|~XI~|

Ceres se irguió al instante, mientras sentía como su espalda se iba recuperando.

—¿No creéis que ya habéis tenido suficiente? —cuestionó con firmeza, toda cuanto había podido sacar después de tanto dolor como había recibido.

—Esto no es por mí, sino por tus crímenes.

—Claro que es por vos, solo sentís rencor por haberos traicionado —replicó.

—Parece que sigues sin comprender que has traicionado al rey; al equilibrio.

—¡No sabía lo que hacía! ¡Creí hacer en lo correcto!

De un veloz movimiento, la mano de Luzbell se aferró al cuello de la muchacha, haciendo presión en ella.

—Se acabaron los juegos, Ceres. Es hora de que hables. ¿Quién te ha enviado al infierno?

Mientras sentía la amenaza de sus garras envolver su cuello, recordó la última vez que vio a Elías; sus ojos verdes repletos de preocupación, sus palabras confusas, el peligro que lo acechaba... ¿Qué había pasado con él? Un nudo en la garganta se formó al darse cuenta de que no había reparado en su ángel guardián ni un segundo desde que llegó allí, únicamente estuvo sintiendo la confusión ante la magnitud del infierno.

—Elías —respondió cuando regresó del trance y fue consciente de la presión que estaba haciendo en su cuello.

—Claro... Quien si no... El entrometido del hermanito falso. ¿Y puedes explicarme por qué?

—Lo último que me dijo era que no debían encontrarme.

Luzbell arrugó la frente, confuso.

—¿Quiénes? ¿Nosotros?

Pero Ceres estaba cada vez más confusa. Seguía sin entender qué quería decirle Elías con aquello, antes de empujarla por aquella puerta. Tampoco comprendía como era que conectó directamente con el infierno, por mucho que él le hubiera explicado. Ni siquiera sabía por qué en el infierno sus poderes no funcionaban correctamente.

—No lo sé.

El semblante de Luzbell terminó de desencajarse de la rabia, liberando con brusquedad el cuello de la joven. Después se acercó a una silla donde había colgado un vestido y se lo lanzó.

—Póntelo —ordenó sin mirarla.

Ella se sintió extrañada, pero obedeció. La tela no se pegó en su espalda magullada ni le generó ningún tipo de molestia en ella, señal de que el ungüento de Rebeca había dado sus frutos. Era otra prenda cargada de transparencias. Apenas daba lugar a la imaginación, caía sobre sus pechos con la suavidad de la seda, acentuaba las curvas de su cuerpo.

El rey juntó sus palmas e hizo un movimiento seco en el aire. Una línea roja se dibujó allí miso y a continuación se dilató como si de una puerta se tratara, mostrando una zona dentro de otro espacio.

—¿Qué es eso? —Quiso saber Ceres.

—Un atajo —respondió ásperamente—. Sígueme.

Cruzaron el portal y se encontraron en una amplia habitación cuyas cortinas eran carmesí y las paredes burdeos, cuyo suelo brillaba con la misma claridad que el agua, aunque de un tono oscuro y mortecino. Sin embargo, la gama cromática y su impecabilidad no eran lo que había llamado la atención de Ceres, sino el mobiliario que allí había; garrotes, estacas y arneses estaban dispuestos por el lugar y, en el centro, colgaba una enorme jaula plateada.

Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la muchacha al ver tan temibles herramientas. Acababa de ser humillada en público. ¿Acaso eso no era suficiente? Entendía su rencor por su traición, entendía que la odiara, pero jamás entendería esa naturaleza retorcida de Luzbell que lo llevaba a querer infringir dolor siempre.

—¿Qué vais a hacerme? ¿Torturas medievales acaso? Dejadme adivinar... Vais a introducirme en la dama de hierro y a clavar por todo mi cuerpo sus aguijones hasta que muera desangrada, ¿verdad?

Aquella ocurrencia le resultó al diablo algo añorante, recordó a cuanta gente había torturado de aquella manera y de formas incontables, pues allí no había muerte, ya estaban muertos, solo sufrimiento. Sin embargo, no era eso lo que tenía pensado y que ella lo creyera, por alguna razón, le generó tanta gracia que acabó riendo.

—Estás viva, tu cuerpo mortal está en este lugar. Si hago eso te mataría y, aunque adoraría hacerlo, no sería suficiente.

Su afirmación dolió más que la muerte que había imaginado.

Cuando Luzbell habló de 'tortura', no era la que ella imaginaba, no era una física como los latigazos, sino algo que se inclinaba más a lo psicológico. Se aproximó a unas cadenas que colgaban del techo de manera diagonal y que terminaban con unos grilletes de cuero.

