23

Había aparcado mis maletas en la residencia hacía unos días ya.

Mañana era el torneo interescolar.

Estaba desquiciada, ansiosa y con ganas de vomitar.

A pesar de todos los putos entrenamientos sentía que todavía no estaba lista. No era lo mismo competir en la universidad que, sin ser demasiado arrogante, la única persona capaz de ganarme era Dhaen.

Y, hablando de Dhaen... Estaba jodidamente raro.

El día que volví estaba feliz. Claro que lo estaba pero, sinceramente, también parecía ausente.

Era como si algo estuviera rondando su cabecita, como aquella vez en la que estaba raro y tampoco me explicó por qué. Me sentí un poco mal porque, cada vez que evitaba el tema de conversación sentía que no confíaba en mí lo suficiente como para compartir sus problemas conmigo.

Me dolía de verdad.

Pero no quería presionarlo. Quería que, si me tenía que contar algo, lo hiciera porque realmente sintiera que debía contármelo, no porque yo se lo dijera.

Y, por eso mismo, ahora estaba viniendo para aquí.

Sabía que tenía que concentrarme en el torneo, que era lo que importaba ahora, pero mi cabeza no dejaba de darle vueltas. Quizás, después de todo, solo necesitaba aclarar las cosas con él. Y si me pedía espacio, lo aceptaría. Pero, mierda, no quería seguir con este nudo en el estómago.

Escuché los golpes en la puerta antes de darme cuenta de que mi estómago ya estaba revuelto. Tres golpes secos.

Y, claro, no hacía falta preguntar quién era. Dhaen.

Él pasó después de llamar y me miró.

Soltó un suspiro, cerró la puerta y se sentó a mi lado.

—¿Cómo estás? —me preguntó.

—Nerviosa —admití.

—No deberías de estarlo.

—Mañana es el torneo...

—Lo sé. Pero vas a ganar.

—Williams...

—Escúchame —me interrumpió, agarrando mis manos—. Me he asegurado de que nadie te haga nada.

Ladeé la cabeza y fruncí el ceño.

—¿Qué quieres decir con que te has asegurado de que nadie me haga nada? —espeté, confusa.

—El señor Baker no será un problema.

Puse los ojos como platos, incrédula.

—¿Cómo...?

—Eso no es lo que importa ahora. Lo que importa es que tienes un torneo que ganar, ¿vale?

—¿Qué has hecho? —insistí, preocupada. Me daba miedo pensar que se había metido en un lío por mi culpa o algo así.

—Callahan, céntrate —respondió con firmeza—. Tienes que ganar ese torneo.

—Pero...

—Por favor.

Suspiré profundamente y asentí.

—¿Me vas a decir por qué has estado tan raro desde que he vuelto? —indagué, cambiando de tema.

—No he estado raro.

—No me jodas, Dhaen. Llevo cuatro meses pegada a tu culo, sé diferenciar cuando te pasa algo y cuando no —repliqué, un poco enfadada.

—Escucha, después de que ganes, hablaremos, ¿vale?

—No. Quiero hablar ahora, Dhaen. Quiero que me digas qué cojones te pasa —insistí, apartando mis manos de las suyas.

—Callahan...

—Ni Callahan ni mierdas —le interrumpí—. No es justo que tú cargues con mis problemas y tú no seas capaz de contarme los tuyos. No es justo, joder. Yo también quiero ayudarte.

—Lo sé, pero hazme caso, por favor.

—No me puedes dar una de cal y otra de arena, Williams —repliqué, molesta—. Me llamas mientras estoy en mi casa y estamos bien, vuelvo aquí y estás raro. ¿Me puedes decir qué mierda está pasando?

—No pasa nada.

—Si me vuelves a decir eso...

—Confía en mí, por favor.

—¡No puedo confiar en ti si tú no confías en mí! —exclamé, levantándome de la cama.

—Entiendo que te enfades, de verdad. Pero hay una razón por la que no puedo contártelo todo ahora.

—¿Cuál? —me crucé de brazos, a la defensiva—. ¿Cuál es la razón, Williams?

—Sé que le darás vueltas a la cabeza y no quiero que lo hagas.

—Pero que...

Dhaen se levantó y me agarró la cara con suavidad.

—Te prometo que te contaré todo, ¿vale? Cuando haya pasado todo.

—No entiendo qué es lo que tienes que contarme para que no puedas hacerlo ahora —insistí—. No lo entiendo...

—Tú me conoces, pero yo a ti también. Sé que le das demasiadas vueltas a la cabeza por todo —dijo con una leve sonrisa—. Y no puedes distraerte a un día del torneo.

—Pero, ¿sabes que estar así también me afecta?

—Callahan, todo está bien, ¿vale?

—Pues no lo parece —suspiré profundamente.

Por un momento, sentí que esos pensamientos negativos se empezaban a abrir espacio en mi cabeza.

—El día de antes del torneo Rebecca me dejó —solté de repente.

Vi cómo alzaba las cejas, sorprendido.

—Y yo... No puedo...

Me interrumpí a mí misma. No quería llorar, joder. Estaba harta de parecer una muñeca de porcelana. Desvié la mirada hacia el suelo.

—Annie, mírame —me pidió, con una voz suave. Como vio que no le hice caso me levantó la cabeza, obligándome a mirarle y añadió—: No sé qué película te estás montando en la cabeza, pero si lo que hay entre nosotros cambia, te aseguro que no será por mí.

