MARZO -13-

Al haber llamado a Mario mil veces, la única alternativa que tengo es un mensaje.

Escribo:

No te molestes en venir. No quiero verte y no te voy a ver.

Espero que lo lea. Y cuanto antes mejor. Es evidente que si le tuviese de frente, lo único que se me pasaría por la mente sería escupirle en la cara y matarle.

Puede que ni siquiera venga. Debería darse la vuelta si ya está de camino, por su propio bien. 

Finalmente decido pasar de él. Al menos mientras sé que no está aquí. Porque para ser sincera, es lo que menos me preocupa en este momento.

Mi vida sentimental es una mierda, eso lo tengo claro. Al parecer, he nacido para fracasar en el amor y he fracasado. Dicen que quién no apuesta, no gana, pero yo no tengo nada que apostar ni ganar, porque ya lo he perdido todo. A veces llegas a un punto, en el que se acumulan tantas cosas que ya no puedes más. Y eso me ocurre a mí. Que pase lo que tenga que pasar, pero no buscaré nada. Simplemente esperaré y que el sabio destino decida por mí.

Cuando llego a casa, antes de salir del ascensor y después de haber mirado ya hacia mi puerta, Ángel está apoyado en ella.

Pensé que no podría haber más sorpresas en mi día a día, pero parece que me equivoqué. Y es que, ver a Ángel en la puerta de mi casa esperándome y habiendo llegado antes que yo, es algo que hace que se me pasen mil cosas por la cabeza, pero ninguna nueva. 

¿Qué hace aquí? ¿Le ha pasado algo a mi abuela? ¿Quiere terminar la conversación? ¡¿Qué es lo que quiere?!. Mi confusión ante esta situación, hace que termine por decidir preguntarle.

-¿Qué haces aquí? No... No lo entiendo... ¿Ha pasado algo?

Sin decir ni una sola palabra, se acerca a mi muy despacio mientras yo le miro extrañada. Pero se acerca aún más de lo que espero y sin motivo alguno, me atrae hacia él y me da un beso en los labios tan tierno y dulce, que me deja todavía más perpleja de lo que estaba hace un segundo.

- ¿Pero qué...? - Comienzo a decirle cuando se aparta de mí.

- Quiero que lo intentemos. - Responde, contestando a las miles de respuestas que rondaban mi mente.

- Pero... Hace una hora... ¿Por qué? No querías... Y ahora... ¿Ahora sí? - No sé muy bien lo que digo. Las palabras salen atropelladamente de mi boca, pero espero que haya entendido la incógnita que quiero que me resuelva. 

- ¿Me acompañas a casa y hablamos?

Asiento con la cabeza. Quiero saber a que se debe su repentino cambio de opinión. 

Me coge la mano y me conduce hasta el ascensor. Al poco tiempo, llegamos a su casa y me hace pasar. 

- Tranquila, ponte cómoda. - Me acerco al sofá, donde tomo asiento y él hace lo propio a mi lado, aún sujetándome la mano. - Quiero que lo intentemos, una última vez. A la tercera va la vencida, ¿no? - su sonrisa me hechiza por completo, pero no le contesto. - Supongo - continúa diciendo - , que tu abuela ha influido en que no tire la toalla. Y la verdad, me alegro de haberla hecho caso.

- ¿Ha sido por obligación? - No quiero que esté conmigo por el mero hecho de que mi abuela le haya comido la cabeza...

- No, no. No pienses eso. Ella sólo me ha dicho una frase, que me ha hecho pensar. Sólo me han bastado unos minutos para tomar la decisión correcta y venir a buscarte Abi.

- ¿Qué frase?

- Quién no apuesta no gana.

Y esa es la misma frase que se ha pasado por mi cabeza hace un rato. Pero yo había pensado en perder la apuesta, había dado todo ya por perdido. Él, sin embargo, ha pensado en apostar y ganarla.

Me abalanzo sobre él sin pensarlo, y le sumerjo en un abrazo obligado, pero que no desprecia, ni se aparta. Y me abraza con más fuerza aún que yo a él.

- Hay algo más. - Me dice cuando ya nos hemos separado.

- ¿El qué? - ¿Puede haber más?

- Pues... - Una sonrisa pícara aparece en su rostro y su cara se ilumina - Me he tomado la libertad, sin preguntar, espero que no te moleste.

Se levanta y le miro con confusión. Desaparece y en un momento ha vuelto con un sobre, que me entrega.

- Toma, ábrelo. Considéralo nuestra pre-luna de miel.

¿Pre-luna de miel? ¿De qué habla? 

Observo el sobre blanco y, con ansia, lo abro.

- ¡¿Dos billetes para ir a Roma cuatro días?!

- Exacto, ya está todo arreglado.

- Pero yo... No puedo... Mi abuela... El centro... Esto es demasiado precipitado...

- Para, para, para - me interrumpe- cuando digo que ya está todo arreglado, significa que está todo arreglando, absolutamente todo. 

- No, no hay nada arreglado. No puedo de verdad...

