5

Me había despertado antes de lo que pensaba.

Eran las diez de la mañana de un sábado cualquiera. O al menos sería cualquiera si no hubiera pasado la noche en el apartamento de Dhaen Williams, la persona que más detestaba hace menos de dos semanas.

No sé en qué momento había cambiado de idea.

Me levanté de la cómoda y suave cama y arrastré los pies por el pasillo hasta llegar a la cocina.

Para mi sorpresa, me encontré con Han que estaba haciéndose algo en la sartén.

—Vaya, buenos días —me saludó, con una sonrisa amigable—. Pensaba que era el único que madrugaba en este grupo.

''Este grupo''. No sé por qué oírle decir eso me dio un vuelco en el corazón.

—Me he llegado a levantar a las seis de la mañana para correr —dije, sentándome en un taburete en frente de él—. Levantarme a las diez de la mañana para mí es un lujo. De hecho, si mi madre se enterase me mataría.

—¿En serio?

—Sí. Ella es de las que piensa que hay que madrugar todos los días, que esa es la única manera de aprovechar el día.

—A ver, razón no le falta, pero no creo que esté preparado para madrugar todos los días de mi vida.

—Ya, yo tampoco lo pensaba.

—Si no duermo mis nueve horas no soy persona —dijo, echando el huevo frito que se había hecho en un plato.

—Yo con suerte duermo cuatro horas. Y da gracias.

—¿Y cómo puedes tener ganas de hacer cosas durante el día?

—Esa es la cosa, no tengo ganas de nada.

—Con razón, mujer, te falta dormir.

—Ya, lo sé, pero soy rara, ¿sabes? Me gusta dormir y lo odio a la vez. Disfruto durmiendo pero cuando me despierto me odio a mí misma porque siento que he perdido mucho tiempo —dije.

Han se rió suavemente mientras llevaba el plato con el huevo frito a la mesa.

—Vaya, tienes una relación tóxica contigo misma hasta con el sueño.

Le lancé una mirada entrecerrada, aunque no pude evitar sonreír un poco.

—Es más complicado de lo que parece.

—No, no, lo entiendo. Pero igual deberías relajarte un poco. Digo, ¿de qué sirve madrugar tanto si estás cansada todo el día?

Suspiré, apoyando la barbilla en mi mano.

—Supongo que tienes razón. Pero es algo que tengo tan metido en la cabeza desde pequeña que me cuesta cambiarlo.

Han asintió comprensivamente mientras comenzaba a desayunar.

—Bueno, al menos hoy te has permitido descansar un poco. Y por cierto, ¿qué tal dormiste aquí?

—Increíblemente bien, para ser honesta. Esa cama era un lujo.

Él sonrió.

—Quizá deberías quedarte más a menudo. Te vendría bien.

—¿Qué? ¿Para escuchar a Williams siendo insoportable todo el día? No, gracias.

Han se echó a reír.

—Te entiendo, pero, no sé... Parece que os lleváis bien.

Me encogí de hombros, sintiéndome un poco incómoda con el tema.

—Supongo que solo hemos encontrado una forma de soportarnos sin matarnos.

—Lo que pasa con Dhaen es que, sólo puedes sentirte de dos maneras: o lo adoras o lo quieres matar. No hay término medio —dijo—. Y parece que la frase de ''las apariencias engañan'' la escribieron por él.

No pude evitar asentir.

Han terminó su huevo frito y dejó el tenedor a un lado, mirándome con una sonrisa que tenía algo de nostalgia.

—Es curioso, ¿sabes? Dhaen parece el típico chico que lo tiene todo, pero no siempre fue así.

Levanté la mirada, algo intrigada.

—¿A qué te refieres?

—Pues, a que es fácil pensar que nació con suerte, talento y esa actitud que tiene. Pero hay cosas que no se ven a simple vista.

Apoyé los codos en la mesa.

—Como... ¿qué cosas?

Han se encogió de hombros mientras se pasaba una mano por el pelo.

—Cuando éramos más jóvenes, Dhaen era completamente diferente. Muy reservado, más tímido de lo que te imaginarías. No era el centro de atención como ahora.

—¿Dhaen? ¿Reservado? —pregunté, incrédula.

—Te lo juro. Creo que cambió mucho después de que empezó a destacar en la natación. Pero incluso ahora, con toda su arrogancia y esas bromas que te sacan de quicio, sigue siendo un tipo bastante leal.

—¿Leal?

Han asintió con firmeza.

—Muy leal. Si eres alguien que le importa, haría cualquier cosa por ti. Por eso tiene tan pocos amigos cercanos. No es que sea antipático —bueno, un poco sí—, sino que le cuesta confiar en la gente. Pero si consigues ganártelo, siempre estará ahí.

No respondí de inmediato.

—No me lo imaginaba así.

Han sonrió de lado.

—Claro que no. No quiere que lo veas así. Dhaen prefiere que la gente lo vea como alguien fuerte, intocable. Pero, créeme, también tiene sus días malos.

No pude evitar fruncir el ceño.

—A veces se presiona demasiado —continuó diciendo—. No solo en los entrenamientos, sino en todo. Quiere ser el mejor en todo lo que hace, y eso lo consume más de lo que deja ver.

Me apoyé en el respaldo del taburete, cruzándome de brazos.

—Supongo que nunca pensé en eso.

Han se rió suavemente.

—Es que tú solo lo ves como tu entrenador, el tipo que te hace la vida imposible en la piscina.

Volví a quedarme en silencio, mirando el suelo. La imagen que tenía de Dhaen parecía más compleja de lo que quería admitir. Por un momento, sentí algo que no era exactamente empatía, pero se le parecía.

Han me miró con una sonrisa tranquila.

—Es difícil no frustrarse con él, pero si te soy sincero, me alegra que haya alguien como tú que no le dé siempre la razón. Creo que lo necesita.

Le miré de reojo, notando el tono sincero en su voz.

—¿Tú crees?

—Lo sé. Y aunque no lo admita, seguro que también lo sabe.

Han sonrió un poco al verme tan callada.

—Sé que es fácil juzgarlo. Pero te prometo que, si consigues ignorar su ego por un rato, descubrirás que en el fondo es un buen tipo.

Antes de que pudiera decir nada, el rey de Roma apareció por el pasillo, frotándose los ojos.

—¿Qué hora es? —murmuró con una voz más ronca que la suya.

—Las diez de la mañana, campeón —le respondió Han, levantándose de la mesa para fregar su plato.

Dhaen se dejó caer en uno de los taburetes junto a la isla de la cocina, con el pelo despeinado y el ceño ligeramente fruncido, como si odiara al mundo por despertarlo tan temprano.

—¿Diez? ¿Por qué nadie me ha despertado antes? —preguntó, más para sí mismo que para nosotros, mientras se apoyaba en la encimera con los codos y se pasaba una mano por la cara.

—Porque eres un grinch matutino —respondió Han con total tranquilidad, dejando su plato recién fregado en el escurridor—. Además, Annie y yo estábamos teniendo una conversación seria.

