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Me mordí el labio de pura desesperación. Aunque supe detenerme antes de hacerme daño. ¿Acaso nadie quería a alguien con una lesión en un puesto de trabajo en toda la ciudad? No encontraba nada que estuviera más cerca de cincuenta kilómetros, y me estaba enfureciendo. Me había hecho a la idea de que mi vida iba a ser más complicada ahora, pero nunca me imaginé cuánto.

Terminé de comerme mi arroz mientras seguía con mi búsqueda por internet, y me tumbé un poco en mi silla para bajar la tensión que me provocaba la situación. Parecía que iba a ser una tarea más difícil de lo que esperaba. Pero era demasiado testarudo para rendirme sin luchar, así que no iba a ceder tan fácilmente.

Cerré mi ordenador y lo guardé. Luego recogí mis platos, y me preparé para devolverlos a los encargados del comedor sin que cayera nada al suelo, incluido yo. Con muletas y una sola pierna estable no era fácil, nada fácil. Pero pedir ayuda no era mi fuerte, siempre me había complicado la vida haciendo las cosas por mí mismo, supongo que por eso siempre había sido una persona muy independiente.

Pero eso ya no me era una opción.

-¡Cuidado! - gritó un chico después de darme un ligero empujón.

Por suerte nada frágil tocó el suelo, solo mis muletas. Yo mantuve los platos en mis brazos y ese chico tiró de mí casi al instante.

-Lo siento muchísimo - se disculpó una vez tras otra - Por favor, deja que te ayude.

No me dio tiempo a contestar, él ya me había entregado mis muletas de nuevo y me había quitado los platos de las manos para ir a entregarlos en mi lugar. Y entristecí de nuevo.

-Gracias - le susurré.

-No es nada, fue mi culpa, lo siento mucho - se despidió y volvió con sus amigos - Hasta pronto.

Yo también me despedí, y salí del comedor del gran edificio universitario.
Sabía mantener la calma a pesar de todas mis complicaciones actuales, pero esas pequeñas situaciones que parecen amables, a mí me derrumbaban por dentro. No había nada de malo en recibir ayuda, pero a mí me hacía ver lo dependiente que era en esos instantes, me recordaban que no era capaz de hacer acciones tan sencillas por mí mismo. Y eso era como una tortura constante.

Sin embargo, no había tiempo para ponerme triste, tenía una tarea más importante de la que encargarme. Encontrar un maldito trabajo.

Así que sin prisa pero sin pausa, salí de la universidad y me fui a casa. Tuve que tomar el metro y luego caminar un par de manzanas, pero en veinte minutos ya me encontraba cruzando la puerta de madera de roble. Pero el lugar estaba vacío. Era extraño, Njord siempre se quejaba de la comida de la universidad y por eso se marchaba a casa para comer. ¿Dónde se encontraba entonces?

Le resté importancia al instante. Njord era un adulto y sabía cuidarse de sí mismo, estaba seguro de que no tardaría en regresar.

Me disponía a seguir con la búsqueda que había pausado hacía menos de una hora, cuando escuché un sonido similar al de un xilófono que venía de mi habitación, así que fui a ver lo que había de distinto en mi teléfono móvil. Un mensaje de April.

-Buenos días, ¿cómo te encuentras?

Esas simples palabras me llegaron al alma.

-Hola. Regular, pero no te preocupes.

-¿Seguro? ¿Qué ha sucedido?

-Nada, solo tengo pequeños momentos
depresivos, en serio estoy bien.

-¿Necesitas hablarlo?

-No, tranquila. Además debes tener trabajo.

-Tú mismo, pero no hagas como si los problemas no existieran, solo hará empeorar las cosas.
Sabes que estoy aquí, puedes hablar conmigo si lo necesitas.

-Te lo prometo. Gracias por todo.

-¡Nos vemos pronto!

Aunque no lo pareciera, ver que alguien se preocupaba en serio por mí era muy gratificante. Hacía apenas unos días que conocía a esa chica, pero me había demostrado que realmente la gente se preocupaba. Pocas personas habían hecho eso por mí.

A la vez, sus palabras me hicieron reflexionar. No debía ignorar mis problemas, ellos estaban ahí los mirara a la cara o no, no iban a marcharse solo por apartarlos de mis pensamientos.
Quizás lo que debía hacer era tragarme mi orgullo y decir la verdad.

Y qué mejor momento para hacerlo que cuando Njord abrió la puerta y entró en su casa. Caminó hasta entrar a mi habitación, y me saludó con su sonrisa de siempre. Aunque se dio cuenta en seguida de que algo rondaba por mi cabeza.

-¿Todo en orden? - me miró confuso - ¿Ha ido bien el día?

-Sí, todo bien - le respondí.

-¿Entonces por qué no lo parece? - se sentó a mi lado, en la cama.

-Puede que haya algo que tenga que confesarte.

-Laurel...

Respiré hondo. Ya había ido demasiado lejos para dar vuelta atrás, y él merecía saber la verdad.

-Puede que no haya sido sincero del todo contigo.

-Dilo ya, no me hagas esto - se quejó.

-En realidad no me adaptaron el trabajo, sino que me echaron - solté de una sin respirar - Desde entonces he estado buscando como un loco, pero por el momento no he tenido suerte - no osé mirarle.

-... - suspiró.

No quería ver su cara de decepción, no quería ver cómo se tragaba el hecho de que le hubiera mentido.

-¿Por qué no me lo contaste?

-Te vi tan contento con el ascenso que te dieron, que yo... Bueno, no tuve las agallas para tumbarte la sonrisa de golpe - hablé de la forma más sincera que pude - De verdad lo siento.

-...

-Pero todo te estaba yendo tan bien, y a mí todo tan mal que no me atreví, no fui capaz de hacerte ver que todo era más complicado de lo que pensabas.

Cerré los ojos. Tenía la tentación de mirarle, pero no me atreví, odiaba verle sin sus comisuras de sus labios elevadas.
«Vete, por favor, no me obligues a disculparme de nuevo» pensé, apretando con fuerza los párpados.

Pero no recibí ni una sola palabra que me hiciera sentir mal. Solamente un abrazo de mi amigo, de un verdadero amigo.

-Tendrías que habérmelo contado - habló con dulzura - Pero lo comprendo. En serio.

-Pero...

-También voy a ayudarte con eso - me obligó a mirarle, y me sonrió - Pero no vuelvas a ocultarme las cosas.

«Lo siento tanto Njord. Eres todo lo que tengo, pero a veces deseo que nunca nos hubiéramos conocido, porqué así no tendrías que cargar tú con mis problemas» «Perdóname».

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