Capítulo 38
Él no está aquí.
Es la única conclusión que mi cerebro drogado puede sacar. A través de la bruma, mientras poco a poco voy despertando, también puedo distinguir que no estoy en mi habitación como la última vez que estuve consciente y no necesito explicaciones ni pruebas. El episodio que me dio no fue uno de los normales.
Me dio un infarto.
La habitación del hospital es insípida. Las paredes están pintadas de blanco, todos los muebles son de color blanco. Lo único que tiene color es la televisión de pantalla plana que está apagada y la bata de hospital que llevo encima. Comprendo la razón por la cual no hay muchos colores, pero eso no hace que me ponga menos nerviosa. La habitación está vacía, a mi lado la máquina suena con su constante vip-vip. Y no estoy respirando por mi misma. Eso me hace preguntarme cuánto tiempo he estado aquí. No puede ser más de una semana.
Ni siquiera intento levantarme y arrancar la intravenosa en mi brazo. El dolor sordo en el pecho me lo impide. Eso quiere decir que todavía no me he recuperado del ataque cardíaco en un ciento por ciento. Suelto un suspiro. Esto es una mierda.
—Oh, ya estás despierta —dice una voz femenina al abrir la puerta y entrar en mi habitación. Es la enfermera—. Le avisaré a tu padre.
Y antes de que pudiera impedirlo, la mujer se fue. No tengo ganas de tratar con él. No después de todo lo que pasó. Ni siquiera he tenido tiempo de asimilar todo lo que me contó porque tuve un maldito infarto. Aunque estoy segura de que el infarto no fue causado por todos los secretos desvelados. Muy en el fondo sé que eso pasó porque me rompieron el corazón. Todas las veces anteriores, todo el tiempo que pensé que me habían destrozado el corazón no era verdad. Porque todas esas veces no se comparaban con lo que sentí en el momento que él desapareció por ese pasillo. Fue tanto el dolor emocional que se mezcló con mi enfermedad y casi ocasionó mi muerte.
Es irónico porque por primera vez creo que un corazón roto de verdad puede acabar con tu vida.
Y de pronto, una idea se instala totalmente en mi mente.
¿Y si a mamá le dio el infarto ese instante porque se le rompió el corazón?
Catalina me dijo que su esposo había muerto un día después de su mejor amigo, mi padre biológico. Mamá murió unas horas antes que Kiell.
La carta. La carta era una carta de despedida.
—Papá, ¿por qué murió William? —pregunto apenas él abre la puerta. Él se queda congelado con su mano en el pomo de la puerta. Se ve ojeroso, pálido y parece que ha perdido unos cuantos kilos.
—¿Por qué te molestas en preguntar eso ahora? Tienes que recuperarte primero —dice él, entrando por fin y sentándose en el cómodo sofá que está al lado contrario de mi cama.
—Solo responde la pregunta, Victor —entre mi emoción por descubrir el misterio olvidé que él no era mi padre realmente. Él hace una mueca.
—Igualita a Rosa —susurra y niega con la cabeza. Yo por mi parte ruedo los ojos y él suspira—. No lo sé. Lo único que él y yo teníamos en común era tú y tu madre. Y cuando murió, simplemente no me importaba saber nada de él.
«Oh, pero si te importó cuando ordenaste su asesinato, ¿verdad?»
Obviamente no me atreví a decir mis pensamientos en voz alta, porque sí, él había dado esa orden, pero sé que se arrepentía de haberlo hecho. Aunque no sé si sería lo mismo si en lugar de haber muerto Kiell, hubiera muerto William. Prefiero no saberlo. Suficiente tengo con todo lo que me está pasando ahora.
—Creo que mamá murió por un corazón roto —susurro mis sospechas—. La carta que viste en la chimenea era una despedida. William le rompió el corazón a mamá y por eso le dio el infarto.
Él me mira tan intensamente, como si su mente estuviera en otro lugar. No puedo evitar sentir un poco de pena por él. Su esposa le fue infiel con otro hombre y de ahí nací yo. Y luego, después de doce años, ella murió por ese mismo hombre. No quisiera ser él.
—Nunca lo sabremos con certeza —yo sé que eso fue lo que pasó, pero no le puedo culpar por no poder aceptarlo.
