7

Eran las dos de la mañana y ya habíamos visto dos películas. Íbamos por la tercera que, según Dhaen, era la mejor para él.

—¿Y eso qué es? —indagué, señalando al pollo gigante con alas blancas. O grises.

—¿El qué? ¿El hipogrifo?

—¿Hipo- qué?

—Hipogrifo. Es la mascota de Hagrid. Se llama Buckbeak.

—Vale... Eres un completo friki.

—¿Por qué? Me gusta interesarme por las cosas que me llaman la atención —lo dejó caer y sentí que por un momento me daba vueltas el comedor.

—Vale, ¿y de qué casa te consideras? —indagué, sin dejar de mirar la televisión.

Gryffindor, sin duda.

—¿Por qué?

—Son los mejores. Y yo solo puedo estar con los mejores —esbozó una sonrisa satisfecha—. A ti te pega ser de Hufflepuff.

—¿A mí por qué? Suenan como los peores... ¿Me estás insultando?

—Oye, no te metas con los de Hufflepuff. A mí me gustan.

—¿Y qué tienen de especial?

—Son leales, honestos, bondadosos y muy trabajadores.

No pude evitar esbozar una sonrisa tímida.

Seguimos viendo la película y, por mucho que me costara admitir en voz alta, estaba intrigada.

—¡No! ¿Pero por qué van a hacer eso?

Estaba tan enganchada que, de vez en cuando, gritaba a la pantalla.

—¡Dhaen! —grité y de manera inconsciente me apreté contra su hombro—. ¡Que no lo hagan!

Apoyé mi cabeza contra su pecho y entonces escuché el sonido de un hacha.

Dhaen se quedó en silencio por un momento, y sentí cómo su cuerpo se tensaba ligeramente. Pero no dije nada. Él tampoco.

Vimos el resto de la película —la cuál me terminó gustando mucho— uno cerca del otro. Para ser más explícita, todavía seguía apoyada en su pecho. Me daba tanta vergüenza quitarme y mirarle que decidí no moverme.

—Deberíamos ir a dormir ya —sugirió, mirando el reloj de su muñeca—. Son las cinco de la mañana.

Definitivamente, si mi madre se enterase, me mataría.

—¿Cuántas películas nos quedan por ver? —indagué, separándome de él.

—Cuatro más. Bueno, realmente cinco, porque la última son dos partes. ¿Por qué? —me preguntó—. A que te ha gustado, ¿verdad?

—La verdad que sí.

Él sonrió satisfecho.

—Te lo dije.

—Ya... Lo sé.

—Nunca me equivoco, Callahan.

Sonreí, sin poder evitarlo.

Nos despedimos y me quedé a dormir de nuevo en el apartamento. No me iba a ir a la residencia a las cuatro de la mañana... O sea, podría hacerlo perfectamente, pero en el fondo no quería.

Esta vez había sido precavida y me traje mi pijama.

Me metí en la cama y me dormí, aunque me levanté casi una hora después por una maldita pesadilla.

Me levanté, casi sin darme cuenta de lo que estaba haciendo. La pesadilla aún me rondaba en la cabeza. Miré el reloj en la mesita de noche: las seis de la mañana.

Me puse las zapatillas y salí en silencio hacia la habitación de Dhaen. No sé por qué, pero sentía que era lo que tenía que hacer. Tal vez solo quería que alguien estuviera cerca.

Recuerdo que cuando tenía pesadillas, siempre iba a la habitación de mis padres y me quedaba con ellos. Mi madre me susurraba que todo estaría bien hasta que me quedaba dormida.

Toqué la puerta suavemente, esperando que no estuviera demasiado dormido.

A los pocos segundos, la puerta se abrió. Dhaen estaba ahí, con el pelo despeinado y una mirada un poco somnolienta.

—¿Callahan? ¿Qué pasa? —me preguntó, frotándose los ojos.

No sabía qué responder. Solo me quedé mirándole unos segundos antes de soltar la pregunta que ya estaba en mi cabeza.

