Ready To Let Go

El sonido de la lluvia contra la ventana era lo único audible en mi habitación y, muy dentro de mí, me dolía que fuera de esa manera. Inconscientemente deseaba tanto que Roz o Theo me hablaran por teléfono para pedirme ayuda con alguna tarea; que Tommy (oh, Tommy) tocara mi puerta y pasara sin importar que le haya cedido el paso o no; incluso que mi padre llegara a gritarme como suele hacerlo. Necesitaba a alguien; quería escuchar alguna voz sin importar su intensidad, pero ninguna de las situaciones sucedió. Estaba completamente solo.

Días antes, Sabrina había desaparecido de mi vida tan rápido como había llegado a ella. Después de haber despertado en mí lo que creía muerto, se marchó dejándome completamente confundido, destrozado y básicamente con mis emociones hechas un enjambre. No ha habido un día en el que no piense en ella o en lo sucedido; como si se tratara de una clase de hechizo que había puesto en mí, ya sea para torturarme o para reírse un rato. A pesar de que dijera que lo hacía para protegerme, era totalmente injusto. Yo estaba haciendo mi mayor esfuerzo para olvidarla y ella solo se aparece para jugar conmigo de esa forma, sacando la excusa de que está protegiéndome de algo que no es capaz de explicarme.

Lo peor de todo era que Sabrina no tenía la culpa, en realidad la tenía yo. Me odiaba una y otra vez, por haberle permitido cruzar aquella línea, por haber aceptado recrear esa estúpida obra con ella, por haberle permitido besarme, por haber caído en su juego lentamente, por haberla aceptado como bruja, por haberla disculpado después de haberme hecho hacer lo que hice con Tommy.

San Valentín estaba a la vuelta de la esquina y eso no estaba para nada a mi favor. Había trabajado por horas en una tarjeta para invitar a Sabrina al baile, pero sabía que ella no estaría por aquí para dársela, sin contar el hecho de que no aceptaría. Tomé mi libreta de dibujos con coraje y la lancé lejos en el piso junto con mi guitarra casi destruyendo la última. Lo que más me hace sentir impotente de todo es el hecho de que no estoy listo para dejarla ir.

[...]

Salí del salón de Inglés con una sonrisa rota que se desvaneció en segundos. Acababa de entregarle a Roz la tarjeta de San Valentín que había hecho originalmente para Sabrina: eso me hacía sentir mentiroso y simplemente sucio. La invité al baile a lo cual ella mencionó que iría con Theo, pero que podíamos ir los tres juntos. Yo acepté, ansioso por distraerme un rato con mis amigos.

Ahora, caminaba por los pasillos de la escuela, tomando mi mochila de ambas orejas; audífonos en mis orejas y éstos con música, que sin importar que estuviera a todo volumen, no escuchaba del todo. Tampoco volteaba a ningún lugar en específico, mis ojos solo vagaban de un lado a otro buscando alguna señal de la peli-blanca. Al llegar a mi casillero, divisé el de Sabrina a lo lejos. ¿En dónde podría estar en estos momentos? ¿Alguien se encontrará con ella? ¿Estará bien? ¿Pensará en mí como yo lo hago?

No entendía por qué seguía importándome luego de lo que había hecho. Era algo poco sano y llegaba a ser tóxico, sin embargo no podía controlarlo: como si fuera un mecanismo automático en mí. De repente, una mano tocó mi hombro levemente. Enfoqué la vista en el causante y me encontré con Theo quien movía los labios dándome a entender que me estaba hablando.

—¿Dijiste algo? —inquirí bajando los audífonos.

—Dije que pareces un muerto. —soltó una corta carcajada.

Al ver que no reí, continuó.

—En realidad, te preguntaba que si irás a la práctica de hoy, Kinkle

Es cierto, la práctica. He estado faltando por días a mis entrenamientos de baloncesto, excusándome con que estoy enfermo o con que tengo proyectos finales (inexistentes, por cierto).

—Oh. —exclamé sin más para después sacudir mi cabeza y salir de mi trance—. Sí, eso creo. —mentí mientras asentía con la cabeza y desviaba la mirada.

—Has estado faltando toda la semana. —mencionó seriamente.

—Lo sé y para serte sincero, no me he sentido muy bien en estos días.

—¿Qué te ocurre? —se cruzó de brazos.

Si supieras.

—Um. —presioné mis labios pensando en qué decir—. He tenido insomnio por estrés y mis defensas están bajas por lo mismo. —como si fuera arte de magia, di un largo bostezo complementando mi punto.

