6
Había tenido una pesadilla.
Una demasiado vívida. Una con nombre y apellidos; con un pelo de un brillante color anaranjado.
Julieta Rizzo.
Hacía mucho tiempo que no tenía pesadillas. Y si le contase a mi psicóloga la que acababa de tener, me mandaría directamente a un manicomio.
Suspiré profundamente y le eché ganas para levantarme de la cama.
Eran las nueve de la mañana.
Danielle probablemente estaría en clases, haciendo exámenes. Recordé que tenía uno hoy a esta hora.
Miré mis contactos del móvil y me di cuenta de que no tenía agregado a Dhaen. Ni a los chicos tampoco. Deslicé y me encontré con el de Rebecca.
Me pregunto qué habrá sido de ella. Se cambió de ciudad en cuanto ganó el torneo.
Deslicé hacia arriba nuevamente y vi el contacto de mi madre. Hacía mucho que no hablaba con ella, así que decidí llamarla.
Me recosté un poco en la cama, sin saber muy bien qué esperar.
El teléfono sonó varias veces antes de que la escuchara.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Hola, mamá. Bien, solo... pensaba en ti.
La voz de mi madre me hizo sentir algo raro en el estómago. Tal vez porque no estábamos acostumbradas a llamarnos solo por llamar. Siempre había algo en lo que estábamos ocupadas, ya fuera trabajo o, en mi caso, la natación.
—Ay, qué bien escuchar eso. Me alegra que estés bien.
—Mamá... Sé que nunca te he pedido consejos ni nada de eso, pero esta vez creo que necesito uno —dije de repente.
Ella se quedó en silencio. Podía imaginarme su cara en ese momento: el ceño fruncido, pero reprimiendo una sonrisa.
—Dime, cielo.
Tomé una gran bocanada de aire antes de empezar a hablar.
Obviamente, le conté desde el principio, con lujos y detalles. Hasta le conté que Aiden me dio un puñetazo sin querer. También sobre mi trato con Dhaen, mi relación con él, etc. Le puse en el contexto necesario para que pudiera responderme la pregunta que tanto me estaba rondando por la cabeza:
—¿Qué crees que debería de hacer?
Pude oírla suspirar desde el otro lado del móvil antes de hablar.
—Ay, mi Annie, qué extraña manía de ponerte barreras tú sola —dijo, con una ligera tristeza—. Creo que deberías ser sincera.
—¿Sincera?
—Sí, cariño. Sincera contigo misma y con los demás. Si sientes algo por Dhaen, o si no sabes lo que sientes, dilo. No te hagas un lío ni lo escondas, porque al final eso solo complica las cosas más.
—Ya... El problema es que ayer mismo vino su ex a hablar con él. Tuvo una pelea con ella y con su mejor amigo. Sinceramente creo que sería egoísta por mi parte dejarlo caer ahora, ¿no?
—No creo que lo sea —respondió finalmente—. Entiendo que quieras ser considerada con lo que está pasando en su vida, pero eso no significa que tengas que esperar siempre el momento perfecto. Porque, ¿sabes qué? Tal vez nunca haya un momento perfecto.
—¿Y qué hago entonces? ¿Se lo digo igual?
—No te digo que lo sueltes sin más, sin pensarlo. Pero si sientes que algo te está reteniendo, que te está haciendo dar vueltas en círculos, tal vez es porque ya es el momento de hablar. De ser honesta.
No sé por qué, pero sentí ganas de llorar. Quizá parezca una estúpida, pero tenía un nudo atascado en el estómago del que no era capaz de liberarme.
Quería llorar. Y mucho.
—¿Y si se lo digo y no siente lo mismo? Él es mi única esperanza para ganar ese torneo —respondí—. Tengo miedo.
—Es normal tener miedo. El miedo te dice que lo que tienes por delante es importante. Pero no dejes que el miedo controle lo que puedes hacer. Si te importa, si realmente quieres saber lo que hay entre los dos, entonces pregúntale. Y si la respuesta no es la que esperas, también estará bien. Aprenderás algo más, y te volverás más fuerte. Pero si no lo haces, ¿cómo vas a saber?
Lloré un poco. No era algo que soliera hacer, pero ese nudo en mi estómago, esa mezcla de frustración, confusión y miedo, necesitaba salir de alguna forma. Mis emociones no cabían solo en mi pecho, necesitaban espacio.
