Capítulo 4: Aντίο

La fríaldad árida de ese beso, lejos de ser lo que añoró por meses, sería uno de los peores recuerdos que se llevaría a la tumba.

Los múltiples escenarios reproducidos sórdidamente por su mente, sobre como sucedería el inevitable y aborrecido adiós entre él y su mejor amigo, se quedaron cortos en comparación al dolor incesante que lo perforaba y destrozaba por dentro.

Sus labios se sentían como la nada misma, como hundirse en un precipicio donde sus gritos no eran escuchados ni serían; donde sus extremidades congeladas sucumbían en caída libre y le tiraban a un agujero negro sin retorno ni piedad.

Se separó de Thomas con el corazón despedazado y los gimoteos apresados como demonios enjaulados luchando fieramente por liberarse y devorarlo de a sangrientos y despiadados mordiscos.

—Lo lamento—Susurró con la mirada gacha—Pero tenía que hacerlo...al menos una vez...tan solo una.

El rubio continuó mudo como si no necesitase aire que respirar. La vista del británico se hallaba perdida en la suya, cristalizada, desesperada y agobiada. Un paisaje lúgubre que le torturaba contemplar, apreciar a tan pocos centímetros la tristeza y decepción que sus desventurados sentimientos dejaban a su paso.

¿Cuánto tiempo le tomaría a Thomas recuperarse del trauma de lo que acababa de suceder?, ¿Un mes, un año, una década bastarían para cerrar esa herida?. ¿Tan enorme resultó ser el suplicio que le ocasionó su verdad, el conocer a quema ropas su oscuro y repulsivo secreto?. ¿Qué clase de monstruo fuerza a su mejor amigo, al punto de arrastrarlo a tal nivel de desolación?.

No debería sorprenderle, tuvo más de 12 meses para asimilarlo, la clase de persona que era: Un egoísta desvergonzado, sofocado y atrapado en un concepto tan pútrido del cariño como el suyo.

Cada segundo que siguiese junto a Thomas sería peor, cada milésima aquel sufrimiento que lo consumía se contagiaría mayormente y arraigaría cual parasito, dentro del corazón inmenso y bondadoso del hermoso rubio.

Lo amaba, lo hacía por sobre el cielo y el infierno, con la potencia de una tormenta que se ciñe y destruye todo a su paso y con la calidez de la espuma al rozar su tersa, joven e impecable piel. Pero esa perfección se derramaba, se caía a pedazos en tantos trozos que por más que se esforzara, nunca podría recogerlos y repararlos todos.

No podía permitirlo, no a Thomas. El amor era su cruz y se la llevaría consigo a donde quiera que sus pies lo llevaran. No podía quedarse, prometerle que un sentimiento tan enraizado y profundo como el suyo, podría desvanecerse de la noche a la mañana y que todo sería como antes.

Llegaría el día en que el rubio aceptaría que su decisión era la necesaria para sobrellevar aquel desastre, cuando Thomas agradecería que las cosas terminaron así, antes de que el resentimiento y fastidio acabaran inclusive con la mínima buena memoria. Lo haría...sucedería, o al menos suplicaba por creer que era posible; qué el gentil británico volvería a la normalidad, una vez se hiciese a la idea de que desaparecer de su vida fue lo más compasivo que pudo hacer.

—Lo siento tanto Thomas—Soltó tragando saliva y apretando los dientes al igual que sus puños—Con el alma añoro que un día lo comprendas...que entiendas que nunca podría odiarte, nunca detestarte por nada del mundo ni siquiera por lo que paso esta noche—Su determinación se tambaleaba en la cuerda floja, recordándole que debía sostener la poca falsa tranquilidad que le quedaba, si es que quería causarle el menor perjuicio posible al mayor—Deseo con el corazón que aceptes que la culpa es mía y de nadie más...que eso está bien porque no debo amarte como lo hago...que soy el único que debe hacerse responsable.

Acarició con delicadeza la mandíbula del chico, hasta que finalmente reconoció que era el momento.