Dhaen alzó una ceja, curioso pero claramente aún medio dormido.

—¿Sobre qué?

Han me miró como si me invitara a contarle, pero yo simplemente me encogí de hombros.

—Nada importante —respondí con rapidez.

—Ah, claro —Dhaen esbozó una sonrisa burlona—. Probablemente estabas criticándome.

Rodé los ojos.

—No todo gira en torno a ti, Williams.

Mentirosilla...

—Sí, claro —respondió con una media sonrisa que demostraba que no me creía en absoluto.

Han, por su parte, se apoyó en el borde de la encimera.

—Estábamos hablando de lo insoportable que eres por las mañanas, ya que preguntas —añadió Han.

Dhaen le lanzó una mirada perezosa y luego se volvió hacia mí.

—¿Y? ¿Qué conclusión sacaste?

Lo pensé un momento, solo para molestarlo, y finalmente respondí:

—Que eres aún peor cuando acabas de despertarte.

Dhaen soltó una risa ronca y apoyó la barbilla en una mano, mirándome fijamente.

Por un momento sentí como se me paraba el corazón. Me encontré mirándole embobada, sin poder apartar la mirada. Lucía tan... angelical.

—Han, ¿te puedes creer que Callahan nunca ha visto Harry Potter?

Ignoremos lo que he dicho anteriormente. Es un puto infierno.

Han me miró entonces, sorprendido.

—¿En serio?

—No...

—No sé cómo alguien puede vivir en este planeta sin haber visto a Harry Potter. Es cultura general —añadió Dhaen.

Han miró a ambos.

—¿Y qué tiene de malo? —preguntó.

—¡Es un crimen, Han! —Dhaen exclamó, como si realmente estuviera ofendido.

—¿Cómo va a ser cultura general un tipo con una varita que tira hechizos? —repliqué, cruzándome de brazos.

—No te pases —replicó él, mirándome fijamente.

—Solo digo lo que pienso. Además, ni siquiera me gusta la fantasía.

—¿Ves? Eres aburrida. Prefieres lo cotidiano, lo de todos los días. Eso es un aburrimiento.

—No soy aburrida, solo soy realista.

—Aburrida.

—Realista.

—Aburrida.

—Realista.

—Abu...

—¡Dios! —intervino Han, a punto de volverse loco—. Sois peor que Thiago y Matty cuando se ofuscan con algo.

—No sería así si él no intentara sacarme de quicio las veinticuatro horas del día —repliqué, mirándole de mala gana.

Dhaen levantó una ceja.

—¿Yo? ¿Sacarte de quicio? No, no, Callahan, tú te sacas sola de quicio. Yo solo soy un pequeño incentivo.

—No me hagas empezar con lo de los "incentivos", porque seguro que tienes un montón de frases bonitas para justificar lo insoportable que eres —respondí, cruzándome aún más de brazos.

Han soltó una risa nerviosa.

—¿Veis lo que os digo? Es como un ciclo sin fin. Por favor, dejad de discutir como niños.

—¿Niños? —dije, dándole un toque dramático a mi voz—. Yo no soy la que no sabe cuando parar. Él es el que no tiene límites.

Dhaen, con una sonrisa ladeada, se recostó contra el marco de la puerta de la cocina.

—Lo bueno de no tener límites es que nunca me aburro —respondió con un tono tan arrogante que me hizo poner los ojos en blanco.

Han, claramente cansado, levantó las manos.

—Ya basta, en serio. Me voy a dar una vuelta al parque.

—¿A estas horas? —indagó Dhaen, mirando el reloj de su muñeca.

—¡Sí! —replicó Han, cogiendo la chaqueta que había colgada al lado de la puerta y saliendo del apartamento.

—¿En qué habitación está durmiendo Danielle? —indagué.

—En ninguna.

—¿Qué?

—No está durmiendo en ninguna habitación.

—¿Cómo que no?

—Pues como que no.

—¿¡PERO POR QUÉ!?

—Creo que eran las cinco de la mañana o así cuando se fue con Thiago.

—¿Con Thiago? —él asintió—. ¿A dónde?

—No lo sé, Callahan. ¿Quieres saber también de qué color era su ropa interior?

Fruncí el ceño.

Danielle era madrugadora, pero durante los años que llevábamos siendo amigas, nunca la había visto levantarse tan temprano.

Revisé el móvil por si me había dejado un mensaje, pero no lo hizo. Mi instinto de amiga tóxica salió y le mandé un mensaje preguntándole que por qué se había ido sin decirme nada y a dónde había ido.

—¿Y por qué no me has dicho nada? —le recriminé, guardando el móvil.

—¿Y qué quieres que te diga? ¿Que te despierte a las cinco de la mañana para decirte que se van a no sé dónde?

—Exactamente.

—Vaya, perdón por no haber pensado en eso. No sé por qué no se me habrá ocurrido.

Fruncí el ceño, sin saber si estaba más molesta o preocupada. Dhaen se cruzó de brazos.

—Tú y tu necesidad de saberlo todo. ¿Qué pasa si se fueron a hacer algo que no quieren que sepas? —preguntó, casi como si estuviera criticando mi necesidad de controlar todo.

Me quedé callada. Era raro, porque siempre nos contábamos todo. Y cuando digo todo, es todo.

Dhaen soltó un suspiro.

—¿Sabías que la sorpresa es un ingrediente importante en las amistades? —dijo, sin un atisbo de seriedad.

—Eso suena a frase de autoayuda, Williams. ¿Es lo que te repites todas las noches antes de dormir? —repliqué.

Dhaen me miró con una sonrisa de lado, claramente disfrutando de la oportunidad para hacerme sentir incómoda.

—No exactamente —respondió con voz suave y un brillo travieso en los ojos—. Pero si te soy sincero, a veces me gusta sorprender a las personas... de maneras más... interesantes.

Mis mejillas se calentaron al instante, y no pude evitar que una ligera sensación de incomodidad se apoderaba de mí.

—No me gustan las sorpresas —musité, tratando de que mi voz no temblara.

Dhaen se acercó un poco más, como si le divirtiera ver cómo me ponía nerviosa.

—¿Por qué no? Siempre es bueno mantener las opciones abiertas —dijo.

Intenté no mirar sus ojos, porque sabía que si lo hacía, iba a derretirme en el instante.

—Eres imposible —respondí, sintiendo que mi voz se apagaba un poco, intentando desviar la conversación.

Dhaen sonrió con suficiencia, claramente disfrutando de cómo me afectaba.

—No te preocupes, Callahan —dijo, alejándose un poco y volviendo a su tono habitual—. Solo bromeaba. O tal vez no.

Me quedó un nudo en el estómago, pero traté de mantener la compostura, aunque el rubor en mi rostro no mentía.

—Me encanta cuando te pones roja —dijo de repente.

Tragué saliva. El hijo de puta no me estaba dando tregua.

—A mí no.

—A mí sí. Te ves adorable. Cosa que es bastante rara teniendo en cuenta la personalidad de rottweiler que tienes.