—Además, si ese tal Dhaen te rechazara, también está la otra opción —añadió.
Me limpié las lágrimas con la manga de la sudadera.
—¿Qué otra opción?
—Presentarme en su casa con una escopeta.
Solté una risotada.
—Te ríes, pero tengo buena puntería, ¿eh? El otro día fui con tu padre a un sitio de estos de tiro, ¿sabes lo que te digo?
—Sí, en los que hay dianas y eso, ¿no?
—Eso. Pues no veas la cara que se le quedó a tu padre cuando acerté todas en la cabeza del pobre muñeco.
—Me la puedo imaginar. Si ya de por sí te tiene miedo, no me imagino cómo será si te ve con una escopeta.
—Pues ahí le tengo, recogiendo la ropa antes de que se ponga a llover. Y luego hará la cena. Yo, personalmente, me voy a echar en el sofá a ver una de mis series.
—¿Qué serie estás viendo?
—No sé como se llama. Es una turca de esas. La verdad es que las chicas que salen son más tontas que yo que sé qué. ¿Por qué no dejan de perseguir a los inútiles? —hizo una pausa y suspiró dramáticamente—. Eso sí, los chicos que salen... de diez.
—¿Un diez por la actuación?
—Un diez por los abdominales.
Sonreí.
—Eres como Danielle —dije.
—Oh, es verdad, ¿cómo está Dany? ¿Lo lleva bien?
—Sí, ahora mismo estará haciendo exámenes. Tiene cosas que contarme, supongo.
—¿Por qué?
—Dhaen nos presentó a su grupo de amigos que también juega baloncesto, y Dany hizo clic con uno de ellos. Se llama Thiago.
—Oh... Vaya, mírala que avispada la niña. Pues nada, espero que Thiago no se pase de la raya o me presento en su casa también.
—Ya que estás, podrías presentarte en la casa de Aiden.
—No me tientes, que le tengo a veinte minutos... Espera un momento cielo... ¡Jordan, se está saliendo el café de la cafetera! ¿Cómo que qué haces? ¡Pues quítala del fuego! ... Mira no me calientes que estoy hablando con la niña. Sí, yo la saludo de tu parte, venga, tira —suspiró—. En fin, ¿por dónde íbamos?
—No sé, ya me he perdido.
—Vaya memoria. En fin, eso, lo que te he dicho: sincerate. Sácate eso que te está frustrando, hija. Lo que pase después ya da igual.
Suspiré profundamente.
—Te quiero mucho, mamá. Gracias por todo. En serio.
—Te quiero, mi niña. No dudes en llamarme siempre que lo necesites, ¿vale? Estoy aquí.
Colgué y me dejé caer en la cama, con el corazón un poco menos saturado.
Decidí armarme de valentía y, con las pintas de parecer que acababa de sacar al perro a pasear, me dirigí a la entrada del campus.
Si mi orientación no me estaba jugando una mala pasada, el apartamento no quedaba muy lejos. Más o menos había memorizado la ruta desde allí hasta la residencia.
Treinta minutos después estaba delante del ascensor del edificio de Dhaen. He de decir que hubiera tardado menos, pero me tomé mi tiempo.
Subí hasta su planta y me quedé plantada en frente de su puerta, sopesando si era buena idea o no.
¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que me dijera que no? ¿Que no volviera a entrenarme? ¿Que perdiera el torneo de nuevo?
Bueno, sí. Si lo pensaba, había muchas cosas que podían salir mal, así que decidí simplemente no pensarlas.
Toqué varias veces la puerta y esperé, como un cerdo que espera en el matadero.
Un par de segundos después —los cuales se hicieron jodidamente eternos— la puerta se abrió. Pero no era Dhaen.
—Oh, Annie —me saludó Han—. ¿Qué te trae por aquí?
—Hola, Han —esbocé una mueca similar a una sonrisa—. Quería hablar con Dhaen.
—No está aquí ahora mismo, pero puedes esperar si quieres.
—¿Dónde está? —indagué.
—Hablando con Matty.
—¿En serio? Me alegro mucho.
—Sí. Esos dos son como un matrimonio inseparable. No pueden durar más de dos días enfadados.
—Menos mal... Ayer me fui muy preocupada —admití, dejándome caer en el sofá como si estuviera en mi propia casa.
