|~VI~|

Observaba como el diablo le daba la espalda y se alejaba del lugar, aunque antes de marcharse le dedicó una mirada al elegante demonio que le había traído allí.

—Lleváosla a una de nuestras celdas para presos. —Se dirigió a su siervo y luego, posó la vista en el que había traído a la joven hasta allí.—. Y Avaritia, dejad de divertíos a mi costa.

—Disculpadme, majestad.

Pese a que le dolía todo el cuerpo, ella sacó unas últimas fuerzas para reclamarlo.

—Luzbell, por favor, escúchame, yo...

Sus palabras quedaron en el aire y no fue capaz de terminar la oración, pues finalmente su cuerpo terminó de resentirse ante todo ese cansancio.


Un olor que le recordaba al incienso que prendían las monjas cuando rezaban en Saint Christine, hizo que abriera los ojos con suma lentitud. Estaba acurrucada en una cama y tapada por unas suaves sabanas, su cara daba al lado de la pared y una ventana, así que fue a voltearse para mirar donde estaba, pero se detuvo al escuchar voces.

—¿Quién es ella en realidad? —Era la voz de Avaritia.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Luzbell.

Ambos estaban a unos metros de ella.

—Bueno, nunca antes os había visto tan iracundo por la presencia de una humana y, teniendo en cuenta que tengo ojos, he visto como sus manos os quemaban, por lo que deduzco que realmente no se trata de una humana.

Luzbell esbozó una sonrisa.

—Ella es... —se quedó mirando la espalda de Ceres, acurrucada en la cama— un misterio.

—Y vos también. ¿Qué pensáis hacer con ella?

El diablo se quedó pensativo mientras rememoraba toda aquella ira que le hacía sentir.

—Quiero que sufra. —Su voz no tiembla ni un segundo al hablar—. Quiero corromperla hasta que no quede nada de ella.

Ceres apretó los puños y trató de no moverse un ápice. Todo ese rencor que albergaba Luzbell hacia ella le escocía, aunque bien sabía que lo merecía por muy buenas razones que tuviera.

El otro rio.

—Cuando queréis sois terrible.

—No me gané el trono siendo amable. —La suspicacia en su mirada se acentuó—. Además, ¿qué hacíais con ella?

—Pues estaba tranquilamente en mi hogar cuando todo un bullicio me alteró —dijo agitando la mano con altanería—. Necesitaba saber qué pasaba así que me desplacé rápidamente hasta el foco y me encontré con ella y una manada de volks deseando devorarla. —Arrugó la frente—. Demasiado ímpetu el de unos volks por una humana. Evidentemente eso llamó mi atención, al igual que lo hizo el modo en que se dirigió a vos... Luzbell.

La sonrisa que dibujó el aludido en esta ocasión tenía cierta amargura en sus adentros.

—Ella fue quien me hizo esto.

Señaló su abdomen vendado.

Avaritia enarcó una ceja y acarició su mentón con el pulgar.

—Un dato muy interesante.

—Puedo confiaros este secreto a vos y al resto de los siete, pero espero discreción por vuestra arte.

—La tendréis, majestad. ¿No pensáis decírselo a Astaroth? En Pandemónium las noticias vuelan, quizá ya está enterado de que hay una humana en el palacio real.

—De momento prefiero omitir ese detalle.

—Como gustéis.

—Vayamos a recibir al resto de los siete.

—¿Vais a dejarla aquí?

—Tranquilo, Avaritia; la trasladaremos a una celda cuando recupere la conciencia —declaró cerrando tras de sí.

Ceres, que había estado escuchando con atención toda la conversación mientras permanecía allí inmóvil, aguardó hasta escuchar la puerta cerrarse y unos pasos alejarse. En ese momento, se irguió a toda velocidad. Su cuerpo reaccionó con punzadas de dolor a aquel movimiento y pronto se dio cuenta de que estaba completamente desnuda. Sus rodillas estaban vendadas, al igual que su muñeca y brazo.

En un acto reflejo cubrió sus pechos con las manos, como si alguien estuviera allí admirando su desnudez. Observó la estancia donde se encontraba; techos altos, paredes color vino, cortinas carmesíes... En aquel momento reparó en una jarra de agua que había sobre una mesita al lado de la cama y un plato con algo que parecía comida.

Dudó por un momento. Quizá era una trampa. Era probable que el rey hubiera ordenado asesinarla mediante envenenamiento.

El rugido de su estómago le hizo olvidar aquellos pensamientos. Si no moría envenenada, moriría de hambre, así que prefería arriesgarse a comer. Por lo que allí se encontraba, desnuda sobre la cama y bebiendo a tragos grandes el agua.