—Victor, ¿encontraste más cartas entre las cosas de mamá? —él me mira como si no pudiera creer que realmente estoy preguntando eso. Yo no le dejo ver lo que pienso porque la verdad es que esto es una distracción muy efectiva para no pensar en mi novio. ¿Seguimos siendo novios? El monitor a mi lado acelera sus vip-vip.
Si. Mejor evitar pensar en él hasta que mi corazón esté más o menos estable y pueda asegurarme de que no me dará otro ataque solo por pensar, oír o decir su nombre.
Parece que Victor se da cuenta de lo que estoy haciendo porque responde la pregunta sin chistar.
—Carmen me las quitó cuando las encontré para que no las destruyera. Dijo que cuando lo supieras, querrías saber más acerca de tu... —se interrumpe y luego respira profundamente—. Que querrías saber más de tu verdadero padre.
Puedo notar que le tomó un gran esfuerzo decir eso. Me da la sensación que por primera vez desde que me dijo que él no era mi padre biológico, le creo cuando dice que me quiere. Porque sinceramente, si no me quisiera ¿por qué tiene ese aspecto después de todo? Si no me quiere, ¿por qué entonces está aquí, diciéndome todas esas cosas cuando él fue quien las sufrió, cuando se nota claramente que todavía no lo supera? Y puedo decir que soy quien está más sorprendida cuando las palabras salen de mi boca sin permiso.
—Tú eres mi verdadero padre. Tú fuiste el que estuvo toda mi vida, aunque todavía no comprendo por qué me ignoraste después de la muerte de mamá —lo último es lo que más me duele de todo este drama—. William fue quien me dio la vida, pero aun así nunca le conocí. A él no le puedo llamar papá.
—En ese entonces me recordabas demasiado a ella, te pareces demasiado y a veces... era demasiado difícil verte y no acordarme de ella y todo lo que pasó —susurra despacio sin verme a los ojos. Yo no digo nada. Esa fue una terrible excusa, pero creo que si estuviera en su lugar, me sentiría de la misma manera. Aún así sigue doliendo porque creo que en el transcurso de estos cinco años perdí una parte de mí misma que no hubiera perdido si él no se hubiera alejado. Era una niña y había perdido a mi mamá y a mi hermano; no entendía mucho de lo que estaba pasando. No era justo y tengo la sensación de que ahora tampoco será justo para mí, pero si la vida fuera justa... viviría en un cuento de hadas sin preocupaciones ni desafíos. No quiero algo fácil, ya no.
—Fui yo quien impidió que lo conocieras —dice minutos después con voz neutra, pero sus ojos brillan con lágrimas.
—No obligaste a mamá y tampoco pusiste órdenes de restricción contra él para impedirle conocerme. Y siempre voy a querer a mamá, pero eso no cambia el hecho de que ella comenzó todo esto —digo con un movimiento de mi mano, abarcando toda la habitación—. Si hasta por su culpa heredé su enfermedad —la última frase la digo con un poco de humor y él enseguida se pone serio.
—Tú enfermedad no es tema para bromear.
—Como tu digas —lo desestimo con otro movimiento de mi mano, pero él ya no me vuelve a regañar.
—Te dejaré para que descanses, un montón de personas quieren saber cómo estás —dice cruzando sus brazos sobre el pecho y levantándose—. La prensa en especial está bastante alborotada.
Oh, Dios.
—¿Se enteraron?
—Difícil que no lo hubieran hecho al traerte en brazos al hospital porque estabas muriendo.
—Lo siento tanto, esto es tan malo —cubro mi cara con mis manos.
—Es hora de que dejes de preocuparte por mí, Raquel. Tú no tienes la culpa de nada y yo ya estoy mayorcito para hacerme cargo de mis propios problemas —abre la puerta, esta vez para salir—. Cometí un terrible error al meterte en todo este lío. Nunca debí mantener tu enfermedad oculta.
—Pero...
Me interrumpió alzando un poco el tono de voz.
—No, Raquel. Sebastian tenía razón cuando me dijo todo eso —él asiente cuando ve mi cara de total sorpresa y dolor—. No fue justo para ti. Y ya no tienes que hacer las prácticas ni nada relacionado con la arquitectura si no quieres. Quiero que seas feliz y alcances tus sueños como yo hice con los míos.
Sin nada más para decir, se fue. Mi corazón aceleró su ritmo, pero de alguna forma la presión en mi pecho desapareció totalmente. Me sentía tan ligera como el aire, como si en cualquier momento pudiera salir volando por la ventana y nada ni nadie me detendría.