Dándole un vistazo final a su cándido rostro, rápidamente se giró y caminó en dirección a la puerta; sujetó la manija metálica de su maleta viajera y apretó el pomo de la puerta con su otra mano, con tal fuerza que le permitiera mantenerse firme, evitar que corriera hacía los pies del rubio como un cachorro maltrecho y arrepentido.

Percibió por última vez la calidez de esa maravillosa casa llena de remembranzas y risas, de tantas anécdotas imborrables ahora manchadas por su estupidez. ¿Se podrían lavar de aquellos muros caobas, las huellas grasientas de sus errores? ¿El tiempo las eliminaría, lo suprimiría hasta que su presencia allí se volviese una silueta borrosa y olvidada?.

"No para mi...yo dejaré un buen pedazo de mí en este lugar, contigo" Razonó resbalando sus dedos sobre la perilla.

—Espera...por favor, Dyl—Balbuceó el rubio atragantándose con cada silaba, le costaba creer que en verdad fuese capaz de hablar. Se veía tan herido y roto que su sola visión dolía como mil cuchillas enterrándose en su carne.

—Sabes—Musitó mordiéndose los labios—He conocido montones de personas en mi vida, tantas que nunca pensé que encontraría a alguien con quien sin decir nada, sin hablar y sin tocarnos...pudiese llegar a sentir tanto—Declaró ya sin vergüenza—Ni Britt, ni nadie consiguieron hacerme sentir tan satisfecho, vulnerable, feliz, abatido y extasiado al mismo tiempo—Dijo sonriendo con añoranza—Es por eso que estoy seguro de esto, Thomas...porque sabes que destruiste irreparablemente lo más valioso que tienes, cuando has lastimado a la persona con la que mejor podías ser tú mismo, la que abrazaba los defectos y debilidades, y los volvía algo maravilloso...la que podía sostenerte, aconsejarte y mantenerte en pie cuando el mundo se esmeraba en patearte el trasero.

El británico no contestó, sus labios sellados y temblorosos eran humedecidos por las lágrimas. Probablemente consecuencia del shock por sus atrevidas e insolentes palabras. Aun así le eran necesarias.

—¿De qué sirve el afecto si envenena a quien lo recibe?—Preguntó retóricamente—¿De qué sirve desear tan desesperadamente a alguien cuando te come vivo por dentro?—Agregó sin aguardar respuesta—¿De qué te sirve tenerme a tu lado, si lo único que puedo ofrecerte es amarte sin sentido ni razones como un hombre demente?—Expresó levantando ligeramente los hombros—No sirve para nada...

El británico entreabría su boca intentando replicar, no obstante para su fortuna no consiguió entablar palabra alguna; si fuera el caso contrario, sus ruegos pudieron haber echado a la basura su maltrecha fuerza de voluntad.

—Tú mereces un mejor amigo que no sea como yo...Alguien que conozca de límites y autocontrol...uno que pueda darte la amistad incondicional que tanto ansías—Explicó melancólico—Ese no puedo ser yo...ya no puedo—Admitió desviándole la mirada y abriendo la vivienda. La brisa helada nocturna lo golpeó de inmediato—Te deseo demasiado como para volver a ser el hombre que quieres y necesitas que sea—Atravesó el umbral quedando de pie sobre el porche de madera—Solo te pido que no olvides lo que fuimos...Ojala puedas perdonarme alguna vez...

Viró su cabeza hacia él, grabando en su cerebro los últimos momentos cercanos al rubio; apreciando la belleza innata de sus despeinados cabellos blondos y de cada una de sus sublimes facciones.

—Te amo—Insistió con ternura luego de un largo suspiro—Te amo Tommy, y sé que yo jamás olvidaré el paraíso en el que fugazmente me permitiste vivir. Incluso ahora, sin importar lo que haga o diga...no me creo capaz de superarte jamás—Sorpresivamente una diminuta sonrisa se dibujó en sus labios—No a ti...no a Thomas Brodie-Sangster.

Con esa verdad dicha y los cristales cafés inundados suplicando silenciosamente que no se marchara, cerró la puerta tras de sí.