—¿Puedo quedarme contigo? —dije, sin dar muchas explicaciones.

Hubo un pequeño silencio, pero al final, Dhaen asintió.

Me dejó entrar y se apartó un poco para que pudiera meterme en la cama. Cerró la puerta sin hacer ruido y se metió en su lado, dejándome mucho espacio y dándome la espalda.

Me metí bajo las sábanas, sin decir nada más. Me sentía un poco tonta, pero necesitaba estar allí, cerca de él, aunque fuera en silencio.

—Al final me hiciste caso —susurró.

Su voz sonaba demasiado bien cuando susurraba. ¿Por qué no lo hacía más a menudo?

—¿Sobre qué? —indagué.

—En venir a buscarme cuando tuvieras miedo.

—No tengo miedo.

—Entonces, ¿hay alguna otra razón para que estés en mi cama a las seis de la mañana, Callahan?

Tenía ganas de girarme y de pegarle un cabezazo para que se callara. Y de besarle. Pero de pegarle también.

—No puedo dormir en esa habitación —mentí.

—Pues la última vez bien que dormiste como un lirón.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Me asomé para ver si te habían secuestrado. O te habías asfixiado con la almohada.

—Eres un imbécil.

—Un imbécil que se preocupa por ti.

Me quedé sin respiración. El calor me subió a la cara y no estaba segura de si era porque tenía las sábanas hasta las orejas o por lo que me había dicho.

—Déjame dormir, Williams.

—Es que hay un problema, Callahan.

Suspiré exasperada.

—¿Qué problema?

—Siempre duermo abrazado a algo.

Puse los ojos como platos.

—Pues te aguantas —respondí rápidamente, con un tono que intentaba ser firme pero que probablemente sonó más nervioso que otra cosa.

Dhaen soltó una risita baja que, por alguna razón, hizo que me pusiera aún más nerviosa.

—¿De verdad vas a ser así de despiadada? —indagó, fingiendo estar ofendido—. ¿Con la persona que te ha hecho un hueco en su cama?

Me giré para hacerle frente, por ese estúpido impulso que había heredado de mi querídisima madre de no quedarme callada bajo ninguna circunstancia, pero me arrepentí al instante.

No sabía en qué momento se había dado la vuelta. Sus ojos miel me miraban con intensidad. Nunca me había parado a mirarle detenidamente.

Era condenadamente guapo. Y él lo sabía bien. Era consciente del efecto que causaba cada vez que sonreía. Pero ahora, no lucía como el típico chico que te parece atractivo para una noche; lucía como alguien de quien no deberías encariñarte demasiado. Alguien que podía hacer que te olvidaras de dónde estabas, quién eras, y todas esas barreras que creías inquebrantables.

Lucía, peligrosamente, como uno de esos chicos que podrían llegar a quererte. De verdad.

Y eso daba un poco de vértigo.

Tragué saliva, y para mi desgracia, Dhaen lo notó.

—¿Qué? —preguntó suavemente.

—Nada —respondí demasiado rápido, apartando la mirada. Pero claro, no sirvió de nada, porque estábamos en su cama. ¿Adónde demonios iba a mirar?

—¿Nada? —repitió, alargando la palabra.

Dhaen apoyó la cabeza en su mano, acercándose un poco más hacia mí con tanta naturalidad que parecía no darse cuenta de lo que su proximidad me estaba haciendo. O tal vez lo sabía perfectamente. Maldito.

—¿Siempre evades las preguntas cuando estás incómoda, Callahan? —continuó, su voz apenas un susurro.

—No estoy incómoda —mentí descaradamente.

—¿Ah, no? —su sonrisa se ensanchó un poco, y, por un instante, su mirada bajó hacia mis labios. Fue tan rápido que casi pensé que lo había imaginado.

El aire en la habitación se sentía pesado, como si todo el oxígeno se hubiese concentrado. Podía sentir mi corazón latiendo con fuerza en mis oídos, y estaba segura de que él también podía escucharlo.

Finalmente, solté un suspiro y cerré los ojos, intentando recobrar la compostura.

