19
El día del torneo universitario había llegado.
Estaba aquí. En un puto vestuario, intentando no colapsar. Quería reírme. Pero no una risa normal, de esas que parecen sanas, sino una risa histérica, tipo "acabo de perder la cabeza y esto es lo que queda de mí". Porque, seamos sinceros, después de todo lo que había pasado, solo el hecho de estar aquí ya era surrealista.
Estaba sentada en el banco, ajustándome la tira del bañador por cuarta vez como si eso fuese a darme algún superpoder. Spoiler: no iba a pasar.
Miré a mi alrededor. Todas parecían concentradas, motivadas. Me alivió no reconocer a ninguna de ellas: eso significaba que no eran demasiado buenas. Y no, no era por ser arrogante. Es que, antes de mis competiciones, solía indagar en la vida de aquellas que iban a participar. Conocía a quién me iba a enfrentar antes de verle la cara.
Tuve que inspirar profundamente, intentando no pensar en el millón de cosas que podrían salir mal. Porque sí, claro que había entrenado, claro que estaba lista. Pero si algo había aprendido en este último año era que la vida no siempre jugaba limpio.
Ni la gente.
Suspiré y me até bien el moño, mirándome en el espejo como si eso fuese a darme ánimos.
En ese momento, alguien se dejó caer en el banco a mi lado. Era Dany. Normalmente no dejaban entrar a nadie que no fuera una competidora dentro de los vestuarios pero, Dany, como siempre, se pasaba esa norma por el culo.
—¿Lista? —preguntó, aunque la cabrona ya sabía la respuesta.
—No, ¿y tú?
—Estoy segura de que mi mejor amiga va a GANAR —dijo, haciendo un claro énfasis en la última palabra. Todas las chicas la miraron con mala cara, pero ella solo se limitó a esforzar una sonrisa chulesca y satisfecha.
—Ya veremos, bocazas. Si pierdo, voy a echarte la culpa por ir presionándome así —le dije, fingiendo estar ofendida.
—Si ganas, te llevo a comer pizza, como mínimo. O tacos. Lo que sea —respondió mientras se sacaba un chicle del bolsillo y se lo metía en la boca.
—¿Cómo haces para estar tan tranquila? —pregunté, porque honestamente necesitaba esa receta.
—Fácil, no soy yo la que se va a tirar a una piscina en un rato —me guiñó el ojo y, acto seguido, se levantó y me dio un golpecito en la espalda—. Pero tú sí, y lo vas a hacer genial. Lo sabes, yo lo sé, todos lo saben.
"¿Todos lo saben?". Ojalá. Miré de reojo al resto de las chicas. Algunas aún tenían esa cara de concentración, pero había un par que claramente estaban echándome el ojo. Y no de manera amistosa. Lo notaba en cómo cuchicheaban entre ellas. Una de ellas incluso me lanzó una de esas miradas rápidas, como de "sé quién eres y voy a aplastarte".
Suspiré otra vez. Si hubiera cobrado por cada suspiro hoy, ya sería millonaria.
Dany, obviamente, no pasó desapercibida por las miradas hostiles que nos estaban clavando. Es más, parecía disfrutarlo. Porque claro, ¿cómo no? Ella estaba encantada de ser el centro de atención, aunque fuera por meterse donde no la llamaban.
—Mira esas caras, como si las fueras a morder o algo —comentó con una sonrisa mientras se cruzaba de brazos, claramente pasándoselo en grande.
—Dany, cállate. Las estoy ignorando.
—A mí me da que las estás apabullando sin siquiera intentarlo. Te tienen miedo, Callahan. Y con razón.
No sabía si reírme o echarla a patadas del vestuario, pero antes de que pudiera decidir, sonó el altavoz: "Próxima prueba en cinco minutos. Todas las competidoras al área de salida."
Ahí estaba. El momento. Me levanté del banco, sentí cómo se tensaban mis músculos. Todo el ruido a mi alrededor se hizo más lejano, más difuso. Era como si mi cerebro se hubiera puesto en modo automático. Solo una cosa me quedaba clara: iba a hacerlo. Ganar o perder, estaba a punto de demostrar de qué estaba hecha.
Dany me siguió hasta la puerta del vestuario. Antes de que saliera, me agarró del brazo y me obligó a girarme.
—Oye —me miró con una intensidad que, por un segundo, me descolocó—. Sin mierdas esta vez, ¿vale? Da igual lo que digan, da igual lo que pase. Esto es tuyo. Llevas entrenando casi cuatro meses, así que, por una vez, confía en ti misma.
No dije nada. No podía. Porque tenía razón, como siempre. Solo asentí, tragándome todas las inseguridades, y salí hacia el área de calentamiento.
La piscina me esperaba. Y con ella, mi revancha.
Me coloqué en mi carril, ajustando las gafas una última vez. La piscina brillaba bajo las luces como si fuera un maldito escenario. Y sí, yo era la protagonista. Solo que con mucha menos confianza y mucho más sudor.
