11

—Cuánto tiempo.

—¿Cómo has conseguido mi número? —indagué, ignorando su comentario.

—No has cambiado de número, tonta.

Esa última palabra me provocó escalofríos, porque lo dijo exactamente con el mismo tono con el que solía decírmelo antes. Cuando todavía éramos felices.

El simple sonido de su voz hizo que se me erizara la piel. La última persona que esperaba oír... y, sin embargo, aquí estaba, pronunciando mi nombre como si no hubiera pasado un año desde la última vez que hablamos.

—Y sigues cogiendo números desconocidos. No has cambiado —añadió con un deje de burla, como si nada hubiera pasado entre nosotras.

—Y tú sigues llamando desde números desconocidos. Supongo que tampoco has cambiado —respondí.

Rebecca dejó escapar una risa baja.

—Tienes razón, no he cambiado tanto. Aunque... puede que sí en algunas cosas.

Silencio. Solo se escuchaba el murmullo de los estudiantes alrededor.

—¿Por qué me llamas? —pregunté finalmente, porque, si algo tenía claro, era que Rebecca no hacía nada sin un motivo.

—Quería saber cómo estabas —respondió—. ¿Es tan raro?

Sí. Sí, lo era. Pero no lo dije.

—Estoy bien. ¿Y tú?

—Bien, mejor de lo que pensé que estaría. Aunque hay algo que no he podido quitarme de la cabeza.

—¿El qué?

—Hace un par de días un tal Aiden me llamó por teléfono...

Me quedé tiesa.

¿Cómo que Aiden la había llamado? ¿Y para qué? ¿Cómo tenía su número?

—Estaba bastante enfadado conmigo —continuó hablando—. Me dijo que por mi culpa nunca lograste enamorarte de él.

¿Qué...?

—Pero que ahora el karma me iba a llegar o algo así —añadió—. Porque estabas tirándote a la persona que te estaba entrenando para este torneo.

Chasqueé la lengua con incredulidad.

—¿Y qué me quieres decir con eso, Rebecca?

—¿Es cierto?

—¿Acaso te importa?

—Sí.

Su respuesta tan directa y tan simple me dejó atónita. Pero luego reaccioné y dije:

—Pues no debería.

—¿Por qué no? Al fin y al cabo eres alguien importante para mí.

No pude evitar soltar una risotada. ¿Importante? Creo que teníamos conceptos sobre la importancia bastante diferentes.

—Se nota —me limité a decir.

—No seas así, Annika. Me gustaría que arregláramos las cosas.

—No hay nada que arreglar —espeté tajante—. Y deja de llamarme así.

—¿Por qué? ¿Dejaste de escribir?

—Annika murió el día que decidiste pisotearme.

—Eso no es justo —murmuró Rebecca.

—¿Justo? —solté una carcajada amarga—. ¿De verdad me hablas de justicia ahora? Después de todo lo que hiciste, ¿quieres que sea justa contigo?

—No llamé para discutir, Anni...

—No me llames así —la corté de nuevo, con una dureza que me sorprendió incluso a mí misma—. Esa persona dejó de existir.

—No lo creo. Por mucho que lo digas, sé que sigue ahí. Esa Annika que solía reírse conmigo, que escribía por las noches y me leía sus historias... Esa Annika no puede estar muerta.

—Está enterrada, Rebecca. Y tú cavaste la tumba.

Rebecca suspiró, y por un momento, pensé que iba a colgar. Pero no lo hizo.

—Sé que te hice daño. No voy a negarlo. Y tampoco espero que me perdones, pero... no puedo evitar preocuparme por ti. Siempre lo he hecho, aunque no lo creas.

Me quedé callada. ¿De verdad estaba intentando justificarse ahora? ¿Después de todo lo que pasó?

—Escucha, no voy a darte una clase sobre lo que hiciste o dejaste de hacer. Tampoco tengo tiempo ni ganas de analizar tus intenciones —dije finalmente, con un tono más frío de lo que pretendía—. Pero no necesito que te preocupes por mí. Estoy bien. Mejor de lo que estuve contigo, y eso basta para mí.

—¿Estás segura de eso? —preguntó—. Porque cuando hablas así, parece que todavía estás dolida.

Su comentario fue como una bofetada.

—¿Y qué si lo estoy? ¿Qué esperas, Rebecca? ¿Que finja que no dejaste un desastre tras de ti? No te confundas: estar dolida no significa que te quiera de vuelta.

Otro silencio. Esta vez, fue Rebecca quien lo rompió.

—Quizás merezco todo esto.