—Dhaen, si no te callas y te duermes, juro que...

—¿Qué? —interrumpió, desafiándome—. ¿Qué vas a hacer, Callahan?

No contesté. No podía. Así que simplemente me giré, dándole la espalda, rezando para que el colchón me tragara de una vez.

—He venido a dormir, no para que me des un discurso, Williams —gruñí de mala gana, buscando la mejor postura para mi cabeza en la almohada. Tuve que pasar el brazo por debajo de ésta porque estaba tan suave que sentía que no tenía nada debajo.

—De verdad que necesito abrazar algo —insistió.

Resoplé brevemente y alcancé el cojín que había tirado en el suelo. Me giré y lo coloqué entre nosotros dos, a la altura de su pecho.

—Ahí tienes algo que abrazar —dije, girándome rápidamente otra vez.

—Gracias.

Después de eso, se quedó dormido. Yo intenté dormirme, pero fue una misión imposible. Creo que el hecho de que Dhaen estuviera conmigo lo hacía más difícil todavía, cuando yo pensé que sería al revés.

Maldije en bajito cuando vi la hora en la pantalla de mi móvil: las seis y media. Si me dormía ahora seguramente me iba a despertar al día siguiente, así que opté por quedarme despierta media hora más y levantarme a las siete.

Podía oír la suave respiración de Dhaen y, de cierta forma, era como un vídeo de estos relajantes que salen en Tik Tok. Me giré lentamente para mirarle y, efectivamente, estaba abrazando el cojín como si no quisiera que se fuera —aunque no pudiera irse porque, en resumidas cuentas, es un cojín—. Estaba jodidamente adorable y era la primera vez que podía decir eso de un chico.

Aiden era todo lo contrario. Era el típico chico de una noche; uno completamente incapaz de tener una relación seria. Estaba buenísimo, pero no era adorable.

Pero Dhaen... Dhaen era todo a la vez.

Me quedé mirándole un rato más, sin atreverme a moverme demasiado por miedo a despertarle. Su pelo negro revuelto caía sobre su frente, y su expresión relajada me hizo sonreír.

Había algo tan terriblemente vulnerable en verle así, sin su actitud burlona, sin las sonrisas arrogantes ni los comentarios mordaces. Solo era Dhaen, el chico que me había dejado meterme en su cama a las seis de la mañana porque no podía dormir sola.

Suspiré, cerrando los ojos un momento. Dhaen me gustaba. Y no era de ese modo en el que te gusta alguien porque es atractivo o porque te hace reír. Era mucho más complicado. Me gustaba porque era fácil estar con él, porque sabía cuándo empujarme y cuándo dejarme tranquila, y porque de alguna forma, siempre lograba que me sintiera menos sola.

Era un problema. Un problema enorme.

Y eso solo me hizo reflexionar en cómo de jodida estaba.

Cuando el reloj marcó las siete menos cinco, decidí que ya había pasado suficiente tiempo dándole vueltas al asunto. Con cuidado, me deslicé fuera de la cama, intentando no hacer ruido. Dhaen no se movió ni un centímetro, todavía abrazado al cojín.

Me levanté lentamente, intentando no pisar nada y salí de la habitación en silencio. El apartamento estaba tranquilo, con esa calma que solo existe a primera hora de la mañana. Me dirigí a la cocina y abrí el frigorífico, buscando algo para beber.

Aunque tampoco tenía muchas opciones: la leche sola no me gustaba. Ya está, ya lo he dicho. Ni fría ni caliente ni nada. No era algo que pudiera decir en voz alta, porque la gente tendía a mirarme raro.

Pero ahora estamos en confianza.

Agarré una de las botellas de agua y me serví un poco en un vaso. El primer trago fue tan frío que sentí un mini-iceberg bajando por mi garganta. Me volví a servir un poco más, esta vez dejando el vaso en la encimera mientras apoyaba las manos ahí, mirando a la nada.