Fruncí el ceño y apreté los dientes.

Sentí como se me aguaban los ojos.

—Te lo dije ya: te quiero, Callahan. Y es la primera vez que me siento tan seguro de querer a alguien.

A la mierda el autocontrol.

Las lágrimas empezaron a salir sin mi puto permiso.

Él esbozó una leve sonrisa y me las limpió con el pulgar.

—Sé que mi comportamiento puede hacer que desconfíes de mí, lo entiendo. Pero te voy a pedir que dejes la mente en blanco hasta después del torneo. Por ti, por mí..., por nosotros.

Asentí, sin dejar de llorar.

—Te prometo que responderé lo que sea que me preguntes, ¿vale? —volví a asentir.

—Voy a estar bien —le dije entre sollozos, aunque no me lo creía del todo. Mi mente seguía dándole vueltas a todo lo que había pasado y a este maldito torneo que ahora me parecía más una carga que una oportunidad.

Dhaen me abrazó, apretándome contra su pecho. El calor de su cuerpo me dio algo de consuelo, pero también me hizo sentir más vulnerable. Como si todo lo que quería era esconderme en él y dejar que todo pasara, sin enfrentar la realidad.

—Lo sé, Annie. Lo sé —murmuró en mi oído. Luego, separó un poco su rostro del mío, mirándome a los ojos—. Pero ahora, por favor, relájate. Es todo lo que debes hacer.

Me costaba, de verdad me costaba. Pero al final, asintiendo lentamente, me alejé un poco para limpiar mis lágrimas. Sentí el nudo en la garganta, pero me forcé a calmarme.

—Lo haré. Lo intentaré. Pero cuando todo termine, tienes que hablar conmigo —le advertí, con firmeza, aún con la voz quebrada.

Él sonrió suavemente, tocando mi mejilla con la punta de los dedos.

—Lo prometo.

Fue lo último que dijo antes de acercarse para darme un beso.

***

El puto día había llegado.

Estaba sola en los vestuarios, pero no importaba. El ambiente apestaba a colonia, desinfectante y ansiedad. Me sacudí la camiseta y la lancé a un lado con la misma actitud de siempre, como si no me importara lo más mínimo. Miré al espejo, me pasé una mano por el cabello, y lo que vi fue a la misma chica desafiante de siempre. Claro, nerviosa, como todos los demás, pero lista para pelear por lo que era mío.

Se lo había prometido a Dhaen.

Me puse la toalla alrededor del cuello y la dejé caer un poco sobre mis hombros, mientras mi mente volvía a centrarse en el agua. La piscina siempre había sido mi santuario. Era lo único que tenía claro: cuando estaba en el agua, no había nadie que me pudiera tocar. Era mía. Todo era mío.

El ruido de los pasos en el pasillo me sacó de mis pensamientos. No necesité ver a quién era, ya lo sabía. Dany. Se suponía que era un espacio reservado para competidoras pero ella, un año más, se saltó las normas. Además, Dany no era de las que llegaban a tiempo para dar ánimos. No, Dany llegaba justo cuando ya la presión empezaba a desbordar, cuando la mierda empezaba a ser real.

—¿Es esa la cara de una campeona? —se burló—. ¿Cómo estás?

La miré y no pude evitar soltar una pequeña sonrisa sarcástica.

—A punto de perder la cabeza, como siempre—. Me encogí de hombros y me ajusté el bañador.

—No deberías, estás más que preparada para esto —me aseguró, apretando mis hombros con fuerza—. Eres la ganadora.

—También lo era el año pasado y mira...

—Hubieras ganado si no te hubieran drogado —espetó ella con tanta ligereza que tuve que acercarme para asegurame que nadie la había oído.

—No menciones eso en ningún lado.

—¿Por qué? Todo el mundo tendría que saberlo.

—Las cosas no funcionan así —repliqué.

—Pues Dhaen ha cambiado las cosas —respondió ella.

Alcé las cejas y dije:

—¿Qué quieres decir?

—Ha vetado la entrada al padre de Rebecca y a las personas implicadas con el caso al torneo.

—¿Qué...?

—Y tú todavía sin haberle dicho que sí quieres ser su novia —Dany rodó los ojos, incrédula.

—¿Y le han hecho caso así sin más? —indagué, ignorando su comentario.

—No sé qué les habrá dicho, pero ha sido suficiente como para que corran con la cola entre las patas.

Y todo eso lo ha hecho por mí...

El sonido del silbato de preparación sonó, arrancándome de cuajo de mis pensamientos y obligándome a prepararme.

El corazón me iba a mil. Se me iba a salir del pecho.

—Venga, te acompaño —dijo Dany, estirando su brazo para que lo entrelazara con el mío.

Salimos de los vestuarios. Ella estaba más segura que yo.

El sonido que hacían los zuecos sobre el suelo de la piscina era hipnotizante e irritante a la vez. Para que os lo imaginéis, era como el sonido que hacían los zapatos de Bob Esponja.

Me tomé un momento para mirar a las gradas y entonces vi a Han, Matty y Thiago animándome como hicieron en el torneo universitario. Era increíble la relación que habíamos formado en tan poco tiempo.

Mis ojos se posaron en Dhaen, que lucía como la persona más tranquila del mundo. No había una ligera pizca de duda en su mirada. Lo sabía: sabía que había venido a ganar. Cuando esbocé una leve sonrisa él me imitó. Asintió ligeramente con la cabeza y no hizo falta más.

