XXVI - Marcharse

Andar descalza se había convertido en una técnica ancestral. Mantener el sigilo para no ser descubierta, también. Era tarde en la madrugada, Elías debería estar durmiendo y Luzbell... Lo ignoraba.

¿Acaso dormía?

Le daba igual, había decidido esa misma tarde irrumpir en sus aposentos de nuevo y poco le importaba que estuviera despierto o no. Estaba indignada con él, sabía que era una batalla perdida y que poco conseguiría, pero si algo había aprendido en aquel tiempo desde que escapó de Santa Cecilia era que la voz no la perdería nunca.

Su opinión importaba, por mucho que los hombres trataran de acallarla. Importaba hasta para el mismísimo diablo.

Agarró el pomo con decisión a la par que alzaba la barbilla, dispuesta a enfrentarse a él. No obstante, cuando fue a girarlo notó como algo lo impedía, era una especie de bloqueo.

—Así que ahora echa la llave, ¿eh? —susurró para ella misma.

Insistió en aquel movimiento de muñeca, el cual no estaba resultando efectivo. Bufó, soportando las ganas de dar un puntapié a aquella madera pintada de rojo. Repiqueteó con el nudillo en la puerta y todo lo que obtuvo fue un silencio sepulcral.

Se percató entonces en el pequeño compartimento en la parte baja de la puerta, aquello que servía de entrada para Kiter. Parpadeó incrédula ante su propio pensamiento, arrodillándose en el suelo. Empujó la abertura con la mano, la cual apenas se desplazó.

Rumió llevándose los dedos a la barbilla y meneando los labios como si fuera un conejo. Había cantado victoria demasiado rápido. Se puso en pie y, de nuevo, volvió a probar suerte con el pomo.

Trató incluso de concentrarse en tratar de forzar la puerta con sus poderes, aunque hubieran sido un completo fracaso los intentos de los días anteriores. Así fue también en aquella ocasión.

Sintiéndose derrotada, dio media vuelta, dispuesta a regresar a su habitación, cuando escuchó como un cerrojo se movía al otro lado. Giró su cabeza para comprobar que todo continuaba igual, cuando la entrada se abrió levemente.

Sonrió victoriosa, creyendo ser responsable de aquel gratificante suceso. Se acercó y asomó la cabeza por aquella rendija, la cual impelía con sutileza con la ayuda de su extremidad.

Cuan fue su decepción al ver a Luzbell parado frente a ella.

—¿Puede saberse qué haces? —gruñó molesto.

Se coló dentro de sus aposentos, sin molestarse en cerrar y yendo hasta el centro de éstos.

—Así que su puerta está sellada...

Él enarcó una ceja y empujó la puerta, molesto.

—Así es, ¿crees que soy estúpido?

Puso sus brazos en jarras y alzó la cabeza altiva.

—¿Y usted cree que yo sí lo soy?

—Lo que creo es que me tomas como alguien cuya virtud es la paciencia —sentenció aproximándose a ella—. Si quieres que te folle de nuevo, solo tienes que decírmelo y no venir con tonterías.

Retrocedió cuando estuvo a punto de alcanzarla. Sus palabras habían logrado molestarla todavía más.

—Por supuesto que no he venido para eso. —Aclaró su garganta antes de volver a hablar—. He venido para preguntarle cuando diantres se va a marchar de mi vida. Ya cerramos el pacto, la marca no está. No hay razón para que siga aquí incordiándome.

El diablo sentía como se incendiaba su sangre y cómo las venas de su frente se marcaban ante tal declaración.

—Parece que no comprendes que pactar con el diablo implica perder tu libertad como humana.

Ella nunca había tenido libertad.

—¡No! —Le señaló con el dedo índice—. Sé que fue una trampa para castigarme. ¡Sé que lo hiciste a propósito!

—¿A propósito? —inquirió entre dientes—. Poco importaba si hubiera dejado la puerta abierta o cerrada. Le dije que no podía entrar bajo ningún concepto y que si lo haría sería castigada y sin embargo lo hiciste. En ningún momento la he engañado, fui claro desde el inicio.

Quiso decir algo. Quiso replicar y llevar la razón. No obstante, no tenía nada que decir, pues él estaba en lo cierto. Apretó los labios frustrada. Una vez más, la había vencido. ¿Por qué no lo había pensado mejor? Había vuelto a ser ridiculizada por él y en aquella ocasión, era culpa suya. Y para colmo había sido educado en su modo de hablar.

—Me voy. —Fue todo cuanto pudo decir.

Pasó por su lado, pero Luzbell la agarró con fiereza de la muñeca.

