Capítulo 4

No puedo dejar de pensar en ese encuentro con el nuevo. Normalmente no me importaría que nuevas personas lleguen al Ocean Line, a veces ni siquiera me entero y eso que Hannah es una fuente ilimitada de información. Pero, por más que lo intente no puedo sacar a Sebastian de mi mente y lo mucho que perdí el control con él. No entiendo qué me pasó y eso me está volviendo loca. Lo odio.

—Raquel, ¿estás bien? —miro hacia mi derecha donde está sentada Lily Grant, que me observa preocupada. Estoy un poco desconcertada. Creo que Lily es una persona maravillosa y un poco tímida claro, pero jamás habíamos cruzado más de un par de palabras. Debo tener un aspecto poco favorable para que me lo haya preguntado.

—¿Por qué? —pregunto, aunque creo que ya sé lo que me va a decir.

—Es que no pareces tú, como si estuvieras en otro mundo —responde con compasión. No sé lo que pretende, tal vez solo se preocupa por mí o tal vez quiere sabotearme y decirle a todo el mundo que no soy lo que ellos piensan y que soy vulnerable y... 

«Raquel, basta. Nada de eso va a pasar». Me regaño a mí misma.

—Sí, estoy bien —. En sus ojos aparece una mirada dolida. Supongo que le respondí con más brusquedad de la que quería, pero si eso hace que deje de prestarme atención, pues mejor que mejor. —No pensé que alguien como tú necesitara una dosis de mi atención —la burla en mi voz es evidente.

Ahora aparta la vista sonrojándose. Lo que dije es cierto, parece que ella se las arregla bien con todas sus clases, es normal y natural. Las personas quieren mi atención por tener fama o presumir, como si el hecho de que hablara con alguien fuera como ganar un trofeo. Sí, lo sé, es un poco triste. Es por eso que la mayor parte del tiempo me gustaría ser como Lily, ella tiene una vida real y creo que es feliz y no es mimada ni rica, pero de todas maneras está en este colegio. La envidio. De cierto modo lo que le dije es un cumplido, pero por el tono de mi voz, espero que se lo haya tomado como un insulto. Así, probablemente me deje en paz.

Suena la campana que da por terminada mi clase de dibujo y diseño. Esta es una de las clases que escogí relacionadas con la carrera que seguiré: Arquitectura. Mi sueño, la música; la vida real, la arquitectura. 

Si me pongo a pensar en eso en este mismo instante, voy a estar muy amargada el resto del día y la verdad es que no suena para nada atractivo por lo que agradezco la intervención de Hannah y Jessica de camino a la cafetería.

—Sebastian Vera, así es como se llama el tío más bueno del instituto ahora —dice Hannah con una enorme sonrisa en el rostro.

—¿Verdad? Quiero decir, es que es tan guapo, es el chico de mis sueños —suspira Jessica. Las miro a las dos, un poco divertida. Sabía que esto iba a pasar.

—¿Y vieron esos ojos? —dice Dani, cuando se nos une— contrastan a la perfección con el uniforme azul marino. Nunca pensé que estos uniformes le quedarían tan bien a un chico, debe ser un ángel.

—Un ángel oscuro, más bien —interviene April—. ¡Ay! Esa sonrisa que me dedicó esta mañana tan misteriosa y sexi.

Esto está mucho peor de lo que pensaba. ¿Un ángel oscuro? ¿En serio? Es ridículo. Bas, lo llamaré así porque de verdad que su nombre es muy largo, es guapo, pero no lo puede ser tanto, ¿o sí? Claro que si es tan impresionante como dicen, mi reacción podría estar justificada. Eso me tranquiliza un poco.

Nos sentamos en nuestra mesa después de que cada una tomara una fruta y una botella de agua carbonatada como almuerzo. Yo dudé un poco, pero finalmente tomé un pedazo de pizza. Quien sabe, tal vez la pizza me ayude a relajarme. La verdad es que en este momento no me apetece apegarme a mi dieta de cero tolerancia a las grasas saturadas, además, me lo puedo permitir. Y sabe muy bien.

