14

Quedaban exactamente dos meses para el torneo interescolar.

Ahora mismo estaba en la piscina con Dhaen, entrenando.

—Vamos, Callahan, ¿me vas a dejar ganar? —me retó, con esa sonrisa confiada que solía ponerme de los nervios.

Le respondí con un resoplido, aumentando la velocidad para alcanzarlo. No era tan fácil hacerme bajar la guardia.

—¿A ti? Nunca —respondí, sintiendo el agua empujando con fuerza contra mi cuerpo mientras nadaba más rápido.

Al principio me adelantó, pero el entrenamiento conjunto siempre me ayudaba a mejorar mi resistencia. Así que, con cada brazada, reduje la distancia entre nosotros, sabiendo que, si me concentraba, podría alcanzar su ritmo.

—Vas a tener que esforzarte más para superarme, Callahan —dijo Dhaen con la voz entrecortada.

No pude evitar sonreír al escucharle.

Cuando llegamos al final de la piscina, estuve a punto de alcanzarlo, pero él tocó el borde primero, dejándome con una ligera sensación de frustración.

—Te has quedado cerca, pero no suficiente —dijo, mirándome con esa sonrisa provocadora.

Me detuve, respirando entrecortadamente y lo miré de reojo, molesta, pero sabiendo que había sido una excelente forma de entrenar.

—Este entrenamiento no ha terminado —respondí.

—¿Necesitas algo de motivación para seguir? —indagó, con una sonrisa traviesa mientras nadaba en mi dirección.

—Puede ser.

Él sonrió y me agarró la cara para darme un beso. Y no era uno de esos tiernos, sutiles; no, era de los que te dejaban ganas de más. Pero no era el momento, tenía que entrenar.

Lo aparté despacio.

—¿Estás intentando motivarme para seguir entrenando o para otra cosa, Williams?

Él se rió, divertido.

—Quizá ambas. Si entrenas lo suficiente seguramente sea capaz de recompensar tu esfuerzo.

—Qué considerado —bromeé.

—Lo sé —me guiñó un ojo. Se separó de mí y se colocó en la línea de salida—. Vamos, otra vuelta más.

—¿Preparado para perder, Williams? —le lancé un desafío, queriendo devolverle la provocación.

Él sonrió, esa sonrisa confiada que sabía cómo me afectaba, y me dio un leve asentimiento de cabeza.

—Ya veremos, Callahan.

***

Ya había pasado tiempo desde que Rebecca me llamó. Si mis cálculos no me fallaban, ya debería de estar alojada aquí.

Mientras daba vueltas en mi habitación de la residencia, sopesé la opción de llamarla. ¿De verdad quería escuchar lo que tenía para decirme?

O sea, ¿era necesario?

Sinceramente no lo sabía.

Estaba atrapada en una especie de dilema interno. No estaba segura de qué esperar de esa conversación.

Me dejé caer sobre la cama, mirando el teléfono en mi mano.

Pensé en todas las veces que me había dejado llevar por sus palabras, en cómo todo parecía aclararse en el momento, pero luego se volvía a enredar de nuevo.

Suspiré, girándome en la cama para mirar el reloj.

Luego me levanté de la cama y caminé hacia la ventana.

Decidí marcar su número, el sonido del tono resonando en mis oídos, mientras esperaba, casi con el corazón en la garganta.

***

Habíamos quedado en la cafetería a la que solíamos ir antes, el lugar donde solíamos hablar de todo, desde tonterías hasta nuestras mayores preocupaciones. El aroma a café recién hecho y panecillos calientes me recibió nada más entrar, y, por un momento, me sentí como si el tiempo no hubiera pasado.

Rebecca ya estaba allí, sentada en una mesa cerca de la ventana. Tenía una taza de café frente a ella, pero no la tocaba. La observé un par de segundos antes de acercarme, notando la forma en que sus dedos jugueteaban con el borde de la taza, perdida en sus pensamientos.

—Hola —dije. No sabía si debería ser casual, como si no hubiera pasado nada, o si debía ir directa al grano.

Rebecca levantó la mirada y me sonrió, pero fue una sonrisa que no llegó a sus ojos. Aquella expresión me hizo sentir incómoda.

—¿Cómo estás? —me preguntó, su voz suave, casi tímida.

