actividad mental, realizó una reverencia tambaleante y profunda.

Se enderezó con sus mejillas ardiendo—. Su majestad. Su alteza.

—Ha pasado tiempo.— dijo la reina, Dahyun. Amablemente sonriente—. Has crecido, príncipe y tus rasgos han madurado.— señaló tras asentir para sí—. ¿No crees?— cuestionó viendo hacia su primogénito.

Felix alzó sus vacilantes ojos a los del futuro monarca y, repentinamente se sintió pequeño. Más de lo que físicamente ya era.

No recordaba aquellos ojos tan agudos, filosos o fríos. Sí ilegibles, puesto a que su prometido siempre había sido difícil de interpretar. Sus gestos, miradas o él mismo nunca habían expresado nada. Siempre había sido tan cauto e ininteligible. Que recordarlo le frustraba.

Y cuatro años después, parecía no haber cambiado. En lo más mínimo.

Hyunjin mantuvo su oscura mirada en él un poco más, pesada y fija. Comenzando a poner nervioso a Felix. Nunca antes le brindó tanta atención, y no exageraba.

Cuando se encontró dispuesto a retorcerse en su sitio, el futuro monarca deslizó su mirada fuera de su rostro. El más bajo suspiró aliviado, hasta que notó que, sus prendas estaban siendo observadas con detenimiento por el contrario.

Tragó en seco, sintiendo aquellos segundos eternos.

—Sigue habiendo algo infantil en él.— terminó diciendo su prometido, sus gruesos labios elevados. Felix entrecerró sus ojos, ¿se estaba burlando de él?—. Su altura se mantuvo. Sigue encantadoramente bajo.

«¡Se está burlando de mí!».

Las reinas rieron de manera suave. Viendo aquello como un halago cuando, claramente no lo era. Felix resopló, no tenía un complejo con su altura pero no le gustaba cuando hablaban de ella como algo malo y menos le gustaba que, maliciosamente se burlaran de ella.

Era alguien de baja estatura, si. No había heredado el metro ochenta de su padre, ¿Y que?

Además, si había crecido. Hace un año su altura era de un metro y sesenta y nueve centímetros. Actualmente tenía dos malditos centímetros más, y si, eran imperceptibles y miserables, pero eran algo, y definitivamente su altura no se había mantenido ni era la misma.

—Su alteza ya prosperado también.— expresó su madre cordial—. Luce bien está noche, ¿No crees cariño?

El príncipe suspiró y asintió, no negó lo evidente. A pesar de su ligero ofuscamento, él era lo suficientemente maduro y educado para reconocer lo obvio

Hyunjin vestía un traje negro, no estaba seguro de que tipo de material había sido utilizado para su confección pero seguro estaba que, tan bonito atuendo había sido creado por un hábil sastre. El saco se componía por pequeños, diminutos pero aún así perceptibles puntos. Mientras que la ovalada solapa, el solitario botón que mantenía el saco cerrado y el borde de los únicos dos bolsillos allí, eran de terciopelo. Liso y oscuro. Las mangas eran algo cortas. Debajo portaba una lisa y blanca camisa de algodón. No llevaba corbata. Sus piernas eran cubiertas por un pantalón también negro. Considerablemente ceñido a estas. Y sus zapatos, sí, también eran negros.

Se veía realmente bien y lo opuesto a él.

A Felix se le había confeccionado un traje enteramente blanco. Su saco era corto, un centímetro o dos por sobre el borde de su blando y ligeramente apretado pantalón. Su saco iba abierto y bajo este, llevaba una camisa blanca y también de algodón. Metida dentro de sus pantalones y sus pies, cómodamente iban cubiertos por unas zapatillas, valga la redundancia, también blancas.

La elección de su madre había sido certera y le gustaba como se veía.

—Luce bien.— dijo poco después, sereno y con sus rosados labios, curvados. Viéndolo.

—Gracias.— replicó el mayor, inexpresivo y seco—. Supongo que también te ves bien, príncipe.

El aludido arrugó su ceño, aquella respuesta, superficialmente y para las reinas, sonó monótona, pero la realidad es que había sido altiva.

«¿Qué rayos?»

El pequeño Lee apretó sus labios y no respondió, no agradecería un insulto disfrazado de halago.

—Dialoguen.— dijo la reina, tentativamente a ambos—, de seguro tienen asuntos de los cuales ponerse al día, aprovechen.

Y tan pronto ambas reinas se fueron, el joven príncipe se sintió perdido, vulnerable y vacilante. ¿Dialogar?, ¿De qué podrían ellos dialogar?

