EPILOGO

- ¿¡Qué?! - Contesto casi gritando después de que los golpes en la puerta hayan interrumpido mi sueño.

No soporto madrugar. Bueno, en realidad no soporto que me despierten con esos golpes que se meten en mi cabeza como si fuesen tornillos.

- Abi, son las diez y cuarto... ¡A las diez llegaba el repartidor y dijiste que te encargabas tú esta semana!

Miro el reloj y mientras lo hago, recuerdo que debería haber sonado mi despertador a las siete y media de la mañana, y no lo ha hecho. Efectivamente, son las diez y cuarto pasadas y debería estar ya en el  Lowell reponiendo el almacén.

Mierda.

Me visto corriendo y en menos de dos minutos he salido de mi habitación.

- ¡Lo siento, lo siento, lo siento! Juro que el despertador no ha sonado.

Marco me mira enarcando una ceja con cara de pocos amigos y los brazos cruzados. Al momento, suelta una carcajada a la vez que deja los brazos caer y su expresión cambia. 

¿Por qué demonios se ríe?

- ¿Me cuentas el chiste? - Pregunto un tanto descolocada y molesta por su burla.

Me mira y continúa riendo cada vez más fuerte apenas pudiendo mediar palabra, cosa que me molesta más de la cuenta.

- Abi... - Empieza a decir cuando ha conseguido parar un poco.

- ¿Qué?

- ¿Qué día es hoy?

- Miércoles. - Afirmo completamente segura. - ¿Por qué?

- ¿Qué día de la semana viene el repartidor?

- Jueves. - Digo con total inocencia antes de darme cuenta de que me ha tomado el pelo sólo para reírse de mi. 

- Eres de lo que no hay. - Me dice volviendo a reír.

Instintivamente, alargo la mano y le doy un golpe indoloro en el brazo como muestra de mi enfado, pero su risa me contagia y no puedo evitar reírme de mí misma yo también.

- Vale, esta ha sido buena, he de reconocerlo.

- Ha sido buenísima.

- Bueno, - digo cuando nuestras risas cesan por fin - iré de todas formas. Me apetece un buen café recién hecho. ¿Quieres venir?

- No, prefiero ir más tarde, tengo que terminar unos papeles.

- Como quieras.

- ¿Te veo luego? 

- ¡Allí te espero, amigo!

Y salgo por la puerta de buen humor en dirección al Lowell.

La verdad que el venirme a vivir aquí con Marco fue la mejor de las ideas. La confianza que tenemos y la ayuda mutua que nos aportamos, es justo el punto de estabilidad que a mi vida le faltaba. 

Me encanta esto, la verdad. Y es cierto que al principio casi llegué a arrepentirme. No es fácil empezar una nueva vida y mucho menos en un pueblo desconocido en otra parte del mundo. Pero aquí no tengo las mismas preocupaciones, ni los mismos problemas rutinarios. Aquí todo es diferente, y por supuesto, que ya después de tanto tiempo, no me arrepiento de haber venido aquí con el que es mi mejor amigo.

Abro la puerta del Lowell e inspiro su rico y buen olor, es una mezcla de café y hierbabuena que me apasiona.

- Buenos días, ¿qué tal va la mañana? - pregunto a Monic cuando me acerco al mostrador.

- Bastante bien jefa, tranquilos, pero haciendo caja. - Contesta levantando el pulgar y con una sonrisa de forma positiva. - ¿Café con un chorrito de caramelo y dos azucarillos? 

- Sí, por favor. 

Dejo que me prepare tranquila el café y me siento en uno de los sofás verde pistacho. Suelto las cosas encima de la pequeña mesita que tengo en frente y cojo el periódico de hoy. Porque me encanta desayunar y leer el periódico cada mañana.

- Aquí lo tienes. - Dice Monic soltando el café en la mesa. - ¿Quieres algo de comer, Abi?

- ¿Que tartas hay hoy?

- Chocolate, zanahoria y pistacho. Recién hechas de esta mañana.

- Mmmm... Zanahoria.

Asiente con la cabeza y se retira.

Cojo mi café calentito y me lo acerco a la nariz para inhalar su riquísimo aroma. Amo este café. Doy un sorbo y lo mantengo agarrado con las dos manos para volver a beber.

La campanita que avisa de que la puerta se ha abierto suena y alguien entra.

Una cara conocida y, que hace siglos no veía se aproxima a mí, aquí, en mi local, mientras me bebo mi café. 

Algo que no me esperaba hoy y posiblemente nunca. 

La taza se me resbala de entre los dedos y cae contra el suelo haciéndose mil pedazos y sobresaltando a todos los presentes de la sala. 

Hay sorpresas que es mejor no tenerlas.





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