—Deja mi personalidad tranquila.

—No puedo.

—¿Sabes que entrenamos en una piscina, verdad? Podría ahogarte cualquier día.

—Me gustaría verte intentándolo.

—No me tientes.

—Te reto.

—Parece mentira que sepas que estás hablando con la persona que te intentó intoxicar.

—Y tú estás hablando con la persona que sobrevivió a ese intento. Puedo sobrevivir un segundo intento de asesinato.

—Tuviste suerte. La próxima vez no tendrás tanta.

—¿De qué estáis hablando? —indagó Matty, quién también se había levantado.

—Nada interesante —respondió Dhaen—. ¿Qué haces despierto? Tu hora de levantarte es a las cuatro de la tarde y son apenas las once de la mañana.

—No sé, me ha llamado Han preguntando si todavía estáis en el comedor.

—¿Para qué?

—Para subir o no.

No pude evitar soltar una risotada. Dhaen me miró y soltó otra.

—No entiendo nada —intervino Matty, mirándonos a ambos—. En fin, ¿dónde está Thiago?

—Ha salido.

Matty chasqueó la lengua con fastidio.

—Me tenía que llevar al trabajo.

—¿Dónde está tu coche? —indagó Dhaen.

—En el taller. Se ha jodido el motor. Seguro que ha sido el hijo de perra de Drew Moriel.

—¿Quién es Drew Moriel? —indagué, por intentar meterme de alguna manera en la conversación.

—Un resentido —respondió Matty con simpleza—. Nos odia desde que le ganamos un partido al que le fueron a ver su familia.

—Una verdadera lástima —añadió Dhaen.

—Si alguna vez te lo encuentras en la calle, sal corriendo.

—¿No es un poco sospechoso?

—No importa. A no ser que prefieras que te llene la cabeza de gilipolleces.

—Tampoco sé cómo es.

—Oh, pero lo sabrás —dijo Matty—. Siempre lleva una camiseta con su nombre escrito en ella.

—Exacto. Drew Moriel. Camiseta negra, letras blancas. Muy discreto.

Matty soltó una risa sarcástica y añadió:

—Es como si quisiera que todo el mundo supiera que es un idiota.

Me llevé una mano a la frente, tratando de procesar la extraña imagen mental.

—Entonces, si veo a un tipo con una camiseta con su propio nombre... ¿huyo?

—Exacto —respondió Dhaen—. O simplemente evítalo. Aunque dudo que te lo encuentres; a menos que empieces a frecuentar talleres de coches y bares.

—Pero no te preocupes, si Drew intenta algo, seguro que Dhaen se ofrecerá a protegerte. Es todo un caballero.

—No creo que se le acerque. A Drew le gustan las chicas barbie, Callahan es más como una muñeca diabólica.

Le di un codazo que le arrancó una risotada.

—¡Oye! Di no a la violencia.

—Te voy a dar yo violencia.

—Lamento interrumpir la charla de tortolitos —interrumpió Matty, un poco impaciente—. Pero tengo que irme a trabajar. ¿Me puedes llevar? —miró a Dhaen y éste se quedó mirándole con desgana.

—¿En serio?

—Hazle un favor a tu mejor amigo.

—Mi mejor amigo no me hace ningún favor.

—¿Cómo que no? Te aguanto todos los días. Eso es una compensación más que suficiente.

—¿Tú? ¿Aguantarme a mí?

—Sí. Y te hago compañía en tus noches solitarias —Matty desvió su mirada hacia mí—. Aunque ahora que está Annie, podría hacerlo ella. Yo ya me he cansado.

—¿Qué? —indagué—. No, a mi no me eches el muerto encima.

—Oh, pero si ya estás aquí —dijo Matty con una sonrisa—. Y claramente Dhaen disfruta de tu compañía.

—Eso no significa que me ofrezca voluntaria para lidiar con él —respondí, cruzándome de brazos.

—Tranquila. Solo decía que podrías ocupar mi lugar, ya que parece que últimamente pasas mucho tiempo con él.

—No paso taaanto tiempo con él —repliqué rápidamente, tal vez demasiado rápido, lo que solo hizo que ambos se rieran.

Dhaen se apoyó en la mesa con una sonrisa socarrona.

—Lo siento, duende. Nadie puede ocupar el lugar de Matty en mi vida. Es una relación especial, basada en años de sufrimiento mutuo.

—Ya... —asintió Matty—. Soy irremplazable. Aunque si alguna vez necesitas consejos para aguantar a este idiota, solo tienes que pedírmelos.

—No necesito consejos. Estoy perfectamente capacitada para manejar a Williams.

—¿Manejarme? —Dhaen arqueó una ceja—. ¿Eso es lo que crees que estás haciendo?

Rodé los ojos, intentando ignorar el calor que sentía subiendo por mi cuello.

—Sí, eso mismo.

Matty sacudió la cabeza, riendo por lo bajo.

—En fin, ¿me llevas o no, mi amor?

Dhaen suspiró.

—Está bien, pero esta es la última vez que hago algo por ti, Matty.

—Eso dijiste la última vez —replicó Matty mientras agarraba sus cosas.

—Y lo digo en serio esta vez.

—Unos achuchones y cambiarás de opinión.

—Déjate de tonterías, Matthias.

—Venga anda, que estás falto de cariño, ven aquí —dijo, extendiendo los brazos mientras se acercaba a Dhaen—. ¡No huyas!

—Matthias Leighton, aléjate o usaré mis conocimientos de karate —le amenazó, caminando hacia la puerta.

—No tienes ni idea de karate —replicó Matty.

—¿Qué no? He visto la película de Karate Kid mínimo diez veces.

—¿Y?

—Que soy un experto. ''Dar cera, pulir cera''.

—Sí, claro, un verdadero maestro —replicó Matty entre risas, siguiéndolo hacia el pasillo mientras intentaba alcanzarlo con los brazos aún extendidos—. ¡Ven aquí y déjame darte un abrazo!

Dhaen soltó un resoplido, abriendo la puerta.

—Prefiero un abrazo de un oso que el tuyo.

Matty salió con una carcajada detrás de él, y antes de que la puerta se cerrara, se giró hacia mí.

—Cuídale bien, Annie. Es como un cachorro rebelde: molesto, pero en el fondo, adorable.

¿Yo? ¿Cuidarlo? ¿Por qué iba a tener que cuidarlo?

¿Te respondo?

No, tú cállate.

Los pasos y las voces se fueron apagando mientras se alejaban, dejándome sola en el apartamento.

Sacudí la cabeza con una sonrisa en los labios.

Decidí aprovechar el momento de tranquilidad para recoger las tazas vacías que habían dejado en la mesa. Mientras lo hacía, escuché la voz de Matty en el pasillo:

—¡Te quiero, hermano!

Y a Dhaen:

—¡Suéltame, punky!

—¡Abrázame!

—¡Que me dejes! ¡Matthias! —hubo un silencio por unos segundos, pero luego volvió a hablar—: ¡Matthias! Espera, ¿qué cojones? ¿Te has echado el brillo labial de tu hermana o qué?