«Sobre sus deberes reales» le susurró su mente de manera endeble. No parecía una opción viable o fructífera. Felix miró su entorno, desesperado y notó algo que, tontamente, su mente pasó por alto.

Yeji no estaba.

No la había visto junto a la reina ni junto a su hermano, y repasó aquel amplio salón por segunda vez y con mayor detenimiento, lo confirmaba. La princesa, segunda y última hija de la reina, no estaba presente.

Preguntar por Yeji en aquella benéfica gala, honestamente parecía mejor opción que la anterior. Le parecía brillante, de hecho. Y teniendo en cuenta que, esporádicamente había pensado cuestionar que tan agradable encontraba el clima.

—Su...

—No lo intentes.— interrumpió el mayor con fría indiferencia, sin verle.

—¿Disculpe?— inquirió de manera baja, confundido.

—Dialogar— musitó al posar sus rasgados orbes en los desconcertados del más bajo—, de ninguna manera lo intentes. No me interesa.— procedió, plano—. Recuerdo tus habilidades comunicativas y no eran buenas.

El príncipe de Incheon entrecerró sus castaños orbes y separó sus labios, indignado como pasmado.

«¿Qué mierda con su actitud?».

—Teniendo en cuenta que mi contraparte era casi tan malo como yo, no podía hacer mucho.— farfulló entre dientes—. Sepa disculpar mi yo de aquel entonces.

—Siempre conversabas de las banalidades más absurdas y predecibles, supongo que tampoco podía hacer mucho al respecto.

Felix inspiró hondo y cerró sus manos en puño. Sintiendo su sangre arder un a vena en su cuello palpitar.

El único hijo de los Lee, ciertamente tenía muchos defectos a corregir o mínimo, a pulir. Entre ellos yacía el más relevante o significativo; su mal genio. Cuando algo le crispaba o en serio le enojaba, sus modales y protocolo real se iban por la borda misma.

Y la actitud altiva y desinteresada del príncipe de Seúl, comenzaba a irritarle. ¿Dónde estaban las actitudes destacables y brillantes de las que muchos hablaban?

—Nunca expresó sus intereses por conversar de algo en específico, su alteza.— masculló de manera ahogada y tensa. Su ceño estaba más que fruncido—. De hecho, nunca mostró interés por conversar conmigo.

—Nunca lo tuve.— aseguró el de oscuras hebras, viendo la hora en su reloj de muñeca. Ignorando la plateada expresión contraria—. Lo que aparentemente no ha cambiado.

Felix apretó sus labios disgustado, su sangre hervía y quería golpearlo.

—Bien.— dijo más para sí mismo que para el inexpresivo alto—. Siento oír eso. Tenga una agradable noche, su alteza.

Tras una corta reverencia, el adolescente se guro sobre sus talones y con la amargura ensombreciendo se semblante, se retiró.

Se sentía irritado, miserable y humillado. Además, ¡Por su propio prometido!

«Fantástico».

—Luces insatisfecho.— el príncipe suspiró,girándose sobre sus talones encaró a su padre, el consorte de la reina—. Estás tenso también, ¿a qué se debe?

«Mi prometido se comportó como un auténtico y real imbécil, nada grave»

—Me siento mareado entre tantas personas.— terminó diciendo, sosegado y convincente.

Su padre asintió y no pronunció otra palabra, la reina llegó a ellos.

—Creí que aún hablabas con el príncipe.

Un músculo se tendón en la mandíbula del joven Lee—. Tenía asuntos más importantes que atender, no quise ser un estorbo.

La reina enarcó una ceja y miró sobre su hombro derecho—. Sigue correctamente parado en el lugar que los dejamos.— musitó la castaña, su aguda mirada puesta en su hijo.

No era un defecto, pero al príncipe no se le daba precisamente bien mentir. Ni siquiera era aceptablemente bueno en ello. Aún así quería creer que tampoco apestaba.

—No parecía de ánimos como para hablar y no encontré un tema de interés.— replicó en un tono plano, mirando fijamente a su madre—. No quería hacer las cosas tensas.— agregó ante su desconfiado brillo.

La reina pareció creer y asintió, finalizando con su cuestionamiento. El resto de aquella velada fue, sumamente agobiante y aburrida para el joven adolescente y disgustado consigo mismo, vió en dirección del futuro gobernante un par de

veces más antes de partir.

Mantuvo su Inescrutable fachada todo el tiempo y a diferencia de él, conversó activamente con un par de personas, políticos para ser más exactos.

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