Seguí buscando y encontré a mi familia en la otra punta de las gradas. Estaba mi padre, el cual estaba chillando mi nombre como un verdadero padre orgulloso. No pude evitar sonreír. Mi madre estaba histérica perdida, nada nuevo. Mi yaya estaba al borde de un infarto mientras se abanicaba. Mi hermana Alana también estaba, acompañada de su futuro marido Dyxon, quien me lanzó una mirada de aprobación en cuanto me vio.

Pero, lo que me dejó más descolocada de todo no fue verlos a ellos, no. Ya sabía que vendrían, me lo habían dejado claro en la cena familiar.

Lo que me había descolocado por completo era ver a mi hermano, al lado de Dixon. Me estaba mirando fijamente, con el rostro sereno. En cuanto le miré él apartó la mirada por unos segundos, pero luego volvió a mirarme.

Después de lo que había visto en los informes, de la manera en la que él había luchado contra el señor Baker por lo que pasó, no podía sentirme de la misma manera.

Eso no significaba que le hubiera perdonado ni mucho menos. Significaba que quizá le podría dar la oportunidad de explicarme todo y, esta vez, le escucharía.

Asentí con la cabeza, sin dejar de mirarle y pude ver un ligero signo de alivio en su cara. Él esbozó una sonrisa y me asintió de vuelta.

—Mucha gente confía en ti, ¿eh? —me dijo Dany, que también había notado mi mirada perdida en las gradas.

—Lo sé —respondí con una sonrisa, algo tonta, pero sincera—. Y ahora más que nunca, no los voy a defraudar.

La cuenta atrás había empezado. Ya no había vuelta atrás. Era mi momento, y el de todos ellos.

Me coloqué en la salida, ajustándome las gafas con tanta fuerza que me temblaban las manos. A un lado, el público rugía.

El hueco vacío en uno de los puestos me sacó por un segundo de mi zona. "¿Qué mierda es esto? ¿Dónde está la persona que falta?" pensé. Pero, claro, ¿cómo no fijarme? Este era el torneo interescolar, un puto torneo a nivel nacional. Nadie deja un hueco vacío aquí. Tal vez la persona se había cagado encima, o quizá algo más estaba pasando.

—Annie, ¡concéntrate! —gritó Dany desde las gradas. Tenía razón. Ya no había tiempo para tonterías.

Inspiré profundo, dejando que el olor del cloro me llenara los pulmones. A mi derecha y a mi izquierda, las otras competidoras ajustaban sus posiciones en los tacos de salida. Un par de ellas incluso me miraron, como diciendo: "Esta vez no, Callahan". Y yo, por dentro, estaba pensando: "Ja, claro, cariño. Buena suerte con eso". Porque esto no era como cualquier otra carrera. Era la carrera. Había entrenado, había sufrido y sudado sangre para llegar aquí. Si me caía, me levantaba. Si me hundía, aprendía a respirar bajo el agua. Y si alguien me quería ganar, iba a tener que matarme antes.

El juez levantó el brazo. Silencio total. Ni siquiera escuchaba mis propios pensamientos, solo el latido ensordecedor de mi corazón. La tensión en el ambiente era tan densa que casi podía masticarla.

El silbato sonó.

Mis músculos reaccionaron antes de que mi mente pudiera procesarlo. Me impulsé hacia adelante con tanta fuerza que sentí la explosión en mis piernas. El agua me recibió como una pared helada, pero no importaba. Todo desapareció en ese instante: el ruido, la gente, incluso mis propios pensamientos. Solo quedábamos el agua y yo.

Brazada tras brazada, me concentré en cada movimiento. La técnica, el ritmo, el giro de la cabeza para respirar. Todo tenía que ser perfecto. No había espacio para errores.

Me acordé de Anastasia Kozlov, la mujer que salía en el documental que Dhaen me enseñó. Fue, de manera inconsciente, un impulso que me hizo mantener la fuerza.

Podía sentir las ondas que las demás competidoras generaban en el agua, pero no me permití mirar. Sabía que estaban ahí, acechándome, pero yo no era su presa. Yo era el maldito tiburón.

Me hice gracia a mí misma. Seguro que Dhaen estaría orgulloso de la manera en la que hablo en mi cabeza.

En la primera vuelta, todo estaba en su lugar. Mis pulmones quemaban un poco, pero nada que no pudiera aguantar. Era el calentamiento, el momento para asegurarme de que estaba dominando el ritmo. Las luces del techo pasaban rápido sobre mi cabeza, como si el mundo entero se moviera a cámara rápida.

Era la hora del giro en la pared. Clavé las piernas y me impulsé con fuerza. La segunda vuelta era crucial. Aquí es donde empiezan a separarse las buenas de las que solo aparentan. Podía escuchar la multitud a lo lejos, sus voces distorsionadas como si estuvieran bajo el agua conmigo. Aplausos, gritos —entre ellos los de mi familia y mis amigos—, todo se oía.

En algún punto de la tercera vuelta, lo sentí. Esa cosa que siempre llega, ese maldito momento donde el cuerpo empieza a pedirte tregua. Los hombros me ardían, las piernas se volvían de plomo, y mis pulmones exigían aire como si no hubieran respirado en horas. Pero no paré. No podía. Este dolor era el precio que tenía que pagar para llegar a la meta, y estaba dispuesta a pagarlo con intereses.

