Capítulo 8

Bas está esperando en el aparcamiento del centro comercial, apoyado en la puerta de mi coche. ¿Es un espejismo? Debo de estar muy obsesionada para imaginarlo allí. Viste unos vaqueros que le quedan de maravilla, una camiseta negra gastada y su cabello no está tan arreglado como habitualmente está. Sí, está buenísimo.

—¡Wow! No sabía que iba a acertar tanto con mi teoría.

Lo miro con confusión. ¿Por qué el producto de mi imaginación habla? Lo que es más impresionante, ¿por qué se siente tan real?

Me acerco y le pongo una mano sobre la mejilla. No puede ser que mi imaginación sea tan realista, ¿o sí? También huele exquisito, como a océano y menta. ¿Puede ser que esa combinación huela tan bien?

—Muchas personas dicen que soy guapo, pero tú me miras como si fuera un dios o algo así.

—No es verdad —digo sonrojándome.

—Sabes que si.

—Oh, cállate. Hasta en mi imaginación eres insoportable.

Abre la boca, frunce el ceño y luego la cierra otra vez. Después de un largo segundo, pregunta:

—¿Crees que no soy real?

—Por supuesto, ¿sino de qué otra manera estarías aquí?

—En carne y hueso, desde luego —me regala una sonrisa divertida.

—Pero entonces te tomaría por un acosador —me acaricio la barbilla con los dedos, para enfatizar que estoy pensando—. Sí, definitivamente prefiero la primera opción.

—El problema es que de verdad estoy aquí, Mel —dice riéndose—. Si así es como me ve tu subconsciente, es muy decepcionante, la verdad.

—Pero, ¿por qué? Te ves...

No es mi imaginación y se está burlando de mí otra vez. Y parece que se da cuenta de que llego a esa conclusión, porque estalla en carcajadas.

—¡Oh, por el amor de Dios! ¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme?

Suelto un gruñido de frustración y le dirijo una mirada fulminante, pero eso empeora su risa.

—En este mismo momento, no.

—Bueno, en tal caso, puedes disfrutar de lo que te hace gracia tú solito, yo ya me voy.

Acto seguido, me encamino hacia el lado del conductor y me subo tranquilamente. Eso hace que su risa pare de un segundo a otro.

—Espera, tienes que llevarme —dice como si eso fuera obvio.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Porque he venido con Lara y le he dicho que me quedaba a esperar a una amiga cuando vi tu coche. —Él abre la puerta del copiloto y se sube, al ver que no digo nada.

—No es justo, ese no es mi problema.

—Eres la amiga de la que hablaba —dice, como si no hubiera quedado claro.

—No somos amigos.

—Es cierto, pero no tengo otra opción que soportarte lo que queda del año —de reojo veo su sonrisa resignada.

—Yo no soy el problema, cariño —digo mientras arranco el auto. Tal vez debería dejar de provocarle y ser madura. La cosa es que mi sistema de defensa usual no responde con él.

—Me hieres, Mel.

Se pone una mano en el pecho dramáticamente. Ruedo los ojos.

—Es una decepción que no seas tan hombre como pareces y no puedas soportar la cruel verdad —entro en la autopista camino a casa—. A propósito, ¿de dónde viene ese mote? No tiene nada que ver conmigo.

⎼⎼Raquel es un nombre demasiado bonito para alguien como tú. Y pensé: Caramelo. Ese horrible perfume que llevas huele a caramelo, por supuesto, sigue siendo muy largo para que quiera pronunciarlo. Mel es una opción práctica, corta, y luego, suficiente para ti.

—Me enternece que te hayas tomado el tiempo para buscar maneras ingeniosas de insultarme.

La ironía es perceptible en cada una de mis palabras. Me ignora.

—El mote también hace alusión a lo que no eres. El caramelo es dulce...

—Yo no lo soy. No me hace falta para conseguir lo que quiero.

—No, supongo que no te hace falta —dice con una voz muy baja y grave. Me vuelvo un instante para ver su expresión. Tiene una mirada pensativa y se está mordiendo el labio inferior que tiene un poco más grueso que el superior.