—¿Por ellos? ¿O por algo más?
Suspiré profundamente.
—Por un cúmulo de cosas —respondí.
Han parecía interesado, por lo que se sentó a mi lado mientras removía con una cucharilla lo que parecía ser una infusión de manzanilla.
—Puedes contarme si quieres —dijo, dándole un sorbo—. No hablamos mucho, pero puedes contar conmigo para lo que necesites.
Le miré, agradecida.
—Ayer cuando su ex se plantó en el apartamento como si nada me sentí rara —empecé a hablar—. Cuando tuve que irme no pude parar de darle vueltas a por qué había tenido que aparecer ahora, o cuál era su intención.
Han se mantuvo en silencio, escuchándome con suma atención.
—Mi cabeza no dejaba de hacer suposiciones. Y me sentí tonta, ¿sabes?
—O sea, en resumen: te gusta Dhaen, ¿no? Y tenías miedo de que pudieran volver o algo así.
Me quedé muda.
—Es que... Tenía una lista repleta de razones para no enamorarme de Dhaen pero, después de pasar estos días con él... Siento que esas razones han desaparecido.
Han esbozó una sonrisa ladina.
—¿Sabes lo feliz que se pondría de escucharte decir eso?
Le miré.
—¿Feliz?
—Sí, feliz. ¿Y sabes por qué? Porque a la chica que le está quitando el sueño le gusta.
Fruncí el ceño.
—¿Qué? —pregunté, tratando de procesar lo que acababa de decir Han.
—Lo que escuchaste —respondió él con una tranquilidad pasmosa, dándole otro sorbo a su infusión—. Dhaen está colado por ti, Annie.
—No... no digas tonterías —solté rápidamente, como si necesitara refutarlo antes de que esa idea se metiera en mi cabeza.
Han soltó una pequeña carcajada, dejando la taza en la mesa frente a nosotros.
—Te lo digo en serio. Pero claro, Dhaen es un poco... torpe con estas cosas. Pero créeme, se nota.
—¿Se nota? —repetí, incrédula.
—A ver... Lo notamos Matty y yo, que le conocemos hasta la manera de caminar.
—Pero entonces... —empecé, con la voz un poco temblorosa—, si eso es verdad, ¿por qué no ha dicho nada?
—Miedo, supongo. O tal vez cree que tú no sientes lo mismo y prefiere evitar un rechazo. Es más fácil protegerse que arriesgarse.
Suspiré profundamente, apoyando los codos en mis rodillas y la cabeza en mis manos. Esto era un caos. Un lío absoluto.
—Han... ¿qué debería hacer?
Él me miró, y esta vez su sonrisa era más suave, casi fraternal.
—Sinceramente, Annie, creo que lo mejor que puedes hacer es ser honesta. Deja de darle tantas vueltas y simplemente dile lo que sientes. Lo peor que puede pasar es que no sea mutuo. Pero... por lo que yo sé, hay más probabilidades de que te sorprendas.
Lo miré durante un rato, tratando de descifrar si lo que decía era cierto o si simplemente intentaba animarme. Pero Han no parecía el tipo de persona que decía algo que no creía.
Antes de que pudiera decir nada, empecé a escuchar las voces de Matty y de Dhaen por el pasillo.
—De verdad, Matty, búscate una novia. Me tienes harto —gruñó Dhaen.
—Eres como un gato. Deja de ser tan esquivo —replicó Matty—. Hace años eras tú el que me atosigaba con los abrazos. Ahora que lo hago yo te molesta.
—¡Tenía catorce años!
—¿Y? Dentro de dos semanas tendrás veintidós, ¿y qué pasa con eso?
—Pues... Que no es lo mismo.
—¡Son abrazos! ¡No te estoy diciendo que me des un beso en la punta del...
—¡¿PODÉIS DEJAR DE DAR VOCES?! —exclamó la voz de una mujer. No sabía quién era.
—Lo siento, señora Higgins —se disculpó Matty.
Seguido a eso se escuchó un portazo. Luego las risas de Matty y Dhaen.
Cuando abrieron la puerta, Han y yo los miramos.
Matty tenía el brazo alrededor de los hombros de Dhaen.
—Oh, hola, Annie —me saludó Matty.
—Hola, Matty.
