• 001 •
8 años después.
Un joven castaño se encontraba saltando por los techos de las viejas viviendas de Lightwood, siendo precavido de no caer por la poca estabilidad de los hogares.
El reino entero había decaído en los últimos años.
Las pocas personas que quedaban pasaban hambre, sobreviviendo a base de robos y buscando salir lo más pronto posible de aquel pueblo fantasma.
El barco al exterior era caro, por decir poco. Los pasajes cada día aumentaban más.
Los lugares habían sido saqueados en su mayoría, mientras los otros eran resguardados por tablas o varias cerraduras.
Pero nada de eso le importaba a Jack, ese había sido su hogar toda la vida.
Su madre era una cocinera del palacio que se esforzaba día y noche para salir adelante, mientras que Jack ayudaba en lo más posible.
¿Su padre? Quién sabe, escapó cuando tuvo la oportunidad.
Después del asesinato de la familia real, Jackson logró escapar junto a su madre al pueblo. Se ocultaron, viendo cómo el lugar entero decaía en cuestión de meses.
Emmalie Overland murió en un invierno de 1920, dos años después de la masacre.
Desde ese momento, Jack se valió por sí mismo.
En aquel lugar debías sobrevivir, no importaba cómo.
Conoció a Norte, un viejo cascarrabias a quien le hacía burla por ser 15 años mayor que él.
Hiccup, un necio e inteligente joven que ideaba estrategias de robo espléndidas.
Y Mérida, la fastidiosa. Ella junto a Jack llevaban a cabo los planes, pues su belleza era clave esencial para los movimientos.
Habían creado una extraña familia, pero Jack no tardó en encariñarse profundamente con ellos.
Desde que su madre murió, ellos eran todo lo que tenía.
Sus pasos casi tropezaban por los recuerdos, logrando esquivar una chimenea de piedra vieja y aterrizar en un balcón con algunas cobijas llenas de polvo.
Sacudió la nieve de su abrigo, apartando las cortinas que cubrían el interior, y entrando para ver a su equipo en una cómoda sala.
El lugar era viejo, incluso inestable, pero lo habían decorado con cosas que encontraron por ahí.
— Frost, ¿dónde estabas?
— Dando un paseo. — Jack corrió a la mesa, tomando una manzana y dándole una mordida.
— Hay que hacer el siguiente movimiento. — Norte le regaño. — ¡Deja eso! Estamos en pleno invierno, queda poca comida.
— Pff, llevamos meses con este plan. — Jack alardeó, dejándose caer contra un sofá. — ¿Y Hic?
— Lluvia de ideas. — Dijo Mer, viendo hacia una habitación continua.
— Ah.
Jack termino la mitad de la manzana, arrojando el resto a su amigo castaño. Quien se quejó y salió de la habitación, viendo con reproche a Jack.
— ¿Qué?
— ¿Cómo va el plan, cerebrito? — Jack alzó una ceja.
— Genial. — Comento con sarcasmo Hic. — Solo debemos encontrar una chica exactamente igual a la princesa perdida, que finja ser ella. Llevarla a Dohrem con su abuela, quien nos dará la recompensa y ya está.
— Uff, ¿así de fácil? — Mer alzó una ceja.
— Hay unas cuantas fallas en tú-
— ¡Lo sé, Jack! No soy un genio cuando tengo hambre. — Se quejó Hiccup, arrojando la libreta que tenía hacia la pared. — Hemos entrevistado como a 15 chicas y ninguna tiene su esencia. O eso dices tú.
— ¿Quién trabajó con la familia real desde los 4? — Jack le reto. — La veía pocas veces, pero hasta yo sé que la princesa Rapunzel no parecía un... saco de papas desnutrido.
Mérida rodó los ojos, arrugando la nariz y levantándose del sofá.
— Bien, mañana nos toca a Norte y a mí ver a las nuevas chicas. Si encontramos una con esa "esencia", te llamaremos para que la apruebes.
Jackson sonrió, estirando los brazos para atrapar a la pelirroja y empezar a jugar a las luchitas con ella.
Mérida no tardó en responder, entre risas, mientras que intentaba quitarse al castaño de encima.
— Venga, Hic.
— Oh no, vienes sudado. —Murmuró con asco.
— ¡Vamos!
Mérida jaló de Hiccup, mientras que lo aplastaba junto a Jack, y el ojiverde se quejaba por lo pesado que estaban.