—¿Quizás? —repetí incrédula—. ¡Me dejaste de un día para otro y, por si fuera poco, luego pisoteaste mis sueños como si fueran una mierda de perro! —espeté, furiosa—. Deberías de estar agradecida de que todavía no haya colgado.

—Tienes razón —dijo finalmente, su voz más baja de lo habitual—. No tienes por qué escucharme, y entiendo si me odias.

—No te odio, Rebecca —respondí, más cansada que otra cosa—. Eso sería fácil. Lo que siento es mucho más complicado.

La oí suspirar.

—No quiero justificar lo que hice, pero me gustaría que escucharas la historia entera.

—¿Un año después? —repliqué—. ¿Has necesitado un año para pensar en una historia para contarme?

—No. Solo quiero contarte la verdad, Annie. Ahora que puedo hacerlo, me gustaría que la oigas.

Suspiré profundamente.

Estaba tan frustrada que tampoco podía evitar las repentinas ganas de llorar que me habían entrado.

—Dame solo la oportunidad de contarte todo lo que pasó. Luego desapareceré de tu vida. Sé que es egoísta pedirte esto pero..., por favor, déjame ser egoísta sola una vez más.

Me quedé en silencio, mirando al vacío mientras apretaba el móvil contra mi oreja. Mi instinto me gritaba que colgara de inmediato, que no me dejara arrastrar de nuevo a ese pozo de dudas. Pero había algo en su voz. Algo... diferente.

—Tienes cinco minutos —dije finalmente—. Ni uno más.

—Gracias... Pero me gustaría decírtelo en persona.

Fruncí el ceño.

—¿En persona? ¿No te fuiste de la ciudad?

—Sí... Pero volveré para el torneo.

—No me jodas... ¿Vas a participar?

—No, no... Sabía que tú lo harías.

Chasqueé la lengua.

—¿Cómo lo sabrías? —murmuré para mí misma, aunque lo hice más alto de lo que esperaba, ya que ella respondió:

—Eres la persona más fuerte que conozco. Sabía que no te ibas a rendir a la primera de cambio. Así que, en cuanto me enteré, reservé mis entradas.

—Me honras —respondí con sarcasmo.

Oí un suspiro. Silencio. Luego dijo:

—En dos semanas me alojaré por allí, por si sigues queriendo escucharme. Te mandaré un mensaje para que guardes mi número.

Me quedé mirando la pantalla del móvil cuando colgó, sintiendo una mezcla de emociones que no podía terminar de procesar. ¿En qué momento Rebecca había decidido reaparecer en mi vida? ¿Y por qué ahora?

Cerré los ojos, dejando escapar un suspiro pesado. Dos semanas... En dos semanas, mi ex iba a estar en la misma ciudad.

¿Es que tengo un puto imán para mis exs?

¿De verdad necesito esto ahora? Entre el torneo, mis entrenamientos, y la montaña rusa emocional que era Dhaen, lo último que quería era agregar a Rebecca a la ecuación. Pero... había algo que no podía negar: había una parte de mí que necesitaba respuestas. Tal vez no para perdonarla, tal vez no para reconciliarnos, pero sí para entender.

"Cinco minutos''

Sin embargo, algo en el fondo me decía que ninguna cantidad de tiempo, por corta que fuera, podría mantenerme completamente a salvo de Rebecca.

***

Estaba tumbada en el sofá del apartamento de Dhaen. Dany y Thiago estaban haciendo cosas de las suyas; Han y Matty estaban tan absortos en una estúpida conversación que yo creo que se olvidaron de que estaba presente.

—¡Han, no! ¡No me toques eso! —gritó Matty.

—¿Por qué no? —respondió Han—. ¡Es solo una lámpara!

—¡Es una lámpara de sal del Himalaya, idiota! —Matty estaba prácticamente dándose cabezazos contra la pared—. ¡No puedes simplemente moverla como si fuera un jarrón barato de IKEA! ¡Es sensible!

—¿Sensible? Es una lámpara, no un ser vivo.

Escuché un fuerte suspiro de Matty.

—Es que no lo entiendes, Han... —dijo, ahora casi exasperado—. ¿Sabes lo que cuesta esa lámpara? Y no es solo eso, ¡es un elemento clave para la armonía del espacio!

Pude oír a Han reírse mientras caminaba hacia el comedor, donde Matty estaba.

—La armonía del espacio... —se burló Han—. El espacio no necesita armonía, Matty. Necesita una lámpara que dé luz, no una que huela a tierra mojada.

—¡Es aromática, Han! ¡A-ro-má-ti-ca! —Matty levantó la voz—. Hace que el aire sea más puro. Que todo sea más zen.

