Capítulo 28
—Raquel, juro que si no abres la puerta en este momento, entraré con o sin tu permiso —su voz me llega lejanamente. Me doy cuenta que empiezo a recobrar la consciencia y la mente se me aclara un poco. Miro la hora en el reloj que está en la mesita de noche.
Dos minutos. Solo me desmayé durante dos minutos.
Fue una suerte que estuviera en la cama porque sino, el sonido de mi cuerpo haciendo impacto contra el suelo hubiera sido difícil de explicar. La cerradura de la puerta se mueve, y tengo el tiempo suficiente para esconder el frasco de píldoras bajo una de los almohadones en mi cama.
Mi corazón ha recuperado su ritmo normal, aunque me sigue doliendo un poco.
Me mira con confusión y preocupación cuando me encuentra sentada en la cama, sonriendo.
—¿Por qué no respondiste?
—Tenía ganas de comprobar hasta qué nivel llegaba tu preocupación por mí —me sorprende tanto la facilidad con la que la mentira sale de mi boca que mi sonrisa casi vacila. Y se me hace un nudo el estómago al darme cuenta de lo cruel que suena lo que acabo de decir, pero la otra opción era que dejara que supiera mi secreto.
Se pasa una mano por el cabello y cierra los ojos.
—Jamás vuelvas a hacer eso —la seriedad con la que habla me dice que, por ahora, mi secreto está a salvo. Intento ver qué tan enfadado está conmigo y puedo decir que está muy enfadado porque ni siquiera me mira a los ojos y se aparta cuando trato de acercarme a él. Ya sé que no debería sentirme herida porque yo tuve la culpa de que esto pasara, pero aún así, es de cerca la sensación más horrible que he sentido desde que todo se fue a la mierda.
De nuevo, pienso en que esto no debería estar pasando. Yo no debería estar tan dolida, no debería sentir nada porque al fin y al cabo, he estado practicando todo este tiempo para ya no sentirme herida nunca más, pero supongo que tú no tomas la decisión cuando se trata de los sentimientos y los asuntos del corazón, ¿verdad? No importa lo mucho que trate de ir a contracorriente porque es imposible no encariñarse con una persona como él.
—Así que Juilliard, ¿eh? —su pregunta me deja de piedra. Lentamente giro mi cuerpo y veo mi ordenador portátil encendido encima de mi cama, en la página de admisiones de Juilliard School.
¿Por qué seré tan descuidada con mis cosas siempre?
No, en realidad, nunca fui descuidada hasta que él apareció en mi vida de la nada.
—¿Mely?
Ha pasado más o menos un minuto desde que me hizo la pregunta y yo todavía no sé cómo responder, porque, algo he de decir, ¿verdad? Pero qué se supone que dices cuando te encuentran con las manos en la masa. "¿Ya sé que es ridículo y algo estúpido revisar la página de Juilliard cuando sé que iré a otra universidad cerca de casa para hacer prácticas en la empresa de mi padre y que me estoy torturando por nada?"
Patético.
—No es ridículo ni estúpido que te ilusiones, ¿sabes? —dice él, menos serio que antes. Para variar, yo no puedo estar más confundida. Él sonríe burlonamente cuando, por primera vez en todo este tiempo, me mira y ve lo confundida que estoy. Y, entonces, cierro los ojos con fastidio. Sip. Ahora soy tan descuidada que ni siquiera me doy cuenta de que digo mis pensamientos en voz alta. «Bravo, Raquel.»
—Anda. No te martirices por eso. De todas maneras, tarde o temprano, lo hubiera averiguado —¡Lo ven! A esto era a lo que me refería cuando dije que puede saber lo que pasa conmigo solo con verme la cara. Extrañamente, eso ya no me preocupa tanto como lo hubiera hecho unos meses atrás.
—¿No lo entiendes? ¡Me estoy ilusionando con algo que jamás va a pasar! —digo gesticulando con mis manos y señalando la pantalla del portátil—. Por supuesto que es ridículo y estúpido.
—¿Llenaste la solicitud entera? —me pregunta viendo mi portátil, haciendo que toda mi irritación sea reemplazada por la, ahora, tan familiar confusión. Qué imposible es seguirle el ritmo. Se supone que estábamos hablando de las falsas ilusiones que me estaba haciendo y ahora cambiamos a la aplicación.
—Sí, ¿por qué? —tiene una expresión extraña en el rostro y, en algún momento entre su pregunta y mi respuesta, agarró el portátil y se movió para que no pudiera ver lo que estaba haciendo.
—No sabes lo mucho que aprecio que, por una vez, respondas a mis preguntas con un simple sí en lugar de convertirlo en un monólogo sin fin.
—¡Eh! Yo no hablo tanto. Además siempre termino respondiendote —. ¿Debería preocuparme por lo que está haciendo en mi computadora? Por supuesto que debería. De un segundo a otro, me da por unir los puntos. —¡Oh, no! ¡Que ni se te ocurra, Sebastian Kiell Vera!
Trato de arrancarle mi portátil, pero el solo se hace a un lado y con una sonrisa triunfal exclama—: ¡Listo!
Un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Veo la pantalla de mi computadora en la que sale un mensajito:
«Su aplicación ha sido enviada con éxito.»
—¿Qué has hecho? —pregunto, todavía viendo el mensaje sin poder creerlo.
