XII - El reencuentro
El reencuentro
Un aroma a limpio similar a la lavanda se filtraba por su nariz embriagándola antes incluso de que abriera los ojos. Relajada y arropada por la suave tela de las sábanas de satén, dio varias vueltas sobre el mullido colchón, dejando escapar un sonido gutural que delataba lo a gusto que se encontraba en aquel momento. La luz del sol entrando por los huecos de las cortinas le golpeaba la cara.
Cuando sus párpados se separaron y en su campo visual apareció una habitación de techos altos y paredes blancas, decoradas sutilmente con motivos en dorado, se irguió velozmente consciente de que no tenía la menor idea de donde estaba.
Se desprendió de las mantas y contempló el camisón blanco que cubría su cuerpo dejando entrever su figura. Salió de la cama nerviosa y tan rápido que su vista falló por un mareo, la amplitud de la estancia no ayudaba. Cuando se incorporó, avanzó lentamente y descalza a la ventana, enrollando un mechón de su cabello en su dedo índice. Abrió las cortinas y creyó que caería para atrás de la impresión: Ya no se encontraba en Ansó, sino en la capital, o eso creía.
—No puede ser... —murmuró retrocediendo con lentitud.
Cuando volvió a girarse para apreciar mejor el lugar con luz, su boca se entreabrió, incapaz de asimilar tantos estímulos novedosos. El suelo de mármol relucía tan limpió que los objetos se reflejaban y se emocionó al contemplar los muebles que la rodeaban, todos ornamentados, nuevos y de buenos materiales.
Paseó los dedos sobre la barnizada cómoda blanca mientras se preguntaba cómo había llegado hasta allí.
Fue entonces cuando lo sucedido la noche anterior se hizo presente en su cabeza. El aliento de aquel bandido apestando a alcohol, el asqueroso tacto de sus manos sobre su piel, su ropa rasgada, los nervios desbocados y el miedo a lo que iba a pasar... Y luego los cristales en el suelo, las sillas y mesas despedidas y rotas, el rostro aterrado de Ercilia y toda aquella sangre.
Una angustia la azotó al pensar en ello, en la violencia y la muerte. Se llevó la mano al pecho y estrujó la tela de su camisón, mientras un tembleque se apoderaba de su extremidad. Necesitaba respuestas, estar segura de que ella no era la que había causado aquel desastre.
Recordó haber visto a Luzbell por un segundo y haber escuchado su voz cerca de su oreja. Se preguntó si él tenía algo que ver. ¿Cómo si no había despertado en aquel lugar?
Decidió abrir la puerta y descubrir qué o quién se encontraba allí a parte de ella. Frente a ella se abría paso un largo pasillo decorado con jarrones y flores y alguna pintura en sus paredes. Avanzó en guardia, esperando encontrarse a alguien repentinamente.
A juzgar por el silencio que abrumaba el ambiente, debía estar sola. Llegó hasta los pies de una escalera que conducía al piso de abajo. Era de imaginar cuando despertó en una habitación de grandes magnitudes, pero no dejaba de sorprenderle lo grande que era aquella casa.
Tras haber andado desorientada por la planta baja, llegó al salón; espacioso y repleto de lujos. Admiró unos segundos todos los elementos que conformaban aquella estancia, cuando se percató de que había alguien más allí, sentado en uno de los sillones que le daban la espalda. Sujetaba un libro entre sus manos.
Repentinamente, entre sus tobillos encontró a un gato ronroneando, con la cola empinada y frotando su cabeza. Pensó que se trataba de Kiter, tampoco se detuvo a comprobarlo, estaba demasiado atenta a la persona que tenía delante. Si era Luzbell, se iba a enterar, tenía muchas cosas que gritarle.
Deseaba que lo fuera, sus instintos lo reclamaban.
Tragó saliva ante la expectación una vez estuvo lo suficientemente cerca como para que se percatara de su presencia. Bastaba con dar dos pasos más para discernir su rostro. Ignoraba la razón por la cual tenía tanto miedo de comprobarlo. Quizá porque de ser un desconocido, sus cuestiones serían mucho mayores.
El sonido de una taza chocando contra un platito de porcelana hizo que diera un pequeño brinco de sorpresa, lo cual provocó que aquella persona se percatara de su presencia. Se volteó para mirarla.
El corazón de Ceres se detuvo por un instante.
Elías.
Era sin duda él.