—Duende —dijo Dhaen, mirándome fijamente.
Tragué saliva.
Y no dije nada.
No sé por qué mierda me daba tanta vergüenza mirarle a la cara ahora. Cuando giré la cabeza para mirar hacia delante, a un punto muerto, Han me dio un codazo.
—Dhaen, Annie tenía algo que decirte —dijo Han.
Puse los ojos como platos y sentí como se me paraba el corazón.
—¿El qué? —indagó Dhaen, acercándose a mí y dejándose caer a mi lado.
Ladeé la cabeza ligeramente, para no mirarle.
—Eh... Hoy no iré a entrenar —dije de repente.
¿Por qué dije eso?
¿Por qué dijiste eso?
¿Por qué...
¿POR QUEEÉ?
—Me encuentro un poco mal —mentí.
No miré a absolutamente nadie, pero podía sentir la mirada de Han clavada sobre mí como un cuchillo.
—¿Tienes fiebre? Estás colorada —dijo y cuando me tocó las mejillas con el dorso de su mano casi me muero.
Me levanté del sofá en un impulso y caminé hacia la puerta.
—Creo que mejor me iré antes de contagiaros algo —dije, dispuesta a abrir la puerta, pero Matty me lo impidió.
—¿Qué está rondando por tu maléfica cabecita, Annie? —indagó él, mirándome fijamente.
—Nada, ¿por? —respondí apresurada, insistiendo en abrir la puerta, pero un solo brazo de Matty era suficiente para que mi intento fuera en vano.
—¿No estarás poniendo excusas para entrenar, no? —preguntó Dhaen—. No te creas que voy a dejar que sientes ese culo y no entrenes. Tienes un torneo que ganar, Callahan.
—No, me encuentro mal —insistí.
—Annie —la voz de Matty me detuvo, firme pero tranquila—. Si hay algo que quieras decir, dilo. No hace falta que des tantas vueltas.
La manera en la que Matty me miraba me dejó sospechando que él sabía cosas. Cosas que pensé que nadie más sabía, excepto yo.
Mis manos se congelaron en el picaporte. Cerré los ojos con fuerza. Quería decirlo, pero las palabras estaban atascadas, como si mi garganta estuviera sellada.
Han rompió el silencio.
—Por el amor de Dios, Annie. Simplemente dilo. Dhaen, ¿te das cuenta de que esta chica lleva todo el día pensando en ti?
—¿Qué? —indagó Dhaen.
Me giré para mirar a Han de una manera muy fulminante. En plan, le quería enterrar vivo con mis propias manos.
—Sí, o sea... Es que quería... Bueno, agradecerte lo que estás haciendo por mí —dije rápidamente—. Y ya sabes que no soy buena... con las palabras.
Todos se quedaron en silencio.
Han me miraba incrédulo y Matty me miraba receloso. Sin embargo, Dhaen se levantó del sofá, con una sonrisa en los labios y se acercó a mí para rodearme por los hombros con su brazo.
—¿Sabes, duende? No hace falta que me agradezcas nada. Nunca pensé que podría llevarme tan bien contigo.
—Ya... Yo tampoco —murmuré, sin mirarlo.
—Pero espero verte en el entrenamiento, sino iré a tu residencia y te sacaré de la cama de los pelos.
—Dhaen...
—¿Quieres ganar, no?
Me tomé mis segundos antes de asentir.
—Entonces, me aseguraré que ganes, pero tienes que poner todo de tu parte —insistió él—. Ya perdimos mucho tiempo de entrenamiento y no podemos perder más.
Me quedé quieta. Había algo en la forma en que lo decía, en su tono entre firme y casi... ¿cariñoso? Que hacía que mi estómago se retorciera. Han, por su parte, estaba poniendo caras y haciendo gestos de corazones con las manos de manera disimulada, para que solo yo le viera.
—Vale, estaré ahí —murmuré finalmente.
Antes de que pudiera decir algo más, Dhaen se inclinó un poco más hacia mí, bajando la voz.
—Confío en ti, duende. Lo sabes, ¿verdad?
El calor subió a mis mejillas como un maldito cohete. Apenas pude asentir y, si intentaba hablar, estaba segura de que mi voz saldría hecha pedazos.
Se separó de mí, apartando su brazo y, por un momento, quise rogarle que no me soltara. Que se quedara ahí. Pero obviamente no lo hice, así que me quedé con las ganas.