No había mentido del todo: es cierto que paso por episodios de insomnio últimamente. A pesar de todo, Theo aún me observaba con un dejo de inquietud en sus ojos. Sabía que estaba angustiado por mí, pero no quería meterlo en mis embrollos que ni yo mismo he llegado a comprender todavía.

—El entrenador está preocupado por ti; Roz también.

Abrí mi boca, pero nada salió de ella; me quedé en silencio sin saber qué decir.

—Yo estoy preocupado por ti. —puso su mano en mi hombro sacándome de mi nebulosa una vez más.

Bingo.

—No tienes por qué estarlo; estoy bien. —dibujé una sonrisa falsa.

—Eres muy malo mintiendo, ¿lo sabes? —me dio una palmada en el hombro y yo me limité a rodear los ojos—. Espero verte hoy, sino iré por ti arrastrándote de tu perfecta cabellera, ¿me oíste? —se fue caminando lentamente de espaldas.

—Sádico. —reí por primera vez en días al imaginarme la escena.

Rayos, no sé qué haría sin Roz y Theo.

[...]

Por fin, habíamos llegado al salón del baile de San Valentín. Theo fue por ponche y, por el otro lado, Roz no tardó en arrastrarme a la fuerza hasta la pista de baile, a pesar de haberle dicho que no sabía bailar muy bien. Una de mis manos se posicionó en su cintura y otra sujetó su mano con delicadeza. La miré directamente a sus oscuros ojos y no pude evitar ponerme algo tenso.

Recordé el día del cumpleaños de Sabrina, cuando bailamos al ritmo de la música toda la noche y no había una sola cosa por la cual preocuparnos. Solo éramos ella, con su resplandeciente vestido blanco, y yo, vestido de minero. Ese día sentía a Sabrina con un aura inocente, frágil cual hoja, bondadosa, simplemente perfecta. Aquella noche también me dijo que me amaría por siempre. Pensar que ahora solo somos extraños como si nunca hubiéramos sido tan cercanos; ella había cambiado en todos los aspectos.

La música se tornó lenta de pronto y una cabellera muy conocida capturó mi atención. Entonces, la vi y mi corazón empezó a latir a mil por hora. Sabrina Spellman apareció en la puerta con un hermoso vestido rojo que contrastaba con su tono de piel. Quedé boquiabierto ante su presencia, pero no venía sola. El brujo que yo había conocido semanas atrás la acompañaba.

Algo en mi corazón se quebró y me entraron unas inmensas ganas de llorar. ¿Acaso me estoy haciendo el tonto? Es obvio que ella encontraría a alguien más. A parte, ya no somos nada, y ella lo había dejado muy en claro aquella noche, pero, ¿por qué me duele tanto algo que sabía que iba a suceder? ¿Será el hecho de que muy al fondo sabía lo que me esperaba?

A espaldas de Roz, admiraba la belleza de Sabrina. Como su vestido volaba junto con su cabello cada vez que daba alguna vuelta, sus bellos ojos achinados por tanto sonreír. No podía ver esa escena más.

—Roz. —hablé conteniendo el nudo en mi garganta.

La chica soltó un dulce "¿sí?" haciéndome entender que tenía mi atención.

—Quiero ir al baño, ¿po-podrías esperarme aquí? —tartamudeé un poco sin verla a los ojos.

—Oh, claro. —me sonrió de lado—. Iré por algo de beber por mientras. —repuso para después ir con Theo a la mesa de bebidas.

Salí disparado del lugar, sintiendo la mirada de Sabrina sobre mí. Entrando al baño, puse seguro en la puerta sin importar que alguien más quisiera entrar. Coloqué mis temblorosas manos sobre el lavabo y lentamente subí la mirada para verme en el espejo.

Me veía del asco: mis ojos hinchados, mi cara rojiza y mis ojeras algo marcadas. Un flashback del brujo y de Sabrina bailando cruzó por mi mente; la forma en la que Sabrina lo veía y la manera en la que le sonreía, tal como lo había hecho conmigo el día de su cumpleaños. Hoy ellos dos eran los que estaban conectados sin duda alguna. Lágrimas empezaron a resbalarse por mis mejillas lentamente cayendo en el lavabo. Fue entonces que llegué a dos simples conclusiones que me negué por mucho tiempo de aceptar:

Ella lo ama, y yo...

Yo estoy listo para dejarla ir.

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