Su cabello castaño ondulado caía sobre sus ojos verde azulado que tanta ternura desprendían y en su semblante se delineaba una sonrisa que resaltaba más la finura de su barbilla en contraste con su marcada mandíbula.
Se llevó las manos a la boca, tratando de contener un grito. Una emoción estrujó su pecho y provocó un nudo en su garganta, sus ojos cada vez más humedecidos.
Estaba soñando. Tenía que ser eso.
Eso, o que Luzbell había cumplido su parte del trato.
—Ceres —dijo él con una amplia sonrisa mientras se ponía en pie—. ¿Cómo estás?
Era incapaz de responder, se había quedado sin palabras de la impresión. Sus lágrimas escaparon de sus ojos deslizándose por sus pómulos y dibujando un arco hasta llegar a su barbilla, donde se precipitaron al vacío. No era tristeza, por primera vez en su vida creía estar llorando de alegría.
La estrechó entre sus brazos y al hacerlo se empapó de su aroma. Lo reconocería en cualquier parte. La calidez de su hermano era algo que jamás nadie podría igualar. O eso pensaba.
—¿Por qué lloras? —preguntó él.
Se apartaron el uno del otro, momento en que ella frotó sus ojos con los nudillos de forma torpe.
—Tan solo te echaba de menos —respondió, ahora sonriendo al fin.
—Yo también a ti. —Agarró sus manos y las acarició con el pulgar—. Ven, siéntate. He puesto una taza pensando que sería de tu agrado.
Reparó entonces en la ligereza de sus ropas y se tapó avergonzada.
—Subiré primero a cambiarme —declaró—. No tardo.
Corrió llena de júbilo hacia la habitación donde había despertado. Ninguna de sus preguntas había sido resuelta, de hecho, muchas más se habían concentrado en su mente. No obstante, en aquel momento no le importaban en lo absoluto.
Abrió las puertas del armario, esperando encontrar algo allí. ¡Cuán fue su asombro al deleitarse de tantos vestidos como pudiera imaginar!
Comenzó a dudar si era buena idea ponerse alguno, pues no sabía de quien era aquella casa ni aquellas prendas. Sin embargo, sintiéndose poco apropiada con aquella ropa íntima, se la cambió por un sencillo vestido color celeste y regresó con Elías.
Tomó asiento y se sirvió del líquido que contenía aquella tetera de flores violáceas. Posó la vista sobre su hermano cuando dio el primer sorbo a la bebida, él la contemplaba sonriente.
—Aún no me creo que estés aquí —afirmó.
—Tu prometido insistió en darte una sorpresa.
Al escuchar aquello, abrió los ojos exageradamente y sintió que se atragantaba con la bebida, por lo que tuvo que toser.
—¿Mi prometido?
Elías arrugó la frente.
—Claro. Me escribiste sobre él en vuestras cartas, ¿no te acuerdas? —Rio al decir aquello—. Nada menos que un marqués, eso sí que no lo habíais mencionado.
Creía que estaba enloqueciendo. Debía tratarse de una pesadilla.
Elías continuó hablando.
—Alejandro Pimentel, marqués de Bóveda de Lima. Un hombre culto.
¿Quién?
En aquel momento escuchó como la puerta principal era abierta para luego cerrarse de un golpe.
En la estancia irrumpió a paso lento, vestido de negro y con total naturalidad Luzbell en su apariencia humana.
—Buenos días, querida.
*
La noche anterior...
Se encontraba ultimando los detalles que quedaban en la casa que había escogido y asegurándose que los recuerdos de Elías estaban manipulados a su antojo.
Fue un esfuerzo traer a la vida a aquel chico, más habiendo descubierto que no se trataba de un humano. Tampoco albergaba el mismo poder de Ceres, el cual aún desconocía su procedencia. No obstante, seguía sin saber exactamente qué era, por alguna razón su verdadera naturaleza estaba oculta, como si alguien hubiera lanzado un conjuro para reprimirla.
No era un demonio, ni un maldito. Era probable que se tratara de un ser celestial. Aquello solo hacía que sus dudas respecto a la muchacha se incrementaran, dado que si eran hermanos deberían compartir los mismos poderes o tratarse de los mismos seres.
Algo fallaba.
La luz de su brazalete brilló advirtiendo de que Kiter lo reclamaba. A juzgar por la intensidad y cómo parpadeaba, era urgente. Se transportó al paradero del felino, el cual se encontraba fuera de la posada, viendo desde fuera lo que estaba sucediendo.
—¿Qué ocurre? —Quiso saber.
—Es Ceres...