Cuando se hubo saciado, se apresuró en correr hacia el armario en busca de ropa. La que ella portaba de Caelum no se encontraba allí. Recordó cuando Luzbell puso a su disposición todo un juego de vestidos en aquella mansión donde estuvieron viviendo por un corto periodo de tiempo y desazón se colocó en su boca. En el momento en que abrió ese armario, sintió una enorme vergüenza apoderarse de ella. Todas las ropas que allí había no eran más que atuendos cargados de falta de decoro. Eran prendas que no había visto nunca.

Agarró la que parecía que cubriría más su cuerpo. Antes de ponérsela, buscó por los cajones de los muebles alguna prenda que sirviera de ropa interior. Tampoco había nada. Ni medias, calcetas, bragas, fajas... nada. Su rostro comenzó a irradiar calor. ¿Cómo se suponía que iba a vestir aquello sin nada debajo?

Sin embargo, viendo que no tenía otra opción y necesitaba escapar de aquel lugar, decidió seguir hacia delante con lo que tenía. Así pues, su cuerpo estaba cubierto por una fina tela negra que caía hasta sus rodillas; como un sencillo vestido más corto de lo normal cuyas mangas eran largas y anchas y caían hasta sus muñecas, aunque con sus hombros al descubierto. Aquel tejido dejaba entrever las curvas de su cuerpo.

Se miró en un espejo ovalado que había en la habitación. Aquel tejido dejaba entrever las curvas de su cuerpo de forma insinuante. Querría no tener que vestirlo, pero las otras prendas eran todavía más indecorosas. Fue entonces, mientras se contemplaba, que apreció una gargantilla que había en su cuello; era de encaje y en su centro había una especie de perla de color negro. Trató de quitársela, pero no podía.

Abrió con cautela la puerta no sin antes detenerse a agudizar su oído, en busca de alguna presencia que estuviera merodeando por aquella zona. Una vez el silencio hubo marcado el paso, decidió salir cautelosa. El ambiente en aquel pasadizo era tenue, pues la única luz que recibía era la de unos candelabros de pared, donde había colgadas viejas pinturas de paisajes idílicos. Se detuvo frente a una que le recordó a la cascada de Caelum; solo de verla podía notar su agradable brisa golpeando su rostro.

Un crujido en algún lugar de palacio la obligó a acelerar su paso por aquella ruta imprecisa que ella misma había establecido. Tras escuchar la conversación que habían tenido Luzbell y Avaritia en aquellos aposentos, su instinto le decía que debía salir de allí. Era cierto que dudó al matarla, que no pudo hacerlo, pero escucharle hablar con ese deseo de cómo iba a torturarla lo cambiaba todo.

«Quiero corromperla...»

Por alguna razón que desconocía, todo su cuerpo se erizó al recordar aquellas palabras. Sin olvidar lo que dijo de que iba a hacerla su esclava. Todo era una locura. Ni siquiera comprendía por qué Elías, de entre todos los lugares donde podría haberla enviado, tuvo que enviarla hasta el infierno. Hasta Luzbell.

Caminaba ansiosa por aquel pasillo que parecía no tener fin cuando encontró unas escaleras que conducían hacia abajo. Frunció el ceño confusa. No estaba convencida de a qué altura estaba, no se asomó por la ventana para comprobarlo pues en aquellos momentos era lo que menos le preocupaba. No perdió más el tiempo y se apresuró a bajar.

Con cada movimiento que hacía al andar, notaba el aire filtrándose por debajo de su falda, recordándole la ausencia de prendas en esa zona.

Tras bajar las escaleras, volvió a encontrarse una bifurcación de caminos. De nuevo, tuvo que decidir al azar. Comenzaba a desesperarse y no quería admitir que se había perdido. Además, los daños de su cuerpo continuaban lastimándola y por más que tratara en concentrarse en sanar, no era capaz de hacerlo.

Fue en uno de esos momentos de desesperación en el que se encontraba totalmente perdida, que al girar una esquina chocó de bruces contra algo. Al separarse, lo primero que vio fue una camisa perfectamente abotonada. Tragó saliva temiendo que se tratara de Luzbell. Para su fortuna, no se trataba de él.

Ante ella se encontraba un rostro hermoso de rasgos rudos; tenía la mandíbula y el mentón pronunciados, unos labios carnosos y una nariz completamente recta. Su tez era morena, bastante más que la de Luzbell, contrastando así con el color gris claro de sus iris enmarcados en un ojos grandes y rasgados. Cayendo hasta sus hombros una melena blanco platino por entre la cual se asomaban sus puntiagudas orejas. Bajo su ropa elegante se podía apreciar un cuerpo musculoso.