Regreso a ver hacia la autopista y lo que veo, me deja de piedra. Un camión se dirige directamente hacia nosotros.

Mi canción favorita suena en la radio. Jenn y yo estamos cantando a voz en cuello; Christian y Elle, su novia, están discutiendo sobre algo, aunque sonríen. Este está siendo un día maravilloso y todo gracias a mi excelente habilidad de persuasión.

Me acerco a Jenn y le susurro al oído:

Claire va estar verde de envidia cuando sepa nuestra aventura de fin de semana.

Ella se ríe.

Tan verde que Gustav no le va a hacer más caso.

Me río con ella de nuestros planes malvados. Me inclino hacia delante para decirle a Chris que cambie de canción cuando empieza a sonar una que no me gusta. Y veo que él y Elle se están mirando con amor.

¡Iuuu!

Mi hermano me regresa a ver riéndose.

¡Ya me lo dirás cuando tengas novio!

¡No quiero un novio!

Elle y él se ríen.

Un resplandor nos baña. De pronto, ya no sonrío, hay patrullas por todos lados. Las luces de todos los autos me abruman, los policías me interrogan. Yo no puedo hablar. Elle contesta a todas las preguntas mientras los paramédicos revisan que no tengamos más heridas graves.

Siento que Bas se inclina por encima de mí y se apodera del volante, haciendo que el coche gire y se salga bruscamente del camino. La bocina del camión es estremecedora. Reacciono. Presiono el freno con todas mis fuerzas y el coche da una fuerte sacudida antes de parar. Mi padre me va a matar si el auto tiene algún rasguño.

—¿Se puede saber qué demonios te sucede? —su voz es aireada y sale del auto hecho una furia.

—El camión venía directamente hacia nosotros.

—No es cierto.

Yo también salgo del auto para ver los desperfectos.

—Sí lo es. Lo vi con mis propios ojos. —Mi respiración sigue siendo un poco inestable, pero mi voz es inexpresiva.

Me queda viendo con incredulidad.

—Raquel, tu ibas hacia el camión.

—No, no. Eso no pasó.

Me mira como si fuera una niña a la que le cuesta entender que Papá Noel no existe.

—Mel, ¿qué sucedió?

—No sucedió nada. Todo está bien, ¿lo ves?

Señalo a mi alrededor, no hay nada fuera de lo normal. Mi coche no tiene nada visible, espero que no se haya estropeado nada.

—Sabes que no me refiero a eso.

—No me gustan los camiones —contesto a regañadientes porque sus preguntas me están empezando a cansar.

—Pero siempre hay de esos en la autopista.

—No suelo conducir por autopistas muy a menudo, no desde que... Olvídalo. —Casi me voy de la lengua. Él me mira suspicaz mientras me dirijo hacia el asiento del conductor.

—¡Oh no, no pienso arriesgarme a morir de nuevo! Yo conduzco esta vez.

Pongo los ojos en blanco, pero cedo. Yo tampoco tengo ganas de morir por mucho que odie mi vida.

El resto del camino es tranquilo. No es que sea muy largo tomando en cuenta que solo faltaban diez minutos para llegar a su casa, en un barrio bajo del condado pero no muy peligroso. Me lo esperaba, más o menos.

—Así que aquí es donde vives.

—Hogar, dulce hogar —responde feliz. No se baja del auto.

—¿Esperas una invitación? —pregunto inexpresivamente.

—Esperaba invitarte a cenar.

—¿Qué?

—Tu sabes. Sentarse a la mesa, comer, hablar amablemente con los demás de cosas sin importancia.

Su voz es burlona.

—Sé lo que es cenar, listillo.

—Entonces, ¿qué dices? —abro la boca para decir que sí, pero me quedo callada después oír lo que sigue—: Si no eres tan cobarde como para probar algo diferente.

Él sigue sonriendo mientras baja del auto. ¿Por qué un momento es amable y al otro, un cabrón?

—Si ser cobarde significa evitar que me insultes cada minuto, entonces no, no acepto.

Me paso al lado del conductor y él va a decir algo, pero yo ya estoy alejándome.

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