16
Era uno de esos días que se sienten eternos, pero que, en realidad, pasan volando. El entrenamiento de la mañana había sido brutal, como siempre. Me dolían hasta los huesos, pero me gustaba esa sensación. La piscina es mi zona de confort, ya lo sabía. El agua lo borra todo: los problemas, las voces, el estrés. En el agua, yo soy libre. Pero tan pronto como salgo, me encuentro con la misma mierda de siempre: el torneo, la presión. Todo lo que la gente cree que soy o que debería ser. Lo odio.
Cuando terminé de entrenar, me metí al vestuario, lo de siempre. Mi pelo estaba hecho un desastre, empapado de sudor y cloro, y me miré al espejo un par de segundos. A ver, no es que me gustara lo que veía, pero tampoco es que me importara. Estaba cansada, muy cansada, y mi cara lo decía todo. Pero, hey, al menos no estaba tan mal. Me hizo acordarme de algunas de las chicas que veía por ahí, que salían de su clase de yoga con el maquillaje perfecto, las piernas depiladas a la perfección y la vida arreglada. Yo, en cambio, me sentía como un trapo usado.
Salí del vestuario con calma. El sol estaba escondido detrás de unas nubes, así que el día no invitaba a hacer nada emocionante. Decidí caminar un poco, perder el tiempo. ¿Para qué correr? El campus de la residencia estaba vacío, o eso me pareció. Un par de personas por ahí caminando con cara de estar más muertos que vivos. Las clases se veían a través de las ventanas. No pude evitar preguntarme qué estaría estudiando si no hubiera decidido dedicarme al cien por cien a la natación.
Me senté en una de los bancos del jardín exterior, mirando el paisaje gris. La verdad es que tenía la cabeza llena de cosas. O más bien, vacía. Estaba cansada de pensar. Cansada de preocuparme, de saber que todos esperaban que ganara, que fuera la mejor. No sabía si quería lograrlo o si solo quería que todo se acabara para poder olvidarme de todo un rato. Estaba en ese punto donde las expectativas ajenas te ahogan, pero al mismo tiempo, no puedes dejar de hacer lo que todo el mundo espera. Porque, si lo pensaba bien, ¿quién sería yo sin la natación? Y no, no me voy a poner profunda, pero esa era la realidad.
Dany me había mandado un par de mensajes mientras entrenaba, y ahora que ya tenía un poco de paz, decidí responderle.
"Hoy estoy para volar, que lo sepas", escribí, con un toque de sarcasmo que no podía evitar. "Me siento como si hubiera nadado en el Mar Muerto".
Ella respondió rápido. "¿Quieres que vaya a buscarte?"
Respondí con un ''No, no hace falta''. Seguramente estaba aprovechando que tenía horas libres para verse con Thiago. Tampoco quería ser yo la les jodiera los planes.
A veces me preguntaba si las personas que me rodeaban realmente sabían lo que estaba pasando por mi cabeza. O si se imaginaban lo que sentía cada vez que me metía al agua. Nadie entendía la presión que tenía encima. Nadie entendía lo que era estar constantemente esperando lo peor, sintiendo que si no ganaba, todo se venía abajo.
Miré mi teléfono y vi que Dany me había vuelto a escribir. "¿Sabes qué? Vamos a ver una peli esta tarde. Te vendría bien desconectar un rato".
Me quedé mirando la pantalla, pensativa. En realidad, no tenía ganas de hacer nada. Pero la idea de estar con ella, de reírme un rato, me pareció tentadora. Así que le respondí: "¿Estás segura? No quiero molestar". Su respuesta fue un simple emoji de la mano sacando el dedo del medio.
La verdad es que estaba deseando que llegara el momento de sentarme en el sofá con palomitas, ver una peli aburrida y desconectar de todo. No me importaba si la peli era mala, ni si no entendía nada. Solo necesitaba que mi cerebro descansara de tanto caos.