—¿Alguien me puede explicar quién cojones ha desvalijado la nevera? —indagó Matty, con cierta molestia.
—¿Qué falta? —preguntó Dhaen.
—La pregunta es qué no falta —respondió, haciendo un claro énfasis en el ''no''—. ¿Dónde está mi helado de menta?
—Seguramente se lo haya comido Thiago. El otro día le dio por arrasar con todo —respondió Han—. Se habrá comido tu helado con sabor a pasta de dientes también.
—No sabe a pasta de dientes.
—Sí que sabe.
—Apoyo a Han —intervine—. La menta está rica si acompaña algo, pero un helado de menta...
—Podría meter la pasta de dientes en el congelador y comérsela con una cucharilla. A fin de cuentas, sería lo mismo —añadió Han, con una risa burlesca.
—Y dale... Que no sabe a pasta de dientes —gruñó Matty—. Y tampoco están mis pastelitos.
Dhaen soltó una carcajada.
—Thiago se dio un buen festín —dijo.
—Normal que haya engordado el animal —se quejó Matty, cerrando la nevera con desgana—. Quiero mi helado. Y mis pastelitos.
—Tienes un supermercado a diez minutos de aquí —respondió Dhaen.
—Tengo que trabajar.
—Pues ve después del trabajo —insistió Dhaen.
—¿Es que no pillas las indirectas? —indagó Matty.
—Claramente no las pilla, no —añadió Han y ésta vez me miró a mí. Me hice la loca y miré para otro lado.
—Te estoy pidiendo que vayas tú por mí.
—No voy a ir a comprarte tus mierdas —replicó Dhaen—. Si quieres algo vé tú.
Matty lanzó un bufido exagerado, cruzándose de brazos como si estuviera a punto de entrar en huelga.
—Eres un pésimo amigo, ¿lo sabías? —dijo, mirando a Dhaen como si acabara de traicionarlo.
—Y tú un adulto perfectamente capaz de caminar hasta el supermercado. Mira qué curioso —replicó Dhaen.
—Pero tengo que trabajar —insistió Matty—. Estoy agotado, ¿vale? Estoy a punto de desplomarme aquí mismo. ¿Eso quieres? ¿Que me desplome?
—El otro día te vi correr una maratón por una oferta de hamburguesas. Tienes más energía que un niño de cinco años con un Red Bull.
—Eso fue diferente. Además, esto no va de mí. Va de la amistad, de que se supone que estás para ayudarme en mis momentos de necesidad.
—Oh, claro, tus momentos de "necesidad" —respondió Dhaen, haciendo las comillas con los dedos—. Qué tragedia que no tengas helado de menta y pastelitos. ¿Cómo seguirás adelante?
—¡Exacto! ¡Es una tragedia! Y tú podrías salvarme de ella. Pero no, prefieres verme sufrir.
—Te salvaría si estuvieras muriendo de hambre, pero no pienso ser tu repartidor personal —concluyó Dhaen, volviendo a cruzar los brazos.
—¡Han! ¿Tú no puedes ir? —preguntó Matty, girándose hacia él como su última esperanza.
—Yo me ofrezco —dije de repente, interrumpiendo la "discusión".
Todos me miraron, sorprendidos.
—¿De verdad? —preguntó Matty, con una sonrisa triunfal—. Sabía que alguien aquí tenía corazón. Gracias, Annie. Eres un sol.
—No es para tanto —respondí, encogiéndome de hombros.
Pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, Dhaen dijo:
—Espera, voy contigo.
Me giré hacia él.
—¿No decías que no ibas a ir? —intervino Matty, claramente molesto.
—Si Annie va, no la voy a dejar ir sola —respondió Dhaen, mirándole como si fuera evidente.
—No soy una niña, puedo ir sola —dije, aunque en el fondo no me molestaba la idea de que me acompañara.
—Claro que puedes, pero me apetece salir un rato —dijo Dhaen, quitándole importancia.
—¡Increíble! —exclamó Matty, llevándose las manos a la cabeza—. Cuando yo lo pido, nada. Pero Annie dice una palabra y de repente Dhaen es todo un caballero. Esto es favoritismo. ¿Es porque tiene tetas? Sin ofender, claro.