—Envié la aplicación que tú no te atrevías a mandar —. El destino quiere matarme, ¿verdad?
—No podías hacerlo. ¿No te conté justamente hace una semana que voy a trabajar para mi padre mientras estudio arquitectura?
Él está a punto de perder la paciencia, al igual que yo.
—¿Y es eso lo que quieres?
No.
—No se trata de lo que quiero o no —ya tuvimos una conversación parecida a esta y no salió nada bien. Fue por esa misma razón por la que retomamos la costumbre de los batidos. Él jamás se disculpa con palabras.
—Nunca le has dicho a tu padre que no te gusta la arquitectura, ¿no es así? —pregunta astutamente con los ojos entrecerrados.
No, no se lo he dicho. No puedo hacerlo. Yo soy la única que puede encargarse de su empresa, nadie más. Odio a mi padre por haberme abandonado cuando más lo necesité, por no comportarse como un verdadero padre. Pero, también sé que si él se enterara de que no quiero ser arquitecta, él no me obligaría a convertirme en una. Sin embargo, sé que le debo hacer esto porque después de todo soy la mayor fuente de sus problemas contando mi enfermedad y el hecho de que Christian no se encuentre con nosotros a día de hoy.
—Dios, Raquel —se pasa una mano por el cabello, de nuevo—. ¿Por qué te comportas de esa manera?
¿Qué?
—Te comportas como si fueras el villano de tu propia historia.
Es que lo soy. Yo tengo la culpa de la mayoría de cosas que le han pasado a esta familia.
—Buena forma de decirlo —intento con el sarcasmo, pero la voz me tiembla al final de la frase. Él se acerca a mí y yo no hago nada para detenerlo. ¿Para qué hacerlo? Después de todo, si no ha salido corriendo ya, es porque algo debo haber hecho bien, ¿no?
Soy egoísta.
—No, no hagas eso —arqueo las cejas, preguntando. —No te eches la culpa —sostiene mis mejillas con determinación—. Eres maravillosa, ¿sabes? No eres ningún monstruo que no merece ser feliz. Tienes que entenderlo.
—Creo que hemos intercambiado papeles —cierro los ojos un momento para contener de nuevo las lágrimas—. Se supone que es la chica quien le dice eso al chico.
Él se ríe suavemente.
—Eres única, Mely.
Me estrecha en un abrazo y yo sólo puedo decir que el peso del millón de ladrillos oprimiendo mi pecho se aligera un poco más. Siento la tranquilidad y el cómodo calor que su cuerpo me ofrece. Podría quedarme así con él toda la vida y no me importaría en absoluto.
Pudo haber sido una eternidad entera o solo unos pocos minutos cuando Nora finalmente llamó a la puerta para que bajemos a cenar.
***
—¿Por qué están agradecidos? —pregunta Nora.
Lina dice que está agradecida por haber perdonado a Nora; Carlos, porque Lidia no le ha molestado ni una sola vez hoy, lo cual es un milagro; papá, porque ha logrado cerrar un contrato importantísimo; Abby está agradecida por tener una familia tan extraña (dijo eso mirándome con una sonrisa resignada).
—Raquel, es tu turno —me dice Nora con una cálida sonrisa.
Mirando a cada uno, digo con toda la sinceridad del mundo—: Estoy agradecida porque todos ustedes son importantes en mi vida. Sí, incluso tú Abby —añado, poniendo los ojos en blanco cuando ella me ve con desconfianza. Es cierto, aunque no me gusta su manera de tratar conmigo, es lo que hay.
Lidia se levanta de su asiento a la derecha de Lina y me da un fuerte abrazo. Para tener solo ocho años tiene bastante fuerza, por cierto. Nora y Lina tienen esas sonrisas maternales que te calientan el corazón; Carlos, que está a mi lado, alza la mano en señal de querer chocar los cinco y yo le correspondo; pero quien me atrapa con la mirada, es Bas. A diferencia de los demás, solo me mira intensamente, y aunque no puedo descifrar lo que me quiere decir, siento la misma conexión que sentí el día que lo conocí.
Cuando terminamos de cenar y los Vera ya se han ido, por alguna razón, terminé a solas con mi padre en la sala de estar. En el silencio habitual, sin nada que decirnos. A los cinco minutos, él se levantó y yo casi estaba aliviada de ver que se iba, pero antes, se acercó a mí, y poniendo una mano sobre mi hombro me dijo en voz baja:
—Siempre te he querido, Raquel. Eso nunca va a cambiar —parecía dudar si decirme algo más. Al final solo se fue, dejándome estupefacta y con un nudo en la garganta.
Por un segundo me pregunté qué pensaría si le dijera que no quería seguir sus pasos.
¡Holaaa!
Desde ya les aviso que hacer notas de autor es bastante difícil para mí porque soy súper tímida, pero son importantes y también amo la historia que estoy escribiendo. Así que... IMPORTANTE: A veces cuando quieres hacer lo que amas también tienes que hacer cosas difíciles. Es parte de la vida. :)
Bueno, ahora sí lo que vine a hacer.
Gracias lectores, por leer la historia de Raquel y Bas que me encanta escribir. Solo quiero hacerles una pregunta, ¿qué les pareció este capítulo? A veces siento que se pone muy nostálgico jaja.
Besos,
Emi
P.D: Soy yo, o esto suena más como una carta que como una nota.
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