Me levanté del banco y decidí que ya era hora de irme a mi habitación.
Aunque me arrepentí de inmediato, porque volver a mi habitación fue como caer en el vacío. Ya sabes, ese momento en el que abres la puerta, te quitas la mochila, te dejas caer en la cama y todo lo que queda es el silencio. O eso pensaba. Porque no había pasado ni un minuto cuando escuché unos golpes en la puerta. ¿Quién narices me viene a interrumpir ahora?
Me levanté con pereza y abrí, no sin antes poner una cara de "¿quién eres y qué demonios quieres?". Cuando vi quién estaba en el umbral, casi me da un infarto. Ahí estaba él... Mi hermano.
A mí me costó reconocerlo. En serio, hacía tanto que no lo veía que no sabía si estaba más cabreada o sorprendida. Su cara estaba igual que siempre. Pero, sinceramente, no me importaba en lo más mínimo. Si se pensaba que me iba a poner feliz de verlo, se había equivocado por completo. No había ni rastro de esa "hermandad" que alguna vez habíamos tenido. Después de lo que hizo, no quería ni mirarlo. Le dejé ahí parado en el umbral, con cara de niñato, mientras me cruzaba de brazos y pensaba en cómo tenía que reaccionar.
—¿Qué quieres? —le solté, sin muchas ganas de andarme con rodeos.
Él no parecía tener prisa. Entró como si fuera lo más normal del mundo, como si nunca me hubiera dejado tirada en el peor momento posible. "Será gilipollas...", pensé, con esa furia que me nacía del fondo del estómago.
Me miró con esos ojos suyos, tan fríos, y me dio la impresión de que estaba buscando las palabras correctas. Estaba claro que lo que tenía que decir no era algo que me fuera a gustar. ¡Qué raro! Si ya estaba acostumbrada a que sus "sorpresas" no fueran precisamente agradables. No me moví de la puerta, aunque sí la cerré. Al final, fue él quien rompió el silencio.
—Annie, necesitamos hablar.
Mi respiración se quedó atascada en la garganta. No me lo podía creer. ¿Ahora venía con el cuento de que "necesitábamos hablar"? ¿En serio? ¿Después de todo lo que pasó? ¿Después de lo que me hizo el año pasado? Mi paciencia no era infinita, pero al parecer él no se daba cuenta. No es que fuera una persona con demasiado tacto, pero aún así me quedé quieta, luchando contra mis ganas de pegarle un puñetazo en toda la cara.
—¿Hablar? ¿De qué? —dije, esta vez intentando que mi voz no sonara tan temblorosa, aunque sabía que no me saldría tan bien.
Él me miró un segundo, con esa expresión que tenía siempre cuando intentaba hacer que todo pareciera menos grave de lo que realmente era. No la compraba. Yo sabía perfectamente lo que había hecho, lo que me había hecho a mí.
—¿Qué quieres?
—Supongo que lo que te dijo Alana no sirvió de nada, ¿no? —soltó de repente.
—¿Es que creías que enviando a Alana iba a llamarte?
—Tenía esa ligera esperanza.
Chasqueé la lengua con incredulidad.
—Yo tenía la ligera esperanza de que mi hermano no fuera tan capullo, pero supongo que me quedé con las ganas.
Él soltó un suspiro y se sentó en el borde de mi cama.
—Entiendo que estés enfadada...
—Si lo entendieras sabrías que no te quiero aquí —le interrumpí porque, de verdad, no había nada que saliera por su estúpida boca que me pudiera llegar a interesar.
Él me miró. Estaba tan tranquilo que sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo. Estaba enfadada. Muy enfadada.
—¿Sabes lo que me parece increíble? —empecé, mirando con desdén a mi hermano. No podía aguantarlo ni un segundo más—. Que después de todo lo que pasó, te presentes aquí como si no hubiera pasado nada. ¿De verdad crees que voy a dejar que me hables como si fuéramos amigos, o como si fueras el hermano perfecto que nunca hizo nada malo?