Me subí al bloque de salida y, casi por instinto, levanté la mirada hacia las gradas. Lo primero que vi fue a Matty. ¿Cómo no verlo? Estaba de pie, moviendo los brazos como un lunático y gritando mi nombre como si dependiera de ello. "¡ANNIIE CALLAHAN! ¡VAMOS, ERES LA MEJOR!", se desgañitaba. Y justo cuando me estaba emocionando de verlo tan animado, noté que se giraba bruscamente. Estaba discutiendo con un tío que tenía detrás, gesticulando como si estuviera a punto de lanzarle un puñetazo.
No pude evitar reírme. Porque claro, tenía que ser Matty. Si no estaba gritando, estaba peleando. Era su personalidad en un resumen perfecto.
Luego vi a Han, Thiago y, por supuesto, a Dhaen. Han estaba grabándolo todo con su móvil, como si esto fuera un documental para Netflix. Thiago sostenía una pancarta que parecía haber hecho a última hora y con un marcador casi seco: "ANNIE CALLAHAN ES LA REINA". Me hizo sonreír de pura ternura.
Y entonces estaba Dhaen. Y madre mía, Dhaen. No estaba gritando como los demás, no estaba sosteniendo pancartas ni grabando. Estaba mirándome. Directo, sin reservas, con esa sonrisa que hacía que se me descontrolara el pulso.
De repente, empezó a hacerme corazones con las manos. Corazones. Con. Las. Manos. ¡Qué imbécil! Me mordí el labio para no soltar una carcajada ahí mismo. Pero claro, no se quedó ahí. Los corazones se transformaron en algo aún más ridículo: empezó a apuntarse a sí mismo con los pulgares y luego a señalarme, como si estuviera diciendo "Esto es por mí, Callahan".
"Eres increíble", pensé. Y lo odié un poco por ser capaz de hacerme reír incluso en un momento como este.
Me guiñó un ojo justo antes de que el árbitro llamara nuestra atención, y, joder, sentí como si mi corazón se saltara un latido.
Respiré hondo, intentando recuperar la concentración.
El silbato sonó, y todo el ruido se apagó en mi cabeza. Era solo yo, el agua, y la meta al final del carril.
"Vamos, Annie", me dije. Y me lancé.
El impacto con el agua fue como una explosión. Todo se volvió silencio y fuerza, como si el mundo entero se hubiera reducido al camino azul que tenía delante. Brazada tras brazada, me sentía más ligera, más rápida, más decidida. Cada movimiento era automático, el resultado de meses —¿años?— de práctica y pura tozudez.
Pero, claro, mientras nadaba como si me fuera la vida en ello, mi mente no podía estar completamente en silencio. Porque siempre había esa vocecita interna diciendo: "¿Y si no llegas?", "¿Y si la cagas ahora?", "¿Y si te tropiezas saliendo del viraje como una novata total?".
Spoiler: no me tropecé.
El primer viraje salió perfecto. El segundo, igual. Cada brazada se sentía firme, como si mis músculos estuvieran en modo automático. Y cuando finalmente alcancé la última vuelta, supe que todo dependía de esos últimos metros.
''¡Dale, Callahan! ¡Dale!"
Ya puede venir el puto presidente a amañar este maldito concurso. Le meteré una patada en los huevos.
Incluso con la cabeza bajo el agua, podía escuchar las voces de las gradas. Como si estuvieran dentro de mi propia cabeza. Matty, seguramente todavía peleándose con su amigo. Thiago probablemente sacudiendo esa pancarta horrible. Y Dhaen... bueno, no sabía si seguía haciendo corazones, pero podía sentir su confianza como una corriente eléctrica que me empujaba.
Los últimos metros fueron puro instinto. El agua era mi territorio, mi lugar seguro, y aunque mis pulmones ardían y mis brazos amenazaban con rendirse, no había forma en el mundo de que me detuviera. No ahora.
Toqué la pared con todo lo que tenía, como si estuviera golpeándola en lugar de tocarla. Todo mi cuerpo gritaba por aire mientras salía a la superficie, y lo primero que escuché fue el estallido de aplausos.
Miré hacia el marcador. Mis ojos parpadearon varias veces, intentando enfocar, y ahí estaba. Primera. Mi nombre, en lo más alto.
La sonrisa me salió antes de que pudiera controlarla. Y después vino el grito, uno de esos que sale del alma, tan alto que probablemente asusté a la chica del carril de al lado. Pero me daba igual. Había ganado.
Cuando finalmente salí del agua, me tambaleé un poco hacia el borde. Lo primero que vi fue a Dany entrando como un torbellino, esquivando entrenadores y oficiales. Me abrazó tan fuerte que casi me tira de nuevo a la piscina.
—¡Lo hiciste, tía! ¡Lo hiciste! —gritó, riéndose como una niña pequeña.
—¿En serio? No me había dado cuenta —le respondí, jadeando, pero sin poder borrar la sonrisa de mi cara.
Levanté la mirada hacia las gradas, buscando a los demás. Han estaba saltando como si él también hubiera ganado el torneo, y Thiago ondeaba esa pancarta cutre con tanta emoción que me preocupé de que se dislocara un hombro.
Pero, por supuesto, mis ojos buscaron a Dhaen.