—Es sentido común —replicó Dhaen—. Además, tú también tienes tetas de tanto comer pastelitos.
—¡Es injusto! —protestó Matty, mientras Han se limitaba a reírse desde el sofá.
Sin hacerle caso, Dhaen me sostuvo la puerta para que saliera. Sentí cómo mi corazón daba un pequeño brinco al pasar junto a él, pero me obligué a mantener la compostura.
—Volvemos en un rato —dijo Dhaen antes de cerrar la puerta detrás de nosotros.
Y con eso, dejábamos a un Matty ofendido y a un Han claramente entretenido. Yo, por mi parte, quería morirme.
Por lo que fuera, Dhaen hoy olía diferente. Supuse que se habría cambiado de perfume, pero era embriagador. Además, se mezclaba con su olor natural, que de por sí olía muy bien.
¿Por qué mierda estoy pensando en el olor de Dhaen?
—Tienes mejor cara —dijo de repente.
—¿Eh?
—Antes parecías un cadáver. Ahora pareces un cadáver, pero con un poco de color.
—Gracias, qué halagador —respondí con sarcasmo, intentando no reírme.
Dhaen esbozó una sonrisa burlona mientras metía las manos en los bolsillos de su chaqueta. Caminábamos en silencio por un momento, y yo me concentraba en no tropezarme ni hacer algo estúpido.
—Ahora hablando en serio, ¿estás mejor?
—Eh, sí... —murmuré.
—No me mientas —dijo, frunciendo ligeramente el ceño.
Lo miré de reojo. Su expresión no era acusatoria ni molesta, más bien parecía preocupado. Ese detalle hizo que me sintiera un poco más culpable. Pero, claro, ¿cómo iba a decirle la verdad? Algo como: "Sí, estoy nerviosa porque creo que me estoy enamorando de ti y no sé cómo manejarlo". No, definitivamente no.
—No miento —murmuré.
—¿Segura? —insistió.
—Eres muy pregun... —empecé a decir, pero me interrumpí al tropezar con una grieta en la acera. Por suerte, Dhaen fue más rápido y me agarró del brazo antes de que cayera al suelo.
—Joder, mira que eres torpe.
—Sí... Genial. Gracias por salvarme de una muerte humillante —respondí, soltándome de su agarre y tratando de recomponerme.
Dhaen soltó una pequeña carcajada.
—¿Ves? Te dije que parecías un cadáver. Ahora intentas convertirte en uno de verdad.
—Qué gracioso eres, Dhaen Williams, deberían darte el puto título de comediante.
—Yo también lo pienso.
Rodé los ojos y seguimos caminando, esta vez en silencio. Hasta que soltó:
—¿Creías que no me iba a dar cuenta? —preguntó de repente.
—¿Eh? —indagué apresurada.
No puede ser.
—¿Creías que, de verdad, no me iba a dar cuenta...? —repitió.
No me jodas que...
—¿... de que todavía no hemos visto Harry Potter?
Me quedé tiesa.
Me llevé una mano al pecho, aliviada. Ni siquiera sabía por qué estaba aliviada, pero lo estaba.
—Es cierto —dije.
—Hoy no te vas a librar, Callahan. Tenemos una cita.
Casi me atraganto con mi propia saliva.
—¿Qué?
—Después del entrenamiento la veremos —dijo, y lo dijo tan firme que no me dejó lugar a protesta.
Finalmente llegamos al supermercado, y él cogió una cesta.
—Vale, ¿qué era lo que quería el drama queen? —preguntó, refiriéndose a Matty.
—Helado de menta y pastelitos de arándanos —respondí.
—Por favor, ¿quién demonios come eso? —comentó, sacudiendo la cabeza.
—Matty.
—A parte de él.
—Pues no lo sé.
Empezamos a caminar por los pasillos en búsqueda de los pastelitos. El helado lo dejamos para lo último.
—Quédate a cenar esta noche.
Me giré para mirarle.
—¿Qué?
—Si vamos a ver la película, podrías quedarte a cenar y así no tienes que irte a la residencia después —sugirió.
—Oh, bueno...
—Tienes que empezar a responder de manera más clara, Callahan. ''Sí'' o ''sí''.
—¿Y el ''no''?
—Parece mentira que no sepas que no acepto ''no'' por respuesta.
—Es verdad, se me olvidaba ese detalle.