Ceres se quedó paralizada por unos segundos sin saber ni qué hacer ni qué decir, pero fue él quien rompió el silencio, no sin antes hacer un barrido con su mirada por cada rincón de su cuerpo.

—¿Qué hacéis por aquí? Las concubinas tienen prohibido salir de su zona.

La boca de la joven se entreabrió del disgusto.

—¿Cómo os atrevéis? Yo no soy concubina de nadie.

El individuo enarcó una ceja.

—Lleváis ropaje de concubina y el collar que prueba que lo sois —dijo señalando la gargantilla.

Ceres tomó aire.

—Pues os equivocáis.

Trató de quitarse nuevamente el collar, pero no había forma de hacerlo y lo único que consiguió fue que el demonio con el que había topado se carcajeara de ella.

—Nadie salvo vuestro amo puede quitároslo.

—¿Cómo que amo? No soy un objeto —respondió enfadada.

El demonio inclinó su cuerpo para poner su rostro frente al de Ceres.

—Tenéis mucho genio para ser tan poca cosa —comentó—. Escuchadme bien, estáis en el infierno y aquí se acatan las normas de nuestro rey. ¿No queréis ser concubina? Enhorabuena. Aquí estáis para ser castigados. —Delineó media sonrisa pérfida—. Os aseguro que tenéis suerte de que vuestro castigo sea únicamente ese.

—Os equivocáis.

—Algo habréis hecho para estar aquí.

Ceres, que llevaba sintiéndose confusa desde que Elías la despertó en la madrugada para transportarla al infierno sin explicaciones, dejándola sola y perdida en una tierra hostil, comenzaba a sentir la frustración en sus carnes. Es por esa razón que se dejó llevar por un impulso y le dio una bofetada a aquel demonio de aspecto relativamente joven. Le dio tan fuerte que logró girarle la cara.

Él le dedicó una mirada gélida.

—Habéis cometido un error...

Ella retrocedió un paso hacia atrás.

—Perdón, me he dejado llevar —se excusó de forma torpe.

—Habéis cometido un error —repitió— porque me ponen las mujeres con carácter.

Agarró el mentón de la joven y le obligó a mirarle fijamente. Por alguna razón, Ceres sintió como su corazón palpitaba aceleradamente, expectante, ante la belleza de ese ser que había frente a ella.

Acercó sus labios a los de la chica y dio un suave mordisco en la parte inferior que logró que sus piernas temblaran.

—Hacía tiempo que Luzbell no tenía más de una concubina. Suele ser bastante caprichoso con ellas —comentó él con su boca a una distancia nimia de la suya—. Aunque entiendo que también se haya encaprichado con vos.

La joven permanecía ensimismada viendo aquel rostro tan perfecto. Era tan bello como lo era Luzbell y su más liviano contacto era como un hechizo que caía sobre ella. Sin embargo, recordó al diablo de nuevo y se recordó que no podía permitirse perder el tiempo se aquella manera.

—So-soltadme —trastabilló.

—¿Por qué? Se me ocurren muchas cosas mejores que podemos hacer.

Necesitaba encontrar un modo de escapar, más aún teniendo en cuenta que sus poderes estaban debilitados.

—Si el rey se entera de que habéis estado tratando de seducir a su concubina, podría enfurecerse.

Él agudizó su sonrisa.

—Tenéis razón —dijo agarrando a Ceres y subiéndola hasta su hombro—. Os llevaré a donde debéis estar.

—¿Qué hacéis? ¡¡Bajadme!! —ordenó, pero la ignoró.

Él estuvo caminando por unos pasadizos hasta que llegaron a una puerta que había sido bañada en algo parecido a la plata. Entraron y la dejó allí.

—Nos veremos pronto —afirmó guiñándole un ojo.

—Espero que nunca —replicó molesta.

Cuando él hubo cerrado, trató de abrir la puerta pero no era capaz.

—No podrás abrirla —dijo una voz familiar.

Ceres se giró lentamente y allí la vio, con un elegante vestido negro cargado de volantes y una gargantilla similar a la suya.

Rebeca.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

¿Qué tal? ¿Os está gustando el rumbo de la historia? Yo estoy muy emocionada con esto, la verdad. Tengo grandes planes para Ceres, para Luzbell, Rebeca y el morenazo de pelo blanco que ha aparecido en este capítulo. 

Ya sabéis que admito todas las teorías que queráis. Estaré encantadísima de leerlas todas. 

Un beso grande!

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