—¿Qué dices?

—¿Por qué tienes los labios brillantes? Me has dejado la cara pegajosa, asqueroso.

Las voces cesaron y supuse que ya se habían ido del todo. Cuando terminé de recoger todo, aproveché y me senté en el cómodo sofá para ver el móvil.

Danielle no me había respondido todavía, lo que me mosqueó un poco.

Empecé a mirar las fotos —por aburrimiento— de mi galería. No me acordaba de que tenía tantas fotos.

No sé cuánto tiempo pasó desde que empecé a mirar fotos, pero dejé de hacerlo cuando oí el sonido de la cerradura de la puerta.

Me quedé un poco estática, sin saber muy bien qué hacer. Claro, yo no tenía ni puñetera idea de quién tenía llaves del apartamento y quién no.

Pero, cuando la puerta se abrió, me descompuse.

El estómago se me cayó al suelo al ver a una chica pelirroja, con las llaves en la mano y una cara más inocente que la de un cachorrito.

¿De dónde ha salido esta? ¿De una revista?

—Oh... ¿Me he equivocado? —indagó, mirando el número de la puerta—. ¿Aquí vive Dhaen Williams?

—Eh, sí...

Ella dejó escapar un suspiro y entró en el apartamento, cerrando la puerta.

—Pensé que me había confundido de puerta —sonrió—. ¿Eres?

—Annie Callahan.

—Encantada, Annie. Soy Julieta Rizzo —se acercó para extender su mano.

—Encantada —dije, estrechando su mano.

—¿No hay nadie?

—Eh, no. Se han ido todos. Pero supongo que volverán en un rato.

—Ya veo... ¿Te importa si me quedo aquí a esperar?

—Eh, bueno, no sé. La casa no es mía —dije, un poco incómoda. ¿Qué se supone que debía de hacer en esta situación? Dios mío, deja de ponerme a prueba.

Julieta dejó escapar una risita suave, como si hubiera notado mi incomodidad. Se dejó caer con naturalidad en el sofá, justo frente a mí, y dejó sus llaves sobre la mesa de centro.

—No te preocupes, no voy a causar problemas. Dhaen y yo somos... viejos conocidos.

El "viejos conocidos" me sonó extraño. Tal vez demasiado ambiguo. Fruncí el ceño por un instante, pero me esforcé por disimular.

—Ah, ya... —respondí, intentando parecer despreocupada.

—¿Eres amiga de Dhaen? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.

La pregunta me descolocó un poco. ¿Amiga? Bueno, llamarlo así sería un insulto a la palabra "amistad".

—Algo así.

—¿Algo así? —repitió con una sonrisa.

Sentí el calor subirme al rostro, pero traté de mantenerme neutral.

—Sí, bueno, tenemos un trato para... ayudarnos mutuamente con algo.

Julieta levantó una ceja, claramente intrigada.

—Interesante. Dhaen no suele hacer tratos con nadie, y mucho menos deja que alguien esté aquí cuando no está.

—¿Ah, no? —pregunté, haciendo un esfuerzo por sonar desinteresada.

—No. De hecho, es bastante reservado con su espacio personal.

Esa información me tomó por sorpresa. Dhaen reservado... ¿De verdad estábamos hablando de la misma persona?

—Supongo que... entonces debo de ser una excepción —respondí, intentando no sonar tan insegura como me sentía.

Julieta soltó una risita encantadora y apoyó los codos sobre sus rodillas, mirándome con atención.

—Bueno, entonces debes de ser más especial de lo que crees.

No supe qué responder a eso. Había algo en su tono, ligero pero con un toque de picardía, que me ponía de los nervios.

Antes de que pudiera contestar, Julieta continuó:

—Dhaen y yo solíamos pasar mucho tiempo juntos.

—¿En serio?

—Sí —respondió, sonriendo como si recordara algo—. Éramos bastante cercanos, pero bueno... las cosas cambian.

Sentí una punzada de curiosidad. No estaba segura de si quería saber más, pero mi boca actuó por sí sola.

—¿Cercanos cómo?

Julieta alzó una ceja, como si estuviera sorprendida por mi pregunta, pero la sonrisa en sus labios permaneció.

—Lo suficiente como para conocer sus manías, sus virtudes... y sus defectos. Todo de él.

Ese comentario no ayudó en absoluto a calmar mi curiosidad. Si acaso, la avivó.

—Ya veo —respondí, intentando sonar casual, aunque mi tono seguramente me delataba.

—¿Y tú? —preguntó—. ¿Cómo es que terminaste aquí, en su apartamento?

Me tensé ligeramente, sin saber muy bien cómo responder. ¿Qué podía decir?

—Eh... bueno...

Antes de que pudiera añadir algo más, la puerta se abrió y la voz familiar de Dhaen llenó el salón.

—¡Ya estoy de vuelta!

Sentí un alivio inmediato al escucharle, aunque no estaba segura de por qué. Dhaen entró, con una bolsa en la mano, y se detuvo al ver a Julieta sentada cómodamente en el sofá. Ella se levantó en cuanto le vio.

—Julieta —dijo él, todavía en shock.

—Hola, Dhaen —respondió ella, con una sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —indagó.

—He venido a verte.

—Oh, bueno... Eh... No creo que sea un buen momento —respondió él, dejando la bolsa encima de la mesa y cerrando la puerta—. Tengo cosas que hacer.

—¿Cosas más importantes que hablar con el amor de tu vida? —repuso ella.

Puse los ojos como platos. Me quedé atónita. Entonces lo recordé. La imagen del cuadro que había en la habitación de Dhaen me sacudió por dentro. Era su ex.

Me levanté del sofá, más por inercia que por otra cosa.

—Yo... Me iré —dije, guardándome el móvil en el bolsillo del pantalón.

Antes de que pudiera salir por la puerta Dhaen me agarró del brazo.

—¿Dónde vas?

—A la residencia.

—¿Te acompaño?

—¿Eh? Ah, no. Tranquilo.

La mirada intensa de Julieta me estaba poniendo de los nervios.

—Nos vemos en el entrenamiento, ¿vale?

Dhaen apretó ligeramente su agarre en mi brazo, como si no quisiera dejarme ir. Su mirada se desvió hacia Julieta y luego volvió a mí.

—No hace falta que te vayas —dijo finalmente.

—Claro que hace falta —intervino Julieta, cruzando los brazos y lanzándome una mirada que bien podría haber atravesado el cristal más grueso—. Creo que necesitamos un poco de privacidad, ¿no?

Su comentario me cayó como un jarro de agua fría. Y, aunque sabía que tal vez tenía razón, algo en su tono me revolvió por dentro. Intenté mantener la compostura.

—No pasa nada —dije, evitando mirar a Dhaen mientras liberaba mi brazo suavemente de su agarre—. Ya estaba por irme de todas formas.

—Callahan, espera... —insistió él, pero Julieta se adelantó.

—Oh, vamos, Dhaen. No la retengas. Seguro que tiene cosas importantes que hacer.