Tambaleante avanzó apresurado hasta la acera. Una minúscula chispa de buena suerte alumbró con el taxi que aparcó enfrente suyo a segundos de encontrarse en el andén. Sin esperar confirmación, jaló la portezuela y se arrojó junto a su valija sobre el asiento trasero.

—Arranque...por favor—Pidió mientras que difusamente, observaba la fachada de la casa que no volvería a pisar.

Con ese llano pensamiento, la botella de sentimientos estalló chorreando a borbotones cada instante bello y amargo, cada memoria suya y de su rubio amigo, cada caricia derrochada y que para él, nunca serían suficientes.

El ilimitado afecto que le brindó el mayor, se escapó como granos de arena deslizándose y perdiéndose en los riachuelos de lágrimas que goteaban desenfrenadas por sus pómulos.

Eso fue todo...Lo perdió para siempre.

"Thomas...Thomas...Thomas".

El auto comenzó a moverse al tiempo que ese nombre se repetía, incesantemente reviviendo la melancolía y desdicha que desató segundos antes; que resonaba recalcando el horrible ser humano que era.

—¿A dónde?—Carraspeó el conductor, incomodo por el sujeto llorando incontrolablemente en su carro—¿Necesita que lo lleve a un hotel o casa de un conocido?—Insinuó el mayor.

Una pregunta tan sencilla a la que no tenía respuesta. Al salir acelerado no pensó en que vendría después, simplemente que tenía que huir de la residencia de Thomas antes de que el rubio reaccionara.

Se sentía completamente perdido y en tinieblas, sin escapatoria ni solución; no tenía un camino fijo por el que proseguir, apenas si lograba mantenerse cuerdo por el alcohol y la tristeza ahorcándolo, amenazando con sumirlo en la completa perdición.

Sin embargo entendió que tenía que hacer algo, tomar una decisión que fuese el primer microscópico paso con el fin de escapar de la cripta deprimente que era su corazón.

—New york—Masculló a duras penas—Debo volver...

—Al aeropuerto entonces—Asintió el conductor y continuó con su labor en silencio.

El bullício causado por sus gimoteos fue menguando con el pasar de los kilómetros. Acostándose de perfil, se enrolló en posición fetal como un niño pequeño y asustadizo.

—Lo siento—Susurró para sí mismo—Lo siento tanto, Thomas...Tommy, yo...

Se vio interrumpido cuando su celular alumbró y vibró dentro de su pantalón. Su mente arrepentida y necesitada envió su mano al aparato apresuradamente, sacándolo con la vana esperanza de que se tratará de su viejo amigo.

Juró por todos los dioses que si trataba de Thomas, le ordenaría al taxista volver y correría de regreso a él en un santiamén, a sus gentiles y confortables brazos. Si, así de baja y deplorable era su determinación.

Su ilusión se marchitó en breve al distinguir borrosamente que el aviso era de una notificación. Las malditas letras danzaban en la pantalla con la luz blanca tornándose excesivamente colorida y brillante, tanto que le ardían sus sensibles y sonrojados ojos.

Apagó el teléfono y lo devolvió a su pantalón con una inminente avalancha de decepción aplastándolo, no sin antes leer las primeras 3 palabras de aquel mensaje, las cuales de momento no le significaron nada en absoluto.

"You Tube: Moviekidd826..."





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"A modern Myth"- 30 Seconds To Mars. 


Hola chicas y chicos, sé que este Cap. fue cortó, lo es ya que representa el cierre al primer acto de esta historia.  Como dato extra antes de continuar, aclararé el significado del título de cada uno de los 4 primeros Capítulos:


Uroborus: Animal serpentiforme que engulle su propia cola. Simboliza la lucha eterna o el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones o el querer de impedirlo.

Akrasia: "Falta de autocontrol" o "Voluntad débil".

Hamartia: "Error trágico" o "Error fatal" cometido por el héroe de una historia cuando intenta hacer lo correcto.

Aντίο: "Adiós a ti" o "Hasta que nos volvamos a ver".

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