XXIX - Un juramento
—Es sencillo —decía Gabriel—. Tan solo debe seducirle como ha estado haciendo hasta ahora.
¿Había estado haciendo eso?
—¿Entonces sabe de qué hablamos? —preguntó Elías y por un momento pensó que se refería al supuesto coqueteo con Luzbell, pronto se dio cuenta de que hacía referencia a la tal gema.
—Sí, creo que es la que porta colgada de su cuello.
—Entonces es aún más sencillo. Cuando esté distraído, le quita de su cuello la gema.
El arcángel dejó escapar una carcajada.
—No pensará, buen amigo, que al Diablo se le roba tan fácil, ¿verdad? —Cambió su expresión por completo y fijó de nuevo la atención en la joven—. Deberá provocarle daño.
—¿Daño?
—Estoy seguro de que posee un objeto capaz de herir hasta la muerte al demonio —afirmó con una expresión de satisfacción, como si nada pudiera engañarlo.
—¿Pretende que lo mate?
No estaba preparada para algo así, solo de pensarlo su pecho se oprimía.
Gabriel se encogió de hombros.
—Podríamos acabar al fin con la semilla del mal. Muéstrame lo que esconde, sé que guarda algo que no te pertenece.
Ella vaciló unos segundos y finalmente se levantó del sillón y se aproximó a su mesita de noche, en cuyo cajón escondía la daga que hurtó de las pertenencias de Luzbell.
—Se refiere a esto, ¿me equivoco? —dijo acercándose a aquel imponente ser, recelosa.
Él dibujó una sonrisa victoriosa.
—Preciosa daga —extendió su mano y agarró el objeto—. ¿De dónde la habéis sacado?
Dudó un segundo.
—De sus aposentos.
El contuvo una risa que a Ceres se le antojó de mofa.
—Entonces ya tiene experiencia afanando... Coquetear con Lucifer vuelve a cualquiera un pecador —se burló volteando aquel puñal entre sus dedos—. ¿Sabe lo que es?
—Una daga.
—Es un mata-ángeles, querida.
—Pero si mata ángeles no hará efecto en él, ¿no?
—¿Y qué cree que es él? —cuestionó altivo—. No dude quien es ni de donde proviene.
—Él fue como nosotros —añadió Elías.
—En el fondo no lo era —gruñó Gabriel—. Siempre quería más. —Se abstrajo durante unos instantes en su propio pensamiento, parpadeó varias veces y retomó su convicción—. Puede haceros daños, reduciros a nada. A usted y a su amiga.
Una punzada de culpa volvió a manifestarse en sus adentros. Nunca se lo perdonaría.
—Debe clavarle esta daga —continuó hablando— en el corazón. Nada le destruirá más rápido que esto. Sed rápida, apuñaladle y quitadle Ignis.
*
La sangre caía haciendo bellos dibujos, tan oscura como su alma, como sus sentimientos y como su mundo. Ceres se paralizó al contemplar la herida que había causado y el dolor que parecía tener a causa de ésta.
El arrepentimiento se hizo presente. Ojalá pudiera volver atrás, pero no tenía elección. Sabía que no la tenía.
En un movimiento tan veloz como pudo ejecutarlo, arrancó del cuello de Luzbell aquella gema que la había estado tentando los últimos días, ahora al fin estaba entre sus manos. Una sensación de grandeza cubrió cada uno de sus poros.
—Tú... —masculló el diablo.
Ella se apresuró a escapar de su recoveco de la cama, cayendo torpemente al suelo.
Las venas de alrededor de sus ojos se marcaron como si fuera una enredadera por su cara y en su expresión no solo se leía el dolor de la herida abierta, sino el que aquella traición había generado en su alma.
—Le juro que nada de lo que le he dicho es mentira —alegó afligida por lo que acababa de hacer.
El odio más ardiente se reflejaba en su mirada.
—Más te vale que te marches... —jadeó con la voz ronca—. O te acabaré matando.
—Yo...
—Juro que haré lo que sea para encontrarte. Te juro que te mataré.
Aquella declaración lo hizo, la destruyó, pero no podía molestarse con él, pues la causante de tal situación era únicamente ella.
Sabía que la odiaría, que jamás se lo perdonaría, y aun así lo hizo. Una humedad que luchaba por no caer, se aglomeró en su lagrimal. Dio una bocanada de aire y se giró, abrió la puerta y salió al trote de allí. Su vista se cruzó con la de Kiter por unos segundos, el cual estaba en la entrada de la habitación haciendo guardia.
Aquello no hizo otra cosa que hacerla sentir más miserable.
Corrió por el pasillo, desesperada por encontrar a Elías, pero no daba con él. Salió al exterior, continuaba sola.
—¿Elías? —murmuró.
Silencio.
—¡¡Elías!! —gritó perdiendo los estribos.
Súbitamente, unos brazos la atraparon por detrás, y unas alas blancas la abrazaron por completo, impidiendo que pudiera ver más allá de esas plumas.
—Tranquila —susurró en su oído con dulzura—. Estoy aquí, contigo. Lo has hecho muy bien.
Dejó un beso en su nuca y aquel gesto cálido hizo que al fin pudiera estallar en llanto.