El nudo en mi garganta se hizo más grande, pero fingí una sonrisa antes de girarme hacia la puerta.

—Nos vemos después —murmuré, sin esperar respuesta.

Mientras salía por el pasillo, podía escuchar sus voces amortiguadas detrás de mí, aunque no podía distinguir las palabras.

Caminé rápidamente hasta llegar al ascensor, sintiendo cómo la presión en mi pecho crecía con cada paso. Una vez dentro, apoyé la cabeza contra la fría pared metálica y dejé escapar un largo suspiro. ¿Por qué me sentía así? Dhaen podía hacer lo que quisiera con su vida, ¿no?

Además, debería de estar feliz porque se haya reencontrado con su ex. Fue alguien importante en su vida.

El ascensor llegó a la planta baja con el típico ding, pero no me moví. Las puertas se abrieron y me quedé parada allí, mirando al frente. Finalmente, me forcé a salir y empujé la puerta del edificio. El aire fresco me golpeó de inmediato, y sentí como si me despejara un poco, aunque en realidad no me sentía mucho mejor.

Caminé sin rumbo, solo tratando de no pensar demasiado en todo lo que acababa de pasar. ¿Qué estaba pasando conmigo? ¿Por qué me molestaba tanto que Julieta estuviera ahí? Dhaen y ella tenían historia, claro, pero ¿y qué? No me iba a poner celosa, no era tan tonta.

Tomé un respiro profundo, pero mi mente seguía ahí, dando vueltas. Está bien que él tenga un pasado. Al fin y al cabo, solo nos conocemos desde hace poco, ¿no?

Casi tropecé con una piedra en el camino, así que me obligué a mirar al frente y seguir caminando. Mis zapatillas hacían un ruido constante contra el suelo.

''Annie, no tiene sentido''.

Claro que no debería importarme lo que haga Dhaen. Al final, él hace lo que le da la gana y ya. Yo debería hacer lo mismo.

Fui caminando hasta que llegué a un parque cerca. Me senté en un banco, mirando al suelo mientras trataba de calmarme.

''No me importa. No me importa''.

Pero no podía evitarlo. Mi estómago seguía raro, como si no pudiera quitarme esa sensación de incomodidad.

Miré al cielo, las nubes grises parecían más amables que yo misma en ese momento.

—¡Ugh! —gruñí, ganándome una mirada extraña de un anciano que paseaba a su perro.

Quería patear algo. Por la razón que fuera quería patear algo. Y mandarlo a volar. Lejos. Muy lejos.

Patea a Julieta.

Tomé una gran bocanada de aire, como si eso fuera a despejar mis pensamientos.

Además, ¿por qué mierda estaba tan frustrada? Yo tenía novio...

Ah no, es verdad. Tampoco tenía novio. Bueno, pero la cosa es que había terminado con mi novio recientemente. No era plan de sentirme celosa por otro chico.

O sea, no es que estuviera celosa...

Mi mirada se desvió hacia el edificio en el que vivía Dhaen. Podía ver la terraza desde aquí. Si tuviera rayos X, podría ver lo que estuviera pasando en ese apartamento ahora mismo.

—¿Por qué te importa? ¡Imbécil! —murmuré para mí misma, frustrada.

Me llevé las manos a la cabeza. Vale, me estaba volviendo loca. ¿Qué mierda me pasaba? Era la primera vez que me sentía así.

Entonces, el sonido de mi móvil sonó y lo saqué a toda velocidad.

Era un mensaje de Danielle, respondiendo a mi mensaje anterior:

''Lo siento, Thiago me preguntó si quería verle entrenar. Se me olvidó cargar el móvil y me quedé sin batería. ¿Dónde estás?''.

No respondí, directamente la llamé.

El teléfono sonó varias veces antes de que respondiera.

—Annie...

—Dany, estoy metida en un lío —la interrumpí.

—¿Qué? ¿Estás bien? —indagó, histérica—. ¿Ha pasado algo? ¿Qué has hecho?

—Creo que... Creo que... —las palabras se quedaban atascadas en mi garganta, como si fuera incapaz de decirlas.

—¿Crees qué? ¡¡Arranca!!

—Creo... que...

—¡POR DIOS, ANNIE, HABLA YA!

—¡NO PUEDO!

—¿PERO QUÉ PASA?

Suspiré profundamente.

Vale, ya. Estaba actuando como una imbécil.

Annie, tienes veinte años, ¿vale? No tienes catorce años para comportarte como una adolescente. Espabila. Madura.

—Dhaen está en el apartamento con su ex.

—¿Qué?

—¿Te acuerdas que nos dijo que solo había estado con una mujer en toda su vida?

—Dijo que solo se había acostado con una mujer —me corrigió.

—Bueno, lo que sea —espeté de mala gana—. Pues ahora mismo está con esa mujer en el apartamento.

—Mejor por él —respondió con simpleza—. Ya le tocaba desahogarse al pobre hombre.

Suspiré profundamente.

—Danielle, no lo entiendes... —dije, pasando una mano por mi pelo mientras miraba al suelo del parque.

—Pues explícamelo, porque de verdad no estoy pillando qué tiene de malo que Dhaen esté con su ex. No es asunto tuyo, ¿no? —respondió con ese tono suyo repleto de brutal honestidad.

—No, claro que no es asunto mío —admití rápidamente—. Es solo que... ¿por qué tiene que ser ella? O sea, de todas las personas que podrían aparecer en su vida, ¿por qué justamente ella?

—Ah... ya veo —hizo una breve pausa y, por alguna razón, pude imaginar a Danielle sonriendo del otro lado de la línea—. Estás celosa.

—¡No estoy celosa! —protesté tan rápido que me arrepentí al instante porque sonó justo como lo que alguien celoso diría.

—Ajá, claro que no. A ver, Annie, si no estás celosa, ¿por qué te importa tanto? Dhaen no es tu novio. Ni siquiera creo que sea tu amigo. Más bien parece una especie de enemigo útil.

Me quedé callada, mirando las ramas de un árbol moverse con la brisa. Danielle tenía razón, pero no quería admitirlo. ¿Por qué me importaba tanto? ¿Por qué sentía esa incomodidad en el pecho, como si me hubieran quitado algo que nunca fue mío?

—¿Sabes qué creo? —continuó Danielle, como si pudiera leer mis pensamientos—. Creo que te molesta porque te gusta. No lo sabías o no querías saberlo, pero ahí está.

—¡No me gusta! —insistí.

—Claro, claro. No te gusta. Solo te preocupa que esté ahora mismo con su ex en el apartamento, ¿no? —Danielle soltó una carcajada, claramente divirtiéndose a mi costa.

—Exacto.

—Ay, Annie, amiga mía, quién lo iba a decir: te gusta el chico que más has odiado en toda tu vida —añadió, haciendo que me recorriera un escalofrío toda la espalda.

Solo de oírlo me producía una sensación extraña.

—No me gusta —insistí—. ¿Te recuerdo que he roto con Aiden hace menos de dos semanas?

