|~III~|
No sabía cuánto tiempo llevaba andando. Había despertado en mitad de un claro de aspecto mustio. No había nada cerca, estaba en un lugar desolador. Fue en dirección a las lunas creyendo que de un momento a otro encontraría a alguien –o algo-. Empezaba a sentirse cansada y la sed la acechaba, al menos el paisaje había dejado de estar vacío para ser conformado con un montón de árboles gigantescos, la mayoría de ellos sin una sola hoja en sus ramas.
«¿Dónde estoy? ¿Por qué todo tiene aspecto a muerte?»
Tomó asiento en el suelo y apoyó su espalda en uno de los troncos. No había tenido apenas un momento para pensar en nada de los recientes sucesos. Elías de repente le decía que no estaba a salvo, ¿pero qué sentido tenía eso? Justo después de su iniciación, sin duda debía ser una broma.
Comenzó a pensar en si le habría pasado algo. No era capaz de asumir la posibilidad de perderlo de nuevo, era todo lo que tenía. Sabiendo lo meticulosos que eran en Caelum con las normas, no les debió haber sentado nada bien el arbitrario movimiento del ángel.
—Qué bien os huele el pelo.
Una voz al lado de ella la sobresaltó e hizo que se pusiera en pie de un salto. Miró a todas partes, no había nadie.
—¿Hola? —preguntó, esperando que hubiera sido su imaginación.
—Estoy aquí abajo.
Deslizó la vista al suelo. Nada.
—¿Dónde?
—En el tronco.
Se agachó entrecerrando los ojos para enfocar mejor. Sobre la corteza solo había una oruga color turquesa con manchas naranjas.
—Oh, no. Estoy empezando a enloquecer —dijo para sí misma.
—No, no estáis enloqueciendo. Os hablo yo. —Alzó la mitad de su alargado cuerpo—. Perece que os habéis perdido.
Ceres se volvió a dejar caer en el suelo.
—No lo puedo creer, esto es imposible.
—Nada es imposible aquí.
—¿Dónde estoy?
—¿Dónde piensas que estás?
Volvió a echar un vistazo al cielo, ese hermoso cielo rojo. En el fondo sabía dónde estaba, pero no quería reconocerlo porque hacerlo sería como asumir que en algún momento moriría.
—En el infierno.
—¡¡Correcto!!
—¿Cómo es que podéis hablar?
Le resultaba extraño tratar con formalismos a un gusano.
—No somos seres de la tierra, niña.
Necesitaba pedir ayuda, aunque supiera lo absurdo que sonaba buscar ayuda en un lugar como aquel. La sed cada vez se hacía más patente en ella, su saliva empezaba a parecer arena y el hambre comenzaba a aparecer. Ignoraba cuantos días sería capaz de resistir así.
—¿Sabéis dónde puedo encontrar a gente? ¿Dónde puedo pedir ayuda?
—El caudal del río os guiará hasta Pandemónium. Seguidlo. A las puertas de la capital habrá bastantes guardias. Deberéis ofrecerles algo a cambio para que os dejen pasar y llevad cuidado, no son muy agradables con los humanos.
Comenzó a escupir seda por la boca y poco a poco se iba envolviendo en ella.
—¿Qué les ofrezco?
—Algo.
Su respuesta no la ayudó.
—¿Y dónde está el río?
—Usa tus oídos y lleva cuidado, Inferno está lleno de bestias.
Tras decir aquello último, se ocultó por completo en su seda, quedando la forma de un capullo.
Se quedó un rato allí quieta, pensando en lo que había dicho.
Usa tus oídos.
Cerró los ojos y se concentró en oír algo, lo que fuera. Creía estar desencaminada en su suposición cuando entonces escuchó algo parecido a agua correr. Su corazón dio un brinco de la emoción, había funcionado. La oruga tenía razón. Ahora solo tenía que concentrarse en detectar de donde venía ese sonido.
Siguió sus sentidos hasta llegar al fin a la orilla de un río, donde se arrodilló sedienta. Le impactó ver que el agua tenía un leve tono rojizo, pero no lo pensó y hundió sus manos en ella, estaba congelada. Dio un trago de su puño y después una bocanada de aire.
No pasaron ni tres segundos cuando notó un dolor en la boca del estómago. Una punzada que le hizo retorcerse de dolor. El calor se aglomeró en su garganta y pronto estaba vomitando lo que acababa de beber. No obstante, estaba mucho más rojo que antes. Tanto que impactaba.
Se llevó los dedos a la comisura de su labio que se había manchado y limpió la humedad con ellos para luego observarla. Era sangre.