Han bufó y se cruzó de brazos, mirando la lámpara como si fuera un trozo de plástico cualquiera.

—¿Más puro? ¿Más zen? —preguntó con una sonrisa burlona—. Si quieres "zen", te sugiero que practiques meditación en vez de gastar dinero en gilipolleces.

—Tiene energía. Es una pieza espiritual... Si la mueves demasiado, se desequilibra todo el cuarto —insistió.

Han soltó una carcajada.

—¿Energía? ¡Matty, es sal! ¡SAL! —gritó, y luego, cambiando el tono a uno más serio, dijo—: Lo único que desequilibra es tu sentido común.

Matty, ahora agarrando la lámpara en sus manos como si fuera un bebé recién nacido, la miró como si fuera la única cosa que le quedara en el mundo.

Han lo miró por un momento, su cara completamente serio, y luego dijo:

—Lo que necesitas, Matty, no es una lámpara de sal, es una siesta de 12 horas mínimo.

Matty le miró ofendido y, antes de que pudiera decir nada más, Dhaen apareció por el pasillo.

—¿Qué cojones está pasando? —indagó. Cuando vio a Matty acunando una lámpara no pudo evitar soltar una risotada—. ¿Te ha salido el instinto paternal, Matty?

—No seas imbécil —gruñó él.

—Ha visto un vídeo de esos raros de los suyos y ha comprado una ''lámpara de sal'' —dijo Han.

—¿Una lámpara de sal? —repitió Dhaen—. ¿Y para qué sirve? ¿Para chuparla si te baja la tensión?

—Otro idiota... —Matty soltó un suspiro indignado y no dijo nada más. Con su lámpara todavía en brazos, se perdió por el pasillo.

—¿Qué mosca le ha picado? —indagó Dhaen, rascándose la nuca.

—No lo sé. Ha conocido a una chica en una de estas aplicaciones que cree en todo esto de las energías. Le ha comido la cabeza completamente.

—¿De verdad? —dijo, entre carcajadas—. ¿Una chica le ha comido la cabeza? ¿A Matty?

—Sí, bueno, a veces el amor hace que uno crea en cosas raras —respondió Han, encogiéndose de hombros—. Ahora quiere volver todo "zen" y "equilibrado". Dice que el aire de la casa está contaminado.

Dhaen, con una expresión de incredulidad, miró a Han.

—El zen para Matty es estar acostado, sin mover ni un dedo, mientras ve vídeos de gatos y come pizza. Eso es lo más cerca que ha estado del "equilibrio" en su vida.

—Ya te digo —respondió Han, sacando una cerveza del frigorífico—. A este paso, lo siguiente que hará será un altar para alinear los chakras o algo así.

—Yo conocí a una chica en el instituto que lo hacía —dije de repente.

Han pegó un chillido y Dhaen se asustó.

—¡Joder, Annie! —exclamó Han—. Qué susto me has dado. ¿Desde cuándo estás ahí?

—Desde que entré por la puerta —respondí—. Pero estábais demasiado metidos en la conversación y no os distéis cuenta.

—Oh... —Han se rascó la nuca. Luego miró a Dhaen y después a mí. Y lo volvió a hacer una vez más. Y otra vez. Hasta que finalmente dijo—: Eh, bueno, me ha surgido algo. ¡Me voy!

Salió disparado hacia la puerta principal, con la cerveza en la mano y la cerró antes de que pudiéramos decir algo.

Qué raro...

Cuando miré a Dhaen, él ya me estaba mirando. No tardó nada en acercarse.

—¿Por qué has tardado tanto en venir? —indagó, dándome un abrazo.

—¿Me estás controlando, Williams? —bromeé.

Dhaen soltó una risa baja mientras me abrazaba más fuerte, y me apartó un poco para mirarme con una sonrisa traviesa.

—No, pero creo que es la primera vez que echo tanto de menos a alguien —respondió, rozando mi mejilla con el pulgar.

Le devolví la sonrisa, sintiéndome un poco menos tensa de lo que había estado en los últimos días.

—¿Y cómo es eso de que conociste a una chica que alineaba los chakras? —me preguntó, curioso, con una ceja levantada.

—Era una amiga rara del instituto —respondí con una pequeña risa nerviosa—. Siempre estaba hablando de su energía interna, de cómo necesitaba equilibrar su aura... Un día incluso me llevó a una sesión para hacer meditación y "liberar tensiones".

—¿Y funcionó?

—La verdad es que no. Nunca he sido de creer en esas cosas, si te soy sincera.

—Ya, no pareces el tipo de persona que cree en eso.

—¿Ah, no?

—Para nada.