Mi hermano me miró como si le estuviera hablando en otro idioma. Su cara no mostraba ni un ápice de arrepentimiento. Solo esa maldita expresión de siempre: indiferente, distante. Como si todo estuviera bajo control. Como si, de alguna manera, él fuera el que estuviera en lo correcto.
—No estoy aquí para pelear, Annie —dijo. No sabía cómo lo hacía. Parecía que nada podía sacarlo de su centro. Pero yo no pensaba quedarme callada. Él era el que había arruinado todo.
—No, claro que no —respondí, sintiendo cómo mi voz se volvía cada vez más áspera—. Tú no estás aquí para pelear, solo estás aquí para actuar como si lo que pasó el año pasado no fuera nada. ¿Te acuerdas de lo que pasó ese año? ¿Lo recuerdas? Porque yo sí. Y lo recordaré por el resto de mi vida.
Él frunció el ceño. Por un segundo, pensé que finalmente podría ver algo de arrepentimiento en sus ojos, pero no. Estaba tan vacío como siempre.
—Me acuerdo perfectamente —me aseguró—. Y no hay día que no me arrepienta de haberte hecho daño. Pero... Las cosas se plantearon así y no pude negarme.
—Eres un verdadero gilipollas —espeté, furiosa.
—Lo fui. Pero si estoy aquí es por algo.
—Para joderme —repliqué—. Estás aquí para joderme.
—Nunca haría nada que te hiciera daño a propósito, Annie.
—¿Ah, no? —solté una risotada irónica—. Joder, qué hipócrita eres.
Él me miró, pero no dijo nada. Sabía que, aunque intentara defenderse, no podía justificar lo que había hecho. Nadie podía.
—¿Sabes lo que me hace más daño? —continué, ya perdiendo todo control—. No es solo que hayas elegido a Rebecca sobre mí, o que me hayas dejado tirada para que ella me pasara por encima. ¿Porque pensaste que lo que yo quería no importaba? ¿Porque pensaste que no valía la pena? Dime, ¿por qué lo hiciste?
Él se pasó la mano por el pelo, frustrado, como si mis palabras lo estuvieran ahogando. La verdad, me daba igual. Si quería sufrir, era su problema. No el mío. Él había venido hasta aquí sabiendo las consecuencias de hacerlo.
—Annie, yo... no te lo puedo explicar todo, ¿vale? Solo... no creí que las cosas fueran a ser tan complicadas. No imaginé que todo esto terminaría así.
—¿Y cómo pensabas que iba a terminar? —le respondí, cruzándome de brazos—. Pensé que al menos tendrías las agallas de enfrentar las consecuencias de tus decisiones, pero aquí estás, escondiéndote detrás de excusas de mierda.
—No me estoy escondiendo, en serio. Solo... ¿no puedes ver que lo lamento? —dijo, casi rogando.
—¿Lamentarlo? —mi tono se volvió aún más cortante—. ¿Y eso qué significa? ¿Qué vas a hacer con tu arrepentimiento? ¿Me vas a devolver el tiempo que perdí por tu culpa? ¿Vas a borrarme la humillación de perderlo todo por culpa de tu promesa? Porque no creo que puedas hacerlo.
Él guardó silencio, como si esas palabras lo hubieran desbordado. Se levantó de la cama, como si necesitara caminar para pensar. Pero yo ya no quería más disculpas baratas. Ya no me importaba lo que tuviera que decir.
—Annie, por favor... —dijo, respirando hondo—. Entiende que yo no quería hacerte daño, solo intentaba hacer lo que pensaba que era lo correcto en ese momento. No te pido que lo entiendas, pero sí que me escuches.
—Escucharte no va a cambiar lo que pasó —contesté, mi voz sonando más fría de lo que pretendía—. Lo que hiciste no tiene vuelta atrás. No se arregla con palabras.