—Ven —ordenó.

Le costó dar un paso, pero finalmente lo hizo. El demonio la posicionó en el centro y le puso los grilletes en las muñecas, en las rodillas y en los tobillos. Después de asegurarse de la sujeción, tiró de donde la unión de las cadenas tras ella y los pies de Ceres comenzaron a ascender poco a poco hasta quedar suspendidos en el aire, pies y rodillas a la misma altura, algo por encima de su cabeza, como si estuviera tumbada con las piernas alzadas en un ángulo recto.

Luzbell, que acostumbraba a mantener ocultas sus alas, las desplegó para arrancar una pluma de su extremo, luego volvió a plegarlas y a introducirlas bajo su piel. Se acercó a Ceres, que lo miraba con recelo, y situó la pluma en su boca. Después, con un mero movimiento de sus dedos, hizo que el vestido de la muchacha se convirtiera en ceniza después de que una llamarada la envolviera por un instante tan fugaz que ni sintió el calor.

De nuevo, estaba desnuda. Creía estar empezando a acostumbrarse a eso.

Volvió a agarrar la pluma y comenzó a pasearla son delicadeza por el cuerpo ella. Recorrió sus costillas, sus piernas por el lateral hasta llegar a los tobillos, volvió a ascender por el centro, pasando por sus rodillas, por sus caderas y su abdomen. Se recreó en sus senos y en la punta de sus pezones que se encontraban erectos a causa del tacto de la pluma. No era desagradable para nada. De hecho, era lo contrario, lo que fue motivo suficiente para que Ceres se sintiera intrigada.

La pluma, que había recorrido cada rincón de su torso y brazos, acabó dirigiéndose hasta su vientre, donde comenzó a hacer movimientos circulares. A veces bajaba hacia su intimidad, pero cuando sentía que estaba a punto de acariciar su zona sensible, lo apartaba. Repitió esa acción varias veces hasta que por fin la paseó por su vulva, aunque evitando su clítoris.

Mientras la pluma paseaba, su piel se mantenía erizada, sus pezones duros como piedras y sus extremidades en tensión; tenía los puños cerrados y haciendo presión. Cada vez que parecía que iba a tocar ese botón, se equivocaba. Comenzaba a desesperarse, su cuerpo quería más. Estaba excitada.

El tiempo parecía haberse dilatado. Él no dejaba de jugar con la pluma, sus pechos e intimidad. Ella apretaba los labios y meneaba las caderas inconscientemente. Comenzaba a ser insoportable. Sus manos y tobillos se notaban pesados, pero era una sensación nimia comparada con la humedad de su entrepierna.

Entonces, la pluma al fin acarició su zona sensible y nada más sentirla, un gemido escapó de su boca. Lamentablemente, fue solo un instante, porque volvió a apartarla. Se posicionó a la altura de su cabeza y de nuevo colocó la pluma en su boca.

—Sujétala con los dientes, no puedes soltarla.

Hizo lo encomendado, pues su mente comenzaba a enturbiarse ante la excitación. Después, tapó su vista con una cinta. Ahora simplemente podía sentir el tacto y escuchar los sonidos a su alrededor, pues hablar tampoco podía.

El demonio acarició su vulva de nuevo, esta vez con sus dedos, y una vez más evitando rozar el clítoris, que latía ardiente de deseo.

—La lujuria es mi pecado favorito, pues puede resultar agonizante como placentero.

Golpeó con el índice ese punto y ella arqueó la espalda al instante. Una sonrisa se dibujó en el semblante de él. Le gustaba verla así, retorciéndose libidinosamente, ansiosa porque cesara ese deseo al que nunca le ponía fin.

—Los latigazos están bien, son un castigo clásico aquí, —hablaba más cerca de su rostro—, pero sinceramente para ti me imaginaba algo más como esto. —Dio una palmada en su vulva y ella volvió a reprimir un gemido y a arquearse. —Mírate, tan pura y tan casta cuando te conocí y ahora agonizando para que calme tus instintos... El día que te poseí no solo tomé tu virginidad, sino también tu moral.

En ese instante, sintió como introducía un dedo en ella y su cuerpo volvía a tensarse. Lo sacó rápidamente. Ceres comenzaba a sentir mareo, no creía poder seguir manteniendo su cuerpo en aquella sensación de libido constante. Tan solo quería que aliviara su deseo.

Quería suplicarle que entrara en ella como se debía, pero no podía hablar.