En aquel momento centró su atención en el interior del local, iluminado por varias velas, y pudo ver la escena que se estaba produciendo; con la joven sobre la mesa forcejeando con aquellos individuos.
—¿Has intentado socorrerla? —cuestionó.
—No —dijo agachando la cabeza, avergonzado—. Creí que era más prudente que interviniera su majestad.
—No te preocupes, has hecho bien. —Se acarició el mentón con los dedos y dijo para sí—: Venga, muéstrame de lo que eres capaz de hacer, humana...
Y así aguardó impasible viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos. No era la primera vez que presenciaba una agresión a la muchacha ni tampoco la primera vez que pensaba que no le importaba lo más mínimo verla sufrir.
Sin embargo, cuando el vestido de la joven fue rasgado, así como las manos de aquel hombre apretaban sus muslos con potencia dejando marcas coloradas en su piel, un arrebato de rabia se hizo presente en su interior, obligándose a contenerse.
Fue en el momento en que el pelirrojo se quitó los pantalones con el fin de poseer a la joven, que Luzbell decidió intervenir. Su sangre, negra como el alquitrán, ardía como los soles de Inferno al atardecer.
Odiaba inmutarse un ápice por ella, por una humana cualquiera. Mentía, no era una humana corriente, tenía algo que le estaba obsesionando. ¿Era su poder o era ella?
Quería romper las manos de aquel hombre. Deseaba arrancarle los ojos con sus dedos para que nunca pudiera verla de nuevo, cortar su lengua con sus afiladas garras para que no pensara en lamer esos labios y abrasar sus palmas para que jamás recordara lo que es sentir el tacto de su piel. Disfrutaba solo de pensar en torturar a cualquiera que osara a tocarla. Hacía mucho tiempo que no ejercía personalmente un martirio tan merecida.
No obstante, no llegó a actuar puesto que una onda expansiva emanó de la joven y destrozó el local, derribando a los presentes en el interior.
Su expresión se desencajó del asombro por lo que acababa de suceder, a la par que una sensación similar al orgullo se manifestaba en su interior. Decidió esperar un poco más, aunque sus deseos de torturar a aquel hombre no se habían mitigado.
—¡¿Qué ha sido eso?! —inquirió a pleno pulmón el demonio de aspecto animal.
Finalmente, terminó de sorprenderlo con otro ataque involuntario. No solo era capaz de curar, también lo era para destruir.
Decidió poner fin al espectáculo llevándosela del lugar. La transportó junto a Kiter al palacete que había preparado.
Mantenía a Elías dormido. Al día siguiente, despertaría con nuevas memorias. No recordaría que fue asesinado, ni mucho menos cómo.
*
—Sé que estaréis deseosos de poneros al día —comentó el demonio una vez había irrumpido en el salón—. Pero si me permite —esta vez se dirigió al hermano—, me gustaría hablar con mi prometida a solas un momento.
Ceres no se negó y se excusó con Elías.
—Explíqueme que está sucediendo —exigió molesta, siguiendo los pasos de Luzbell.
Comenzó a subir las escaleras, ignorándola.
—¿Qué se supone que hace? —Volvió a hablar—. ¿Qué es esta casa? ¿Qué es eso de que es mi prometido? ¿Y marqués? ¡Es una locura!
Él frenó en mitad de un escalón y se volteó con una mueca de disgusto. La agarró del brazo con firmeza, logrando que profiriera un gemido ante la falta de delicadeza, y tiró de ella abruptamente, acelerando el paso.
—Me hace daño, bruto —se quejó.
—Muy bien —gruñó él mientras ascendía—. Soy el diablo, se supone que no soy conocido por mi delicadeza y consideración por ser alguien considerado —se burló.
—Suélteme —demandó, siendo nuevamente ignorada.
Continuaron andando hasta llegar a la habitación que le pertenecía a la joven, cerrando la puerta tras entrar.
La empujó con rudeza sobre la cama.
—Le he dado una casa, fortuna y la vida de su hermano —bramó él quitándose la chaqueta y quedando solo con la camisa—. Deberías estar jurándome lealtad.
—Yo no le he pedido riquezas.
Sus ojos grises volvieron a ser del rojo que tanto le impactaba. La estaba fulminando con la mirada.
Estaba furioso y no entendía la razón.
—Podría hacer que todo esto desapareciera —declaró alzando las manos—. Y tendría a su adorado hermano y una vida en la miseria.
Ceres le observó taciturna.