De pronto hay silencio en la mesa, así que levanto la mirada y las veo a las cuatro observándome expectantes.

—¿Por qué me están mirando así? —debo de parecer muy desorientada porque April suelta una risita burlona.

—¿Qué te parece Sebastian? —me pregunta Jessica, por segunda vez.

—Ah. Sí, supongo que está bien —me encojo de hombros, restándole importancia. De nuevo hay silencio en la mesa. Todas me miran con la boca abierta desbordando incredulidad.

—¿Que está bien? —parece que Hannah está a punto de levantarse y zarandearme por los hombros—. ¡Es el espécimen masculino más hermoso que jamás haya visto, ¿y tú dices que está bien?!

—¡Hannah! Baja un poco la voz, nos están mirando —susurra April y Hannah deja de hablar unos segundos para respirar y calmarse, sin parecer avergonzada por lo que acaba de suceder. Así es como nos comportamos nosotras, como si todo lo que hacemos fuera normal y no nos importara mucho lo que los demás piensen de nosotras; esa táctica nos ha funcionado desde siempre para mantener nuestro lugar.

El grito ahogado de Dani hace que nos volvamos hacia ella.

—¡Oh, por Dios! Está mirando hacia nuestra mesa —habla rápidamente y regresamos a ver. Es verdad, está mirando hacia aquí y casi me quedo con la boca abierta yo también. ¿Puede ser posible, que desde esta distancia, hablando de unos veinte metros, se pueda ver tan bien? Nos observa a cada una. Cuando finalmente llega a mí, que es una eternidad, le mantengo la mirada sin apartarla. Sonrío con suficiencia y luego me acerco a April y le susurro en el oído como si estuviera compartiendo un secreto:

—Puede que sea guapo, pero no vamos a dejar intimidarnos por él. Por favor, si es solo un tío más del montón.

Me alejo. Su piel tiene un leve tono rosado y tiene la mandíbula tensa. Ya no sonríe. Una vez más le he ganado.

***

Si lo pienso bien, este día he tenido suerte. Me las he arreglado perfectamente para no toparme con Jason —sería bastante incómodo hablarle, y pienso evitarlo un par de semanas antes de enfrentarme a él—, Marc no ha vuelto a intentar hablar conmigo y me alegra que haya entendido la indirecta. Finalmente solo me queda Peter, pero sé que podré evitarlo durante un  tiempo. Esta semana serán las pruebas para entrar en el equipo y como él es el capitán, tiene que estar allí; lo que quiere decir que por lo menos esta semana no hablaré con él, a menos que se presente en la puerta de mi casa y eso es muy improbable porque sé que no le importo tanto.

Al llegar la clase de música, el alivio me recorre entera. Aquí no tengo que fingir mucho, ninguno de mis amigos salió seleccionado para esta clase en el extraño sorteo. Es una ventaja para mí porque les he dicho a todos que odio la música instrumental cuando en realidad me encanta. Después de todo, que te guste ese tipo de música, en mi mundo, significa que eres rara.

Entro en el salón, que es un desastre completo. Todos los escritorios están desperdigados por aquí y allá, y también hay cojines de colores por todos lados. Me dirijo hacia la señorita Armstrong que está frente al pizarrón escribiendo algo.

—Ah, hola Raquel —me dice sin mirarme a la cara cuando me acerco a ella—, ¿cómo has estado? Ha pasado mucho tiempo desde que estuviste en una de mis clases.

—Sí, estoy todo lo bien que puedo estar —eso servirá por ahora. No he estado bien, pero sigo viva así que no creo que sea muy grave—, si bien recuerdo, la última vez que tuve clase con usted fue hace ¿tres años? Sí, eso es mucho tiempo.

Me sonríe con cariño y yo hago lo mismo, ella es mi profesora favorita en todo el mundo. Me recuerda un poco a mamá. De no ser por ella, adaptarme a O.L hubiera sido mucho más difícil. Le debo mucho.