—Pues que sepas que en lo que sí creo es en la astrología.

—¿Y qué dicen las estrellas sobre mí, entonces? —preguntó.

—Hmm... —hice una pausa, fingiendo estar muy concentrada mientras pensaba—. A ver... No soy experta, pero si no te conociera diría que eres un Leo.

—¿Leo? —repitió, sorprendido—. ¿Yo? ¿Por qué?

—Porque te gusta ser el centro de atención, eres bastante orgulloso, y sobre todo, te encanta que la gente te admire.

—Vas bien, pero me estás exagerando un poco.

Me encogí de hombros, divertida.

—Es lo que las estrellas me dicen, lo siento. Los astros nunca mienten.

Dhaen se echó hacia atrás, cruzando los brazos, mientras sonreía.

—Vale, ¿y ahora que me conoces? ¿Qué me pega más?

Lo miré detenidamente, como si estuviera evaluando cada uno de sus rasgos.

—Hmm... —dije, pensándomelo un momento—. Ahora que te conozco un poco más... diría que eres Tauro.

Dhaen frunció el ceño, claramente intrigado.

—¿Tauro? —repitió, como si no se lo esperara en absoluto—. ¿En serio? ¿Por qué?

—Sí, porque eres terco como una mula, ¿sabes? —respondí—. Y eso de que siempre quieras tener el control, la seguridad, las cosas bien organizadas... Eso es muy Tauro. Además, como buen Tauro, no te gusta que te cuestionen.

Dhaen soltó una risa, pero no se dejó afectar.

—¡Oye! No soy tan terco.

—¿Ah, no? —dije, levantando una ceja—. ¿Estás seguro?

—Estoy más que seguro.

Pff... Sigue mintiéndote a tí mismo —dije. Me tiré en el sofá, me puse cómoda y pregunté—: ¿Has hablado ya con tu entrenador?

Él se acomodó a mi lado.

—No. En teoría vamos a quedar la semana que viene. ¿Por?

—Curiosidad. Nada más.

—La curiosidad mató al gato.

—Pero yo no soy un gato.

—Sería raro que lo fueras.

—¿Por qué? A mí me gustan los gatos.

—Sí, ya, pero si fueras uno significaría que me he tirado un gato —señaló—. Y yo no soy de esa gente enferma.

—Tienes una manera de pensar demasiado...

—¿Increíble?

—Dejémoslo ahí, sí.

Entonces, en mitad del silencio, me acordé de la llamada de Rebecca. Consideré en contarle lo que había hablado con ella, pero no estaba del todo segura si hacerlo o no.

Él había tenido un par de discusiones con ella, allá por los tiempos en los que todavía estábamos saliendo. Siempre chocaron. Tenían personalidades muy parecidas.

Decidí no decirle nada. No era algo que me preocupara en exceso ahora mismo, así que no era necesario preocuparle a él.

—Por cierto —dijo de repente—. Cambiaremos los horarios de entrenamiento por la mañana, ¿te parece?

Le miré, frunciendo el ceño.

—¿Y eso por qué?

—Creo que es mucho más cómodo. Así, además, tendremos toda la tarde libre.

—¿Más cómodo para quién? —pregunté—. Porque a mí me parece que levantarse a las cinco de la mañana no tiene nada de cómodo.

Dhaen se encogió de hombros.

—Bueno, es cuestión de acostumbrarse. Además, muchos entrenadores lo proponen. Dicen que es mejor para el rendimiento físico, eso de entrenar en las primeras horas del día.

Fruncí el ceño aún más. Algo en su tono no me convencía.

—¿De verdad? —insistí.

—Sí.

Sentí una punzada de curiosidad, pero decidí dejarlo pasar... por ahora.

—Bueno, está bien. Pero que sepas que si me muero por dormir menos, será tu culpa.

Él sonrió con esa sonrisa suya tan típica, esa que parecía decir que siempre tenía todo bajo control.

—Podrás con ello. Además, piensa en todas las tardes libres que tendremos.

—¿Libres para qué? —pregunté, alzando una ceja.

—No sé, para hacer lo que queramos.

—Ajá. Muy específico —dije, sarcástica.

Se rió y pasó un brazo por encima de mis hombros, tirándome hacia él.

—Anda, no te quejes tanto. Todo esto es para que mejores.

—¿Mejorar qué? Si ya soy mejor que tú.

Él chasqueó la lengua con diversión.

—Sueña, duende, sueña.

Y no sé de qué manera pero, aprovechando que no había nadie más en el apartamento —excepto Matty, que estaba metido en su habitación con su lamparita—, nos terminamos enrollando en el sofá.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top