|~VII~|

Aquella sala era muy diferente a lo que había podido ver de aquel palacio. No había tonos oscuros, sino colores pastel; blancas paredes, remates dorados, sabanas de seda y divanes esmeralda. Era una estética que más al gusto de la joven, aunque en aquel momento no podía fijarse en ella como debería, pues su vista solo podía admirar a la persona que se encontraba frente a ella.

Era como un espejismo. Ceres no creía que fuera posible tener a Rebeca delante, en el infierno. Y para su sorpresa, no lucía como ella había imaginado después de contemplarla en aquella visión; no había moratones, ni heridas ni nada similar, al contrario: estaba preciosa. Tenía el cabello perfectamente recogido, ningún mechón escapaba de ese moño por el cual tirabuzones caían por su nuca. Su cuerpo lo cubría un vestido negro cuyo escote era cuadrado y su falda abombada con los extremos repletos de volantes.

A Ceres le costó procesar quien estaba frente a ella, pero cuando lo hizo, una sensación de felicidad invadió su cuerpo por encima de cualquier otra cosa.

—¡Rebeca!

Corrió a ella para abrazarla y lo hizo, pero ella no le devolvió el gesto.

—¿Estás bien? —preguntó al apartarse, luego recordó donde se hallaban—. ¿Y cómo has acabado aquí?

El rostro serio de su amiga no ayudaba a pensar otra cosa.

—¿Acabado dónde? En el infierno o en la alcoba de las concubinas.

La hostilidad se palpaba en su voz y eso no hacía más que confundir a la joven.

—¿Qué sucede?

—Estoy bien —respondió esbozando una sonrisa vacía—. De hecho, estoy mejor que nunca. Fui salvada y traída aquí.

—¿Salvada?

La confusión era cada vez mayor.

—Sí, por él. Por el rey.

—Os ha obligado a ser su concubina, no es algo bueno.

Rebeca soltó una repentina risa que le heló la sangre.

—No he sido obligada a nada. Es más, no soy su concubina. Simplemente estaba aquí porque sabía que os traerían a este lugar.

La rubia frunció el ceño, confusa por lo que estaba diciendo Rebeca y por el hecho de que se refiriera a ella con esa cortesía.

—Un demonio me ha dicho que hay más de una concubina y...

—La hubo, sí, pero no era yo. Esa concubina ya no está, ha dejado palacio. Ahora estáis vos en su lugar. —La mirada oscura de Rebeca se volvió ácida—. Pensaría que sois afortunada, pero sé que mi señor os castigará por todo el mal que habéis causado.

Sus palabras terminaron de aturdirla.

—¿Qué? ¿De qué hablas, Rebe? ¿Y por qué te diriges a mí así?

Extendió su mano para apoyarla en el hombro de la joven, pero ésta le dio un manotazo.

—¡No me pongáis un dedo encima! —Arrugó la frente—. ¿Cómo os atrevéis a preguntarme? Me abandonasteis a mi suerte mientras jugabais a los enamorados con él. Os olvidasteis de mí; ni siquiera me buscasteis.

—Rebeca, eso es mentira, yo...

En aquel momento, Luzbell irrumpió en la estancia. A juzgar la expresión que puso cuando la vio, parecía sorprendido de que Rebeca se encontrara allí.

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió mirando a la morena.

Por un instante Rebeca puso cara de circunstancias, pero pronto volvió a adoptar un semblante sereno y con la cabeza bien alta pasó por el lado de Luzbell sin responder.

Una vez se quedaron solos el rey y su concubina, éste cerró la puerta y con un vistazo rápido, observó el atuendo que se había puesto la chica.

—Veo que has aceptado tu papel sola.

Un azote de furia recorrió el cuerpo de la muchacha.

—¿Qué mentiras le habéis dicho a mi amiga?

—¿Amiga? Ella ya no es tu amiga. Y no le he dicho ninguna mentira, solo que habías estado mucho más ocupada por otros asuntos que por preocuparte de ella.

—¡Eso es mentira!

Él dio un paso hacia la chica.

—¿Mentira? ¿Acaso es mentira que solo pensabas en recuperar a tu querido Elías? ¿Acaso es mentira que apenas cruzó por tu pequeña mente la idea de cómo estaría ella?

Ceres apretó la mandíbula.

—Sois un manipulador.

—Bravo, estúpida, estás ante el diablo. —En aquel momento, Luzbell terminó de acercarse a ella tan rápido como un parpadeo y con una mano agarró su mandíbula, forzándola a mirarle a los ojos—. Escúchame bien, vas a servirme; no tienes opción. Cuando yo te mande venir, lo harás, cuando te diga que comas, comerás y cuando te ordene que me complazcas, me complacerás. ¿Lo has entendido?

