Capítulo 15

Nunca pensé que diría esto, pero ahora mismo lo que menos me apetece es ir a clase de música.

No me siento con ánimos de ver a la señorita Armstrong después de lo que dijo la semana anterior y mucho menos tengo ganas de sentarme junto a Bas y pretender que lo de esta mañana y lo del viernes y lo de toda la semana no me afectó, porque quiera admitirlo o no, él me importa más de lo que debería, me importa qué piensa de mí y eso sólo me hace odiarme un poquito más.

Así que, aquí estoy. Sala de música #7. Me hubiera marchado de las instalaciones de no ser porque no te dejan irte a menos que obtengas un pase de algún profesor para saltarte las clases. Tampoco es que me esté saltando el último periodo exactamente, después de todo, estoy haciendo algo relacionado con la materia.

Me paseo alrededor del estudio, revisando qué instrumentos hay y los aparatos, cables y demás cosas que se utilizan para mejorar el sonido. 

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve delante de un piano. Mi madre solía enseñarme cómo afinarlos y distinguir sus sonidos. Aplasto una tecla y al instante sé que es la nota sol, no tengo que mirar para comprobarlo, y la verdad es que no suena nada mal. Nunca me he atrevido a pasar más tiempo del que quería en estas salas por el qué dirán, ahora ya eso ya no es tan importante. Ser popular es un trabajo de tiempo completo.

Me siento en el banquillo y una vez hecho es imposible que pare de probar notas, acordes, arpegios y sin darme cuenta estoy tocando todas las canciones que recuerdo, las que mi madre me enseñó, las que yo aprendí por mi cuenta y las que intentaba componer. Es prácticamente imposible describir lo que siento, el alivio, la felicidad y añoranza. Esperanza. Es como si por fin estuviera viva.

Finalmente, pruebo esa canción que ha estado persiguiéndome durante estos últimos días, la que me recuerda a los últimos meses cuando todavía éramos una familia y no puedo evitarlo.

Lloro. 

Lloro por todo lo que perdí, por todas las veces que devolví las lágrimas al lugar de donde salieron, por todas las veces que quería llorar pero de alguna manera las lágrimas no salían por más que quisiera. Y lloro porque sé que todavía puedo recuperarme, porque sé que si tengo a la música conmigo en todo momento, podré superar lo que sea. Podré vivir en paz... 

—¿Qué es lo que más odias? —su voz me sobresalta, aunque no me vuelvo. Seguramente ya sabe que estuve llorando, pero no quiero que me vea la cara manchada de lágrimas. Nadie me ha visto llorar, ni siquiera derramar una sola lágrima desde que mi hermano murió y que él lo haya presenciado se siente como si viera algo más íntimo de mí, otra razón para creerme débil. Frágil. Vulnerable.

—Las mentiras —me sorprende mi voz estable.

—Es curioso que odies las mentiras cuando eres tú quien las dice —otra cosa que odio es que me acusen de algo que no hice. Bueno, creo que a todos les molesta eso.

—No estoy de humor.

—¿Por qué te escondes? —. Su tono me dice que no habla del por qué estoy aquí. Dios, ¿es tan difícil hablar de cosas triviales? ¿Por qué tiene que preguntar algo tan personal?

—No quería verte.

—Sabes que no hablo de eso —suena irritado.

—¿Por qué te interesa de todas maneras? —ya no tiene la excusa del trabajo de la señorita Armstrong, así que ¿qué más da?

—Sinceramente, no lo sé —no digo nada—. No eres como otras chicas que he conocido. No te entiendo. Eres linda y amistosa un rato y luego te cierras en banda. Ocultas secretos, finges ser lo que no eres, pero entonces da la impresión de que es todo lo contrario. ¿Qué pretendes, Raquel?

Una pregunta directa y concreta. Muy difícil de responder en mi caso porque a veces ni siquiera yo sé lo que voy a hacer.

—Tampoco te entiendo —contesto después de pensarlo varios segundos.

Oigo sus pasos acercándose, yo no me muevo de donde estoy, a pesar de que no quiero que vea mi cara todavía.

—Pensé que nos íbamos a mantener alejados el uno del otro —susurro. Me digo que solo es para distraerlo y que no se fije en mi cara manchada, pero es difícil engañarme.

—Tú sabes que eso es imposible —dice en el mismo tono.

—¿De verdad?

Lo siento justo detrás de mí y unos segundos después también siento su mano, agarrando un mechón de mi cabello. El mechón que April casi me arranca y aunque tira de él suavemente, sigue doliendo mucho. Debe sentir que me tenso porque lo suelta y en vez del cabello ahora toca mi mejilla izquierda donde April me golpeó. Es apenas un roce, pero solo eso hace que me recorra un leve temblor de pies a cabeza. Le aparto la mano con la mía y me levanto, haciendo que mi cabello caiga en cascadas delante de mi rostro, sin ocultar mi visión.

—¿Blanco o negro? —se acerca un paso, yo retrocedo.

—A color.

—¿Diamantes o tréboles? —otro paso.

—Corazones.

—¿Invierno o verano? —otro más.

—Otoño.

—¿Bien o mal?

—Esto es ridículo —le miro a los ojos. Mi espalda toca suavemente la pared con la última pregunta y él está cerca, muy cerca.

—Por fin estamos de acuerdo en algo —él tiene una sonrisa divertida en sus labios y yo estoy aguantando la respiración, sin moverme. Me aparta el cabello de la cara, acariciando tiernamente mi mejilla; luego se inclina y el primer encuentro de sus labios con los míos es tímido e impulsivo. Siento cómo el corazón me late a mil por hora, y sé que mi cerebro se ha ido de paseo cuando le devuelvo el beso. Un nudo se instala en mi estómago y para nada en un mal sentido. Los besos se vuelven más intensos, estoy ardiendo y al poco tiempo tengo mis manos enredadas en su cabello, atrayéndolo hacia mí y él tiene sus manos en mis caderas. De pronto lo recuerdo. Ella, él y luego las palabras hirientes. Lo aparto como puedo.

—No.

Ambos estamos jadeando y sus ojos verdes están oscurecidos con deseo. Y podría decir lo mismo de mí, pero no puedo evitar sentirme utilizada. No puedo controlar lo que siento, porque vamos, todas las tonterías que dicen sobre que tu corazón elige y no tú, son estúpidamente ciertas. Aunque eso no significa que no pueda resistirme a todo esto y olvidarlo. Es simple y pura atracción, nada más. Y sería tonto por mi parte ilusionarme, porque de todas maneras no tengo opción. No puedo permitirme enamorarme y mucho menos de una persona que decide complicarme la vida cada vez que se le viene en gana.

Recojo mi bolso del suelo donde lo dejé cuando entré aquí y antes de irme le digo con la voz más helada que puedo manejar:

—No puedes hacer eso.

—¿Qué?

—No puedes un día insultarme y al otro besarme, o un día comprarme un batido para el otro decirme cosas hirientes. Simplemente no, no voy a ser ese tipo de chica. Y si tu no te mantienes alejado de mí, yo lo haré por ti. 

Lo de mantener mi voz helada no funcionó porque al final de mi discurso se nota claramente lo molesta que estoy. Y es terrible porque la única regla que no puede romperse es que no debes dejar ver a los demás lo que estás sintiendo, y eso es exactamente lo que estoy haciendo.

Ah, Dios. Definitivamente necesito un descanso, de él, de mi vida y todo lo que esta conlleva.

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