«Libertad», pensé.
***
Estuve tres días más internada en el hospital por precaución. El doctor me dio un sermón de media hora que contenía tres cosas principales: cuídate, toma las pastillas cuando no te sientas bien, trata de evitar emociones como el dolor o el estrés.
La pregunta del millón era: ¿cómo dejo de sentir dolor si la persona que más quiero se fue?
No me fue a visitar cuando estaba consciente, ni siquiera obtuve una llamada. Nora me dijo que él también había tenido un ataque de pánico cuando le dije sobre mi enfermedad. Me dijo que él sufría de eso, no a menudo, pero sí cuando tenía que ver con la muerte y con su padre. Me dijo que no pasó un día sin que él viniera y me acompañara. Pero cuando por fin desperté, nunca le vi.
Muchas personas vinieron. Personas con las que no había hablado en mucho tiempo como Hannah, Jessica o Danielle. Personas que pensé que me odiaban a muerte como April, aunque al final terminó siendo grosera. Personas que no pensé que extrañaba tanto como Peter y Marc. Pero al final, la única persona que realmente quería ver, nunca fue.
Al llegar a casa, me bajé del auto con ayuda de Abby. Le había dicho que estaba enferma del corazón, no que estaba paralítica, pero ella siguió tratándome con tanta dulzura y suavidad a tal punto que terminé suplicándole que me tratara como antes, con insultos y todo.
—No quiero que te mueras, Raquel —me dice con un tono de voz suave. Como si yo no entendiera.
—Vas a lograr que me muera si no actúas como tú y dejas de tratarme con hilos de seda —ella gira los ojos.
—Te dejaré de tratar así cuando tú dejes de sentir lástima por ti. ¿Crees que a mí me hace gracia tratarte como una reina? —ese fue el único momento en dos semanas en que vi a la Abby verdadera. Yo no volví a mencionarle el tema porque no podía salir de mi estado de depresión por más que lo intentara.
No volví a la escuela enseguida porque Victor no me dejó. Así que durante esa semana libre pasé leyendo algunas de las cartas que mi madre y William intercambiaban. Habían millones de ellas y me dije que sí habían estado en contacto todos los años anteriores a sus muertes. Hablaban de ellos, de sus vidas, de lo mucho que querían estar juntos, pero sobre todo hablaban de mí. Según las cartas, William sí me conoció cuando era un bebé y de ahí jamás me volvió a ver en persona. Tenía que admitir que esas cartas eran un tesoro para mí y también eran una historia de amor imposible. Nunca sabría por qué William se suicidó —en una de sus visitas, Catalina me dijo que él se había suicidado— ya que la carta en la que lo decía era cenizas. El gran misterio que quedará sin resolver para siempre.
Sí, la vida tenía muchos colores, tamaños y formas. Era hermosa y también mortal.
Y un día, la puerta de mi habitación se abrió. Al principio pensé que era Abby o Nora para dejarme algo de comer y algunas palabras de ánimo. Él solo entró, sin ninguna invitación ni nada por estilo. Eso ya no me extrañaba porque él jamás me pedía permiso para entrar o salir de mi vida.
Mi habitación era un completo desastre. Las cartas estaban por todas partes, la ropa regada por doquier. El cristal que tenía vistas al océano estaba oscurecido porque me parecía que la luz quemaba mis ojos. Yo era un desastre con mi pijama calentito, un moño desordenado y todas esas cosas que las personas hacen, o mejor dicho, no hacen cuando están en mi estado de tristeza extrema. Y la verdad era que no era justo, porque él parecía salido de esas novelas románticas, todo perfecto, guapísimo y no... la sonrisa le faltaba.
Estaba tan sorprendida por verlo que la idea de esconderme o huir de él como siempre hacía se quedó varada en el camino a mi cerebro.
—Te ves bien —dijo con media sonrisa mientras se acercaba hasta sentarse al borde de mi cama y yo no pude hacer más que echarme a reír. Lo que menos hacía en ese momento era verme bien.
—Sí, claro —respondí cuando dejé de reír.
—No, de verdad. A mis ojos siempre te ves preciosa —insistió sin borrar su sonrisa todavía.