Me senté frente a ella, tomándome un segundo para responder. No quería sonar demasiado fría, pero tampoco iba a ponerme a hablar de cualquier cosa. Sabía que esta conversación era inevitable, pero aún no sabía qué esperar.

—Bien, supongo. ¿Y tú? —respondí, mirando su taza sin animarme a pedir nada para mí. No tenía hambre, ni ganas de beber algo. Solo quería saber por qué me había llamado, qué quería realmente.

—He estado... pensando mucho. Sobre todo —dijo Rebecca, mirando al frente, como si le costara mirar directamente a mis ojos—. Gracias por venir.

—Dime lo que me tengas que decir, Rebecca —le pedí y ella asintió.

Me contó por encima, más o menos, todo lo que había pasado, lo que me dejó tiesa. No podía creer lo que estaban escuchando mis oídos.

—¿En serio me estás diciendo esto ahora? —pregunté, intentando mantener la calma, pero notando que mi voz se quebraba. Todo en mí quería gritarle, pero no estaba segura de si eso serviría para algo. Al final, solo me quedé allí, observándola—. ¿Sabías que lo que hiciste me destrozó, Rebecca? Sabías que, mientras tú habías ganado el torneo yo estaba aquí... esperando. Porque, para mí, todo eso fue real. Y tú decidiste dejarlo todo por un título que ni siquiera supiste valorar.

Rebecca bajó la mirada, evitando mis ojos. Por un momento, no dijo nada, y sentí que la rabia crecía dentro de mí.

—Lo sé —dijo finalmente, en voz baja—. Y me siento terriblemente culpable. No quería que fuera así, pero mi padre... Él me dijo que, si no lo hacía, perdería todo lo que tenía. Y no solo el torneo... Me amenazó con... con arruinarlo todo. Mi vida, mi futuro —suspiró—. No sabía qué hacer, Annie. Pero juré que no diría nada a nadie, ni a ti.

Puedo ver la culpabilidad en su cara, y eso, por alguna razón, no me hacía sentir mejor. Sabía que ella no había sido la culpable del todo, pero el hecho de que no hubiera elegido la relación, de que no hubiera luchado por nosotras, me dolía profundamente.

—¿Entonces qué? ¿Te fuiste de la ciudad porque no podías verme? —pregunté, tratando de mantener el tono neutral, pero era difícil.

Rebecca asintió, mirando al suelo con tristeza.

—No podía quedarme, Annie. No podía verte sabiendo lo que había hecho. Sabía que tú te merecías ganar, que tú habías trabajado para ello. Y yo... Yo solo lo arruiné todo —la tristeza en su voz era palpable, pero eso no cambiaba lo que había sucedido. No cambiaba cómo me sentía.

Suspiré, sentándome un poco más erguida en la silla.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? Podríamos haber hablado de esto. Podríamos haber... intentado arreglar las cosas.

Rebecca levantó la cabeza lentamente, con los ojos llenos de lágrimas.

—Lo sé, Annie. Pero... no pude. No podía, por miedo. Por miedo a perder todo. Y por miedo a perder lo que mi padre había construido para mí.

Me quedé mirando sus ojos por un momento, y aunque sentí algo de compasión, la verdad es que las palabras se me quedaban atascadas en la garganta. ¿Cómo podía perdonarla por algo así? ¿Cómo podía dejar de sentirme traicionada?

La miré fijamente, con el corazón acelerado, pero la curiosidad me obligó a hacer la pregunta que llevaba atascada en mi cabeza todo este tiempo.

—Rebecca... —comencé, casi sin poder evitarlo—, ¿por qué tu padre amañó el torneo?

Ella se quedó en silencio por un momento, como si la pregunta la hubiera pillado por sorpresa. Luego, dejó escapar un suspiro, y por un segundo sentí que la tensión en el aire se hacía aún más densa. Sus ojos, antes llenos de arrepentimiento, ahora parecían evitar los míos, mirando al vacío.

—No lo sé... —respondió finalmente, su voz baja y algo quebrada—. Es algo que mi padre siempre ha querido, desde que era pequeña. Siempre quiso que ganara, que fuera la mejor. Nunca fue suficiente para él... No le importaba que mi corazón quisiera otra cosa, o que hubiera otras personas que lo merecieran más. Solo quería que su hija fuera la campeona, a toda costa.