—¿Y?

—Pues que no me va a gustar otro tan pronto.

—¿Por qué? ¿Es que se ha muerto? ¿Le tienes que guardar luto o qué? —chasqueó la lengua con fastidio.

—Danielle, no es eso... —respondí—. Es solo que... no tiene sentido, ¿vale? Dhaen es un imbécil arrogante que disfruta fastidiándome. Y además, ni siquiera está interesado en mí.

—¿Ah, no? —preguntó Danielle con un tono que me hizo rodar los ojos sin querer—. Entonces, ¿por qué aceptó entrenarte? Porque seamos realistas, cariño: Dhaen Williams no hace favores por amor al arte.

—Porque le interesa Alana —espeté, cruzándome de brazos, aunque Danielle no podía verme—. Me lo dejó clarísimo con ese trato absurdo.

—¿Te refieres al trato donde tú tienes que acercarlo a tu hermana pero, casualmente, él pasa cada segundo libre contigo? —apuntó—. Sí, súper lógico.

Suspiré, frustrada, sintiendo cómo mi cabeza iba a explotar con tanto pensar.

—Dany, de verdad, no quiero seguir con esto. Te juro que no me gusta. No es mi tipo, no me interesa, no pasa nada.

—Claro, y yo soy la reina de Inglaterra —replicó con sarcasmo—. Mira, no voy a presionarte, pero sabes que puedes mentirme a mí, mentirle a Dhaen, incluso mentirle al universo entero. Pero a ti misma, no.

—Vale, Sigmund Freud, gracias por el análisis psicológico. ¿Algo más? —dije, mordaz.

—Sí, una última cosa —respondió con calma—. Si no te gusta, entonces, ¿por qué estás gastando tanta energía pensando en él? ¿Por qué te molesta que esté con su ex? ¿Por qué me estás llamando, en lugar de estar tranquila, comiendo palomitas y viendo una serie?

Me quedé callada. Porque, maldita sea, no tenía una respuesta. Danielle se rio suavemente, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi cabeza.

—Haz lo que quieras, Annie. Pero te lo digo ya: negar lo que sientes no va a cambiarlo. Así que buena suerte en el entrenamiento que tienes en exactamente... cuatro horas, porque con esa maraña de emociones que llevas dentro, Dhaen te va a notar rara en dos segundos.

Antes de que pudiera responder, colgó, dejándome con un nudo incómodo en el pecho.

—No me gusta... —susurré al aire, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerme. Pero ni yo misma me creía.

Con un suspiro cansado, me levanté del banco y empecé a caminar hacia la residencia. El aire fresco me ayudaba a despejar un poco la cabeza, aunque no del todo.

Al llegar a mi habitación me dejé caer sobre la silla de mi escritorio. No tenía ganas de nada, pero mis manos buscaron, casi por instinto, el cuaderno viejo que tenía guardado en el cajón. Hacía tanto tiempo que no lo usaba... Apenas recordaba la última vez que había dibujado algo que no fueran garabatos sin sentido.

Abrí el cuaderno y tomé un lápiz. No sabía qué estaba haciendo, pero empecé a dibujar. Las líneas fluyeron casi sin que lo pensara, y mis dedos parecían moverse solos. La habitación estaba en completo silencio, salvo por el rasguño suave del lápiz contra el papel. Dibujar siempre me había relajado, me permitía desconectar. Pero cuando terminé y miré lo que había hecho, casi me atraganté.

Había dibujado a Dhaen. Sin camiseta.

Mis ojos se abrieron como platos mientras miraba el dibujo, completamente estupefacta. Su pelo revuelto, esa sonrisa burlona que siempre llevaba como si fuera un accesorio, y, oh, por Dios, los detalles en sus abdominales. ¿Qué me pasaba? ¡¿Por qué había dibujado eso?!

El próximo dibujo: Dhaen sin pantalones.

Me sonrojé de inmediato, como si alguien hubiera entrado en mi habitación y me hubiera pillado en plena escena del crimen. Cerré el cuaderno de golpe.

—¡Eres una pervertida, Annie! —me regañé a mí misma en voz alta, llevándome las manos a la cara para cubrir mi cara.

Esta es la Annie que me gusta.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Era esto lo que Danielle quería decir con que tenía que admitir mis sentimientos? ¡No, claro que no! Esto no significaba nada. Solo era una tontería, un accidente, algo inconsciente. Sí, eso debía de ser.

Tomé el cuaderno y lo metí en el cajón de nuevo.

No era normal. No era normal en absoluto. Tomé una almohada de la cama y me la puse en la cara, soltando un grito ahogado contra ella. ¿Qué mierda me estaba pasando?

Me levanté de golpe, incapaz de quedarme quieta. Necesitaba moverme, hacer algo, cualquier cosa que me distrajera de mi propio cerebro. Me puse a recoger la habitación, aunque no había mucho que ordenar. Doblé ropa que ya estaba doblada, revisé mi mochila sin razón aparente, y hasta me puse a alinear los bolígrafos en el escritorio. Pero nada servía. Cada vez que cerraba los ojos, veía el dibujo. Bueno, más bien lo veía a él. Y eso me enfurecía.

—No te gusta, no te gusta, no te gusta —murmuré para mí misma como un mantra, mientras me dejaba caer en la cama boca arriba. Pero cuanto más lo repetía, menos convencida estaba—. Vale, piensa en otra cosa.

Cerré los ojos e intenté concentrarme en algo más. Aiden. Sí, piensa en Aiden. Mi ex. Mi ex novio, mi... No. Tampoco funcionaba. Pensar en Aiden solo me hacía sentir un vacío raro, como si algo en esa historia ya no encajara del todo. Intenté pensar en Rebecca, pero tampoco funcionó.

Deja a los exs quietitos en su sitio.

Suspiré y abrí los ojos, mirando el techo como si tuviera las respuestas escritas en él. La verdad era que llevaba demasiado tiempo centrada en la natación, en ser la mejor, en ganar. No me había permitido pensar en otras cosas, y ahora que estaba enfrentándome a sentimientos raros y confusos, no sabía qué hacer. Sentimientos que, para colmo, involucraban a alguien como Dhaen. Dhaen, de todas las personas del mundo.

El mismo que tiró mi puta mochila al agua y me jodió el que pudo haber sido el mejor concierto de toda mi vida.

Eso. Piensa en eso. En cuanto odio le tienes.

Te tiró tu puta mochila al agua, ¿recuerdas? Encima tuviste que hacer los deberes de nuevo, por lo que estuviste toda la madrugada en vela haciéndolos para nada.

Odialo.

Odia...

Volví a suspirar.

Nunca me había sentido así de esquizofrénica.

Y mira que Rebecca fue la primera persona que me gustó. Me hizo sentir cosas que todavía recuerdo, pero ni aún así. Luego llegó Aiden y, si lo pienso fríamente, creo que fue un reemplazo para llenar el vacío; como una cuerda para sacarme del pozo en el que me había sumido.

Pero ahora...