Una regla de la escuela es que los maestros no llevan uniformes, la única condición es que deben llevar ropa de los colores del instituto: azul verdoso, azul marino o blanco. Todos cumplen esa regla, pero la señorita Armstrong siempre encuentra la manera de hacer que esos colores no sean tan aburridos. Por ejemplo, hoy lleva una blusa blanca de algodón amplia, una falda larga de los colores del océano y zapatos de muñeca. Un collar de conchas de todos los colores alrededor del cuello y una diadema azul marino en el cabello rizado indomable. Debe tener unos treinta años y aun así se ve muy joven.

—Bueno, será mejor que escojas un lugar donde sentarte, estamos a punto de empezar —asiento con la cabeza, el salón está casi lleno. Camino hacia uno de los lugares al fondo del salón para no llamar mucho la atención. La emoción pura y dura recorre mi cuerpo, este año va a ser diferente, lo presiento. Solo espero que ese diferente sea en el buen sentido y no en el malo.

Justo en el momento en que la señorita Armstrong va a comenzar la clase, Bas entra a la velocidad de un rayo.

—Por poco y no llegas a tiempo, señor... —la señorita Armstrong deja la frase a medias.

—Vera, Sebastian Vera.

—Ah, sí. —La señorita Armstrong le mira con un poco de desaprobación y diversión en la misma medida—. Bueno, pasa. Estoy segura de que toda la clase te conoce al menos de nombre, así que no hace falta presentarte.

Se oyen risitas femeninas por aquí y allá, mientras Bas busca un lugar donde sentarse. No ha reparado en mí, todavía. Tampoco estoy segura si quiero que lo haga. Algo me decía que no debería acercarme mucho a él a pesar de haber declarado a los cuatro vientos que su presencia no me intimidaba.

—Este año como saben, esta materia es obligatoria —la señorita Armstrong pone los ojos en blanco y algunos sueltan unas risitas—, bueno, obviamente es obligatoria como todas las demás. Lo que quiero decir es que esta materia va a tener un porcentaje mayor en vuestro promedio por lo mismo que fue sorteada. Van a hacer un proyecto artístico. No tiene que ser sobre música exactamente, pero tiene que contener música si quieren la máxima nota. El desarrollo de este proyecto va a ser en parejas, las cuales ya están seleccionadas y no se permiten cambios ⎼⎼dice esto último severamente, dando una mirada significativa a Cole Travis y Amber Ferrer. Han sido inseparables desde pequeños y lo hacen todo juntos⎼⎼. Al terminar el curso van a presentar en diferentes días su proyecto a la hora que ustedes quieran, yo me aseguraré de presenciarlo. ¿Preguntas?

Todo el mundo empezó a hacer preguntas. A mí me pareció pan comido el proyecto. Estoy segura que cuando dijo "artístico" también debía ser creativo; todo el arte, de alguna forma, por más extraña que sea, es creativo. El único obstáculo sería si mi compañero no quisiera hacer música igual que yo.

—Ahora mismo todos ustedes van a ir pasando en orden por mi escritorio e irán a una sala de música distinta para conocer a sus parejas. La tarea para esta semana es muy simple: un breve resumen de lo que averiguaron sobre sus compañeros para la próxima clase —creo que olvidé decir que la forma que tiene de darnos clases es un poco ¿extravagante? Al menos puede quedarse tranquila de que muchos no se fugarán porque nadie quiere arruinar sus calificaciones. O eso creo yo.

Soy la última en pasar por su escritorio. Sala de música #7. Bien, es una de las que menos se utilizan, y eso es un pase seguro para tocar el piano sin preocuparme porque alguien me pueda descubrir.

—Raquel —me llama la señorita Armstrong—, no eres tu hermano, lo sabes ¿verdad?

Me tenso visiblemente.

—¿No cree que pueda ser igual de buena que él? —le pregunto a la defensiva.

