Capítulo 37

Bas

Apenas salgo al pasillo, escucho un ruido sordo que viene de la habitación de Raquel. 

En el fondo sé que algo muy malo está pasando, que si vuelvo a abrir esa puerta me estaré enfrentando a algo muy malo.

Igualmente regreso.

Raquel está tirada en el suelo inconsciente. Me acerco a ella lo más rápido que puedo. 

Aún no sé de qué se trata su enfermedad, pues ella no quizo explicármelo antes. Sin embargo, sé que las cosas están realmente mal cuando no le encuentro pulso. No respira. No se mueve.

—¡¡Nora!! —grito por ayuda con desesperación mientras recojo su cuerpo inmóvil del suelo y bajo todo lo rápido que puedo las escaleras—. ¡Abby! ¡Ayuda!

Al final, son Victor y Carmen quienes aparecen en el umbral de la oficina del hombre.

Él actua rápido y me adelanta para llevarla al auto. Carmen nos sigue con las manos en la boca, seguramente rezando.

Abby y Nora se quedan impactadas cuando me ven con Raquel inmóvil en mis brazos.

Puedo sentir que el tiempo se nos acaba.

Victor se pone al volante, Nora va de copiloto. Abby y Carmen se quedan en casa.

—Realiza la RCP, chico —dice Victor con la voz trémula—. Al menos cien compresiones por minuto. Tienes que hacerlo rápido para que el flujo de la sangre...

—Continúe. Lo, sé —interrumpo y me pongo en la labor de hacer lo que dice.

La RCP o reanimación cardiopulmonar es una técnica que a menudo se utiliza para salvar la vida de otras personas en emergencias como ataques cardiacos o un casi ahogamiento. Me enseñaron a realizarlo cuando mamá insistió en que tomara clases de primeros auxilios después de la muerte de papá.

Me alegra saber qué hacer, pero cuanto más tiempo pasa sé que hay menos posibilidades de que Raquel sobreviva.

Cinco minutos después o más, en realidad no estoy consciente de cuanto tiempo pasa, llegamos a la puerta de emergencias de un hospital.

Las enfermeras reaccionan con rapidez y pronto Raquel está en una camilla de hospital con oxígeno via intravenosa. Veo como le dan una descarga eléctrica y cómo su cuerpo se agita. Vuelvo a ver cómo le dan una segunda descarga.

Todos escuchamos con un alivio inmenso cómo su corazón regresa a la vida.

Las enfermeras se llevan a Raquel a cuidados intensivos y no dejan pasar a nadie. Una hora después, un médico nos dice que podremos verla cuando sus signos vitales se hayan estabilizado por completo.

Vagamente, veo a mi madre venir junto con Abby y Carmen. 

Mi madre me abraza con fuerza y mis lágrimas se derraman sobre su hombro.

—Todo estará bien, todo estará bien —susurra las mismas palabras que me dijo cuando papá murió.

—Yo... no lo sabía —digo con una fuerte angustia.

—Nadie, mi niño. Nadie.

—Mamá, creo que la amo. Creo que realmente la amo —me separo y limpio mis ojos rápidamente.

Ella me regala una sonrisa triste.

—Lo sé.

***

La siguiente semana pasa en un borrón. 

Cada día, en la hora de visitas, entro en su habitación con mi guitarra en mano y y me siento a su lado para tocar la canción favorita de ella. Una que su madre compuso para ella unos meses antes de morir. Esa canción también es mi favorita.

Rosa Elena Reyes era una de mis cantautoras favoritas. Recuerdo que un día tuve la suerte de encontrármela en el edificio donde mi padre trabajaba unos meses antes de que muriera. Allí siempre habían personas famosas como artistas y cantantes. 

Soy su admirador número uno, señorita —le dije en español sin pensarlo dos veces cuando ella iba caminando por un pasillo. Ella paró y me vio fijamente. Luego sonrió y sacó de su cartera un disco.

Está es mi nueva obra, nadie sabe de ella —susurró—. No se lo digas a nadie.

Después, solo siguió caminando como si nada hubiera pasado.

He escuchado esa canción millones de veces desde entonces, y cuando Raquel me dijo que sospechaba porque se suponía que nadie debía saber sobre esa canción, le dije que había sido yo quien había insistido en ponerla en las pocas fiestas en que coincidimos.

La verdad es que no sé porqué no me di cuenta de que Raquel era la hija de Rosa cuando me encontré con ella por primera vez, pero supongo que estaba más ocupado observando su belleza eclipsante en lugar de unir los cabos sueltos en mi mente.

Parece que Raquel está en calma cuando toco esa canción para ella. Sus músculos parecen relajarse más y creo que en sus labios aparece una sonrisa casi invisible.

Ese día, mientras salgo de su habitación, encuentro a Victor entrando en el hospital lo más rápido que puede para que la prensa no se avalance sobre él.

—Eso parece un problema —señalo con el dedo las puertas. Victor para abruptamente al verme y se encoge de hombros.

—Pronto se cansarán de no poder obtener información.

—¿Y si alguien filtra la información? —pregunto un poco inseguro sobre lo que él afirma.

—Entonces que lo sepan, a este punto ya no me importa lo que piensen —examino al hombre. Se ve exhausto. Parece cansado de la vida.

—Entonces tampoco te importa que Raquel no quiera seguir tus pasos —digo con cuidado.

—¿De qué hablas, chico? —pregunta él sin negar lo que digo.

—Ella no quiere heredar tu imperio. Detesta la arquitectura —resoplo—, pero ella jamás te lo diría porque piensa que tiene la culpa de lo que pasó con Christian.

Una expresión anonadada aparece en su rostro aunque se borra en cuestión de segundos.

—Ella no tiene la culpa de nada.

—Sí, lo sé. Pero no he podido convencerla de lo contrario. Creo que tú tienes que hablar con ella para que lo entienda de una vez por todas.

—Gracias por decírmelo —asiente con la cabeza y se encamina a la habitación de Raquel.

Al día siguiente, ella despierta.

El anhelo de volver a hablar con ella me invade, pero al mismo tiempo una sensación de faltarme el aire aparece.

Y, con eso, sé que tengo que tomarme un tiempo para mí, para asimilar que ella tiene una enfermedad muy seria que por poco le quita la vida hace pocos días. 

Estoy seguro que la amo y que no podré estar separado de ella mucho tiempo, pero antes de volver con ella, necesito aceptar que ella cualquier día podría morir sin previo aviso y que también tendré que controlar mejor los ataques de pánico porque cuando ella esté en una situación grave, yo no puedo perder el control.

Así que no vuelvo a aparecer por el hospital, ni por su casa las siguientes dos semanas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top