Él no estaba gritando ni saltando como un loco. No, claro que no. Solo estaba ahí, sonriendo, pero no esa sonrisa ladeada de siempre. Esta era diferente. Orgullosa, suave, como si me estuviera diciendo que siempre supo que iba a lograrlo.
Me guiñó un ojo y se llevó las manos a los labios antes de lanzarme un beso exagerado.
—¡Deja de ligar y ven aquí, Callahan! —me gritó Matty desde abajo, habiendo encontrado la manera de colarse junto con los demás.
Me alejé del borde de la piscina y me envolvieron en una toalla, pero antes de que pudiera hacer nada, el torbellino que eran mis amigos se me echaron encima. Matty llegó primero, agarrándome de los hombros como si estuviera evaluando si realmente estaba allí, viva y entera.
—¡Primera, Annie! ¡Primera! —gritaba, como si hubiera ganado él también—. ¿Ves? Yo sabía que no eras tan inútil.
—Gracias, Matty. Siempre tan alentador —dije, dándole un empujón en el hombro.
Han llegó detrás, agitando los brazos como si estuviera dirigiendo un avión para aterrizar.
—¡Sabía que lo tenías! —dijo, y luego me levantó del suelo como si pesara lo mismo que una servilleta.
—Han, suéltame antes de que vomite encima de ti.
Dany estaba llorando. Literalmente llorando.
—Tía, no puedo, es que me emociono —decía mientras intentaba limpiar las lágrimas con la manga de su sudadera, pero solo lograba dejarse una mancha de rimel en la cara.
Thiago, por supuesto, no podía dejar pasar el momento.
—Si ganas el próximo torneo, me tatúo tu nombre en el brazo —soltó con una sonrisa enorme.
—Cállate, Thiago, que eres capaz de hacerlo —le dije, entre risas, mientras él me daba una palmada en la espalda. Dany le miró de mala gana y se apartó un poco.
Y entonces, ahí estaba él. Dhaen, detrás de todos, esperándome. No necesitaba correr ni gritar ni hacer nada exagerado. Simplemente estaba allí, mirándome con esa maldita sonrisa que me dejaba sin palabras.
Cuando al fin se acercó, el ruido del resto pareció bajar el volumen, como si todo se difuminara a nuestro alrededor. Se plantó frente a mí, con las manos en los bolsillos, y me miró como si estuviera viendo la cosa más increíble del mundo.
—Te dije que ganarías —dijo, tan tranquilo que casi me dieron ganas de darle un golpe en el brazo solo para romper la tensión.
—¿Sí? Bueno, supongo que no estabas tan equivocado —respondí, intentando sonar casual, aunque mi corazón estaba haciendo maratones.
Él dio un paso más cerca y, sin decir una palabra más, me pasó los brazos alrededor de la cintura. Era un abrazo seguro, cálido, pero no era de esos que parecen aplastarte. No, esto era exactamente lo que necesitaba.
—Estoy tan jodidamente orgulloso de ti, Callahan —susurró cerca de mi oído—. Ahora a por el interescolar. Lo tienes en el bolsillo.
Y ahí estaba, ese maldito nudo en la garganta que llevaba resistiendo desde que salí del agua. Cerré los ojos y le devolví el abrazo, hundiendo mi cara en su hombro.
—Gracias por creer en mí —murmuré, y mi voz sonó un poco más rota de lo que esperaba.
Cuando finalmente me separé, me miró con esos ojos que parecían leerme el alma y, con la mayor tranquilidad del mundo, soltó:
—Ahora, ¿quieres que te lleve a cenar o prefieres que me arrodille aquí delante de todos y te pida matrimonio?
—Dhaen, cállate —dije, soltando una carcajada, pero Dios, que vengan y me encierren si no quería besarlo en ese momento.
Hubiera dicho que sí.
El resto empezaron a gritarnos cosas desde atrás, obviamente. Matty soltó algo sobre "dejar de ser unos intensos" y Dany estaba ocupada fingiendo hacerle fotos a Dhaen y a mí como si fuéramos una pareja famosa.
Pero por primera vez, no me importaba. Porque, por primera vez, sentía que todo estaba donde tenía que estar.
El restaurante al que fuimos a celebrar era de esos lugares tan caros y elegantes que te sientes pobre solo por respirar dentro. Una fachada de cristal enorme, luces cálidas que daban ambiente de revista y un par de coches aparcados afuera que costaban más que mi carrera universitaria. Por supuesto, la idea no fue mía. A Matty le hacía ilusión "ver cómo vive la otra mitad del mundo", y bueno, la ocasión lo merecía.
—¿Estás segura de que nos van a dejar entrar con Thiago vestido así? —preguntó Han mientras señalaba a Thiago, que llevaba su camiseta de Metallica más gastada y unas zapatillas que claramente habían vivido mejores días.
—Es un restaurante, no un desfile de moda —respondió Thiago, encogiéndose de hombros. Aunque, sinceramente, ni él parecía convencido.
—¿Seguro que podemos pagarlo? —pregunté, mirando los coches y a la gente que entraba, todos vestidos como si estuvieran yendo a una boda real.