—¡Oh vamos, Bas! Ambos sabemos que lo romántico no te queda —mi voz era pura burla, pero él no se inmutó.
—¿Ah, sí? —era una pregunta retórica, pero de todos modos respondí.
—Sí, pero te...
El "quiero de todas maneras" se quedó atascado en mi garganta. No sabía si todavía podía decir eso. Digo, ¿cómo sabes si puedes decir algo o no? Ni siquiera sabía en qué punto estábamos y yo sinceramente estaba tan confundida por verlo allí porque empezaba a acostumbrarme a la idea de no verle más como mi novio o cualquier cosa.
—Te dije que necesitaba tiempo, Mely —dijo entonces con suavidad, tomando mi cara en sus manos haciendo que mirara esos ojos verdes que tanto había extrañado. Si no se iba ya, las lágrimas iban a salir corriendo de mis ojos.
—¿Y eso no es lo que dicen las parejas para no decir la palabra "cortemos"?
Él me miró, ladeando la cabeza.
—No, por supuesto que no, Raquel. Esta vez el significado de las palabras era literalmente "necesito tiempo". ¿Tú te imaginas lo que sentí cuando me dijiste que en cualquier momento te podrías ir para siempre de mi vida? Me estaba ahogando aunque el aire entraba a mis pulmones. La chica inigualablemente única que amo me estaba diciendo que estaba enferma y yo no podía ayudarte porque no existe cura. Y luego, te dio un infarto y no sabía si había tomado la decisión correcta porque si en ese momento no hubiera escuchado tu cuerpo golpear el suelo, probablemente ahora... —él negó con la cabeza—. No quiero ni pensar en eso. Al inicio pensé que sería lo mejor que nos separáramos, pero estas dos semanas han sido un verdadero infierno porque quería compartir una broma contigo y me daba cuenta de que no estabas allí. O estaba preparando algo de comer y me acordaba de lo mucho que te gusta que cocine para ti. Te tenía tan presente que cuando me daba la vuelta para regalarte una sonrisa y no estabas, la decepción era tan grande que casi me faltaba la respiración. Porque te has convertido en parte permanente de mi vida. Y me da un miedo horrible aceptar que algún día ya no serás parte de mi vida, Raquel. Tengo miedo de que cuando te vayas, un día ya no te recuerde, ni todo lo que pasamos juntos. Todos los momentos contigo son el tesoro más valioso para mí.
—¿Y entonces? —pregunté, en medio de un sollozo porque era la declaración de amor más sentida y hermosa que jamás iba a oír. Y no quería ninguna otra. Sólo lo quería a él.
—No me importa. No me importa el miedo a perderte porque todavía estás viva y quiero pasar cada día que nos quede contigo. Porque te amo, Raquel, y no creo que deje de amarte jamás. Aunque peleemos o nos separemos por las razones que sean, estoy seguro que jamás sentiré lo que siento por ti por otra persona.
Me lancé a su cuello y hundí mi cara en él, aspirando su aroma. Él envolvió sus brazos a mi alrededor.
—También te amo muchísimo, Bas. Creo que es suficiente decirte que jamás, jamás en la vida había sentido tanto dolor como cuando saliste por esa puerta y desapareciste en el pasillo. Ni siquiera cuando Christian y mamá murieron y toda mi vida fue desastrosa. Me dolió tanto al punto de darme un ataque cardíaco y siempre supe que lo que sentía por ti era lo más peligroso, pero ¿sabes qué? No importa lo peligroso que sea porque siento que contigo a mi lado puedo con todo. Sólo contigo.
Y ese fue el mejor día de mi vida, a pesar de ser imperfecta y de que mi vida era un completo desastre, porque seamos sinceros, al final la perfección era un ideal estúpido. Fue el mejor día de mi vida porque por fin había encontrado el hogar que todo este tiempo necesité. La esperanza a la cual aferrarse con todas mis fuerzas. Sin él era como estar perdida y rota.
No creía en los sueños hechos realidad a menos que fueran realistas. Y mis sueños eran irreales, hasta que un día un chico con ojos verdes brillantes chocó conmigo y todo cambió.
Él jamás fue mi fuente de felicidad, pero sí fue la única persona que me recordó lo que era perseguir mis sueños hasta alcanzarlos. Fue la persona que me dijo que merecía ser feliz a pesar de tanto sufrimiento. Y fui feliz durante el resto de mi vida con él.
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