Al entrar en la última vuelta, me di cuenta de que estaba liderando. Solo un poco, pero liderando al fin y al cabo. Pude ver con el rabillo del ojo la silueta de otra competidora acercándose peligrosamente y me forcé a acelerar. Mi mente estaba en una especie de trance. No pares. No pares. Sigue, sigue, sigue. Era lo único que podía pensar.

Y entonces, la pared final. La vi acercarse, más cerca, más cerca... Estiré el brazo con todo lo que tenía, como si mi vida dependiera de ello. Mi mano tocó la pared...

Fin.

Se. Acabó.

Salí del agua jadeando, intentando desesperadamente llenar mis pulmones de aire. Me quité las gafas, parpadeando para despejar el agua de mis ojos, y miré hacia el marcador. Por un segundo, no podía procesar los números. Todo estaba borroso, confuso. Pero entonces lo vi.

Primera. Primera.

El grito que salió de mí fue más instintivo que otra cosa. No me importaba si sonaba ridícula, no me importaba nada. Había ganado. El puto torneo interescolar, y yo era la campeona.

—¡Ganadora: Annie Callahan! —exclamó el portavoz de uno de los jueces.

La ovación de las gradas me golpeó como una ola. Miré hacia arriba y los vi. Todos de pie, aplaudiendo, gritando mi nombre. Mis padres, con lágrimas en los ojos. Mi abuela, lanzándome besos; Matt, Dany, Han y Thiago dando brincos; Alana y Scott, sonriendo con orgullo. Y Dhaen... Dhaen me miraba de una forma que hizo que el tiempo se detuviera por un segundo. No sonreía como los demás, pero su mirada lo decía todo.

''Sabía que podías hacerlo''

Me dejé caer al borde de la piscina, agotada pero feliz. Esto era mío. Y de ellos. Había ganado por mí, pero también por todos los que habían creído en mí.

Y joder, qué bien se sentía.

Apenas me dio tiempo a recuperar el aliento cuando, de repente, escuché un jaleo tremendo. Miré hacia las gradas y vi un caos absoluto: mi familia, Dhaen, y los chicos literalmente saltando la valla como si fueran delincuentes de una película de acción. Y detrás de ellos, el personal de seguridad, que trataba de detenerlos, pero sinceramente, ni con todo el ejército hubieran podido.

Primero vi a mi padre, que casi se tropezó y se cayó al suelo. Luego mi madre, gritando algo que no entendí porque estaba demasiado ocupada sujetándose el sombrero. Alana, en tacones, como la diva que era, bajaba como si estuviera desfilando en una alfombra roja mientras Dyxon trataba de alcanzarla con una mezcla de orgullo y resignación en la cara. Mi abuela... bueno, ella estaba negociando con los de seguridad a su manera. No había rastro de Scott.

Y Dhaen. Dios, Dhaen estaba detrás, pero en cuanto lo vi empujar a uno de los guardias (con toda la tranquilidad del mundo, como si no acabara de cometer un delito menor), me solté a reír. Él, como siempre, manteniendo la calma en medio del huracán, pero sus ojos estaban clavados en mí, como si fuera lo único que existiera en ese puto lugar.

—¡Es nuestra hija! ¡Déjenme pasar! —gritó mi madre, con una furia que haría temblar a cualquiera.

—¡Mi nieta es la campeona! ¡Muévete, joven! —añadió mi abuela, dándole un bastonazo a un pobre chico de seguridad que no sabía ni qué estaba pasando.

Antes de que pudiera procesarlo, los tenía a todos encima de mí. Mi madre fue la primera en abrazarme, casi me saca el alma del cuerpo de lo fuerte que me apretó.

—¡Lo sabía, Annie, lo sabía! —gritaba, con lágrimas cayéndole por las mejillas.

Mi padre llegó después, con los ojos rojos. Nunca lo había visto llorar, y verlo así me dejó un nudo en la garganta. Me abrazó sin decir nada, pero lo entendí todo en ese momento.

—¡Por Dios, Annie, estoy sudando solo de verte! —exclamó Matty, despeinándome mientras me abrazaba también. Me reí entre lágrimas y lo empujé.

—¡Me debes un café si ganas, ¿recuerdas?! —gritó Alana, lanzándome un beso desde lejos antes de que Dyxon la arrastrara hacia mí para abrazarme.

Y entonces, Dhaen. Llegó al final, caminando despacio, esquivando al tumulto de mi familia como si no supiera si debía interrumpir o no. Pero yo lo miré y, sin pensarlo, me lancé hacia él, mojada y todo, abrazándolo como si fuera lo único que me mantenía en pie.

—Te lo dije —susurró cerca de mi oído, con esa voz tranquila que siempre conseguía calmarme—. Sabía que lo harías.

—Te odio —dije, aunque no sonaba nada convincente porque me estaba riendo y llorando al mismo tiempo.

—Seguro —respondió con una sonrisa, secándome la cara con su mano antes de besarme la frente.

Detrás de él, Dany apareció, corriendo como una loca con los brazos en alto.

—¡Esa es mi mejor amiga, malditos inútiles! ¡Abran paso a la puta reina de la piscina! —gritó, apartando a Dyxon de un empujón solo para agarrarme de los hombros y zarandearme—. ¡Eres la mejor! ¡La mejor del mundo!

—¡Cálmate, loca! —le dije, riendo.