Dhaen me lanzó una mirada que era como un: ''pruébame y ves como compro hasta el maldito restaurante''.
Dentro, el sitio era incluso más impresionante. Techos altos, mesas perfectamente colocadas con servilletas dobladas de forma que daba miedo tocarlas, y camareros con una pinta tan profesional que casi te daban ganas de pedirles perdón por existir.
Nos sentaron en una mesa redonda cerca de una ventana gigante, desde donde podías ver toda la ciudad iluminada. Era tan bonito que casi te olvidabas de lo intimidante que era todo.
—Vale, ¿qué vamos a pedir? —preguntó Han mientras abría el menú.
Todos nos quedamos en silencio. No porque tuviéramos hambre, sino porque los precios eran una broma de mal gusto. Había un plato de pasta que costaba lo mismo que mi habitación de la residencia.
—¿Qué cojones es esto? —susurré a Dhaen, que estaba sentado a mi derecha. Él simplemente sonrió, relajado como si no estuviera mirando un menú diseñado para millonarios.
Claro, por un momento me olvidé que él estaba acostumbrado a cenar caviar en platos de oro.
—Tranquila, Callahan, pide lo que quieras. Es tu noche —dijo, y esa sonrisa suya me dio tanta calma que casi me olvidé del número absurdo de ceros en los precios.
Matty, por supuesto, fue el primero en romper el hielo.
—¡Venga ya! Si hemos venido hasta aquí, no vamos a pedir una ensalada. Yo me voy a pedir el filete más caro que tengan. ¡Quiero saber a qué sabe el lujo! —anunció, ganándose una mirada de "eres imposible" de Dany.
—Si terminas fregando platos, no me llames para sacarte de aquí —le advirtió Han, pero ya todos estábamos riéndonos.
Cuando llegó el camarero, hicimos los pedidos con la seriedad de quien firma una hipoteca. Matty pidió su filete de lujo, Dany optó por una pasta con un nombre que ninguno pudo pronunciar, Thiago pidió algo que parecía un volcán en miniatura y Han, después de debatirlo mucho, eligió un risotto que parecía arte moderno.
Yo estaba a punto de pedir algo decente, pero Dhaen me interrumpió.
—Trae también una botella de vino para la mesa —dijo él, como si no estuviera gastando lo que normalmente cuesta un mes de comida para nosotros.
—¿Vino? ¿Y quién te ha dado permiso? —le dije, arqueando una ceja.
—Es tu noche, Callahan. Se celebra bien o no se celebra —respondió, y el tono de su voz era tan firme que no pude decirle que no.
Cuando trajeron la comida, la mesa quedó llena de platos que parecían obras de arte. Matty sacó el móvil para hacer fotos, y Thiago se burló de él mientras le robaba pan a Han.
—Creo que si te veo comer esa pasta ya no voy a querer volver a un McDonald's en mi vida —dijo Dany, mirándome con cara de asombro mientras probaba su plato.
—¿Y cómo crees que me siento yo? —respondí a Dany antes de tomar otro bocado de mi plato. Estaba tan jodidamente bueno que me dieron ganas hasta de llorar.
Había nacido con paladar de sibarita. Yo lo sé. Debería ser maltrato que mis padres me obliguen a comer verduras y todas esas mierdas.
—Pues te sientes como un impostor —interrumpió Matty, señalándome con el tenedor—. Porque todos sabemos que después de probar esto no vamos a poder comer cosas normales otra vez sin sentirnos unos desgraciados.
—Habla por ti, príncipe del lujo —le dijo Thiago mientras hacía girar un trozo de su "volcán comestible" en el tenedor—. Yo mañana mismo me caliento un ramen y tan feliz.
—Claro, porque tú ya te has resignado a ser un básico. Yo, en cambio, estoy evolucionando. Este filete me está enseñando cosas, tío. Es una experiencia mística —dijo Matty, cerrando los ojos como si fuera a llorar de felicidad.
—Ojalá tu madre te viera ahora —se burló Han—. Le rompería el corazón verte tan lejos de tus raíces humildes.
—¿Mis raíces? A partir de ahora, mis raíces están aquí, en este restaurante. En esta mesa. En este filete. Han, tú ni lo entenderías. Tienes alma de ahorrador.
—¿Ahorrador? —repitió Han, incrédulo—. Perdona, soy pragmático. ¿O acaso tú tienes ahorros para venir aquí sin tener que vender un riñón?
—Bueno, si alguien quiere comprarme un riñón por el precio de este filete, podemos negociarlo.
La mesa entera estalló en risas. Incluso Han, que intentó mantenerse serio, acabó soltando una carcajada.
—A este paso nos van a echar del restaurante —dijo Dany, aunque no sonaba preocupada en absoluto. Al contrario, estaba llorando de risa mientras le pasaba un trozo de su plato a Thiago.
—Si nos echan, al menos habremos probado cómo vive la élite por una noche —añadió Thiago, aceptando el trozo de pasta como si fuera un favor divino.