—No, no es eso, tú eres maravillosa, pero...

Ya escuché suficiente.

—Siempre hay un pero. No se preocupe, ya lo entendí. —Salgo del salón, intentando que las estúpidas lágrimas de frustración se queden dentro.

Sinceramente, no puedo creer que la señorita Armstrong me dijera que no estoy a la altura de mi hermano. Pensé que si había alguien que me entendería, sería ella. Pero, a ella no se le ha muerto ningún hermano, es obvio que no lo entiende.

Cuando abro la puerta de la sala de música, el sonido de una guitarra acústica me llega a los oídos inmediatamente. Supongo que la sala está insonorizada porque desde fuera no se oía nada. Un punto más para mí.

Cierro los ojos y disfruto de la melodía, me llenan un millar de sensaciones y emociones. Me imagino un mundo perfecto donde mamá y Christian todavía están aquí y somos una familia de nuevo. Mi padre es el padre cariñoso que conocí una vez y no me presiona para que me guste lo que a él. Tía Carmen está hablando con mi madre mientras ella toca el piano, todas las canciones compuestas por ella. Y yo estoy en medio de todos, disfrutando de ver todo mi mundo claro como el agua sin la mancha de la muerte emborronando todo. Algo imposible.

—Te ves muy bonita allí y podría observarte toda la tarde, pero creo que tenemos que hacer un trabajo —dice una voz que estoy empezando a conocer muy bien. Bas. Abro los ojos y exhalo un suspiro de cansancio. Adiós a mis planes de no involucrarme con él.

—Tienes razón —clavo mis ojos en esos suyos tan surreales—. Por cierto, tocas muy bien la guitarra.

—Lo sé —vuelve a mostrarme la sonrisa arrogante de la mañana.

—¿Dónde aprediste a tocar de esa manera?

⎼⎼He tomado lecciones desde pequeño en casa ⎼⎼se encoge de hombros y deja a un lado la guitarra. Se ve más incómodo que antes.

—No, no. Perdona, pregunta equivocada —me siento en un sillón frente a él y entrelazo mis dedos—, ¿quién te enseñó? Quien lo haya hecho es un genio, muy pocas personas pueden transmitir el amor por algo tan bonito como la música. Y lo que acabas de hacer fue impresionante.

Entrelaza los dedos al igual que yo y finge sorpresa. Es una actitud condescendiente y arrogante. No me gusta.

—Uau, eso fue profundo. Supongo que tú también debes saber tocar algún instrumento, ¿o me equivoco?

—No, para nada te equivocas —solté sin pensar aunque no me podía arrepentir, después de todo él lo averiguaría tarde o temprano—. Entonces, ¿me vas a decir quién te enseñó a hacerlo o vas a seguir evitando la pregunta? 

Conozco este juego, me lo sé de memoria porque lo juego todo el tiempo. Soy experta en decir muchas cosas sin decir nada realmente. A pesar de que siempre intento decir la verdad, las mentiras a veces eran inevitables para esconder mis secretos. Y el truco de la mentira siempre está en incluir parte de la verdad.

—¿Y por qué habría de hacerlo? —bien, quiere jugar a esto, pues juguemos.

—Como dijiste, tenemos que hacer un trabajo —sonrío falsamente con toda la intención.

—Buen punto, ¿quieres jugar a las veinte preguntas, entonces? —me sonríe de la misma manera.

—¿Con derecho a vetar una?

Jamás hubiera aceptado este juego ridículo de no ser porque la pregunta que evitó me causa intriga.

—Trato hecho.

No parece del tipo al que le gusta ir contando su vida por ahí.

Un poco como yo.

—Tú primero —espero que se olvide de mi repentino interés por la persona que le enseñó a tocar la guitarra.

—¿Qué ocultas? —me mira con interés.

—Muchas cosas, cariño.

Suelta una carcajada ronca que hace que mi corazón se salte un latido.

—Si vamos a hacer esto, por lo menos que sean respuestas verdaderas.