- Sí, sí puedes. Los resultados de los análisis de Mimi no estarán hasta dentro de una semana, los médicos han dicho que está bien, lo único que falta es saber que es lo que dicen esos análisis para tomar una decisión. Y ya me he encargado de hablar con Megan para que se ocupe del centro estos cuatro días. Podrás sobrevivir sin manejar todo cuatro días, ¿no? - Me sorprende la rapidez y decisión que tiene para hacer las cosas, es algo que admiro.

- Aún así. No creo que esté bien dejar a mi abuela sola cuatro días... Irme a otro país sin saber los resultados... No puedo... Te lo agradezco de veras, pero no, Ángel...

- No me lo agradezcas. La idea ha sido de Mimi - ¿de mi abuela? - , y ha dicho que si no quieres que te deje de hablar para el resto de su vida, tendrás que aceptarlo.

Ambos estallamos en una carcajada conjunta. Mi abuela y sus ideas... Aunque suene a broma, sé que es capaz de no hablarme nunca más, así es ella. 

- En ese caso... Por cuatro días no pasará nada, ¿no?

- Claro que no tonta... Ven aquí anda.

Me da un beso que hace que después de tanto tiempo, parezca que estoy segura, que estoy bien. Alguien me quiere, o eso es lo que parece. No sé si lo merezco, pero es lo que me gustaría. Necesito estabilizar mi vida y parece que este puede ser el primer paso para hacerlo.

A la mañana siguiente, estamos de camino al aeropuerto. El avión sale a las 12:00 y aún quedan tres horas para embarcar. Pero siempre es mejor pronto que tarde, por si acaso. Pero antes, nos hemos pasado por el hospital para ver a mi abuela, que al vernos juntos y ser la primera persona en saber que hemos arreglado esta historia de locos que tenemos, se ha alegrado como nadie lo haría. Y por supuesto, la he dado las gracias, los dos se las hemos dado, claro. Sé que si ella no hubiese intervenido, ahora mismo no estaríamos a punto de irnos de viaje y yo no tendría la alegría que tengo dentro de mi cuerpo. No me hace mucha gracia dejarla sola cuatro días, pero su médico y ella, me han afirmado que estará bien. Y yo misma sé, que necesito despejarme un poco con estas mini-vacaciones improvistas.

El móvil empieza a vibrarme dentro del bolsillo de mi vaquero. Al ver que es Mario, rechazo la llamada automáticamente. Insiste dos veces más, pero mi respuesta sigue siendo colgarle.

- ¿Estás nerviosa? - Ángel interrumpe mis pensamientos.

Asiento con la cabeza y le doy un rápido beso en la mejilla, acompañado de una pequeña risita mientras termina de estacionar el coche el parking de la terminal 1 del aeropuerto.

Nos bajamos y saca la maleta que hemos decidido compartir, del maletero, mientras yo llevo los billetes.

- Quedan algo más de dos horas, pero será mejor que pasemos ya. Así evitamos las colas que hay más tarde.

- Me parece bien. 

Le doy la mano y empiezo a andar dando saltitos. Seguramente las personas que pasan a mi alrededor piensen que estoy completamente loca, pero no me importa. Estoy contenta. Muy, muy contenta.

De nuevo, algo en mi bolsillo vibra. 

Miro la pantalla del móvil y cuelgo otra vez.

- ¿Quién es?

- Nadie. - Le contesto tajante y seguimos andando, aunque sé que se ha quedado extrañado por mi respuesta.

Y otra vez vuelve a vibrar. Lo saco de mi pantalón una vez más y voy a colgar la llamada. Pero me armo de valor y la cojo.

- ¡¡No me cuelgues!! ¡Escúchame por una vez en tu vida! ¡Tengo algo importante que decirte! - grita Mario al otro lado de la línea. Por la forma en que Ángel me mira, sé que sabe exactamente quien es el que insiste tanto con las llamadas.

Escuchar su voz hace que sienta una pequeña punzada de dolor en el corazón. No debería importarme y no quiero que me importe más. Así que sé exactamente lo que tengo que contestarle.

- Que te den imbécil.

Cuelgo inmediatamente después de insultarle y apago el móvil al instante. Así no me molestará más. 

La duda que se me ha quedado sobre qué tendrá que decirme ronda mi cabeza. Pero me sacudo un poco e intento que desaparezca. No voy a pensar más en él. Mario se acabó.

Miro a Ángel y le noto nervioso.

- Has... Has... Has hecho bien... Cariño. - Tartamudea.

No entiendo el motivo de sus nervios, es algo que me extraña muchísimo. Pero escuchar que me diga "cariño", me gusta tanto, que me olvido de ello y me centro en que nos vamos a Roma. 

Y a pesar de que cuando me lo dijo no me entusiasmaba la idea, en este momento, estoy nerviosa, ansiosa, contenta y entusiasmada por ir con él de viaje.

Esta será nuestra pequeña escapada de la realidad. No durará mucho, pero lo suficiente para ayudarnos a evadirnos un poco de todo e intentar poner parches a lo nuestro, arreglando nuestras grandes diferencias.





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¡Mil perdones por el retraso!

Espero que o guste este capítulo, donde no todo es tan bonito como parece que es, o va a ser. Pero el porqué lo entenderéis más adelante, os queda un poquito para descubrirlo.

¡Muchísimas gracias por el apoyo y por leerme en cada capítulo! 


                                                                  SCPink.


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