—¿Vosotros creéis que la gente que come aquí todos los días tiene menos problemas? —pregunté, en un arrebato de curiosidad.
—Obvio que no —respondió Dany—. Seguramente discuten por cosas tipo "oh no, el chef se ha pasado con el oro comestible en mi postre" o "la burbuja de mi champán no es lo suficientemente grande".
—¿O algo como "mi chófer está en huelga y tengo que conducir mi propio Tesla"? —añadió Thiago.
—La tragedia de las tragedias —comentó Han, levantando su copa de agua como si brindara por la desgracia.
Mientras ellos seguían soltando tonterías, noté que Dhaen estaba en silencio. Su plato estaba casi vacío, pero no parecía interesado en seguir comiendo. Más bien, estaba mirándome. No de una manera rara o incómoda, sino como si yo fuera más interesante que toda la conversación absurda que estaba ocurriendo a nuestro alrededor.
—¿Qué? —le pregunté, arqueando una ceja, aunque no pude evitar sonreír.
—Nada. Solo que me gusta verte así —dijo, apoyando los codos en la mesa, como si quisiera acercarse más—. Relajada. Feliz. Como si, por una vez, te dejaras ganar por el momento.
—Qué profundo estás hoy, Williams —bromeé, aunque sentí un calorcito en el pecho. Él siempre sabía cómo desarmarme con esas palabras que parecían simples pero no lo eran. Sentí su mano sobre mi muslo y casi me dio algo.
—¿Qué dice? —preguntó Matty, inclinándose hacia nosotros con una sonrisa chismosa.
—Nada que sea asunto tuyo, Matty. Come tu filete y cállate —respondí, lanzándole una servilleta.
—¡Qué grosera! Y yo aquí animándote como un buen amigo que soy —protestó dramáticamente.
—Eres un dramas —protestó Dhaen.
Dany interrumpió antes de que Matty pudiera replicar.
—Bueno, ¿y ahora qué, campeona? —preguntó, señalándome con su copa—. ¿Cuál es el plan ahora que eres oficialmente la mejor nadadora de la universidad?
—Pues... no lo sé —admití, encogiéndome de hombros—. Supongo que seguir adelante. Entrenar para lo siguiente. No es que esto sea el final del camino ni nada.
—Siempre tan humilde —dijo Han, sonriendo con algo de orgullo.
—Y no olvidemos una cosa importante —interrumpió Thiago—. Esto hay que repetirlo. No me importa cómo ni cuándo, pero esta cena de ricos tiene que volver a ocurrir.
—Cuando uno de vosotros gane la lotería, lo hacemos —respondió Han.
—¿Por qué no Thiago? —preguntó Matty, girándose hacia él con una sonrisa traviesa—. Tiene pinta de ser el tipo de tío que tiene un plan maestro para hacerse millonario. Anda, suéltanos el secreto.
—Lo siento, Matty, pero si tuviera un plan maestro, ya lo habría usado para comprarle el restaurante a Dany. Así podríamos venir aquí cada día —dijo, mirándola con una sonrisa ladeada que, por una vez, la dejó completamente sin palabras.
—Tío... eso fue tan cursi que casi me sube el azúcar —dijo Matty, fingiendo limpiarse una lágrima imaginaria.
La noche continuó con risas, chistes malos de Thiago y discusiones entre Matty y Dany sobre si el postre debía compartirse o no. Dhaen, mientras tanto, se mantenía a mi lado, tranquilo, como siempre, pero sus ojos no dejaban de buscarme cada vez que yo hablaba o reía.
Cuando llegó la cuenta, todos fingimos no haber visto el precio. Aunque Dhaen se encargó de pagarlo todo. Matty le empezó a perseguir para darle un abrazo a modo de compensación.
Habíamos terminado de cenar y salíamos del restaurante. El aire nocturno era fresco, y la calle estaba llena de luces, coches y gente demasiado bien vestida. Vamos, puro postureo de revista.
Yo estaba hablando con Matty sobre quién había comido más, cuando de repente, lo vi. A él.
El padre de Rebecca.
Mi estómago dio un vuelco. Estaba ahí, a pocos metros de nosotros, con su traje perfectamente planchado y su típica sonrisa de tiburón. Rodeado de dos hombres que parecían guardaespaldas y una mujer que claramente no estaba allí por casualidad. Se veía tan impecable, tan seguro de sí mismo, tan... asqueroso.
—Mierda —murmuré, agachando un poco la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó Dhaen, que caminaba a mi lado.
—Es él —dije, intentando que mi voz no temblara.
—¿Quién? —Dany se giró, curiosa.
—El padre de Rebecca.
Dany se quedó helada. Thiago y Han dejaron de hablar. Matty, que ya estaba a mitad de un chiste, se calló. Y Dhaen... bueno, su expresión cambió por completo. Esa mirada despreocupada que solía llevar se desvaneció en cuestión de segundos.
—Vámonos —dijo Dhaen en voz baja, sus ojos fijos en el hombre.
Asentí rápidamente, agarrándolo del brazo y tirando de él hacia el lado opuesto de la calle. Pero, como si el universo tuviera un sentido del humor pésimo, justo en ese momento, él me vio.
