Capítulo 5
Argh. No puedo dormir. Estoy en una constante duermevela. Me despierto y me vuelvo a dormir, sin descansar. Es lo peor que me puede pasar porque amo dormir y las bolsas en los ojos que voy a tener mañana por la mañana van a ser horribles. Es una suerte que exista el corrector.
Me doy por vencida a eso de las tres de la mañana y me decido a ir por un vaso de chocolate caliente. Si tomo leche, siempre tiene que ir mezclada con algo, me da mucho asco tomarla sola; generalmente lo hago con chocolate, pero a veces también la mezclo con frutas, casi como un batido. Me encanta.
Recuerdo todas esas historias de miedo tan ridículas que se suelen contar a la luz de las fogatas. En ese mismo instante me parecen divertidas, pero se supone que la hora de los fantasmas es a las tres de la mañana ¿no? De pronto esas estúpidas historias ya no me parecen divertidas. Me pregunto si habrá fantasmas de verdad en esta casa; digo, es muy grande y las paredes blancas que parecen elegantes de día ahora me recuerdan a las lápidas de los cementerios, y todo está muy oscuro, pero no prendo las luces porque la leve luz de luna se cuela por las cortinas entreabiertas.
En mitad de las escaleras, la luz de la luna ya no me parece suficiente. Me debato entre volver a mi habitación e intentar dormir de nuevo o terminar de bajar las escaleras, encontrar un interruptor e ir a la cocina por mi leche chocolatada.
Definitivamente, la leche. No pienso volver a intentar dormir sin mi somnifero casero y los fantasmas no existen, no existen; me sigo diciendo esto mientras bajo escalón por escalón. Estoy paranoica, por supuesto que los fantasmas no existen. Esto es absurdo, existen cosas mucho peores que los fantasmas. Y aun después de decirme eso, todavía tengo los nervios de punta, no puedo dejar de pensar en los benditos fantasmas y menos cuando oigo una puerta chirriar.
«Oh no. Imagina un prado, verde como los ojos de Bas y es de día, y el sol brilla alegremente en lo alto del cielo, y las flores primaverales son de todos los colores posibles. Respira hondo Raquel, no pasa nada.»
Mi corazón ya no late tan rápido, ya no hay más escaleras y mi mano alcanza el interruptor. El pasillo se ilumina. Cierro los ojos y sonrío.
—¿Señorita Blaise?
Una voz baja me llama, abro los ojos. Veo una figura en una bata blanca, pálida como la cera, con el cabello enredado y manchas negras en la cara.
Grito.
Es un grito estremecedor, de puro terror. Mi padre también debe de haberlo escuchado, aunque duerma como un tronco.
—¿Señorita Blaise? Soy yo, Miranda —me toma por los hombros amablemente. Sus manos están cálidas. Esperen, no es un fantasma, porque los fantasmas te traspasan cuando tratan de agarrarte ¿verdad? Y desde luego, no tienen manos cálidas.
Enfoco mi mirada en la persona de carne y hueso que tengo delante.
—Muy bien, solo soy yo —me dice Miranda, la chica que se encarga de que esta magnífica casa no se convierta en una tenebrosa.
—Lo siento mucho —suelto una risa nerviosa—, supongo que la falta de sueño me ha hecho estar alerta.
«Y paranoica.»
—No se preocupe, señorita Blaise. Seguro que la pinta que tengo no ayuda mucho.
Las dos nos reímos. ¿En serio pensé que los fantasmas son reales?
—Bueno Miranda, ¿venías a la cocina también?
—Sí, no puedo dormir.
Tengo ganas de chocarle los cinco, pero eso no sería muy profesional.
—Pues vamos, sé preparar un chocolate mágico que resolverá todos tus problemas.
Eso definitivamente no es cierto, nada puede resolver todos tus problemas porque cuando se resuelven unos, surgen otros y así sigue como un círculo vicioso, pero si hay algo que puede ayudar a sentirte mejor, es el chocolate caliente.
Mientras saco los ingredientes y pongo a calentar la leche le pregunto—: Bueno, ¿por qué tienes la apariencia de "La Llorona"? —la miro por encima del hombro para ver su reacción. Se ríe un poco con mi intento de chiste y luego vuelve a poner cara de desdichada.
—Mal de amores, señorita Blaise.
—Miranda, ya te dije que no es necesario que me llames por el apellido de mi padre, llámame solo Raquel.
—Lo siento, señorita...—para y luego se aclara la garganta. —Lo siento, Raquel.
—No es necesario que te disculpes. Y para que lo sepas, cualquier hombre que te haga sufrir no te merece.
Me sonríe.
—Tienes razón, esto no va a durar mucho. Solo necesitaba unos minutos para auto compadecerme, aunque por lo visto me pasé unas cuantas horas—. Se señala la cara para enfatizar lo que dice.
Le paso la taza con chocolate y de pronto comienza a llorar con fuertes sollozos. Me quedo unos segundos congelada sin saber qué hacer. Finalmente me decido por darle un abrazo.
—Lo siento mucho, yo no quería...—dice con la voz temblorosa, la callo.
—Shh, no importa. Vas a estar bien, tú llora todo lo que quieras —y sin más que decir empieza a llorar de nuevo.
Llora durante más de media hora y no la interrumpo. Me pregunto si le reconforta mi abrazo. Yo hubiera querido tener alguien en quien apoyarme cuando murió mamá. Mi padre se alejó de mí por completo en cuanto me dio la noticia y tía Carmen simplemente desapareció. Yo estaba, estoy sola. Y probablemente siempre lo estaré.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top