El rostro de Luzbell estaba tan cerca de ella que podía ver sus orbes carmesíes amenazantes y como se asomaban sus colmillos cada vez que abría la boca. Algo en ella se revolvió, pero lo contuvo.

—No os voy a complacer de ninguna manera —declaró desafiándole con la mirada.

—Tranquila, eso lo harás para saciar tu propia lujuria —respondió esbozando una sonrisa torcida.

—¿Y si me niego a hacer nada de lo que habéis dicho?

—Entonces pueden pasar dos cosas: o te mato o busco en tu amiga ese placer que quiero que me des tú.

Cuando lo miraba tan de cerca y su olor a elegancia y muerte se filtraba en sus fosas nasales, creía sentir esas ganas que sentía por él en el pasado. Era como si su cuerpo y su mente entraran en duelo. Y no quería caer de ninguna de las maneras, mucho menos tan fácil, así que decidió ir por otros derroteros para tratar de no pensar en aquel semblante atractivo.

—¿Y por qué no me matáis ya? —dijo desafiante—. Antes parecíais tener muchas ganas.

—Porque la muerte es demasiado rápida y, —mientras continuaba sujetando su mentón con una mano, con el dedo índice de la otra acarició su cuello con sutileza y comenzó a bajar por el centro de éste—, aunque nada me apetece más que ver como se apaga la luz de tus ojos y sentir como la vida abandona tu cuerpo —continuó deslizando hasta detenerse en el centro de su pecho—, esperaré hasta que haya sentido que ya no te quede ni un ápice de esperanza.

Ceres estaba tan furiosa que colocó su mano sobre la muñeca de Luzbell, buscando quemarle la piel, pero fue un gesto en vano. Él no sentía más que su mero tacto.

—No os voy a dar esa satisfacción.

Él se zafó de su agarre y liberó así la cara de la chica.

—¿Intentas hacerme daño? —De sus labios escapó una sonrisa de superioridad—. Adelante, inténtalo.

La muchacha se sentía tan ninguneada que solo quería que él tragara sus palabras. Había estado entrenando mucho en Caelum; había aprendido tanto que por eso se frustraba de un modo angustioso cuando no conseguía producir en él el más mero rasguño. Era como si su poder nunca hubiera estado ahí.

—Maldición —dijo.

Como respuesta, Luzbell soltó una carcajada.

—Tus poderes están anulados.

Era una rapsodia. Era absurdo que pudieran bloquear su poder o, al menos, lo era según todo lo que le habían contado sobre ella misma.

—Eso no es posible.

—Claro que lo es. —Señaló su cuello—. Mientras lleves esa gargantilla, no eres más que una mera humana, como siempre debiste ser.

Llevó sus manos al cuello, para intentar quitársela, buscando un cierre, algún enganche, pero no había nada. Entonces, probó tirando de él, tratando de forzar la tela. Tampoco hubo manera.

—Nadie salvo yo puede quitártelo.

Recordó las palabras del demonio que se había cruzado por los pasadizos.

—¿Esto es lo que le hacéis a todas vuestras concubinas?

—No, el tuyo es mucho más especial: es la prueba de que me perteneces y me seguirás perteneciendo hasta que me canse de ti.

Las ácidas palabras que le dedicaba iban poco a poco perforando su pecho. Ella intentaba que no le afectaran, pero no dejaba de recibir su odio constante.

De nuevo, recordó a Rebeca y la mirada distante que le había dedicado.

O puedo buscar en tu amiga el place que busco en ti.

—¿Qué le habéis hecho a Rebeca?

—No le he hecho nada que ella no quisiera hacer. Está aquí por su propia voluntad.

—Si no os obedezco, ¿le haréis daño?

—Eso solo depende de ti. Ahora dime: ¿Me vas a obedecer?

Ceres estaba sola en el infierno. Elías la envió allí por alguna razón y solo le dijo una cosa antes de empujarla allí: debía sobrevivir. Para colmo, se encontró con la amiga a la amiga con la que tanto ansiaba reencontrarse y lo único que recibió fue su antipatía.

—Lo haré.

—Genial. Empecemos con algo sencillo. —La espalda de la chica se tensó—. ¿Qué hicisteis con ignis?

Tragó saliva y apartó la mirada.

—Se la di a Gabriel.

—¿A Gabriel?

—Sí.

—¿El arcángel?

Seguía sin atreverse a mirarle.

—Sí.

—¿Por qué lo hiciste?

Tenía una buena razón para hacerlo, era cierto, pero ni siquiera lo hizo antes que él. Continuaba con la vista en un punto cualquiera de la sala menos en el diablo.

—Para salvar a Rebeca. —El volumen de su voz era bajo.

La paciencia de Luzbell, que hasta entonces había luchado por mantener al frente, comenzaba a desvanecerse.