—Sé que no puedo arreglarlo —dijo, mirándome con los ojos algo vidriosos. Como si de verdad pensara que con eso me iba a ganar. Pero no. Ya era demasiado tarde.
—¿Y qué quieres que haga? —pregunté, mirándolo sin piedad—. ¿Que te dé las gracias por venir a darme el pésame? ¿Qué tal si simplemente dejas de intentar convencerme de que soy la que está mal aquí? No soy yo la que te falló. Fuiste tú, Scott. Tú. Nadie más.
El silencio entre nosotros se hizo pesado, pero él no se movió, como si estuviera esperando que dijera algo más. O tal vez esperaba que lo perdonara. No lo sabía.
—Me hace falta verte sonreír de nuevo, Annie —dijo, de repente, como si todo lo que había hecho pudiera borrarse con una sonrisa.
—Lo que me hace falta a mí es dejar de ser la idiota que creí que tenía un hermano que la apoyaba —respondí, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a presionar mi pecho. No quería llorar. No quería que viera lo rota que me sentía por dentro, pero algo en mi voz se quebró.
—Lo lamentaré todos los días de mi vida... —me aseguró, acercándose más a mí.
Vi que hizo el amago de darme un abrazo, pero lo frené cuando dije:
—Me alegro. Espero que eso te pese hasta el día que te mueras.
Mi tono frío, hiriente, parecía calarlo, pero no lo suficiente.
—He venido a decirte algo más —dijo, su voz había perdido completamente la ilusión. De hecho, sonó mucho más apagado. Soltó un suspiro profundo y añadió—: Es sobre el torneo.
Mi estómago se revolvió un poco. Durante un buen tiempo, había evitado pensar en lo que ocurrió hace un año. Lo de Rebecca, el hecho de que él la entrenó, a la que me despojó del primer lugar como si nada, como si fuera un simple torneo de mierda. Para ellos tal vez lo fuera. Para mí, no.
—¿Qué pasa con el torneo? —pregunté, ya sabiendo que cualquier cosa que me dijera no iba a cambiar lo que pensaba de él. A lo sumo, me daría una nueva razón para odiarlo más.
Él dio un paso más hacia mí, como si eso fuera a hacer que lo escuchara con más atención. En ese momento, me di cuenta de lo arrogante que se veía. Quizás nunca lo había notado antes, o tal vez estaba tan llena de rabia que ahora todo me parecía peor. La verdad, no lo sabía. Pero eso no iba a impedirme ser clara con él. No pensaba tragarme sus excusas, ni siquiera si me las decía con el tono más suave del mundo.
—Escucha, Annie —empezó, y me dio un poco de rabia escuchar cómo usaba ese tono—, he estado siguiendo lo que estás haciendo. Sé que participas en el torneo interescolar.
Me quedé callada. Mi primer impulso fue mandarlo a la mierda, pero me contuve. ¿Por qué? Porque me daba miedo lo que pudiera decir.
—Y hay algo que deberías saber sobre este torneo —dijo al fin, con un tono grave que me hizo fruncir el ceño. Mi mente empezó a correr más rápido de lo que me hubiera gustado. ¿Qué estaba diciendo?
No me esperaba lo que añadió a continuación:
—No puedo contártelo ahora. No quiero meterme en problemas, pero...
Me quedé en silencio, observándolo. ¿Meterse en problemas? ¿Conmigo? ¿De qué estaba hablando? La ironía no se me escapó. Él fue el que me dejó tirada el año pasado, el que permitió que mi ex ganara con toda su ayuda. Y ahora, ¿me venía con cuentos? Ya lo había escuchado antes. Y no pensaba ser tan tonta como para creérmelo.
Dejó que la tensión colgara en el aire, y no sé si era yo o él el que estaba más incómodo. Pero ni me importaba. No iba a mostrar ni una pizca de simpatía.