Estaba rodeada, completamente envuelta por las personas que más quería, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que no había absolutamente nada que pudiera ir mal. Había ganado. No solo el torneo.

El ruido empezaba a bajar. Todos seguían hablando, riendo, celebrando, pero poco a poco el caos inicial se fue calmando. Mi madre se estaba secando las lágrimas con un pañuelo (aunque seguía sollozando de vez en cuando) y el resto estaban hablando entre ellos.

Yo, sin embargo, tenía la vista fija en Dhaen. Estaba justo frente a mí, con las manos en los bolsillos, mirando cómo mi familia me abrazaba una y otra vez. Parecía contento, pero también tranquilo, como si estuviera dejándome disfrutar de ese instante. Y entonces me di cuenta. De que él había estado ahí desde el principio. Que había luchado por mí incluso antes de que yo misma supiera que tenía que luchar. Y lo más importante: que lo había hecho sin pedir nada a cambio.

Tragué saliva, sintiendo que el corazón me latía a mil por hora. Era ahora o nunca.

—Dhaen —lo llamé, y mi voz salió un poco temblorosa. Él alzó la cabeza al instante, con esos ojos que parecían leerme el alma.

—¿Qué pasa, Callahan? —preguntó, inclinando un poco la cabeza. Su tono era suave, casi como si me hablara solo a mí, a pesar de que teníamos a medio estadio alrededor.

Respiré hondo y me acerqué un paso más. Noté cómo el aire se volvía más pesado, cómo los murmullos a nuestro alrededor empezaban a desvanecerse. Era como si todo el mundo se diera cuenta de que algo estaba por pasar.

—Quiero decirte algo —empecé, tratando de no parecer una idiota nerviosa, aunque probablemente estaba fallando miserablemente—. Y quiero hacerlo con todos aquí, porque... porque tú te mereces eso.

Vi cómo alzaba una ceja, claramente desconcertado. Pero no dijo nada. Me dejó hablar.

—Te has pasado meses cuidándome, peleando por mí, apoyándome..., haciendo cosas que nadie más habría hecho por mí. Y me has demostrado una y otra vez que puedo confiar en ti. Más que en nadie—. Mi voz empezó a quebrarse un poco, y maldije internamente porque ya sentía el nudo en la garganta—. Así que, si la oferta sigue en pie... acepto.

Dhaen parpadeó, confundido.

—¿El qué? —preguntó, y por un segundo pensé que me iba a dar algo. ¿En serio no lo entendía?

—Ser tu novia, imbécil. Si es que todavía quieres eso —dije, más fuerte, con una sonrisa nerviosa. Mi corazón estaba a punto de explotar.

Su cara pasó de la confusión total a una mezcla de shock y alegría que pocas veces había visto en él. Sus ojos se abrieron un poco más, como si no pudiera creérselo, y luego la sonrisa. Esa sonrisa que hacía que todo lo malo desapareciera.

—¿Hablas en serio? —preguntó, como si necesitara confirmarlo, como si no quisiera emocionarse demasiado sin estar seguro.

—Dhaen, ¿me ves cara de estar bromeando? —le solté, riéndome entre lágrimas.

No necesitó más. Antes de que pudiera decir nada más, sentí cómo sus brazos me rodeaban por la cintura, levantándome del suelo como si no pesara nada. Solté un grito de sorpresa, pero ni siquiera tuve tiempo de quejarme porque de repente sus labios estaban sobre los míos. Y, joder, fue perfecto. Fue dulce, cálido, pero también tenía ese toque de urgencia, como si hubiera estado esperando demasiado tiempo para hacerlo.

Cuando me soltó (aunque no del todo, porque seguía sujetándome como si tuviera miedo de que desapareciera), noté que todos a nuestro alrededor estaban aplaudiendo. Literalmente todos. Los chicos corearon un ''ooooh''; mi madre lloraba como si estuviera viendo el final de una de sus series turcas; mi abuela gritaba algo sobre "¡ya era hora!" y Dany estaba grabándolo todo con cara de "esto va directo a mi Instagram". Hasta la gente que quedaba en las gradas comenzó a aplaudir.

—¿Sabes que acabas de convertirte en el centro de atención del puto estadio, no? —le dije en un susurro, aún pegada a él.

—Me da igual, Callahan —respondió, mirándome como si fuera la única persona en el mundo—. Tengo todo lo que quiero justo aquí.

Pasaron veinte minutos y el jaleo no había terminado cuando el rumor comenzó a extenderse. Algunas personas en las gradas señalaban con disimulo el puesto vacío en la piscina, mientras los murmullos iban creciendo como una bola de nieve. Lo que nadie parecía haberme dicho —y lo descubrí al ver cómo la jodida prensa empezaba a agolparse en la entrada—, es que Rebecca había decidido abandonar el torneo.

Rebecca. Mi ex. La misma persona que había dejado un hueco vacío justo al lado del mío.

Mi corazón se encogió, pero antes de que pudiera procesarlo del todo, el caos estalló. No me di cuenta de lo que pasaba hasta que vi a un hombre que reconocí al instante: el señor Baker. Su padre.

Estaba fuera de sí, como un perro rabioso. Y cuando empezó a hablar, me di cuenta de que no estaba aquí para quejarse con los organizadores ni para defender la retirada de su hija. No, el muy desgraciado había venido a despotricar contra mí. Con toda la prensa rodeándolo como hienas hambrientas.