—Pero es muy cierto —hago pucheros.

—Hay una diferencia entre cierto y verdadero.

—Tendrás que ser más específico si quieres algo más —tal vez no debí darle alas. —Persona a la que más amas —inquiero antes de que pueda responder o hacer otra pregunta.

—Mi hermana pequeña.

—¿Tienes más hermanos?

—Sí, un hermano pequeño. Lidia tiene ocho años y Carlos, trece.

—Debe ser trabajo duro ser el mayor —me ve con los ojos un poco entrecerrados, y solo con esa reacción sé que he dado en el clavo, lo que me hace sospechar de que tal vez esté aquí por una beca.

—¿A qué le tienes más miedo? —. Uh, esa es fácil, pero no quiero responder y por la sonrisa en su rostro veo que puede leer mis pensamientos. Es muy cruel.

De todas maneras le digo.

—No ser feliz —no le miro a los ojos, no quiero que vea lo mucho que eso me aterra.

—Pero si lo tienes todo, ¿cómo no puedes ser feliz? —su voz derrocha incredulidad. Mis ojos están en blanco de nuevo por la superficialidad de su pregunta.

—¿Hablas algún otro idioma?

Sí, español —eso es interesante, considerando que no ha estado aquí antes. No se practica mucho por estas zonas y te lo enseñan cuando eres un crío al igual que el francés y el chino mandarín así que casi todos se olvidan, a menos que practiques a menudo—. ¿Sorprendida, muñeca?

No, solo es un poco raro que alguien lo practique por aquí.

—¿Cómo aprendiste? —decimos a la vez. Nos reímos y esta vez es de verdad.

—Tú primero.

—Mi madre —espera a que le de algo más de información—. Era ecuatoriana, ella quería que aprendiera bien el idioma y aquí estoy. —Espero que no se dé cuenta del tiempo en pasado. —Tu turno.

—Igual que tú, solo que la mía es española —sonríe afectuosamente. Debe querer mucho a su madre. Suertudo.

—Siempre he querido ir a España.

—A mí me encanta —se le iluminan los ojos y acto seguido se le oscurece el rostro—, solo he estado allí una vez.

—Por tu cara puedo decir que no fue tan bien.

—No, la verdad es que fue increíble, pero luego las cosas se complicaron mucho.

—¿Qué pasó? —pregunto. Extrañamente quiero saber porque me interesa y no porque sea una tarea de clase.

—No quiero hablar de eso ⎼⎼su rostro sombreado con una impotencia increíble y una tristeza profunda. Un escalofrío me recorre la columna por la sinceridad de sus emociones.

—Bien, te toca a ti.

—¿Qué le sucedió a tu madre? —. Vaya, después de todo si se dio cuenta.

Podría vetar la pregunta al igual que él, y sería la solución perfecta de no ser porque ese es conocimiento general. Así que si no se enteró ya, mejor se lo digo yo. 

Eso no quiere decir que no sea duro hacerlo.

—Se fue —respondo, mi voz es poco más que un susurro—, quiero decir, se fue de este mundo.

Alza mi barbilla con un dedo. Ni siquiera sabía que estaba con la cabeza agachada. Dios, esto es terrible. Ahora mismo soy tan vulnerable.

Nuestras miradas se encuentran. Lo que veo me deja sin respiración. No sé realmente lo que es, pero lo siento tan familiar y a la vez tan extraño. Los segundos pasan hasta que parecen minutos y por fin decido romper el silencio.

—¿Qué...

No sigo, todos sus gestos me suplican que no termine de formular la pregunta. No tengo idea de lo que pasa, pero sea lo que sea, tiene que ver con la pregunta que antes no quiso responder y lo voy a averiguar. Por un instante, el dolor en mi pecho no existe más.

—Creo que debo irme.

Él asiente levemente y yo me pongo de pie equilibrando mi cuerpo para no caerme y me voy, esforzándome por mantener la compostura y poner mi cara en blanco.

Joder, ¿qué rayos sucedió allí?

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