Antes de que pudiera decir algo más, sacó un sobre de su chaqueta y me lo extendió. Estaba cerrado, y aunque no se veía nada fuera de lo común, me dio una sensación extraña.
—Ábrelo sólo cuando estés lista para conocer la verdad.
Me quedé sin saber qué decir. Con todo lo que me había hecho, ahora se daba el lujo de darme "consejos". ¿De qué iba todo esto?
Pero, como siempre, me quedé allí, quieta.
—Solo confía en mí.
Sin decir palabra, me extendió el sobre y se marchó sin despedirse. Yo solo lo miré, sintiéndome más confundida que nunca.
¿Qué demonios estaba pasando?
Me quedé mirando el sobre que Scott me había dejado. No lo abrí. Me quedé ahí parada, pensativa, mientras mi mente daba vueltas a todo lo que acababa de pasar. En serio, ¿qué esperaba que hiciera con eso? ¿Leerlo y perdonarlo? No tenía ni idea de qué esperaba de mí, pero seguro que ni siquiera entendía el daño que me había hecho.
En medio del lío de emociones que sentía, un recuerdo apareció de la nada. Fue como un golpe en la cabeza, algo que no podía evitar. Y no lo pedí. Lo que menos me apetecía en ese momento era pensar en eso, pero mi cerebro decidió que era el momento perfecto para darme una lección de nostalgia. Genial.
Estaba en la piscina, pero no en la de ahora. No, estaba en una piscina más pequeña. Tenía como diez años, o algo así, y Scott estaba ahí, como siempre, gritándome desde las gradas, diciéndome que podía ganar sin casi esfuerzo. A veces me pregunto si creía realmente que podía, o si solo le daba igual y simplemente le gustaba verme haciendo el ridículo. Pero en ese momento, yo solo quería que me viera ganar, para que estuviera orgulloso de mí. Estaba tan metida en mi burbuja de hermanita pequeña que no veía lo que vendría.
Total, que no gané. Pero lo mejor fue que Scott ni siquiera me dijo algo como "bueno, lo intentaste" o esas frases de consolación de mierda tan típicas. No, él se sentó al borde de la piscina, me miró con esa cara suya que siempre me hacía sentir como si fuera la persona más importante del mundo y me dijo: "Lo hiciste bien, Annie. Eres increíble. Si sigues así, podrás competir a nivel internacional'' . Y en ese momento, sentí que podía hacer cualquier cosa. Como si no importara perder, porque él siempre iba a estar ahí. Como el hermano que nunca te falla, ¿verdad?
Me reí un poco al recordar esa escena.
¡Qué tonta era! Si pudiera darle un consejo a la Annie de esa época, le diría que no pusiera tantas expectativas en las personas, sobre todo en las que ni siquiera saben lo que significa la palabra "responsabilidad".
—''Vamos, Annie, solo confía en mí'' —repetí en voz baja, imitando a mi hermano. El sobre seguía en mis manos, esperando que hiciera algo con él. Pero estaba claro que yo no confiaba en nada de lo que venía de Scott.
Lo cierto era que no sabía qué hacer. Abrir ese sobre, por algún motivo, me daba miedo. Como si al hacerlo, estuviera aceptando todo lo que me había hecho y ya no pudiera dar marcha atrás. Pero, al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en lo que había dicho antes. "Lo lamento, Annie. No sabes cuánto lo lamento." Podía jurar que lo dijo con una sinceridad tan forzada que casi me hizo reír. Lo que me jodía era que, aunque lo quisiera, no iba a conseguir borrar lo que había hecho.
Entonces me pasó por la cabeza otro recuerdo. Estábamos en casa, en el salón, de esos días que no pasaba nada interesante. De esos que te sientes más apagado y no tienes ganas de nada. Yo estaba mirando la televisión, Scott estaba jugando con el móvil, mamá había salido y Alana estaba de viaje. Solo estábamos los dos.