—¡Esta chica es una tramposa! —gritó, señalándome con un dedo acusador mientras las cámaras se giraban hacia mí—. ¡Es una hipócrita que juega sucio para ganar! ¡Todo el mundo sabe lo que hizo y, aun así, aquí está, como si nada hubiera pasado!

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba. La sangre me hervía, pero al mismo tiempo, me sentía expuesta. Vulnerable. Toda esa gente, esos flashes de las cámaras, apuntándome como si fuera un maldito objetivo. La humillación se empezó a colar por las grietas de mi seguridad.

—¡Mi hija dejó el torneo porque no iba a seguir tolerando estas injusticias! —continuó Baker, con los ojos inyectados en furia. La prensa lo adoraba; había micrófonos por todas partes, y los flashes no paraban de iluminar su cara mientras él me destruía públicamente—. ¡Nadie debería permitir que alguien como Callahan siga compitiendo! ¡Es una vergüenza para este deporte!

Dany se puso delante de mí al instante, como si pudiera protegerme de todo eso. Pero ni siquiera sus palabras —o sus intentos de calmarme— podían bloquear el torrente de insultos que el tipo seguía soltando.

—¡Y no solo es una tramposa! —continuó, con una voz que casi hacía eco en el estadio—. ¡Es una manipuladora! ¡Una oportunista que se aprovecha de cualquiera para salirse con la suya! ¡Mi hija ha querido suicidarse por su culpa!

Quise decir algo, cualquier cosa, pero estaba paralizada. Sentía cómo los ojos de todo el maldito mundo estaban clavados en mí, y no podía moverme. Mis padres también estaban ahí, a unos metros, y podía notar la tensión en el rostro de mi padre, que estaba a punto de explotar.

—¿Qué cojones hace aquí este? —gruñó Dhaen detrás de mí.

Antes de que pudiera detenerlo, ya estaba caminando hacia Baker. Los flashes giraron hacia él, porque, claro, nada les gustaba más que el drama. Y el drama venía del tricampeón internacional de natación, Dhaen Williams, aun más.

—¿Qué mierda estás diciendo sobre ella? —preguntó, con una voz baja pero lo suficientemente amenazante como para que Baker lo mirara con cautela por un momento.

—Estoy diciendo la verdad. ¡Todo el mundo debería saber con quién están tratando! —contestó Baker, inflando el pecho como si tuviera alguna autoridad moral.

—¿Verdad? —Dhaen dio un paso más hacia él—. ¿De qué estás hablando? ¿Del hecho de que drogaste a una participante para que tu hija ganara el año pasado? Porque eso sí que es verdad.

El aire pareció irse del estadio. Por un momento, el mundo se quedó en silencio. Solo podía oír mi corazón latiendo a toda velocidad mientras todos, incluyendo los periodistas, se quedaban congelados con las palabras de Dhaen.

—Eso no es... —Baker intentó hablar, pero Dhaen lo interrumpió.

—¿Quieres seguir gritando frente a toda esta gente? Perfecto. Hagamos algo, entonces. Tú sigues hablando de ella, y yo me aseguro de que todos sepan lo que hiciste. Vamos a ver qué historia vende más, Baker—. Se cruzó de brazos, mirándolo con frialdad—. Pero te advierto, no va a acabar bien para ti.

—No me hagas reír, Dhaen Williams —escupió el señor Baker con rabia—. Eres un estúpido, protegiendo a alguien como ella. ¡No vale la pena!

Vi como Dhaen apretaba los puños. Quise apartarlo de ahí, pero Matty me detuvo.

—Creo que te dejé más que claro lo que pasaría si me tocabas los huevos, Baker.

—Has ido corriendo a tu papi como un crío de doce años, ¿eh? Pobrecito —espetó él.

—Eres una rata que se esconde detrás del dinero y de sus contactos para manipular todo lo que toca. Pero ¿sabes qué? No lo necesito a él para acabar contigo. Todo esto es entre tú y yo. Y, para tu desgracia, tú solito te estás enterrando.

Baker soltó una risa amarga y dio un paso hacia Dhaen, encarándolo. No importaba que el chico le sacara una cabeza de altura; aquel hombre parecía demasiado furioso para tener miedo.

—¿Entre tú y yo? —repitió con sarcasmo—. No tienes ni idea de con quién estás hablando, Williams. Esto no es la piscina de tu residencia, ni el patio trasero de tu universidad. Esto es el mundo real. Y en el mundo real, gente como tú y tu noviecita no valen nada.

Sentí cómo la sangre me subía a la cabeza. Pero antes de que pudiera intervenir, Dhaen respondió:

—¿Es por eso que tu hija te está dejando de lado? Porque cada vez que abres la boca dejas más claro que eres un puto fracasado

Baker se puso rojo como un tomate, y su voz subió varios decibelios:

—No vuelvas a hablar de Rebecca, ¿me oyes? ¡Ella tiene más clase y talento que tú y esa... esa... —vaciló, mirándome con una expresión de desprecio—... esa tramposa de Callahan! Es una vergüenza que alguien como tú siquiera se atreva a nombrarla.

Dhaen avanzó un paso, tan cerca de Baker que podía haberse acabado todo en un segundo.

—¿Suecia te suena de algo, Baker?

El hombre se congeló. Por un instante, fue como si alguien hubiera apagado la furia en su rostro. Solo quedó algo que se parecía mucho al miedo. ¿Suecia? ¿Qué diablos tenía que ver Suecia con todo esto?