—¡Mírame cuando te hablo! —bramó con furia y, al hacerlo, todo alrededor de ellos comenzó a temblar como si se tratara de un terremoto y el fuego de los candelabros estalló en llamaradas que se alzaron hasta lo alto.

Su vista al fin se posó en el rey, cuya bravura se manifestaba en cómo iban aumentando las cornamentas de su cabeza y en cómo el precioso plumaje azabache de sus alas se dejaba ver cuando las desplegaba después de haberlas mantenido ocultas hasta el momento.

—Lo siento.

Aquella disculpa escapó de su boca, palabras que él ignoró.

—No creo nada de lo que sale de tu miserable boca —espetó con desprecio—. Las leyes divinas se rigen de una manera muy simple: si has obrado mal, acabas aquí. Y tú has obrado mal; muy mal.

—Luzbell me arrepiento de...

Su mirada bajó hasta el abdomen vendado del demonio. Fue a estirar la mano hacia aquella zona, sin embargo, al percatarse, él la ocultó con una de sus alas.

—Ni se te ocurra —dijo en un tono amenazante.

—Estáis herido por mi culpa y lo siento, realmente eso fue un error.

Había perdido la cuenta de cuantas veces había tratado de explicárselo, de hacerle ver que sus intenciones nunca fueron herirle, pero era en vano. Él no la iba a escuchar después de todo, después de que sus encantos hubieran servido para traicionarle. No iba a volver a caer en esos trucos.

En aquel momento, Luzbell esbozó una sonrisa cargada de cinismo.

—Te equivocas, todo fue un error.

Se dio la vuelta, dispuesto a abandonar la sala. No obstante, antes se detuvo para decir algo más.

—Mañana serás juzgada por el robo de ignis, una de las reliquias más importantes de todo Inferno. Es un crimen grave, Ceres. Ya no se trata del puñal, se trata de un crimen de estado; de un crimen que atenta contra el equilibrio.

Ella fue a decir algo, tenía muchas preguntas, pero él casi pareció evaporarse del lugar.

—¡Espera! —Aun había muchas cosas que quería decirle y que el orgullo no le permitía. Corrió hacia la puerta y trato de girar el pomo, pero estaba bloqueado—. ¡Luzbell!

Toda respuesta que obtuvo fue la del silencio.

Llegó cansado a sus aposentos. No podía seguir haciendo esos esfuerzos, estaba más débil de lo que le gustaría admitir. Miró en dirección a la ventana y allí estaba ella, mirando a las lunas que surcaban el cielo escarlata.

—¿Qué hacéis aquí? —cuestionó dejándose caer sobre la cama.

—Aun no me creo que esté aquí... —susurró todavía mirando a través del cristal.

—¿Os preocupa?

Rebeca aguardó unos segundos antes de girarse y aproximarse a él.

—No. Quien me preocupa sois vos, mi rey.

Él dejó escapar una exhalación de hastío.

—Os he dicho que estoy bien.

Ella tomó asiento a un lado de la cama.

—Llevo viendo esa herida casi desde el día en que os la hizo. Nunca mejora.

—El infierno no es precisamente un lugar donde la gente viene a sanar.

—Eso no es verdad del todo.

Se quedó observando aquellos ojos negros que no pestañeaban apenas; aquellos orbes cargados de valor. Un valor que le inspiraba a ella.

—¿No me teméis?

Negó con la cabeza.

—¿Por qué iba a hacerlo?

Él soltó una leve risa.

—Soy el diablo.

—Sois el diablo, pero no el mal. Yo ya conocí el mal. —Posó su mano sobre la de Luzbell—. Y el mal no era más otro mortal. Él sí que era un monstruo, a él sí le temía. Por más demonio que seáis, vos me salvasteis.

—No fue algo por caridad, ya lo sabéis.

—Lo sé. Por esos he jurado lealtad. Mi lealtad eterna —movió con sus manos la de Luzbell y la posó sobre su pecho— y también mi devoción.

Los labios de él se curvaron hacia un lado.

—¿Queréis terminar lo que dejamos a medias?

—Todo es por vos.

—Siento que soy un rey del infierno que está perdiendo facultades.

—Tranquilo, majestad, yo me ocuparé de todo. 

Estoy nerviosa por este capítulo. Realmente creo que estoy nerviosa por todos. También porque la vida laboral me empieza a hacer estragos. Ojalá pudiera multiplicarme, parar el tiempo o algo. Los superhéroes no saben la suerte que tienen. 

En fin, espero que hayáis disfrutado de este capítulo. Yo extrañaba ya escribir esta historia, es que me lo paso tan bien y desconecto tanto. Ojalá nunca se pierda este sentimiento. 

Dejadme todas vuestras opiniones, pero si son negativas que sean con vaselina ;)

Un abrazo grande a mis pecadoras!

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