El apartamento estaba tan en silencio que casi podía escuchar mis propios pensamientos. Y no estaba segura de que eso fuera algo bueno.

Mientras estaba ahí, apoyada en la encimera, el sonido de una puerta abriéndose me hizo girarme. Dhaen apareció en la entrada de la cocina, despeinado y con los ojos todavía algo adormilados. Llevaba una camiseta vieja y unos pantalones de pijama que le quedaban demasiado bien para ser tan simples.

Venga, no me jodas. Dame un respiro. Ni media hora ha pasado desde que le vi por última vez.

—¿Qué haces despierta tan temprano? —preguntó con voz ronca, y, sinceramente, esa voz debería venir con una advertencia. Y no voy a decir de qué tipo.

—No podía dormir. ¿Y tú?

—Lo mismo —dijo mientras se acercaba al frigorífico y sacaba otra botella de agua. La abrió y bebió directamente de ella, sin vaso ni nada.

Lo observé mientras se apoyaba en la encimera frente a mí, sus ojos entrecerrados todavía.

—¿Qué hora es? —preguntó, dejando la botella a un lado.

—Un poco después de las siete.

—Demasiado pronto para existir —murmuró, pasando una mano por su pelo desordenado.

Reí suavemente, y él levantó una ceja, curioso.

—¿Qué es tan gracioso?

—Pareces un zombie recién salido de la tumba.

—Tú no luces mucho mejor, Callahan —replicó, pero la sonrisa en sus labios decía otra cosa.

No pude evitar rodar los ojos y negar con la cabeza.

—Voy a hacer café. ¿Quieres? —ofrecí mientras sacaba la cafetera.

—Eso suena a la mejor idea que has tenido en toda tu vida —respondió, cruzando los brazos mientras me miraba.

Sentía su mirada en mí mientras preparaba todo, lo que me puso más nerviosa de lo que quería admitir.

—¿Qué? —pregunté finalmente, cansada de sentirme observada.

—Nada, solo me sorprende que sepas hacer café.

—¿Por qué no iba a saber?

—No sé, me das vibes de esas personas que queman hasta el agua —bromeó.

—¿De verdad crees que soy tan inútil? —indagué, un poco ofendida.

—No. Simplemente creo que con un poco de esfuerzo podrías hacer cosas que las personas normales no podríamos —dijo.

Chasqueé la lengua.

—Es un insulto disfrazado de cumplido, ¿verdad?

Él sonrió y asintió.

—Pero lo avispada nadie te lo quita, Callahan.

Serví el café en dos tazas y dejé la cafetera en su sitio.

Adoraba el olor del café recién hecho. Sonaba a cliché, lo sé. Pero realmente era de mis olores favoritos. Además, mi hermana cuando trabajaba en la cafetería que quedaba a una calle de nuestra casa, me enseñó que servir un café es un arte. Sonará raro pero, dependiendo de la forma en la que echara la leche, sabía diferente.

Yo había aprendido eso y, desde entonces, le había encontrado importancia a un detalle tan insignificante como era la forma de echar la leche al café.

—Está bueno.

—Lo sé —dije y ésta vez la que se permitió ser arrogante fui yo.

—Mejor que los macarrones chamuscados de anoche.

Dejé la taza encima de la encimera con indignación. Le miré de manera fulminante y espeté:

—Te dije que los vigilaras.

—No me quieras echar la culpa a mí, Callahan.

—Es que tienes la culpa.

—Claro que no.

—Claro que sí.

—No.

—Sí.

—No.

Me crucé de brazos y él me imitó.

—Sí.

—No.

—Vale, cállate ya.

—Gané —sonrió victorioso.

—Eres peor que un niño.

Dhaen soltó una carcajada, esa risa genuina que hacía que se le formaran pequeñas arrugas en las comisuras de los ojos. Y, aunque odiaba admitirlo, tenía algo contagioso, porque terminé sonriendo, aunque intenté disimularlo llevándome la taza a los labios.

—¿Entonces, qué hacemos ahora? —pregunté, dejando la taza de nuevo en la encimera.