—¡Annie Callahan!
La voz me paralizó. Cerré los ojos con fuerza, deseando ser invisible. Pero cuando los abrí, ahí estaba él, caminando directamente hacia mí con esa sonrisa fría y calculadora que hacía que se me revolviera el estómago.
—¿Es que ahora huyes de la gente que conoces? Qué poco educada —dijo, mirándome como si yo fuera un ratón atrapado en su jaula.
—No sabía que eras tan popular, Annie —comentó Matty en tono sarcástico—. Si hasta tienes fans.
El señor Baker fulminó a Matty con la mirada, pero éste no se achantó.
—¿Qué quieres? —le pregunté directamente, porque sabía que con este tipo no valía la pena fingir cortesías.
—Oh, nada en particular. Solo felicitarte por tu victoria. Lo he visto, ¿sabes? Muy impresionante. Aunque, claro, me pregunto cuánto tiempo más podrás mantenerte en la cima antes de que... bueno, alguien te recuerde cuál es tu lugar.
Mi sangre empezó a hervir. Era un comentario tan sutil como un ladrillo en la cara. Y no hacía falta ser un genio para entender lo que estaba insinuando.
—Creo que ya ha tenido suficiente por hoy, señor... ¿Cómo dijo que se llamaba? —interrumpió Dhaen, dando un paso adelante. Su voz era tranquila, pero su postura lo decía todo: estaba listo para pelear si hacía falta.
El hombre alzó una ceja, claramente evaluándolo.
—Williams, ¿verdad? He oído hablar de ti. El joven promesa, el genio en ciernes. Me pregunto cuánto tiempo te llevará aprender que el talento no lo es todo en este mundo.
—¿Y usted me lo va a enseñar? —respondió Dhaen con una sonrisa ladeada que no llegaba a sus ojos.
—No. Pero la vida lo hará. Créeme, chico, la vida siempre lo hace.
—Supongo que esas lecciones son las que les da a su hija, ¿verdad? Por eso necesita de su ayuda para ganar los torneos —replicó Dhaen, avanzando otro paso hasta que casi estaban frente a frente. El ambiente se volvió tan tenso que podía cortarse con un cuchillo.
—Dhaen, no... —intenté decir, pero él levantó una mano, sin apartar la mirada del hombre.
—No sé cuál es su problema con Annie ni por qué siente la necesidad de venir aquí a soltar sus mierdas, pero le voy a decir algo muy claro. Si vuelve a intentar joderla, de cualquier manera, voy a hacer todo lo que esté en mi mano para arruinarle. Y créame, puedo hacerlo.
El hombre soltó una risa seca, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—¿Arruinarme? Qué ambicioso. ¿Sabes siquiera con quién estás hablando?
—Sí. Con alguien que está demasiado acostumbrado a salirse con la suya. Pero eso no va a pasar esta vez.
Hubo un momento de silencio. Un momento en el que parecía que el mundo entero había dejado de girar. Luego, el padre de Rebecca se inclinó un poco hacia Dhaen, con esa sonrisa falsa aún en su cara.
—Eres valiente, lo admito. Pero también ingenuo. Y la ingenuidad, chico, siempre se paga cara.
Dhaen no se movió ni un milímetro.
—Eso lo veremos.
El padre de Rebecca parecía que se divertía, disfrutando de cómo todo se estaba envenenando poco a poco. Su mirada era fría, calculadora, como si estuviera jugando una partida de ajedrez y tuviera todas las piezas en su lugar. Pero Dhaen... Dhaen no se movía. No parpadeaba. Estaba completamente imperturbable, con esa calma que siempre lo acompañaba. Eso era lo que me asustaba. Cuando Dhaen estaba tranquilo, significaba que no tenía miedo de nada.
El padre de Rebecca dio un paso más cerca, bajando la voz lo suficiente como para que solo los que estábamos cerca pudiéramos escuchar, pero lo suficientemente claro como para que todos notáramos la amenaza en sus palabras.
—Crees que esto es un juego, ¿verdad? —su tono se suavizó, pero las palabras mordían—. Bueno, te voy a hacer un favor. Voy a dejarte seguir soñando con que puedes ganar esta partida. Pero créeme, hijo, cuando te metas demasiado hondo, va a ser demasiado tarde para arrepentirse.
Dhaen se inclinó ligeramente hacia él, sin apartar la mirada. Los dos estaban midiendo cada palabra, cada gesto, como si estuvieran en un maldito ring de boxeo. Y aunque no estuviera involucrada directamente, sentía la intensidad de la confrontación como si las hostias las estuviera recibiendo yo.
—Lo que tú no entiendes, —respondió Dhaen, con un tono que no dejaba lugar a dudas— es que no estoy jugando a tu puta mierda de juego. Yo ya te lo dije. Te voy a arruinar la vida. Y no me va a importar ni lo que hagas ni lo que tengas. Si crees que esto se va a quedar en una amenaza vacía, estás más equivocado de lo que te imaginas.