Pero ahora, ¿qué? Ahora ni siquiera sabía lo que sentía. Era como si mi cabeza fuera un nudo imposible de deshacer, un revoltijo de pensamientos que no encajaban en ningún sitio.

De repente, el recuerdo de Dhaen tirando mi mochila al agua me hizo sonreír. Fue un desastre en su momento, claro, pero ahora que lo pensaba, su cara de satisfacción después de hacerlo tenía algo... gracioso. Bueno, no gracioso, porque seguía siendo un imbécil. Pero algo en la forma en que me miró ese día, como si quisiera desesperadamente una reacción, era... ¿adorable?

—¡Ugh! —me giré en la cama y hundí la cara en la almohada. Ahora encima estaba justificando sus estupideces. ¿Qué sigue? ¿Hacer una lista de las cosas que me gustan de él?

No. Definitivamente no.

Me di la vuelta otra vez y volví a mirar el techo. Vale, Annie, céntrate. Respiré profundamente. Era obvio que Dhaen me estaba afectando más de lo que debería, pero no iba a permitir que eso me desestabilizara. Ya tenía suficiente con el torneo.

Por alguna razón, el trato que habíamos hecho volvió a mi mente. Todo había empezado como un plan sencillo: conseguir su ayuda, ganar, y dejar atrás toda esta mierda. Pero, ahora, parecía que ese trato había abierto una caja de Pandora emocional que no sabía cómo cerrar.

¿Y si...?

No. No iba a dejarme ir por ese camino. No iba a ponerle nombre a lo que estaba sintiendo, porque no era nada. Solo era estrés. Claro, eso era. Estrés, frustración, y tal vez un poco de soledad. Eso explicaba por qué mi cabeza estaba siendo tan dramática.

Quizá lo único que tenía que hacer era usar el satisfyer que me regaló Danielle hace dos años, el cual todavía no había sacado de su caja.

Suspiré profundamente.

Decidí que necesitaba despejarme. Cogí mis zapatillas y me las até con más fuerza de la necesaria. Un paseo. Un poco de aire fresco. Eso me hará bien. Con un movimiento rápido, agarré mi sudadera y salí de la habitación antes de que pudiera cambiar de opinión.

Me quedaban tres horas todavía hasta que fuera el entrenamiento.

Empecé a caminar sin rumbo, con los auriculares puestos y la música a todo volumen. Con suerte, el ruido no me dejaría pensar.

Hasta que, por supuesto, la vida decidió que un momento de paz era demasiado pedir.

Entonces vi, de lejos, a un tipo alto, con el pelo rizado y una camiseta negra en la que ponía: ''Drew Moriel''. Recordé la conversación que había tenido con Matty y Dhaen, así que me desvié del camino principal para que no me viera.

Pero...

—¡Oye! —exclamó, mirando en mi dirección.

Mierda.

—¡Oye, disculpa! —insistió.

La verdad es que no tenía ganas de salir corriendo, así que con indignación, me giré para mirarle.

—Creo que nunca te he visto por aquí, ¿eres...?

—¿Quién pregunta? —respondí, aunque era más que obvio quién era.

Él sonrió con una de esas sonrisas tan insoportables que me recordaban a Dhaen. Claro, la de él era mucho más bonita que la de este personaje ridículo.

Se señaló la camiseta, recorriendo cada letra de su nombre con un dedo.

—Drew Moriel, muñeca. Para servirte.

—Muchas gracias, pero no tengo tanto dinero como para poder permitirte contratar a nadie —respondí con ironía, dispuesta a seguir caminando.

—No hace falta dinero —sonrió—. Las chicas como tú tienen mis servicios completamente gratuitos.

—Gracias, pero preferiría que no.

—Al menos dime tu nombre, ¿no?

Rodé los ojos.

—Annie.

—¿Cómo la de la canción de Michael Jackson?

—Esa misma.

—Me encanta. ¿Y a qué te dedicas?

Le miré fijamente, un poco cansada.

—Solo otorgo entrevistas los jueves a partir de las tres de la tarde, lo siento.

Él se rió.

—Por lo que veo no eres demasiado simpática que digamos.

—No. ¿Me vas a dejar en paz entonces?

—¿Te estoy molestando acaso? —se puso delante de mí, impidiendo que siguiera caminando.

Lo miré con desdén, claramente irritada, y di un paso atrás, pero Drew no se movió ni un milímetro.

—¿De verdad tienes que pararme en medio de la calle para esto? —le pregunté, cruzándome de brazos.

—Tranquila, solo quería charlar un rato —respondió con una sonrisa. No parecía molesto en lo más mínimo, como si pensara que podría conseguir lo que quisiera solo con seguir insistiendo.

—Pues me parece que ya has charlado todo lo que tenías que charlar. Ahora, ¿me dejas? —le respondí, con un tono tajante que esperaba que dejara claro que no tenía ni un gramo de paciencia para él.

Él frunció el ceño un segundo, y luego dejó escapar una risa baja.

—Vas a tener que darme más que eso si quieres deshacerte de mí tan fácilmente, Annie —se acercó un poco más, y noté que estaba probando mi paciencia a propósito.

—Escúchame, he tenido un puto día de mierda y he salido para dar un puto paseo para poder relajarme, no para toparme con un puto gilipollas que no hace más que dar por culo —empecé a decir—. No sé a dónde quieres llegar con esto, pero si estás intentando impresionarme o algo, quiere decir que las únicas tetas que has tocado en toda tu vida han sido las de tu madre y que morirás virgen.

Drew se quedó atónito, como si no se hubiera esperado —jamás— encontrarse con una chica que disparaba veinte palabras por segundo, de las cuáles dieciocho eran palabrotas.

—Vaya, ¿así que esa es tu carta de presentación? —dijo, cruzándose de brazos, sin dejar de mirarme, pero con un toque de duda ahora.

Me encogí de hombros, sin importarme lo más mínimo cómo lo tomara. La verdad es que me sentía mejor, liberada de la irritación que había estado acumulando. Había sido una mezcla de frustración y cansancio, y Drew parecía ser el blanco perfecto para desahogarme.

—Me encanta.

—¿Qué? —respondí incrédula.

—Me gustan las chicas directas y con carácter. ¿Por qué no me das tu número y así me puedes insultar por mensajes también?

Vale. Esto era una puta cámara oculta, ¿verdad? Alguien debe estar riéndose de mí sin parar.

—¿Quieres mi número también? —indagó una voz masculina detrás de mí—. A mí también me gusta insultar.

Me giré y vi a Matty y a Han juntos, con los brazos cruzados. Parecía que venían de entrenar por cómo iban vestidos.

—¿Qué mierda hacéis aquí?

—Te podríamos preguntar lo mismo —replicó Han.

—Estoy charlando con Annie. Iros a la mierda.

—Creo que ella no quiere charlar contigo —Matty se adelantó un paso y se colocó a mi lado—. Además, es nuestra amiga.

Él se quedó sin palabras, como si el que fuera amiga de ellos fuera un golpe más duro que haberle insultado mínimo cuatro veces.