Dhaen se encogió de hombros, todavía con esa sonrisa en los labios.

—Podemos volver a la cama. No tiene sentido estar despiertos a esta hora.

Levanté una ceja.

—¿Volver a la cama después de desayunar? ¿Quién hace eso?

—Yo. Soy un hombre lleno de contradicciones, Callahan —respondió.

—Sí, lleno de algo, pero no precisamente contradicciones —repliqué, rodando los ojos.

—¿Qué insinúas? —preguntó.

—Nada. Termina tu café y deja de molestarme.

—¿Molestarte? ¡Si yo soy la mejor compañía que podrías tener a esta hora de la mañana! —dijo con una confianza que, en cualquier otra persona, habría resultado insoportable, pero que en él, por alguna razón, no lo era.

Mentira, sí que lo era.

—Mi mejor compañía sería un mimo de esos.

—¿Un mimo?

—Sí. No hacen ruido, no molestan, solo están ahí, haciendo sus cosas.

—¿Estás diciendo que preferirías un mimo a mí? —preguntó, llevándose una mano al pecho como si acabara de recibir una puñalada.

—Cien por cien.

—Vale, Callahan, no sabía que tenías tan mal gusto —replicó, llevándose la taza a los labios, pero sus ojos no se apartaron de los míos.

Resoplé y le di un golpecito con el dorso de mi mano en el brazo, porque claramente era lo único que se merecía en ese momento.

—Mejor cállate y termina el café.

Él fingió un suspiro de resignación, pero al final me obedeció y terminó su taza en silencio. Bueno, más o menos. Todavía me lanzaba miradas como si estuviera a punto de soltar otro comentario, y no sabía si era para provocarme o para ver cuánto más podía aguantar antes de responderle.

Cuando terminó, nos tiramos en el sofá, sin tener muchas expectativas de nada. De hecho, estábamos en silencio hasta que dijo:

—¿Eso es un tatuaje? —señaló mi antebrazo, en el que había un tatuaje de una mariposa y los números ''0319''.

—No, Williams, es una marca de nacimiento —ironicé y él sonrió—. Sí, lo es.

—¿Tiene significado?

Me quedé en silencio un momento, antes de mirar mi tatuaje con algo de nostalgia. No solía hablar mucho sobre él, ni sobre lo que significaba realmente. Pero, de alguna forma, la pregunta de Dhaen me hizo sentir que podía explicarlo.

—Sí, tiene significado —hice una pausa y miré los números grabados bajo la mariposa—. Los números son el día en el que decidí que mi vida tenía que cambiar. El 19 de marzo.

Dhaen se giró hacia mí, bajando un poco la cabeza.

—¿Por qué ese día? —preguntó.

Respiré hondo.

—Ese día fue cuando, de alguna manera, me di cuenta de que no podía seguir estancada. Había estado en un pozo, atrapada, sin saber cómo salir. Y luego, ese día... algo cambió. Me prometí a mí misma que iba a salir de ahí. Que iba a dejar atrás todo eso que me estaba reteniendo y darme la oportunidad de cambiar.

Lo miré de reojo para ver su reacción. Él, sin embargo, no dijo nada, solo asintió lentamente.

—Eso es bastante profundo —comentó después, sin quitar los ojos de mi tatuaje.

Me encogí de hombros.

—Sí, supongo que lo es. Es raro, ¿no? Pensar que un solo día puede cambiar tantas cosas. Pero... fue mi día.

Dhaen se quedó pensativo por un momento, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente escuchada.

—Me gusta —dijo finalmente—. No todos tienen la fuerza para dar ese paso.

—Es un tatuaje que comparto con mi hermana y... —hice una breve pausa y suspire—... con mi hermano. Aunque ellos solo tienen la mariposa.

Él asintió, interesado.

Recordé que me había preguntado sobre mi familia y había esquivado completamente la pregunta.