—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —dijo Baker finalmente, pero su voz sonaba menos segura, como si estuviera tambaleándose sobre hielo a punto de resquebrajarse.

—¿No? —replicó Dhaen, alzando una ceja—. Entonces no te importará si lo menciono delante de las cámaras, ¿verdad? Seguro que la prensa está encantada de conocer más detalles sobre tus "viajes de negocios".

Baker tragó saliva, y sus ojos se movieron nerviosos de un lado a otro. Estaba buscando una salida, pero no la encontró. Y entonces, de repente, una voz rompió el tenso silencio:

—No hace falta que él diga nada, porque yo lo haré.

Todos giramos la cabeza hacia la entrada, donde Rebecca acababa de aparecer, seguida muy de cerca por... ¿Scott? Mi hermano tenía la mandíbula apretada, y la expresión de Rebecca, por una vez, me dio miedo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —gruñó su padre, mirándola como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

—La pregunta es, ¿qué estás haciendo tú? —respondió ella con un tono cortante que jamás le había escuchado. Caminó hacia él, con los ojos clavados en los suyos—. ¿De verdad vas a seguir arrastrando mi nombre mientras intentas destruir el de Annie? ¿Otra vez?

Baker parecía un pez fuera del agua, abriendo y cerrando la boca sin saber qué decir. Rebecca no le dio tiempo.

—Sí, Annie hubiera ganado el año pasado. ¿Quieres saber por qué no lo hizo? —preguntó, dirigiendo su mirada hacia la prensa, que estaba capturando cada palabra—. Porque mi padre metió droga en su botella de agua antes de la competición.

El lugar se quedó en completo silencio. La confesión había caído como una bomba, y las cámaras apuntaron directamente a Baker, quien parecía estar a punto de desmayarse.

—Rebecca, ¡cállate! —gritó él, pero su voz ya no tenía la misma autoridad de antes. Era débil, desesperada.

—No, papá. Me he callado durante demasiado tiempo. Me obligaste a competir sabiendo lo que habías hecho. Me dijiste que era "por mi bien". Pero no lo era. Solo querías ganar, a cualquier precio, y no te importó destrozar a alguien más en el proceso. ¡A una persona que yo quería! —Rebecca me miró, y su voz se quebró por un segundo—. Lo siento, Annie. De verdad, lo siento tanto...

Scott dio un paso adelante, poniéndose al lado de Rebecca como si quisiera asegurarse de que no retrocediera.

—Esto es lo que pasa cuando alguien abusa de su poder, Baker —dijo mi hermano, su voz llena de rabia—. Y no pienso dejar que te acerques a mi hermana nunca más.

El señor Baker, pálido como una hoja en blanco, intentó balbucear algo, pero no pudo. Los flashes de las cámaras lo cegaban, y los murmullos en el público habían crecido.

Rebecca dio un paso atrás, pero no antes de dirigirle una última mirada a su padre.

—Esto se acabó, papá. Espero que por fin pagues por todo lo que has hecho.

La policía no tardó mucho en llegar y, para más inri, vi como la cara de Dhaen se descompuso cuando uno de los hombres que venía al lado de la policía dijo:

—Esto es para que vuelvas a amenazar a mi hijo —espetó él.

El señor Baker le dirigió una mirada, pero no se atrevió a decir nada. Por su cara, pareció que se había cagado en los pantalones.

Era alto, de presencia imponente, con una expresión tan severa que podía hacer llorar a un árbol. Su cabello estaba lleno de canas, pero no de esas que parecen que estás envejeciendo, sino más bien de las que gritan "he visto cosas y no me tiembla la mano". Y si lo que acababa de decir era cierto, ese hombre... era el padre de Dhaen.

Mis ojos volaron automáticamente hacia él. Dhaen estaba... descompuesto. Su mandíbula estaba tensa, su mirada perdida en algún punto entre el suelo y el vacío, y parecía estar luchando con algo que no podía decir en voz alta. Algo grande. Algo que me dolía a mí de solo mirarlo.

El señor Baker, que hacía apenas unos minutos parecía el depredador alfa del lugar, se veía ahora como un ratón que había sido pillado en la trampa con los mofletes llenos de queso. Sus ojos se movían frenéticamente entre las cámaras, los policías y el hombre que ahora sabía que era el padre de Dhaen. No tenía escapatoria, y lo sabía.

—Williams, no tienes por qué meterte en esto... —balbuceó Baker, pero su voz era débil, casi patética.

El señor Williams no movió ni un músculo. Sus ojos se clavaron en Baker como si fuera un francotirador apuntando a su objetivo.

—Ya me metí en esto cuando empezaste a manipular y a arruinar la vida de los demás. Lo único que me alegra de esto, Baker, es que ya no tienes a nadie que te cubra. Ni tus contactos. Ni tu dinero. Ni siquiera tu hija—. Sus palabras fueron como golpes de un martillo, firmes, certeros, y llenos de veneno.

—¡Esto es una farsa! —gritó Baker, pero su voz temblaba más que un flan mal cocido.

—¿Ah, sí? Entonces explícale a la policía, y a toda esta gente —Williams hizo un gesto amplio con la mano, señalando las cámaras que seguían grabando cada segundo—, por qué tienes en tu poder un historial de intimidación, amenazas y manipulación en las competiciones. Ah, y no olvides mencionar lo de Suecia. Seguro que esa parte les interesa especialmente.