"Oye, Annie, ¿algún día vas a dejar de ser tan competitiva?" me dijo en voz baja. Yo lo miré, sorprendida. ¿Tan competitiva? Solo estaba haciendo lo que siempre había hecho: darlo todo en cada cosa que hacía. Supuse que lo decía porque había estado una semana enferma después de estar entrenando más de doce horas al día. "No es que sea competitiva, Scott, es que si no me esfuerzo, ¿quién lo va a hacer por mí?" le contesté.
No era una conversación profunda ni nada, pero era una de esas veces en las que sentí que mi hermano me quería. Que no importaba lo que pasara, que siempre íbamos a ser un equipo. Claro, estaba equivocada. Ahora, todo eso parecía una broma. Y en vez de sentirme apoyada, ahora lo único que sentía era que había sido una tonta. Una idiota por confiar en él.
Ahora, con ese sobre en las manos, el silencio en la habitación se hizo más asfixiante. Mis recuerdos y mi rabia chocaban entre sí. No quería abrir el sobre. No sabía si debía abrirlo.
La cosa es que no podía dejar de pensar en lo fácil que era para Scott caminar por la vida como si no hubiera hecho nada malo. Porque ahora, aquí, era como si todo lo que pasó el año pasado fuera solo un mal sueño. O una "mala jugada" como diría él. Y no, no iba a caer en su juego. Ya había jugado esa carta, y había perdido.
Gracias a Dios, antes de que pudiera seguir divagando en mis recuerdos, escuché cómo sonaba mi teléfono.
Guardé el sobre en uno de los cajones de mi escritorio y respondí la llamada, sin siquiera mirar quién había llamado.
—¿Diga?
No había respuesta del otro lado. Me quité el móvil de la oreja y miré la pantalla: número oculto. Genial.
—¿Quién es? —insistí, pero seguían sin responder.
Colgué inmediatamente. Si alguien quería tocarme las pelotas, que al menos lo hiciera en persona y no por el puto móvil.
Entonces, me fijé en las notificaciones.
Tenía una de un número que no tenía agregado, que me había mandado un mensaje: ''habla con Rebecca, ella te contará el resto''.
Fruncí el ceño, sin entender demasiado. Luego, mi cerebro empezó a conectar algunos hilos e intuí que el mensaje era de mi hermano.
¿Para qué mierda quería que hablara con Rebecca?
Mi cabeza empezó a dar vueltas. Rebecca. ¿En serio? ¿Qué cojones tenía que ver ella con esto? No me molesté en borrar el mensaje. Ya estaba lo suficientemente cabreada como para perder tiempo con eso.
Decidí ignorar el mensaje. No tenía tiempo ni ganas de meterme en más líos por culpa de Scott. ¿Qué se pensaba, que me iba a quedar ahí como una tonta esperando respuestas? Ni de coña. Pero entonces, mientras estaba en eso, el maldito teléfono sonó otra vez.
Era el mismo número oculto.
—¿Qué quieres ahora? —contesté.
Pero, claro, no era Scott. Al otro lado solo se escuchaba una respiración pesada, como si estuvieran esperando a que yo dijera algo.
¿Qué cojones?
—¿Hola? —volví a insistir, sin poder evitar un toque de ansiedad en la voz.
Nada. Silencio absoluto. La línea cortó por sí sola. Me quedé mirando la pantalla con los dientes apretados, y antes de que pudiera pensar en lo siguiente, escuché un golpeteo suave en la puerta. Se me escaparon unas lágrimas del estrés que sentía, pero me las saqué rápidamente con la manga de la sudadera.
No sabía si me estaba volviendo loca o qué, pero me dirigí a la puerta de muy mal humor. Por un momento pensé que era Scott o, en el peor de los casos, Rebecca, pero cuando abrí la puerta y vi a Dhaen apoyado en el marco, solté un suspiro que me desinfló los pulmones por completo.
Alivio.
