MAYO -55-

Después de mis palabras, mantengo la vista clavada en él y rezo interiormente para que no conteste ni siga insistiendo y se marche, pero a la vez, espero algún tipo de reacción, porque sé que hará algo.

Y nada. Y eso es lo que más extraño me parece, que no haga nada. Que no grite, que no insista e incluso que no intente acercarse a mi, es algo totalmente nuevo. Su expresión es de derrota, de haber perdido esta parte de la partida y no querer una nueva revancha. Algo nuevo, ya que nunca había visto esa faceta suya, sino al contrario, Ángel siempre insiste y jamás se da por vencido ante algo que quiere conseguir. Tal vez esta vez sea diferente a todas las anteriores, al menos para mí si que lo es.

- Si eso es lo que de verdad quieres Abi, así será. - Dice por fin tras una larga espera - Pero recuerda, que si cambias de opinión, te estaré esperando. No importa en que momento sea ni el tiempo que pase... Estaré ahí para ti.

No soy capaz de contestar, lo intento, de verdad que lo intento, pero las palabras no salen de mi boca. Y él espera una respuesta que yo no soy capaz de darle.

Unos segundos después, mientras le persigo con la mirada, se acerca a la puerta y la abre. 

- Adiós, Abi. - Dice saliendo despacio.

El tiempo que transcurre en cerrar la puerta, se transforma en una imagen a cámara lenta para mi, donde mi cabeza solo piensa en detenerle y rogarle que no se vaya, que le necesito y no quiero estar sin él, que le perdonaré y olvidaremos hasta el más mínimo detalle de todo esto que ha pasado y seremos felices. 

Pero es algo que no hago, no puedo hacerlo. 

Entonces el tiempo vuelve a seguir su curso y la puerta termina de cerrarse.

Se ha ido. 

El que creí que era el amor de mi vida y mi futuro marido, con quién compartiría todo y pasaría el resto de mis días, se ha ido. Le he dejado irse.

Me dejo caer de rodillas al suelo y por enésima vez hoy, rompo a llorar desconsoladamente.

¿Y ahora qué? ¿En qué se supone que he fallado? 

Mi vida se torció en el mismo instante en que me encontré con él cuando vino a vivir a mi mismo bloque de pisos, y ahora maldigo aquel día donde todo pareció una bonita casualidad y ha resultado ser el mayor de los montajes.

Todo iba tan bien... Parecía tan real... Que me cuesta creer que ahora me esté pasando esto. Ojalá fuera un sueño y en un par de horas haya despertado de la pesadilla. Pero no será así, porque sé perfectamente que es real y que está pasando.

Me siento tan dolida, que hasta mi respiración quema. Mis lágrimas son como un ácido que me destroza las mejillas cada vez que caen, pero no paran de derramarse una detrás de otras en milésimas de segundo.

No sé como, pero cuando miro el reloj, han pasado horas desde que Ángel se fue y extrañamente he terminado en la cama sin haberme dado cuenta.

Instintivamente, me levanto y recuerdo, que antes de que viniesen Ana y Mario, estaba a punto de ir a ver a mi abuela, quién no me contesta a las llamadas ni da señales desde hace tiempo. 

Por un momento, olvido el motivo de mi llanto y a Ángel, y mis pensamientos son ocupados completamente por mi abuela, y una nueva preocupación e inseguridad, por no saber dónde está ni el porqué de no saber nada de ella.

Me cambio de ropa, cojo el bolso y las llaves, y casi flotando, consigo bajar hasta el garaje y subirme en mi coche.

Arranco y al salir del garaje, me incorporo a la circulación.

No sé si ya será costumbre en mi, o solo mi paranoica mente, pero tengo un mal y extraño presentimiento, como otras tantas veces y como hace unas horas. Y casi nunca me equivoco con mis presentimientos. 

Piso el acelerador, y la aguja que indica la velocidad aumenta de números. Necesito llegar cuanto antes.

El tono de llamada de mi móvil comienza a sonar y me vuelvo loca buscándolo dentro de mi desordenado bolso. Cuando lo consigo coger, la llamada ha finalizado. Miro el número, el cual no conozco, y seguidamente la hora que es. 

Son ya pasadas las cuatro y media de mañana, que me llame un número fijo con el prefijo de Madrid y que además no conozco, no es nada normal a estas horas, lo que hace que el corazón se me acelere y a la vez, yo acelere el coche sobrepasando el límite de velocidad permitido en esta carretera.

Mi mal presentimiento está cada vez más presente, y cuando llego a la puerta de los bloques de mi abuela, aún más.

En la puerta, hay tres ambulancias y dos coches de policía. Y también mucha gente junta, mucha. Muchísima.

Dejo el coche casi tirado en mitad de la calle y salgo como puedo a toda prisa mientras mis pulsaciones son cada vez más rápidas. Corro hacia la puerta, y entonces veo a dos de las vecinas de mi abuela llorando. Y me paro en seco.

Si doy un paso más, corro el riesgo de que mis peores temores se hagan realidad. 

Y no quiero ni poder pensar que algo malo pueda haberle pasado a mi abuela.


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