—No os vais a ir a ninguna parte —bramó. Lo había vuelto a enfurecer. ¿Por qué siempre lo hacía?

La agarró de un modo en que le impedía realizar cualquier movimiento. La había bloqueado con su cuerpo tan rápido que no sabía que había sucedido. Intentó entonces desprenderse usando su poder, lo cual fue inútil.

Empezaba a convencerse de que todo aquello era una burda mentira y solo se cuestionaba por qué ella no podía usarlos.

—Suélteme.

La liberó, pero solo duró unos segundos, pues con vehemencia y decisión, la alzó para subirla sobre la mesa.

—¿Deseas que me vaya?

No.

—Sí, quiero que se marche tal y como me prometió.

Luzbell observaba como sus ojos de colores reflejaban inquietud, como podían mostrarse san solemnes y a la vez tan abatidos. Su mirada despertaba en él sensaciones a las que no sabía poner nombre.

Sin darse cuenta, paseó el dorso de su mano por los pómulos de la joven, con suavidad.

—También puedo quedarme y enseñarte más cosas divertidas... —susurró cerca de su oído, erizando su piel.

El diablo era conocido por manipular, por provocar y por hacer caer en la tentación y Ceres sentía que su lengua viperina estaba haciéndolo de nuevo. No le gustaba admitir que su cuerpo reaccionaba solo a las palabras de la bestia.

—¿Usted quiere quedarse?

Las tornas se giraron con esa cuestión.

Él no quería quedarse ni tampoco podía hacerlo, no por mucho tiempo. Su reino le necesitaba, más aún desde que se sabe que alguien intentaba hacerse con las tres Rapsodias. Era algo que debía preocupar a todos los mundos.

Sin embargo, tampoco quería separarse de ella, mucho menos ahora que sabía todo lo que podría hacer a su lado.

—Realmente no puedo, mi reino me necesita.

Por alguna razón, aquella respuesta le resultó punzante.

—¿Entonces se irá de esta casa como si nunca hubiera existido? —preguntó cabizbaja. No deseaba que viera su rostro alterado por sus confusas emociones.

Era lo planeado. Sin embargo, no quería perder la oportunidad de beneficiarse de aquel poder.

—Sí, pero no puedo dejarla sola con esa energía descontrolada fluyendo por su cuerpo.

Él ya no la tocaba, estaba cerca de ella, pero sus manos ya no acariciaban su piel ni sus brazos le envolvían con posesividad. La mera idea de pensar que desaparecería de su vida hizo que sus ojos se humedecieran. No entendía la razón, simplemente no era capaz de imaginarse los días sin la molesta presencia de Luzbell a su alrededor.

Aquello la confundía. Llevaba tiempo reduciéndose a un manojo de nervios cargado de preguntas y sin una sola respuesta. ¿Qué pensaba él de ella? Sabía que la consideraba un mero objeto, una transacción, un beneficio y, aun así, siempre esperaba que fuera algo más. Esperaba que algo humano hubiera dentro de aquel ser y que la tuviera en cuenta de otro modo.

Cuan equivocada estaba.

Aferró sus manos a la camisa del demonio y lo atrajo hasta ella con decisión, aun sin atreverse a posar la vista en sus ojos rojos.

—No se marche... —balbuceó.

—¿Qué?

—No me deje sola.

Alzó su semblante, mostrando unos orbes que danzaban entre colores, ahora resplandecientes por la humedad que se aglomeraba en ellos.

Toda la rabia que pudiera haber sentido Luzbell se esfumó por cada uno de sus poros al verla así.

—No está sola, tiene a su hermano, al fin está con usted de nuevo.

Era cierto, pero sentía a Elías distante desde que regresó.

—No es lo mismo.

Una lágrima escapó de sus esferas para precipitarse al vacío.

—No llore por algo así, no va a estar sola.

Limpió con su índice una de las lágrimas que empezaba a deslizarse por su mejilla, sabiendo que se atenía a quemarse con ella.

—No lloro por eso.

—Entonces por qué.

Tragó saliva.

—Lloro porque le detesto a usted y todo lo que representa.

Luzbell arrugó la frente y luego mostró una sonrisa.

—Muestra de un modo extraño su ira.

—No es extraño, es humano, algo que usted jamás comprenderá por lo que veo. Aunque también me detesto a mí misma porque pese a ser un monstruo, la representación del mal y haberme despojado de mi pureza, logra que dude de mi cordura y mi naturaleza.

Flanqueó el rostro de la joven con sus grandes manos. Era alguien rudo, pero a veces sabía ser delicado.