Me quedé en silencio, asimilando sus palabras. Había algo de desesperación en su tono, como si, en el fondo, ella misma fuera víctima de las expectativas de su padre. Pero no podía dejar de sentir que todo eso era una excusa. Mi mente no podía dejar de pensar en cómo había cambiado mi vida, cómo me había destrozado.

—¿Y tú? ¿Por qué lo permitiste?

Rebecca me miró directamente.

—Porque él me lo pidió. Porque... porque si no lo hacía, me habría perdido todo. Su cariño, su apoyo, su futuro. Siempre me enseñó que sin su respaldo, no sería nada. Y yo... yo no supe cómo decirle que no.

—¿Y no pensaste ni por un segundo en lo que sentías tú? —le cuestioné, sin poder evitar la frustración que se colaba en mi voz. Había luchado tanto para llegar hasta donde estábamos, para lograr lo que habíamos logrado, y ella lo había echado todo por la borda.

Rebecca pareció dudar por un segundo, como si sus propias emociones estuvieran en guerra dentro de ella.

—Lo hice... pero no supe cómo manejarlo, Annie. Te prometo que no quería que todo terminara así. Pero, a veces, uno se siente atrapado entre lo que desea y lo que tiene que hacer.

La miré, buscando alguna respuesta que me diera paz, pero no había ninguna. Quizá nunca la habría.

—Entonces, supongo que se quedó contento, ¿no? Arruinó nuestra relación y tuvo a su campeona. Dos pájaros de un tiro.

—Annie...

—En el fondo no le he gustado nunca. Ni a tu madre tampoco. Pero aguanté todos esos malditos comentarios que hacían cada vez que me veían por ti. No tienes ni puta idea de lo que he soportado, Rebecca. Y tú... Te reíste en mi cara.

Mi voz se quebró al final, aunque intenté mantenerla firme. No sabía si quería gritarle o simplemente quedarme en silencio. Pero ya no quería escuchar más excusas.

—Te duele, lo sé —dijo Rebecca, casi desesperada—. Yo... yo sé que te he fallado. Pero no fue mi intención. Yo no quería que te sintieras así, Annie. Y te juro que, si pudiera volver atrás...

—No hay vuelta atrás —interrumpí—. Ya no lo hay.

—Ahora te estás rindiendo tú...

—Estoy saliendo con alguien —la volví a interrumpir. Ella frunció el ceño, sorprendida.

—¿Cómo?

—Tengo novio, Rebecca.

Ella se mordió el labio inferior, sin saber muy bien qué responder.

—Y soy jodidamente feliz —añadí.

—Me alegro...

Sabía que no se alegraba. ¿Cómo se iba a alegrar? Sabía que en el fondo ella quería arreglar todo y volver a lo que fuimos en algún momento de nuestra vida. Pero eso no era posible. No después de un año.

—¿Es Dhaen? —preguntó de repente. Y ahora la que se sorprendió fui yo.

Mierda.

Técnicamente no estaba saliendo con él, pero ahora no podía decir que no. Yo y mi puta boca impulsiva.

—Sí —respondí finalmente.

Ella se quedó pensativa durante unos segundos.

—Ya veo... Supongo que las cosas sí que cambian... Hace un año lo odiabas con toda tu alma.

—Ya, pero qué puedo decir, me ha cuidado como nadie —repliqué. Si quería tirar por ese camino sabía cómo responder.

—Pues... Me alegro mucho por ti, Annie —insistió—. Realmente te mereces lo mejor. ¿Amigas?

Mi cara debió ser un poema cuando escuché lo último. Tenía una respuesta más que clara para esa pregunta, pero decidí ignorarla y decir:

—Gracias, Rebecca.

Ella se dio cuenta de que había ignorado la pregunta y cambió la cara.

—No te robaré más tiempo. Espero que ganes el torneo.

—Ahora que no participas, seguramente tenga más posibilidades —dije, esbozando una leve sonrisa.

Había sonado cruel. Lo sé. Pero es que tenía que decirlo.

Ella no se lo tomó a mal. O al menos, no se lo tomó taaan mal como esperaba. Me devolvió la sonrisa y asintió.

—Cuídate mucho.

—Tú también.

Y con eso, me levanté y salí de la cafetería, con la idea de que había cerrado una etapa en mi vida para siempre.

Pero qué equivocada estaba...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top