Por su parte, Luzbell llevaba sintiendo placer al verla así desde que comenzó ese juego, sin embargo, al introducir el dedo comenzó también a notar una leve energía. Debía ser ese poder de Ceres albergaba y que estaba convencido de haber descubierto de qué se trataba.

Miró entonces su torso vendado. Ese maldito daño que le provocó ha estado dándole guerra y haciéndole ver como un débil. Sabía que especulaban de su estado físico en las altas esferas de Pandemónium y que incluso se hablaba de poner a Astaroth al mando mientras él continuara así. Y, aunque fueran buenos amigos, no iba a permitirlo.

Así que Luzbell, sintiéndose abatido por la herida y arrastrado por la erección que Ceres le provocaba, decidió hacer algo que no había planeado para aquella vez. Sujetó su miembro y lo dispuso en la entrada de ella. Sintió como su punta era rodeada por la calidez y la humedad de su interior, que parecía gritarle por más y, entonces, de una estocada penetró en ella.

Cuando la joven sintió su cuerpo lleno y como el calor que llevaba un rato sintiendo se magnificó, no pudo evitar abrir la boca y liberar un gemido placentero al cual le sucedieron muchos otros.

—Te dije que no podías soltarla.

—Perdonadme.

Él hizo un movimiento hacia atrás con la cadera y volvió a penetrarla con rudeza, sus gemidos resonando por toda la estancia.

—Perdonadme qué —dijo él.

—Perdonadme, majestad.

La sonrisa de Luzbell se ensanchó.

Sentía como el poder de Ceres se le contagiaba desde el instante en que entró en su interior y conforme más bombeaba, más lo notaba, lo cual era llamativo, porque creía haberlos bloqueado con esa gema que colocó en su correa. Era como si con el sexo sus poderes escaparan hacia él.

Cuanta más energía drenaba, con más rudeza la embestía. Ella no dejaba de jadear y retorcerse de placer allí colgada, prisionera de esas cadenas.

Luzbell comenzaba a enloquecer con tanto poder canalizando por sus venas. Dejó de sentir el dolor en su herida, pues podía moverse a su antojo sin que eso le dejara indispuesto luego. Se sentía tan bien y tan eufórico que comenzó a estimular el clítoris de Ceres con su pulgar y, al instante, ella comenzó a chillar frenéticamente envuelta por el éxtasis que le estaba haciendo experimentar. El cual creyó que jamás sentiría desde la última vez que lo hicieron.

Llegó al clímax antes de darse cuenta y, al hacerlo, contagió a Luzbell para que él también llegara, que retrocedió tratando de evitarlo, pero fue tarde.

El cuerpo de Ceres se relajó por completo y él la observaba jadeante. Se llevó la mano a la herida y no sintió dolor. Entonces, se desprendió de la venda y comprobó como esa herida abierta y ennegrecida ya no estaba allí, solo quedaba un arañazo.

En aquel momento sintió alivio. Sintió que retomaría el control de su reino como debía. Entonces observó a Ceres de nuevo, que continuaba con las extremidades relajadas.

—Oye.

No hubo respuesta.

Se acercó a ella, le quitó la venda y comprobó que estaba inconsciente.

—¿Otra vez? —Se preguntó.

Bajó las cadenas y liberó sus piernas. Después lo hizo con sus muñecas y tuvo que aguantar el peso muerto de ella caer sobre él.

—Eh, despierta. —Nada—. Despierta.

Le dio palmadas en la cara hasta que abrió los ojos ahogando un grito.

La joven comenzó a toser sin cesar, se dejó caer de rodillas en el suelo mientras sentía como un dolor le recorría todo el cuerpo. Algo le abrasaba. Sangre brotaba en un hilo de su boca mientras continuaba tosiendo, sangre que comenzó a ennegrecerse conforme más salía.

Y después, volvió a perder el conocimiento. 

¿PODEMOS APODAR YA A CERES LA DESMAYITOS? O sea he perdido ya la cuenta de las veces que se ha desmayado esta chica, es que no puede ser. ¡¡Ya está bien de desmayarte Ceres!! 

Bueno, dicho esto... ¿Qué tal? ¿Os ha gustado? Espero que sí, que sé que sois unas pecadoras jiji 

Quería un desenlace distinto, pues viene una sorpresa en los acontecimientos, pero he decidido reservarme para el próximo capítulo. 

Como siempre, QUIERO TEORÍAS. 

Y ahora voy a hacerme una pizza para cenar que tengo mucha hambre. 

Os quieroooooo <3

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