—¿Acaso no comprende que por más que os tome entre mis sábanas, jamás perderá la pureza? —cuestionó con serenidad—.Ni yo, Lucifer, puedo cambiar eso.

Aquellas palabras cargaron su tenue corazón de esperanza, pese a que dudaba de lo que quería decir.

—Simplemente no desaparezca.

Ni ella comprendía como había pasado de increparle y demandarle que se marchara, a pedirle todo lo contrario.

—Puedo no hacerlo, pero debe saber que jamás podré corresponder su modo de sentir y de ver el mundo —declaró liberando su rostro—. La única emoción que conozco es el odio, el odio puro.

Esperaba que sus palabras le hicieran ver a Ceres lo peligroso que era realmente, pero en su lugar, entrelazó sus brazos al cuello de él y se inclinó para besar su boca con fervor. Aquel gesto provocó en él una sensación extraña, pero no novedosa, pues con ella cada acercamiento era puro ardor y energía.

Aunque en aquella ocasión era algo distinto, sentía como entre las tinieblas de su alma marchita se filtraba un pequeño rayo de luz. No era la primera vez que lo percibía y era algo que no podía permitir.

Ella se separó, con la mirada fija en el rubí de sus ojos, transmitiendo una inconsciente solemnidad que lograba abrumarlo.

—Sé que dijiste que no sería cuidadoso ni gentil, pero sí lo fue. No me importaría arriesgarme a probar su lado más temido de nuevo.

Buscaba negarse a tal petición, no quería dejarse llevar de ese modo con ella, le parecía tan delicada que no quería arriesgarse. El diablo no debía ser piadoso, pero ella lograba que fuera de muchas formas que no debía.

Acercó su boca de nuevo a la de ella, sedienta de su saliva, de todo su cuerpo.

—¿Es consciente de lo que me pide?

Tragó saliva, manteniéndole la mirada. Su cabello se ondeaba como las olas del mar y brillaba como el sol al mediodía.

—Sí. —Paseó su mano por su pectoral y enlazó sus piernas a las caderas de él—. Lo soy.

—No sé si esta vez seré capaz de controlarme...

—Estoy preparada.

El cerró los parpados y tomó aire, buscando que su sangre se enfriara un poco. Aquella chica desataba su lujuria en cuestión de segundos.

—Luego —dijo—, ahora mismo estoy ocupado.

Ella quiso preguntar, pero bien sabía que no iba a recibir una respuesta agradable. Prefirió desviar su cuestión.

—¿En mis aposentos?

—Si así lo deseas...

Asintió con la cabeza.

—Así cuando despierte sabré que ya no volveré a veros.

Aquella idea también fue amarga para él, pero no dijo nada.

Cuando al fin estuvo solo, se sentó en la acolchada silla color burdeos y continuó estudiando la teoría de las divinas rapsodias. Necesitaba saberlo todo.

Se frotó la cabeza y hundió sus dedos en su cabello, para luego hacerlo hacia atrás.

Él tampoco quería marcharse de su vida. Se había acostumbrado a aquella pequeña idiota.


*

Ceres se encerró en su habitación, soportando las ganas de caer en llanto. No dejaba de repetirse que era necesario que se fuera, así al menos recobraría el sentido común y se despediría de aquel sentimiento de amargura que llevaba tiempo arrastrando casi sin percatarse. Sin duda la mejor opción era que cada uno volviera a como era antes.

Cuanto más se lo decía, más sabía que era imposible.

Se tumbó sobre la cama, hundiendo su cara contra la almohada, buscando la intimidad entre su cuerpo y su mente. Poco le duró, pues alguien llamaba a su puerta.

Sintió un destello de ilusión, creyendo que la persona que encontraría al otro lado era la misma que acababa de ver, pero cuando al abrir encontró la sonrisa inquebrantable de Elías, su sorpresa fue transparente.

—Oh, hola. ¿Sucede algo? Es muy tarde.

—Es hora de que hablemos, Ceres —afirmó con severidad, adentrándose en la estancia.

—¿Sobre qué?

La luz de la luna entraba por la ventana y entre la oscuridad de la habitación podía ver la silueta de su hermano. Tuvo que llevarse las manos a la boca para contener un grito cuando pudo ver como de su espalda salían dos enormes alas blancas y sus ojos brillaban como dos diamantes en bruto.

Se frotó los ojos, creyendo que lo había imaginado, pero allí seguían. Luego se pellizcó la mejilla buscando despertar de aquel increíble sueño, pero el dolor era tan real como lo que estaba viendo.

—Sobre tu relación con el diablo.

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