—Mi familia es complicada —me permití añadir, llamando su atención aún más—. He tenido la suerte y desgracia de tener dos padres sumamente trabajadores; suerte porque nunca me ha faltado de nada y desgracia porque a penas les veía en casa. Mis hermanos se independizaron a los dieciocho años, por lo que he tenido que pasar mucho tiempo sola.

Dhaen me miró con una expresión suave, pero no dijo nada, como si esperara que continuara. Fue raro hablar de mi familia. Nunca lo hacía. Pero hoy, con él, parecía menos difícil.

—Mi hermano mayor fue el que me metió en el mundo de la natación. Mis padres me apoyaron con la decisión de dedicarme a ello. Pero mi hermano también fue el motivo por el cual empecé a odiar la natación.

—¿Por qué?

—Me traicionó —respondí con simpleza porque sí, así era. Así lo sentí—. Decidió entrenar a mi ex para que ganara el torneo por el cual me dejé la piel.

—¿En serio?

Asentí.

—Aunque cuando mi ex ganó nadie sabía que mi hermano la había entrenado. Imagínate el escándalo. Rebecca me hizo el favor de no decírselo a nadie, si no hubiera aparecido en la portada de todos los periódicos. Y bueno, mi hermano, supongo que pensó que ya me había jodido demasiado y tampoco dijo nada.

Dhaen permaneció en silencio por un momento, procesando lo que le había dicho. Podía ver que estaba sorprendido, aunque trataba de no demostrarlo demasiado. Su mirada, sin embargo, no se apartaba de mí.

—Joder.

—Y lo peor es que nunca me dio una razón. Nunca me explicó por qué lo hizo.

—¿Y después de eso...? —preguntó Dhaen, casi como si no quisiera interrumpirme.

Suspiré, dejando que la tensión en mi pecho se liberara un poco.

—Después de eso, simplemente... me alejé. No me interesaba seguir buscando respuestas, ni esperar una disculpa que nunca iba a llegar. Y, a decir verdad, eso me dejó un vacío. Porque, aunque me doliera, en el fondo, mi hermano siempre había sido mi héroe. Y cuando se convirtió en una persona que no reconocía, perdí algo más que una relación. Perdí una parte de mí misma.

—A veces las personas no saben lo que están haciendo hasta que ya es tarde —comentó, más para él mismo que para mí.

—Lo sé —respondí, con una leve sonrisa que no era ni triste ni feliz, solo realista—. Aunque no sé si algún día me lo explicará. Ya no me importa tanto.

Dhaen se quedó pensativo por un momento, luego se estiró y miró hacia la ventana.

—A veces, lo mejor es dejar ir a la gente, aunque sean familia —y en sus ojos había algo que no podía identificar del todo, como si hubiera hablado desde su propia experiencia.

Asentí en silencio, no tenía mucho más que decir. No lo necesitaba. Sabía que a veces lo único que se podía hacer era seguir adelante, por mucho que doliera.

—Tuve depresión y, en mi primera cita con la psicóloga, en la sala de espera conocí a Aiden.

—¿El que te pegó un puñetazo?

—Ese mismo. Nos hicimos amigos muy rápido. Y a la semana ya estábamos saliendo —confesé, sintiéndome un poco tonta—. No puedo decir que fuera una conexión instantánea, pero era cómo si fuéramos dos piezas de un rompecabezas que encajaban y se sentía bien. Era como llenar un vacío. Pero supongo que eso ha terminado pasando factura.

Dhaen me miró de una manera que no era lástima —gracias a Dios, porque odiaba que sintieran lástima por mí—. Era algo más. Algo mucho más cálido.

—¿Y tú? ¿Qué tienes para contar, Dhaen Williams? —pregunté, porque la verdad es que no tenía ganas de seguir hablando sobre mí.

—Mi vida no es tan interesante como crees —empezó diciendo—. Crecí en una familia rica pero exigente. Empecé a nadar porque mi padre me obligó a hacerlo pero, gracias a mi hermana pequeña, empecé a hacerlo porque quería.

—¿Tienes una hermana pequeña?

Él esbozó una sonrisa más triste que otra cosa, lo que me hizo arrepentirme al instante de haber preguntado eso.