La sonrisa del padre de Rebecca se desvaneció por un instante. Fue un destello tan breve que casi no lo noté, pero estaba ahí. Y eso, por alguna razón, me hizo pensar que tal vez Dhaen tenía algo que el señor Baker no esperaba. Algo más allá de las palabras.
El padre de Rebecca, sin embargo, no pareció impresionado. Solo se echó hacia atrás, mirando a Dhaen con una mezcla de desprecio y diversión, como si le estuviera dando el último vistazo a una mosca antes de aplastarla.
—Ya veremos cuánto te dura esa valentía —dijo, con voz baja pero cargada de veneno—. Porque siempre hay alguien más grande, más fuerte, más despiadado. Y yo tengo amigos muy poderosos, chico.
Dhaen sonrió de nuevo, esta vez con un destello más oscuro en los ojos.
—Lo bueno de la gente como tú —respondió, con suavidad, como si no le importara lo que dijera— es que no aprenden hasta que ya es demasiado tarde. Te lo voy a repetir una vez más, y esta es la última: la gente que se cree intocable suele ser la que más fácil se cae. Yo no necesito amigos poderosos, señor. Solo necesito una puta oportunidad. Y créeme, va a ser suficiente.
El silencio entre los dos era absoluto. El padre de Rebecca intentó retener la furia, pero por un segundo, me pareció que se le había escapado algo en su expresión, como si hubiera dado un paso atrás, aunque en su exterior no lo mostraba. Dhaen, por su parte, se mantuvo implacable.
Al final, el tipo se dio la vuelta, sin decir nada más, y se alejó. No lo seguí con la mirada. No era necesario. Sabía que todo había quedado claro.
Dhaen giró hacia mí, sus ojos aún con ese brillo desafiante que me estaba volviendo loca.
Cuando desapareció entre la multitud, el grupo entero soltó un suspiro colectivo, como si todos hubiéramos estado conteniendo el aliento.
—¿Qué coño fue eso? —preguntó Matty, rompiendo el silencio.
—Eso fue un intento de intimidación barato —respondió Dhaen.
—¿Y si no es tan barato? —pregunté, todavía sintiendo el nudo en el estómago.
Dhaen me miró, y esta vez su expresión se suavizó.
—Entonces haré que le salga caro.
El camino de vuelta al apartamento fue... raro. Nadie dijo mucho. Bueno, Matty intentó hacer un par de chistes, pero incluso él parecía apagado, y eso era preocupante. Sabía que todos estaban intentando actuar como si no pasara nada, pero la tensión era palpable.
Dany me apretó el brazo un par de veces mientras caminábamos, como diciéndome "estamos contigo". Thiago le pasó un brazo por los hombros y empezó a hablar de algo random para romper el silencio incómodo. Han simplemente iba en silencio, como siempre, pero se notaba que estaba alerta.
Yo iba al lado de Dhaen, que no había dicho ni una palabra desde que dejamos el restaurante. Su cara era un poema, pero no de los bonitos, sino de esos que te hacen preguntarte si el poeta estaba bien de la cabeza cuando los escribió.
Cuando llegamos al apartamento, todos se dispersaron rápido. Era tarde, estábamos cansados, y aunque nadie lo dijera, el encuentro con el padre de Rebecca nos había dejado tocados. Más sabiendo todo lo que habíamos descubierto el otro día.
—Voy a la cama. Buenas noches —dijo Han, con una palmadita rápida en mi hombro antes de encerrarse en su habitación.
—Igual yo —añadió Thiago, bostezando. Matty y Dany se quedaron en el salón, discutiendo sobre si ver algo en la tele o irse a dormir también.
Yo me quedé en la cocina, apoyada contra la encimera, intentando procesar todo lo que había pasado. Dhaen entró detrás de mí, en silencio, y se apoyó en la encimera. Lo miré por el rabillo del ojo. Estaba tan tranquilo que me ponía nerviosa.
—¿Vas a decir algo o qué? —solté, sin mirarlo directamente.
—¿Qué quieres que diga?
—No sé. Algo. Lo que sea. No puedes quedarte callado después de lo que pasó.
—Estoy procesando.
Me giré hacia él, cruzándome de brazos.
—Procesarlo, claro. Porque enfrentarte a un tipo como él y jurarle que lo vas a arruinar no necesita procesamiento previo, ¿no?
—No lo pensé—dijo simplemente, con ese tono de calma absoluta que me sacaba de quicio—. Pero eso no significa que no lo esté pensando ahora.
—Eso es lo que me preocupa.
—¿Por qué? —preguntó.
—Joder... Me preocupa que todo esto se te vaya de las manos. Que te metas en algo que no puedes controlar. Ese hombre... no es alguien normal. Es peligroso.
—¿Y crees que me asusta?
—Creo que debería —respondí, bajando la voz.
Dhaen me miró durante un segundo, y luego se acercó, parándose justo frente a mí.
—Callahan, escucha. No voy a dejar que te pase nada. Ni a ti, ni a ninguno de los demás. Y si eso significa ponerme en el punto de mira de un gilipollas con demasiado poder, te aseguro que lo haré.
—Eso no es justo.