Suecia. Ahí estaba de nuevo. ¿Qué demonios había pasado en Suecia? Miré a Dhaen, pero él evitaba mi mirada. Era como si estuviera esperando que todo esto terminara, o tal vez solo deseando que el suelo se lo tragara. Pero el señor Williams no estaba dispuesto a darle tregua a Baker.

Los policías avanzaron, y por un momento pensé que Baker intentaría resistirse, pero al final, simplemente dejó caer los hombros como si toda la energía se hubiera drenado de su cuerpo. Vi cómo le colocaban las esposas mientras el hombre seguía mascullando algo ininteligible, pero nadie lo estaba escuchando ya.

El señor Williams dio un paso atrás, su expresión impasible, pero pude notar cómo exhalaba lentamente.

Cuando se llevaron al señor Baker, Dhaen y su padre se apartaron para hablar. Mi mirada se clavó en Rebecca, que todavía estaba delante de mí, al lado de mi hermano.

Me quedé ahí, mirándola fijamente. Rebecca estaba nerviosa, podía verlo en la forma en la que se retorcía las manos, con la cabeza ligeramente agachada. No era la misma chica altiva que recordaba del pasado, esa que siempre parecía un paso por delante de todos. Parecía... humana, por primera vez.

Mi hermana me dio un leve empujón en la espalda, lo justo para sacarme de mi ensimismamiento. Me giré hacia ella con una ceja alzada, y me respondió con una mirada de "haz lo que tengas que hacer".

Suspiré y di un paso hacia Rebecca.

Ella levantó la mirada, pero no del todo, como si estuviera preparada para cualquier cosa menos para enfrentarme directamente. Antes de que pudiera decir nada, le solté:

—¿Por qué lo hiciste? —mi voz salió más suave de lo que esperaba. No había rabia ni reproche, solo una pregunta sincera.

Rebecca tragó saliva. Scott se apartó un poco.

—No fue fácil para mí decir lo que acabo de decir delante de todos... —hizo una pausa—. Pero fue lo correcto.

Rodé los ojos ligeramente.

—No te estoy preguntando por lo de hoy. Te estoy preguntando por lo de hace un año —cruzando los brazos, esperé. Si iba a abrirse, tenía que ser completamente.

Ella se encogió un poco ante mis palabras, como si acabara de darle un golpe.

—Te juro que nunca quise que las cosas llegaran a ese punto —dijo, finalmente levantando la mirada para encontrarse con la mía—. Yo no sabía lo que mi padre había planeado. Cuando me enteré... ya era tarde.

—¿"Ya era tarde"? —repetí, con un leve sarcasmo que no pude evitar. Me mordí la lengua, tratando de no perder la calma—. Rebecca, me drogasteis. Me robasteis un año entero. Y tú solo miraste.

Ella cerró los ojos, respirando profundamente. Parecía estar reuniendo toda la valentía que le quedaba.

—Lo sé, Annie. Lo sé, y no puedo perdonarme por eso —su voz tembló, pero continuó—. No voy a justificarlo, porque no hay excusa. Solo puedo decirte que fui una cobarde. Tenía miedo de enfrentarme a mi padre, de lo que podría hacerme a mí si iba en su contra. Él siempre ha sido... —se detuvo, buscando las palabras—. Un hombre peligroso. Y yo siempre fui su marioneta.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría. Había algo en su tono que me hizo entender que no estaba mintiendo. Que, por primera vez, estaba siendo honesta. Sus ojos, llenos de culpa, se encontraron con los míos de nuevo.

—Sé que nada de lo que diga puede cambiar lo que pasó. Lo que te hice. Pero necesitaba confesarlo hoy porque no podía seguir viviendo con esto. Me ha perseguido todos los días desde aquel torneo. Y estoy dispuesta a enfrentar cualquier consecuencia —su mirada se endureció ligeramente, aunque su voz seguía temblando—. Pero también necesitaba pedirte perdón.

Me quedé ahí, mirándola. ¿Cómo se supone que respondes a algo así? La rabia que había cargado contra ella durante tanto tiempo se mezclaba ahora con... lástima.

—Sabes que no puedo simplemente olvidar lo que pasó, ¿verdad?

—Lo sé —respondió rápidamente, casi como si estuviera preparada para esa respuesta.

—Pero... también sé lo difícil que debe haber sido hacer lo que hiciste hoy —añadí, y vi cómo sus ojos se agrandaban ligeramente, sorprendidos—. Tuviste el valor de hablar, de enfrentar a tu padre delante de todos. Eso... no lo hace cualquiera.

Rebecca abrió la boca para decir algo, pero yo levanté una mano, deteniéndola.

—No estoy diciendo que te perdono del todo —aclaré, viéndola asentir lentamente—. Pero lo que hiciste hoy es un comienzo. Y lo aprecio.

Por un momento, el silencio nos envolvió. Rebecca parpadeó rápidamente, como si estuviera tratando de contener las lágrimas. Me di cuenta de que, en el fondo, no era tan diferente de mí. Solo alguien que había estado atrapada en una situación de mierda.

—Gracias, Annie —dijo finalmente, con la voz rota—. De verdad.

Esbocé una leve sonrisa y asentí.

Me despedí de ambos, de ella y de Scott, quien la acompañó fuera del lugar.

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