—Tenía. Murió a los ocho años.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Se me secó la garganta.

—Joder... Lo siento mucho.

—Ella adoraba nadar. Me dijo que algún día ganaría un torneo internacional y que todo el mundo la conocería —tragó saliva y me fijé en que sus ojos empezaron a aguarse, aunque lo intentó disimular—. Pero no la dio tiempo. El cáncer se la llevó antes de que siquiera pudiera intentarlo.

Me mordí el labio inferior.

Quería llorar.

—Así que, le prometí en su tumba que iba a ganar por ella. Que iba a trabajar tan duro que ganaría un torneo. Y lo hice. Y no solo gané uno, gané tres, porque sentí que ella se merecía más que un solo premio. Se merecía todos los putos premios del mundo.

No supe qué decir. Las palabras me fallaron, y no pude evitar pensar en lo cruel que podía ser la vida a veces. Me sentí una puta egoísta al haberme sentido mal por una cosa tan estúpida como perder un torneo.

—A veces, cuando cierro los ojos, puedo verla —añadió, nostálgico hasta la médula—. Quiero creer que está orgullosa de mí, aunque ya no pueda competir...

—Lo está. Seguro que lo está —susurré.

Sus manos temblaban y su voz salía sin apenas fuerza.

—¿Sabes por qué decidí entrenarte, Callahan? —preguntó, tomándose unos segundos antes de mirarme fijamente—. Lo de tu hermana fue solo una mísera excusa.

Alcé una ceja.

—¿Por qué?

—Porque ver cómo perdiste ese torneo después de verte todos los días entrenando hasta las tantas, me partió el corazón.

Sus palabras me golpearon con la fuerza de un tren. No me lo esperaba, y me quedé sin poder articular nada por unos segundos.

—¿Qué? —pregunté finalmente, casi sin creer lo que acababa de oír.

Dhaen se frotó la nuca, incómodo. Sus ojos evitaban los míos, pero sabía que me estaba tomando en serio.

—Tú lo dabas todo, Callahan. Nadie te había visto como te vi yo entrenando. Nadie entendía lo que significaba para ti. Y cuando vi cómo te desmoronaste, me... me dolió más de lo que pensé que podría doler —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente las palabras que seguían—. No quería que te quedaras con eso. Quería que volvieras a sentir que valía la pena.

Me quedé en silencio, sin saber qué hacer con la maraña de pensamientos que me asaltaron. ¿De verdad me había estado observando?

—Lo hiciste por mí —dije en voz baja, como si la frase fuera una revelación.

Dhaen asintió, pero su expresión no reflejaba orgullo alguno.

—Sí, pero no solo por ti. Lo hice porque ver a alguien como tú, alguien que se esfuerza tanto y luego pierde sin ninguna culpa, me parecía injusto. Tú no te lo merecías. Y aunque a veces creo que el mundo no es justo, no quería que la natación fuera el motivo por el que te rendías.

El peso de sus palabras caló hondo en mí. Me había sentido tan sola en mi lucha, tan atrapada en la decepción, que no me había dado cuenta de que alguien más había estado observando, sintiendo el dolor conmigo.

—No sé qué decir, Dhaen.

—No tienes que decir nada —respondió, con una ligera sonrisa—. Solo quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre hay algo por lo que seguir luchando. Y no es solo un torneo. No es solo la natación. Es todo lo demás.

» Y cuando sientas que no puedas más yo estaré ahí, si me lo permites. No te dejaré rendirte, Callahan. Tienes unos ovarios de titanio y me aseguraré de recordártelo siempre.

No pude evitar soltar una leve risotada al oírle lo último y negué con la cabeza.

—Gracias, Williams. Y, por si nunca nadie antes te lo había dicho: estoy orgullosa de ti.

Él sonrió y acunó mis manos entre las suyas.

—Ganarás, Callahan. Te lo aseguro. Haré todo lo posible.

Negué con la cabeza y me atreví a sujetar sus manos.

—Ganaremos. 

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