Norte negó con la cabeza, mientras sonreía al verlos. A sus ojos aún eran esos niños que encontró un día, y aunque era mayor, disfrutaba pasarla con ellos y viendo qué ocurrencias tenían.
Dejo que se divirtieran un poco, caminando hacia el balcón y viendo el paisaje nevado que cubría el reino entero.
— ¿Pero qué demo-? ¡Chicos!
Los tres menores dejaron de pelear, corriendo entre empujones para llegar al balcón y abrir los labios al ver de que se trataba.
Eran varios carruajes jalados por caballos, mientras varios niños de diferentes edades bajaban para adentrarse en un edificio que presuntamente estaba abandonado.
— ¿Un orfanato? — Mérida entrecerró sus ojos. — Es la peor idea del mundo, literalmente este reino es horrible para tener niños.
— Supongo que los movieron de lugar. — Hiccup murmuró.
— No, no. ¡Vean eso de allá!
Todos voltearon hacia donde apuntaba con su dedo, hasta que vieron de que se trataba y abrieron los labios con asombro.
— Es...
— Idéntica. — Completo Jack.
Bajando de un carruaje, una joven de largo cabello rubio se encontraba ayudando al resto de los niños.
Sus ropas eran prendas marrones, posiblemente usadas por varias personas antes que ella. Mostraba una genuina sonrisa a todos los que ayudaba, y sus ojos verdes brillaban sorprendentemente.
— ¡Es como un milagro del cielo!
Norte sonrió extasiado, tomando a Hiccup de las manos y empezando a bailar con él en todas direcciones.
Mérida no evitó reír por la escena, además de estar emocionada porque podrían llevar a cabo su plan.
— ¡Debemos hablar con ella! — Jack se apartó del balcón para correr dentro de la habitación.
— ¡Jack! — Mérida fue detrás suyo, seguida por los otros dos. — ¿Qué le dirás? Ayúdanos con un plan para que yo y mis tres amigos callejeros ganemos mucho dinero, a cambio solo deberás hacerte pasar por la princesa real y fingir unos... Toda la vida.
— Si lo dices así, suena mal. —Murmuró Jack.
— Jack, Mer tiene razón. — Hiccup se acercó con su amigo. — Hay que ser precisos. No la asustemos.
— Iremos el sábado, ya estará instalada y seguramente saldrá del orfanato.
• ✧ •
La rubia no dejaba de ver el paisaje nevado por el que pasaban, escuchando cómo los caballos relinchaban ante el esfuerzo de llevarlos varias horas.
Habían viajado desde el exterior del reino, la punta más alejada de Lightwood, donde el hogar que alguna vez fue suyo cayó ante el fuego.
La Madre Superiora dijo que debían irse, y Razel, aunque ya era mayor de edad, se quedó para ayudarle a transferir a los niños.
— Zel, ¿qué ves? — Una pequeña a su lado jaló su manga.
— El paisaje. — Ella sonrió con calidez. — ¿No te parece fascinante y emocionante la idea de un nuevo hogar?
— ¿Qué significa fascinante?
— Oh, es... Hermoso, increíble, algo de no creer.
— ¡Entonces si es fascinante! — La niña saltó de la emoción en su lugar.
Razel rió por aquello, viendo como empezaban a llegar al siguiente pueblo y notando el deterioro de las casas.
Sabía que no podían conseguir algo lujoso, no tenían mucho dinero y la opción más factible era mudarse donde no pidieran algo a cambio.
Una casa abandonada.
Los carruajes se fueron deteniendo uno por uno, y la rubia bajo del suyo para ayudarle a los demás niños y dejarlos correr dentro de su nuevo hogar.
— Razel, eres un ángel. — La madre superiora se acercó a ella con una sonrisa. — Tal vez podrías ver el pueblo.
— ¿Por qué lo dice, Madre Superiora?
— Aquí nos dijo que te encontró aquella mujer, la que te llevó al orfanato cuando tenías 10 años. — La monja vio a su alrededor. — Cerca del bosque, junto a las cercanías del castillo.
Los ojos de la rubia brillaron al imaginarlo, saber de dónde venía.
Y aunque quisiera ocultar su emoción, ella asintió con una enorme sonrisa y sostuvo las manos de la mujer con dulzura.
— ¡Muchas gracias!
— Dime si descubres algo, has sido una bendición todos estos años. Sería fabuloso saber que encontrarás a tu familia.
Razel asintió, abrigándose mejor, para alejarse de los carruajes hacia el centro del pueblo.