—¿Estás bien? —preguntó, mirándome con esa cara de preocupación que, sinceramente, me revolvió por dentro. No quería que me mirara así, no ahora.
Seguramente tenía la cara pálida.
—Sí, sí —respondí, restándole importancia—. ¿Qué pasa?
No tenía ni tiempo ni ganas de más dramas, así que fui directa al grano.
—Quería hablar contigo —dijo en voz baja, como si no supiera muy bien cómo empezar. Lo miré y vi algo en sus ojos, algo que me hizo dudar por un segundo. ¿Qué quería de mí? No había sido precisamente un modelo de ''pareja'' últimamente.
—¿De qué? —le pregunté, tratando de mantenerme fría. Estaba bastante segura de lo que venía, pero necesitaba escucharle.
Se quedó allí unos segundos, con las manos en los bolsillos, mirando hacia el suelo.
—Mira... —dijo finalmente, levantando la vista hacia mí—. He sido un gilipollas contigo, lo sé. He sido un imbécil. Me he dejado llevar por la mierda de la situación.
Me quedé callada.
—Te echo de menos, Annie —añadió y su voz sonó tan sincera que me hizo detenerme.
Me quedé mirando su cara.
—Lo siento, en serio —Suspiró y se acercó un paso más—. Quiero enmendar las cosas. Si me dejas, claro.
Al principio no supe qué responder, mis pensamientos estaban dando vueltas como locos.
De repente, sin pensar, me acerqué a él. No sabía si estaba buscando consuelo o si simplemente me dejaba llevar por el momento, pero sentí la necesidad de acercarme, de sentirle cerca.
—Estúpido —le susurré, mientras me apoyaba en su pecho, sintiendo su respiración más tranquila que la mía.
—Sí, ya lo sé —dijo con voz baja. Me abrazó con tanta fuerza que me faltó el oxígeno, pero no me quejé. Nos quedamos así un rato, en silencio.
Me separé un poco de él, lo justo para mirarlo a los ojos.
—Yo también te eché de menos —admití.
Él esbozó una sonrisa y me tocó la punta de la nariz con cariño.
—Quién lo iba a decir.
—¿Verdad?
Me acarició la cara con el pulgar y me dio un beso breve.
Cuando se separó, se me quedó mirando fijamente.
—¿Has estado llorando? —indagó, con un poco de preocupación.
—¿Eh? No.
—Tienes los ojos rojos.
—Se me secan mucho por la luz —dije, a modo de excusa. Aunque no era del todo mentira.
—¿Estás...
—No preguntes más —le interrumpí y volví a apoyar mi cabeza sobre su pecho—. Por favor...
Él suspiró y me rodeó con más fuerza.
Nos quedamos así un buen rato. Dhaen no dijo nada más, y yo tampoco estaba en condiciones de seguir hablando. Escuchar su respiración y sentir su abrazo era suficiente por ahora. Ni el sobre, ni Rebecca, ni Scott, ni los malditos números ocultos importaban en ese momento. Solo él y yo.
Después de un rato, me separé con un suspiro y me pasé las manos por la cara. Le dediqué una sonrisa pequeña y lo vi salir, cerrando la puerta con cuidado. Me quedé parada un momento, tratando de ordenar mis pensamientos, pero terminé encogiéndome de hombros. ¿Para qué? Mañana sería otro día lleno de mierda, como siempre.
Dejé escapar un resoplido y agarré el móvil. Le escribí a Dany: "¿Aún estás viva? Porque yo estoy lista para ver esa película". Ella respondió al instante: "Siempre estoy viva para ti. ¿En tu habitación o en la mía?"
—En la tuya —murmuré para mí misma mientras tecleaba la respuesta.
Me miré en el espejo antes de salir. Tenía los ojos un poco rojos, sí, pero eso daba igual. Al menos por esta noche, las cosas serían simples. Película mala, palomitas y Dany quejándose de lo pobres que son algunos guiones de películas.
Justo lo que necesitaba.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top