Dhaen esbozó una sonrisa divertida mientras yo intentaba no derretirme en el suelo.
—Vale, ¿pues qué quieres cenar?
—¿Yo? ¿Y qué hay del resto?
—Te lo estoy preguntando a ti, Callahan.
—Pero... ¿Y si a los demás no les gusta lo que elija?
Dhaen soltó una pequeña carcajada, deteniéndose en medio del pasillo para mirarme directamente a los ojos.
—Annie, ¿te das cuenta de que estamos hablando de Matty, que come helado de menta, y Han, que literalmente puede cenar café y pan tostado? —me dijo con una mezcla de burla y paciencia—. Te prometo que van a sobrevivir.
No supe qué responder, así que simplemente encogí los hombros y desvié la mirada hacia los estantes. La manera en la que Dhaen me miraba me ponía nervioso.
—Entonces... ¿Qué quieres? —insistió.
—¿Y si decido algo raro?
—Entonces comeremos algo raro. Siempre que no sea helado de menta con pastelitos de arándanos, todo está bien para mí —respondió, encogiéndose de hombros.
Suspiré, sabiendo que no iba a ganar esta discusión.
—Está bien, ¿qué tal algo simple? Como... pasta —era lo primero que se me ocurrió, y no quería complicarme la vida.
—La pasta está bien. Aunque si es una de esas cosas prehechas, te voy a juzgar. Y mucho —advirtió, apuntándome con un dedo.
—¿Siempre eres tan quisquilloso con la comida? —repliqué.
—Solo cuando tengo compañía —respondió con un guiño.
Me mordí el labio, reprimiendo la sonrisa que quería asomarse. Este chico sabía perfectamente cómo desarmarme, y eso era lo que me frustraba.
Finalmente, encontramos los pastelitos y, con el helado de menta en la cesta, nos dirigimos hacia las cajas. Mientras esperábamos nuestro turno, Dhaen me lanzó otra pregunta.
—¿Sabes cocinar? —preguntó.
—Sé cocinar lo básico. Solía quedarme muchas veces en casa y ni mi hermano ni mi hermana rondaban mucho por ahí, así que tuve que aprender para sobrevivir.
—Nunca me has hablado de tu familia —dijo de repente, cogiendo las bolsas.
—Bueno, te recuerdo que hace menos de dos semanas te odiaba.
—Ah, ¿y ya no? —me miró, esbozando una leve sonrisa.
Desvié la mirada.
—Ahora... Solo te odio un poco menos.
—Me conformo con eso.
—Además, ¿por qué te tendría que contar cosas sobre mi familia?
—Porque me interesa.
Ésta vez sí le miré.
—¿Por qué?
Dhaen se detuvo un momento, como si estuviera considerando su respuesta. Sus ojos se encontraron con los míos, y aunque normalmente su mirada tenía ese brillo juguetón, esta vez parecía más serio.
—No lo sé —respondió finalmente, con una pequeña sonrisa—. Supongo que porque quiero conocerte mejor. ¿Eso está mal?
Sentí cómo mi garganta se cerraba por un instante, como si no supiera cómo procesar sus palabras.
—No está mal... supongo —murmuré—. Es solo que no estoy acostumbrada a que me lo pregunten.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo —dijo con una sonrisa, retomando el paso.
Cuando llegamos al apartamento, dejamos las bolsas encima de la encimera de la cocina y, como un perro que huele su comida, Matty salió de alguna habitación y vino directo.
—¿Lo habéis traído? —indagó él, dispuesto a meter la cabeza en la bolsa.
—Sí, pesado —gruñó Dhaen, sacando el helado y los pastelitos—. Aquí tienes.
—Gracias... Annie. Si no fuera por ti, estaría muriéndome.
—No hay de qué —esbocé una leve sonrisa.
—Eh, ¿y yo qué?
—¿Tú qué? —Matty le miró de mala gana—. No me hagas responder.
Dhaen resopló con burla, cruzándose de brazos.
—Es increíble lo fácil que te vendes por un poco de helado —comentó Dhaen, mirando cómo Matty ya había sacado una cucharilla y estaba abriendo el envase con entusiasmo.
—Lo que tú digas.
—Bueno, van a ser las seis —dijo Dhaen, mirándome—. ¿Vamos?
Asentí levemente y nos fuimos a entrenar.
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