El lugar tenía su encanto, aunque ciertas personas no pudieran verlo.
Pero debía acostumbrarse, sería su hogar los próximos años.
Aunque pudiera irse del orfanato, prefería quedarse para ayudar a las monjas.
¿A dónde iba? Ni siquiera lo sabía. La poca gente del lugar parecía no saber nada, estaba perdida.
— Disculpe.
Razel corrió con una mujer mayor, a quien se le habían caído sus manzanas.
No dudo en ayudarle, rejuntando todas y dejándolas sobre una canasta de mimbre ya vieja.
— Gracias, niña.
— Perdone la molestia, ¿sabrá dónde guardan los registros de los niños del reino?
— Uy. — La mujer volteó a los lados. — Antes lo hacían en el palacio, pero desde que la familia real murió, los registran con el sheriff.
Razel se apartó de ella, agradeciendo y dirigiéndose a la dirección que la anciana le había anotado en un papel.
— Después de la muerte... En todo caso, mi registro estaría en el palacio. — Dijo para sí misma.
No dejó de caminar, viendo a los lados y abrigándose lo mejor posible.
La gente era desconfiada, y veían en su dirección con temor a que fuese a robarles algo.
Suspiró un instante, caminando más rápido al ver que empezaba a oscurecer.
En cuestión de minutos, llegó a las cercanías del palacio; estaba totalmente abandonado. La madera cubría cada puerta y ventana, el techo parecía caerse y no había entradas.
— ¿Por dónde...?
Volteó al escuchar un ladrido, encontrando un cachorro negro que le veía con una pelota en la boca.
— Hola, tú. — Ella ladeó la cabeza, sonriendo. — ¿Sabes por dónde entrar?
El perro soltó la pelota, y Razel la sostuvo en sus manos para ver al animal correr a una esquina del palacio.
No dudo en seguirlo, llegando a un hueco de madera por el que entro con algo de dificultad.
Una vez dentro, estornudo por todo el polvo y vio a su alrededor asombrada.
Un ladrido la sacó de su trance, y la rubia arrojó la pelota para que el cachorro fuera por ella. Pues, al parecer, eso buscaba.
— ¿Cómo encontraré los archivos?
Caminó por aquel pasillo, siguiendo al cachorro que tropezaba con sus largas orejas y viendo cada rincón.
— No parece un palacio... — Murmuró, pasando la mano sobre el mural más cercano. — Pero a la vez sí.
Escuchó un estruendo afuera, junto a los gruñidos del cachorro.
No dudo en ir por el perro, tomándolo en brazos y corriendo por el enorme pasillo lo más rápido posible.
¿A dónde iba? No había indicaciones, ni señalamientos.
El perro ladró una vez más, y Razel volteó al final del pasillo para correr hacia la derecha.
Minutos después, se encontraba agotada y con la respiración acelerada.
Bajo al cachorro, quien corrió hacia unas escaleras y las bajo entre tropiezos.
Razel caminaba lentamente, viendo cómo ante ella se extendía una sala del trono enorme y majestuosa.
No había tronos, tampoco decoraciones. Pero era preciosa.
— Pss, perrito.
Volteó detrás suyo, ya no había pasos.
Así que se acercó a una pintura de la pared, acariciando un extremo de este y viendo que se trataba de un retrato. La familia real de Lightwood.
— El rey Frederick y la reina Arianna. Sus hijos Cenicienta, Aurora, Kristoff, Bella y Rapunzel. — Leyó la inscripción dorada. — La familia real de Lightwood.
Un ladrido le hizo voltear, encontrándose con el cachorro que parecía patinar por el suelo de madera.
— ¿Qué haces ahí?
Ella sonrió, bajando unas grandes escaleras para encontrarse con el cachorro y sujetarlo en brazos.
— Esto da miedo, creo que volveré después.
— ¡Papá!
Alzó la mirada al momento de escuchar algo; era como una voz lejana que le llamaba.
Pero no había nada.
¿Estaba alucinando?
Parpadeó un par de veces, mientras el cachorro le veía con duda y volteaba al lugar donde veia ella.
Volteó un instante hacia el enorme ventanal cubierto por madera, sintiendo su cabeza doler por el esfuerzo de recordar.
Siempre era así, por eso dejó de forzar los recuerdos.
— ¡Oye!
Esta vez sí fue una voz real.
Volteó encontrándose con un grupo de personas, y sin dudarlo empezó a correr lo más rápido posible al otro extremo del salón.
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