Cuando sus alas se apartaron, ya no estaban en la capital. Ni en España, ni en la tierra. Ahora estaba en Caelum.
*
El candelabro de mesa de sus aposentos tenía muy buena presencia. Rebeca era capaz de permanecer mirándolo horas. Era sin duda un objeto de unas características hermosas. Quizá fuera por el bañado en oro que tenía, su pieza central cuidadosamente modelada con motivos de vegetación que recordaban a los que lucían las catedrales, o por las mismas piezas que sujetaban las velas que hacían del propio fuego algo sugerente. Era de una exquisitez magnifica, siempre lo pensaba.
Aunque ahora estuviera salpicado por la sangre de su marido.
Había vuelto a propasarse. Sabía aguantarlo bien, los golpes y las humillaciones, pero aquella noche no pudo evitar perder el control. No sabía si fueron sus palabras, las cuales supuraban odio, o su asquerosa sonrisa que apestaba a alcohol. De lo único que estaba segura era de que había golpeado su cabeza con tanta fuerza que lo había derribado al suelo y, no contenta con ello, le había vuelto a golpear hasta que comenzó a sangrar.
Una vez fue consciente de lo que acababa de pasar, se apartó horrorizada, arrojando el objeto a tierra, cuyas velas se habían apagado hacía tiempo. Su respiración comenzó a fallar cuando su mente inició una divagación de lo que pasaría si entraba la doncella y encontraba el cuerpo del hombre allí tirado.
Estaba normalizado sobrepasarse con las esposas, pero si era al revés lo más probable era que la llevaran ante la horca. ¿Ese sería su final?
Debía pensar en algo cuanto antes. Se acercó a él para comprobar si lo había matado o por el contrario seguía vivo. El aire entrando y saliendo de sus fosas nasales se lo confirmó. El alivio que sintió al verificarlo apenas duró escasos segundos, pues se dio cuenta de que cuando despertara, la mataría. Muerto o vivo, su destino no cambiaría.
La desesperación la abrazó con rudeza, oprimiéndole su pecho y dificultando su respiración.
Una ráfaga de viento la alertó y confundió. Las ventanas estaban cerradas y no entendía de donde podía venir. Miró a su alrededor y por un instante su mundo se detuvo al ver a su lado aquel libro.
Sentía como unas voces le susurraban que lo hiciera. Decían palabras extrañas que no conocía. Su miedo se hacía mayor, el tiempo pasaba y ella continuaba allí, cobijada en sus propias extremidades. Temblando como una pluma.
¿Qué habría dentro de aquellas páginas? ¿Acaso encontraría en aquel objeto la solución a aquella encrucijada? Ojalá pudiera desaparecer, desvanecerse con el viento, tornarse polvo y tempestad.
Pero no.
Seguía allí. Humana y diminuta.
En ocasiones, en situaciones de desespero, creemos encontrar consuelo en lo más mundano y banal, que podemos aislarnos de todo lo malo en una historia de ficción, en actividades que nos obsesionen. Creemos que eso es la solución.
Agarró el libro con sus manos temblorosas, aleteó las pestañas con histeria y finalmente leyó una frase que estaba escrita con mayor claridad que cualquier otra.
Un humo negro decoró la estancia, y lo que encontró tras él hizo que estuviera a punto de perder el conocimiento.
*
Era un lugar hermoso. El aire que se filtraba por su nariz era puro y su aroma reconfortante. Era un verdor inmenso, la pradera repleta de flores de todos los colores parecían formar un arcoíris. Era una vista que podía deleitar a cualquiera, sin embargo Ceres permanecía sentada sobre la hierba con la mirada perdida. Ni las cascadas, ni sus animales celestiales, ni la hermosa ciudad a lo lejos. Nada le hacía sentir mejor después de la traición que había cometido.
—Ya he hablado con los demás arcángeles. —La voz de Elías a su espalda se hizo presente—. Están deseando conocerte.
Continuaba con los ojos fijos en el mismo punto, abrazada a sus rodillas. Él se sentó a su lado y apoyó su mano en su espalda.
—Hiciste lo correcto.
—¿Cuándo vamos a ayudar a Rebeca? —inquirió de pronto.
—Ahora mismo es muy arriesgado.
—Dijiste que solo así la salvaríamos.
—Lo sé, pero deben estar buscándote los secuaces de Lucifer.
Ceres apretó los puños de impotencia.
—Hice lo que hice por ella. Debemos ir cuanto antes —alzaba el tono más de lo que le hubiera gustado—. Debemos ayudarla.
—Iremos, te lo prometo. —Agarró la mano de la muchacha y se la llevó a los labios—. Pero ahora mismo eres lo más importante para mí y no puedo permitir que corras peligro.
—Tan solo soy una intérprete —replicó rota, perdiendo toda fuerza.
—No eres tan solo una intérprete. —Se quedó unos instantes en silencio, como si dudara en decir lo que estaba a punto de soltar por la boca—. Está en ti.
—¿Qué?
—Tú eres la Rapsodia Celestial. —Creyó marearse, pero Elías también parecía confuso con sus propias palabras. Arrugó la frente y frotó sus sienes—. Ceres... Hay algo que no logro recordar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top