Sintió un pequeño mareo que casi le hace desfallecer, pero aguantó con la conciencia activa varios minutos tumbada en ese césped de aspecto fúnebre.
—Vamos, Ceres —se dijo, poniéndose en pie, aun con dolor en la barriga, sed y cansancio—. Si no te mueves sí será tu fin.
Se forzó a proseguir su camino, siguiendo el caudal del río. Después de horas que le resultaron eternas, comenzó a divisar luces a la lejanía y, conforme más se aproximaba, más tomaba forma de ser una ciudad. Entre las casas, sobresalían torreones y en lo alto de una de las montañas de alrededor se alzaba un enorme castillo.
Todo Pandemónium estaba rodeada de una muralla de piedra y a lo alto, cuchillas se aseguraban de que ningún incauto tratara de entrar por donde no se deben.
Cuando hubo llegado a una de las entradas, dos guardias la flanqueaban. Su tono de piel era oscuro y sus ojos de un color anaranjado. Ambos eran hombres, o lo parecían, y tenían el cabello largo recogido en una cinta trasera. Eran altos y corpulentos.
Antes de poder dar un paso hacia la entrada, sus armas la estaban apuntando a la yugular.
—Quieta —ordenó uno de ellos.
Por supuesto, ella se detuvo de golpe.
—¿A qué habéis venido? —Quiso saber el otro.
Era una buena pregunta. De momento, ella solo sabía que necesitaba un vaso de agua, comer y descansar y tampoco sabía a donde debía acudir una vez estuviera dentro de la ciudad. Sus ojos se desviaron entonces a la montaña y a la arquitectura gótica que descansaba en ella. Sabía que corría un gran riesgo, pero era su única opción. Al menos en aquellos momentos.
—He venido para hablar con vuestro rey.
Ambos se miraron y soltaron una sonora carcajada.
—¿Acaso pensáis que podéis acceder a palacio, así como así?
Lo cierto era que no lo pensaba.
—¿Para qué queréis ver a nuestro Lord?
Y ahora qué respondía.
—No puedo decíroslo. Es un asunto de alto secreto, me envían desde arriba.
Otra risotada.
—No intentéis engañarnos. Sabemos que sois humana, apestáis a kilómetros. Lo raro es que los volkör no os hayan devorado.
—¿Volkör?
Dio un paso hacia ella.
—Algunas de las bestias que habitan nuestro mundo. O simplemente los volk podrían haberos devorado viva. —Su voz denotaba que estaba jugando con ella.
—Necesito entrar —insistió.
—Está bien. Os dejaremos pasar, pero para entrar deberéis dar una ofrenda. ¿Qué tenéis para el gran reinado del pecado?
Tragó saliva. La oruga se lo advirtió, pero se había olvidado. No tenía nada.
—No tengo nada.
—Entonces no podéis pasar.
—Por favor.
—Las suplicas aquí no valen —reprendió uno alzando la voz—. Si queréis entrar podéis ofrecer vuestra alma a nuestro Lord, vuestro cuerpo, algo de eso o...
Obviamente no iba a hacer ninguna de las propuestas anteriores.
—¿O?
—O demostrar que no sois una mísera humana desesperada por clemencia.
Ceres levantó las cejas, algo escéptica.
—¿Y eso cómo es posible?
—Muy sencillo —apuntó con su lanza el bosque—. Deberéis adentraros en el bosque Peccatum y encontrar a una manada de volks. A su líder deberéis arrancarle un colmillo. Si traéis ese colmillo no solo os dejaremos acceder a Pandemónium ahora y siempre, sino que nosotros mismos os llevaremos a las puertas de palacio.
No sabía lo que eran esas criaturas, no tenía ni idea de cómo las reconocería si las llegara a ver o qué tipo de daño podrían causar y, sin embargo, estaba dispuesta a todo con tal de que le dejaran entrar.
«Elías me ha traído aquí por una razón.»
—Acepto.
Ambos sonrieron satisfechos.
—Excelente, estaremos aquí para cuando regreséis —dijeron manteniendo su sonrisa perversa intacta.
—¿Qué son los volks?
—Lobos.
Justo en aquel momento, un alarido agónico resonó en Pandemónium y una manada de cuervos surcaron los cielos. Ceres tragó saliva, asustada, y fue entonces cuando más gritos hicieron que todo su semblante se sonrojara al darse cuenta.
No eran gritos de sufrimiento sino de placer. Y se escuchaban con demasiada precisión.
Sintiéndose incomoda, se dio la vuelta para acudir al lugar que le habían indicado. Iba a tener que arrancarle un diente al lobo de la manada. Era momento de poner en práctica su entrenamiento.
Solo esperaba ser capaz de lograrlo, pues cada vez se sentía con menos energía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top