MAYO -50-


Vuelvo a casa despacio dando un paseo y el suave aire casi frío de la noche hace que me estremezca. Para ser mayo y solo las diez de la noche no hace demasiado buen tiempo.  Ángel se queda a dormir hoy en casa de sus padres con Sofi, a la que por fin sin ser muy tarde ni muy pronto, he conocido. Al principio estaba algo nerviosa cuando hemos ido a pasar la tarde con ellos, pero los padres de Ángel son encantadores y la tarde se me ha hecho muy amena. Sofi es un amor de niña, es la dulzura y la simpatía en persona. Nada que ver con su esquizofrénica madre, parece que tal personita es imposible que haya salido de ella... Si todo hubiese seguido su curso hace años y Ana no se hubiese entrometido entre Ángel y yo, esa niña podría haber sido mía y no de ella; ahora tendríamos una bonita familia, una casa y una vida normal, y todo sería perfecto. Pero nada es perfecto y el tiempo no vuelve atrás. Por eso he apostado por que algún día forjemos juntos nuestro futuro.

Abro el portal y subo todo lo rápido que el ascensor me permite hasta casa.

Me doy una ducha y me pongo el pijama para estar cómoda. Hoy ha sido un día agotador pero ni siquiera tengo un poquito de hambre. Me tumbo en el sofá y marco el teléfono de mi abuela, que con tanto rebullicio aún no he hablado con ella ni la he contado nada de lo ocurrido. 

Salió del hospital y no dejó que me quedase con ella para cuidarla. En realidad, me he centrado tanto en mis propias preocupaciones que apenas la he prestado atención. Y eso me hace sentir mal porque ahora que tengo la mente despejada de mis problemas, soy una maldita egoísta que ha dejado sola a la parte más importante de su vida y no ha sido capaz de ir a verla ni un solo día.

Después de varios intentos, dejo el móvil en la mesita. 

No ha contestado y eso es muy raro. O puede ser que esté haciendo algo y no puede responder a mi llamada. Pero eso es más raro porque a estas horas ya suele estar metida en la cama y casi dormida.

Vuelvo a coger el teléfono y busco el número de Ángel. Pero obtengo la misma respuesta que al haber llamado a mi abuela. Nadie responde.

Por algo relacionado o no con que contesten a mis llamadas, tengo un mal y extraño presentimiento que no pienso pasar por alto.

Me levanto del sofá y todo lo veloz que puedo, me deshago del pijama que hace unos minutos me había puesto y me visto. 

Necesito ir a casa de mi abuela y comprobar que todo va bien y está metida dentro de la cama, y cuando lo haga, iré a buscar a Ángel y seguirá perfectamente en casa de sus padres con su hija. Y seguidamente, el nudo en el estómago que se me acaba de formar desaparecerá y la sensación amarga que recorre mi garganta será solo eso, una sensación amarga y un mal presentimiento paranoico y no real.

Agito la cabeza y me pongo en pie justo cuando acabo de atarme los cordones de las zapatillas. Me sorprende la facilidad que tengo para engañarme a mi misma y transformar mis pensamientos en algo optimista, cuando sé perfectamente que no lo es, porque algo no va del todo bien.

La cabeza me empezó a doler hace un rato y el dolor se está incrementando, ahora parece que me va a estallar.

Vuelvo a coger mi teléfono, que lo había dejado en el salón y de nuevo, llamo a mi abuela cruzando los dedos para que responda a mi llamada asustada por llamarla a estas horas y echándome la bronca por paranoica.

Pero no.

Al quinto bip sin escuchar su voz, cuelgo. 

¡Joder!

Hago lo mismo marcando el número de Ángel y al cabo de unos segundos cuando estoy a punto de darme por vencida, descuelga:

- ¿Abi? ¿Pasa algo? - Suelto un suspiro de alivio al oír su voz, y estoy segura de que lo ha escuchado. - ¿Estás bien?

- ¡Ángel! Joder... Menos mal.

- ¿Menos mal? Nos acabamos de ver hace apenas una hora, ¿tanto me echas de menos? - pregunta riéndose, pero al darse cuenta de que yo no lo hago corta su risa de inmediato - ¿qué te pasa?

Cierro los ojos y de nuevo suelto un suspiro involuntario, pero que esta vez no escucha.

- Yo... He llamado a mi abuela varias veces y no contestaba, después te llamé a ti y tampoco. No sé... Se me ha formado un nudo en el estómago y he intentado contactar con ella de nuevo pero nada. Menos mal que tú me has contestado... - Hago una pausa para coger aire y continúo :- Ella suele dormir pronto, pero que no conteste me parece tan... raro. Tengo un mal presentimiento Ángel.

- Tranquila, seguro que está bien y simplemente está dormida y no escucha el sonido de la llamada. No te preocupes, mañana por la mañana inténtalo de nuevo, verás como contesta. - Dice intentando tranquilizarme.

Jugueteo con la esquina de un cojín que tengo a mi lado, y durante un momento pienso que es probable que tenga razón y que no pase nada.

- Puede ser... Pero estaba a punto de ir a su casa a comprobar que todo está bien. Es más, voy a ir de todas formas - digo cuando compruebo que el nudo de mi estómago sigue ahí sin deshacerse. - , hablamos luego, voy para su casa.

- No, espera. - Dice cuando estoy a punto de pulsar el botoncito rojo de la pantalla de mi móvil. - Te recojo y voy contigo, ¿vale?

La verdad es que no me vendría nada mal que me acompañase, porque a parte de mis malos pensamientos y los nervios, el dolor de cabeza que tengo hace que no me encuentre del todo bien para conducir.

- Vale. - Contesto.

- En diez minutos estoy en tu puerta.

- Voy bajando, te espero fuera.

Cuelgo y meto el móvil dentro del bolso. Cojo una rebeca del perchero de la entrada y me la ato al cuello para ponérmela si hace frío mientras espero a Ángel. Y debería tomarme una pastilla antes de salir para el dolor, pero tendría que pararme a buscarla y perdería el tiempo. Cuando vuelva si el dolor no ha parado, me la tomaré.

Abro la puerta y salgo. 

Cuando me giro para cerrar con llave, alguien me coge por la espalda y una mano áspera me tapa la boca.

El corazón se me acelera y mis piernas se engarrotan. 

¿Qué está pasando?

Intento hacer fuerza con las manos para destaparme la boca y poder gritar para pedir ayuda, pero tiene mucha más fuerza que yo y me es imposible.

- Vuelve a abrir la puerta. - Sentencia la misteriosa persona cuando me doy por vencida.

Esa voz me resulta familiar.

Con las manos temblorosas y aterrada por el miedo que siento, introduzco con dificultad la llave y cuando hace clic, dan una patada a la puerta y se abre de par en par dando un portazo contra la pared. Seguidamente, me empuja hacia dentro y caigo al suelo de espaldas y desconcertada.

Casi no puedo moverme por la ansiedad que me está entrando, pero consigo darme la vuelta y ver la cara de mi secuestrador.

- ¿Ibas a alguna parte? - Pregunta con sarcasmo.






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