—¿En serio, Annie? ¿Eres amiga de estos?

—Sí —dije—. Muy amiga, además. Mejores amigos.

—Me acabas de decepcionar.

—Qué pena. No podré dormir en toda la noche —repliqué sarcástica.

Drew miró a los tres, evaluándonos rápidamente, como si estuviera decidiendo si seguir discutiendo o simplemente salir de allí para no hacer el ridículo más de lo necesario. Finalmente, se giró con un gruñido bajo y se alejó, sin decir una palabra más.

Suspiré, aliviada de que finalmente me hubiera dejado en paz.

—Que conste que no lo hemos hecho porque necesitaras ayuda —dijo Matty, de repente—. Le hemos hecho un favor.

—¿Un favor? —me giré para mirarlos.

—Sí. Le hemos ahorrado una cita para el dentista.

No pude evitar soltar una risotada y negué con la cabeza.

—¿Acabáis de terminar de entrenar?

—Sí. Hoy terminamos antes —respondió Han—. Matty vino a buscarme después del trabajo.

—¿Y Thiago?

—Thiago está con tu amiga, Danielle —respondió Han—. Por lo que sea son como dos pegatinas.

—Ya veo.

—¿Y tú? —preguntó Matty—. ¿No estabas en el apartamento?

—Eh, sí... Bueno, salí a dar un paseo.

—¿Y Dhaen? ¿Cómo es que no está contigo?

—Está ocupado —respondí con simpleza.

—¿Ocupado? ¿Estamos hablando del mismo Dhaen? —indagó Han, con cierta burla.

—Sí. Está hablando con su ex —solté sin más.

Ambos se miraron un poco sorprendidos. Luego me miraron a mí.

—¿Qué has dicho? —indagó Matty.

—Una tal Julieta ha ido a verle. Llevan en el apartamento solos unas horas —dije.

Y no dije nada más. No me dio tiempo, porque Matty salió disparado hacia el apartamento. Han fue detrás de él y yo me quedé parada unos segundos antes de tener que correr para alcanzarlos.

Ninguno dijo una sola palabra cuando subimos por el ascensor. Mucho menos cuando Matty sacó las llaves de su mochila para abrir la puerta.

Tampoco dijimos nada cuando abrimos la puerta y nos encontramos a los dos de pie. Julieta estaba de puntillas, intentando darle un beso a Dhaen, pero al vernos en la puerta se detuvo.

—¿Qué mierda haces aquí, Julieta? —indagó Matty.

—Yo también me alegro de verte —dijo, esbozando una sonrisa—. He venido a ver a mi chico.

—No es tu chico —puntualizó Han.

—Claro que sí. Nunca dejó de serlo.

—Dejó de serlo cuando te fuiste, Julieta —intervino Matty, enfadado—. Además, nadie te ha pedido que vengas, así que lárgate.

—Oye, Matty, relájate un poco —replicó ella, perdiendo ese tono de falsa amabilidad—. Si todavía tengo llaves del apartamento es porque nunca quiso que me fuera, ¿no crees?

—Dhaen, di algo, tío —le recriminó Han, mirándole fijamente.

Pero Dhaen no estaba. O sea, estaba físicamente, pero tenía la mirada perdida, como si estuviera absorto en sus pensamientos.

—Escúchame, Julieta, lárgate o...

—¿O qué? —se le encaró, dando varios pasos hacia delante—. ¿O qué, Matthias? ¿Vas a echarme a patadas?

—Si lo tengo que hacer te lo juro que lo haré —respondió éste.

Ella chasqueó la lengua con diversión.

—Sé que lo harías. Después de todo, siempre has estado celoso de que mi atención solo la tuviera Dhaen y no tú.

Matty soltó una risotada irónica y negó con la cabeza.

—¿Qué estás diciendo, Julieta?

—¿Quieres que te recuerde cuando intentaste besarme en su fiesta de cumpleaños? —dijo, poniendo el dedo índice sobre su pecho.

—No seas ridícula —replicó Matty—. Preferiría cortarme la polla antes que besarte.

—Eso dices ahora que están tus amiguitos delante —insistió ella.

El ambiente se llenó de tensión. Me empezó a doler hasta la cabeza.

—Julieta, lárgate —intervino Dhaen finalmente.

—¿No me crees? —se giró para mirarlo—. ¿Quieres que te enseñe pruebas, Dhaen?

Él levantó la mirada y la fijó en los ojos de Julieta.

—¿Qué pruebas?

—¿Crees que me separé de ti porque dejé de quererte? —hizo una pausa, sacando el móvil—. No. Nunca he dejado de quererte, Dhaen. Pero sabía que te dolería menos que yo me fuera a que te enteraras de que Matthias estaba intentando algo conmigo.

—Dios, mira que eres...

El sonido de un audio interrumpió las palabras de Matty. Ella subió el volumen al máximo y se pudo distinguir la voz de Matty diciendo: ''Julieta, si supieras lo que soy capaz de hacerte, dejarías a Dhaen ahora mismo''.

Me quedé tiesa. Han se quedó atónito. Y Dhaen parecía que le había atravesado el pecho con una lanza.

—Dhaen, te juro que suena super mal fuera de contexto, pero a lo que me refería era que...

—Lárgate —dijo de repente, mirándolo.

—Escúchame, Dhaen...

—¡Que te largues!

Matty se quedó sin palabras. Vi como se apretaba su mandíbula. Pero no dijo nada más. Salió de la misma manera que entró, esta vez dando un portazo.

Han y yo todavía estábamos ahí plantados, como si fuéramos dos macetas.

Julieta volvió a mirar a Dhaen, con el ceño fruncido. Intentó acercarse pero él se apartó.

—Dhaen...

—Vete, por favor —le pidió, casi en tono de súplica.

—Escúchame...

—No, no quiero escucharte. Quiero que te vayas por donde has venido y no vuelvas a poner un pie aquí —sentenció.

—¿Qué culpa tengo de todo esto, Dhaen? Tomé la mejor decisión para ti.

—¿La mejor decisión para mí? —indagó, incrédulo—. No tienes ni puta idea de lo roto que me dejaste.

—Y lo siento tanto...

—No hace falta, Julieta. Porque ya estoy como nuevo —le aseguró—. Y no te necesito. Ni te quiero.

—Dhaen...

—Así que, por favor, vete dónde sea, pero lejos de aquí —insistió, sin dejarla hablar.

Ella soltó un suspiro resignado y cogió sus cosas.

—Estás cometiendo un error, Dhaen.

Eso fue lo último que dijo antes de desaparecer por la puerta.

Dhaen se sacudió el pelo con una mano y se metió en su habitación.

Nuevamente, Han y yo seguíamos estáticos. Nos dirigimos una mirada, sin saber muy bien qué decir. Y no dijimos nada.

De hecho, no sé en qué momento cada uno se puso a hacer sus cosas.

Cuando llegaron las seis, Dhaen y yo fuimos a nuestro entrenamiento diario y, al terminar, desapareció sin decir una sola palabra.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top