—La vida no lo es, cariño. Pero eso no significa que vaya a quedarme de brazos cruzados mientras alguien intenta joderte. Que me dé las gracias por no haberle partido la cara en cuanto lo vi.
Quise responder, pero no encontraba las palabras. Su tono era tan firme, tan decidido, que no había espacio para discutir. Y eso me aterraba. Porque sabía que hablaba en serio.
Suspiré y me dejé caer en una de las sillas.
—Estoy agotada.
—Pues deberías ir a dormir.
—¿Tú no?
—No estoy cansado —respondió, aunque por su cara parecía que sí lo estaba.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Quedarte toda la noche de guardia por si acaso aparece el señor tiburón?
—Si hace falta, sí.
Rodé los ojos y me levanté.
—No seas idiota, Williams. Ven.
—¿A dónde?
—A la habitación.
Me miró, con un poco de recelo, pero me siguió. Cerré la puerta detrás de nosotros y me senté en la cama, abrazando mis rodillas. Dhaen se quedó de pie, mirándome como si no estuviera seguro de qué hacer.
—¿Qué? —pregunté.
—Nada, solo... no sé.
—¿Esperabas que estuviera pensándolo todo el rato?
—Algo parecido.
—Bueno, no va a pasar. No pienso dejar que ese capullo me joda la noche más de lo que ya lo ha hecho.
Dhaen sonrió, apenas un poco, y finalmente se sentó a mi lado.
—Eso me gusta de ti, ¿sabes?
—¿Qué cosa?
—Que eres más dura de lo que pareces.
Le lancé una almohada, pero él la esquivó con facilidad.
—Cállate.
Nos quedamos en silencio por un rato, y luego, de alguna manera, terminamos acostados en la cama, frente a frente. No recuerdo quién dio el primer paso, pero de repente estaba acariciando su rostro, y él estaba inclinándose hacia mí.
Lo besé. Fue suave, lento, como si ninguno de los dos quisiera apresurarse. Y luego...
El beso se alargó y, joder, cómo me gustaba. No era solo la forma en que me besaba, era que lo hacía como si no hubiera nada más importante en el mundo.
Él estaba encima de mí, pero sin llegar a aplastarme, como si supiera exactamente cómo posicionarse para que no me sintiera sofocada. Sus manos bajaron por mi cuerpo, tocando, explorando, pero sin apresurarse. Como si quisiera asegurarse de que todo lo que hacía me hacía sentir bien. Me encajó tan perfectamente, como si no hubiera ninguna duda en su cuerpo de lo que estábamos haciendo.
—¿Segura? —me preguntó, con la voz rasposa, casi un susurro.
¿Seguro de qué? Si estaba aquí, con él, ¿por qué tendría que pensar en nada más?
No me podía creer que a pesar de todo lo que ya habíamos hecho, todavía siguiera preguntando.
—Sí —le dije, sin pensarlo. No necesitaba pensarlo. Lo deseaba, él, todo esto. Lo había deseado desde el momento en que su boca tocó la mía por primera vez, sin necesidad de palabras.
Y en cuanto le respondí, ya no hubo vuelta atrás. Sus labios volvieron a los míos, con esa urgencia, pero sin la desesperación de alguien que se arrepiente. Era más bien esa necesidad de querer más, de saber que lo que pasaba en ese momento era exactamente lo que ambos queríamos, sin frenos, sin censura.
Lo sentí más cerca, su cuerpo presionando contra el mío, cada centímetro de su piel contra la mía, como si no pudiera separarse ni un milímetro. Yo tampoco quería que lo hiciera, en realidad. Me dejé llevar. No sabía si el sudor era de calor, de nervios o de algo más, pero no me importaba. Tampoco me importaba que mi respiración se acelerara y mi mente se desbordara con todo lo que estaba sintiendo.
Me atrajo más hacia él, y en el instante en que sus manos se deslizaron por mi cuerpo, casi sin querer, me sentí completamente perdida. Pero no era un sentimiento de caos, no. Era más bien como si todo estuviera alineado, como si por fin las piezas encajaran, como si todo tuviera sentido.
—No te preocupes, Callahan —dijo entre besos, su voz grave y tranquila. Como si supiera exactamente lo que me pasaba por la cabeza—. No voy a dejar que nada te haga daño. Nada ni nadie.
Esas palabras, joder, cómo me calaron. Todo lo demás desapareció en ese momento. Las preocupaciones, las dudas, las putas inseguridades... todo. Solo estaba él. Solo estábamos nosotros. Y no necesitaba que me lo dijera mil veces, porque ya lo sabía. Lo sentía.
Mis manos buscaron las suyas, entrelazándose con la misma necesidad, mientras el tiempo parecía detenerse. Solo existía la sensación de su cuerpo junto al mío, la forma en que me movía, cómo se adaptaba a cada uno de mis movimientos.
No sé cuánto tiempo pasó, ni si el mundo fuera de esas cuatro paredes existía o si se estaba yendo a la mierda, pero cuando me apartó de sus labios, respirando con fuerza, me miró de esa forma que me hacía sentir que nada más importaba.
No hacía falta decir nada más.
No había nada que decir.
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