—¡Deje de ofenderse y responde a mis preguntas! —exclamó poniéndose en pie, estado que no duró mucho pues él volvió a lanzarla contra el colchón. Esta vez situándose sobre ella y agarrando sus muñecas.
—Haré lo que me plazca —espetó—. Soy el rey del infierno, no me voy a conformar con jugar a los campesinos. La he traído aquí y me he presentado a si hermano como su prometido para tomarla sin contemplaciones ni imprevistos. —Su mirada se inyectaba en la de ella como cicuta—. A menos que quiera que lo haga en mis aposentos en el infierno. —Sonrió con malicia e hizo presión en las extremidades de la chica que sujetaba—. Yo no tendría problema alguno.
La joven sintió como una oleada de rabia recorría todo su cuerpo y un calor se aglomeraba en sus mejillas a causa de las últimas palabras que habían salido de la boca del demonio. Sus latidos delataban lo nerviosa que lograba ponerle con tan solo mirarla. Lo que más le molestaba era sentir deseo cada vez que estaba cerca de ella.
Con él no era igual que con aquellos hombres de la noche anterior. Si estuviera en la misma situación con alguno de esos tipos, sentiría asco, miedo u odio, o todo junto. Sin embargo, con él no era así. Tan solo notaba como una vibración en su entrepierna daba paso a sus instintos más primitivos. Algo a lo que no estaba acostumbrada.
Y entonces la impotencia la azotó al darse cuenta.
Sus ojos se humedecieron a causa de dichas emociones. Apretó los labios de frustración, tratando de contenerse. No quería darle aquella satisfacción.
Él contempló como sus pómulos se sonrosaban cada vez más y como a tal cambio de tonalidad se iba uniendo su nariz, que se enrojecía poco a poco. Sus orbes de cada color que brillaban como el cristal a causa de las lágrimas que luchaban por escapar, junto a su manera de apretar sus labios haciendo pucheros, hicieron que algo en él se derrumbara.
Sin comprender el qué, una presión en su pecho se hizo patente y solo una frase de ella bastó para terminar de volverle loco.
—¿Iba a permitir que aquellos hombres me violaran?
Liberó sus brazos y se apartó levemente, aun sobre de ella, a la par que relajaba sus hombros.
—No —respondió seriamente—. Fuiste más rápida que yo.
—Estaba asustada. —Su voz se rompió.
La mirada de Luzbell se ablandó, logrando sorprenderla. Nunca creyó poder ver esa expresión en él.
—Lo sé —dijo y acarició su rostro con el dorso de la mano—. Dime donde te tocaron.
Creía estar convencida de que ya lo sabía. Aun así, sin comprender, señaló con su índice la rodilla.
Él se arrodilló.
—¿Aquí?
Posó sus labios sobre aquella zona y ella dio un breve espasmo ante el gesto inesperado.
—Sí —afirmó en un hilo de voz.
—¿Y dónde más?
Estaba avergonzada, pero volvió a indicar otra parte, esta vez el interior de su muslo.
Le dedicó una sonrisa ladeada y levantó su falda para lamer aquella parte de su cuerpo con suma lentitud, generando en ella toda una aglomeración de emociones que la hacían sentir vulnerable.
—Más —reclamó él.
Esta vez fueron sus brazos y él subió para dejar su saliva sobre ellos, a la par que los acariciaba con los labios. De nuevo posó su vista en la de ella y entendió que le solicitaba más información.
Entrecerró los ojos y con su dedo tembloroso se apuntó al pecho.
—Aquí...
Bajó su ropa con poca sutileza, descubriendo sus senos. Volvió a esbozar una sonrisa victoriosa antes de vestirlos con la humedad y la calidez de su boca, logrando liberara dejara pequeños gemidos de placer mientras se tapaba la boca, tímida ante su propia reacción.
Él disfrutaba de sus respuestas. Se le antojaba el alma más inocente que había seducido y solo quería beber de ella. Mordió su pezón y escuchó un alarido placentero involuntario, lo cual le resultó todavía más divertido.
Se separó para colocar su cara a la altura de la de Ceres.
—¿Dónde?
Ella esbozó una sonrisa cohibida y posó sus dedos sobre sus labios.
—Aquí —susurró.
—Por cierto, feliz cumpleaños.
Y en aquel momento se produjo un beso que ninguno de los dos sabía cuánto habían estado deseando, hasta que lo hicieron realidad. Las emociones que estaban sintiendo se tornaron una energía compartida en una atracción meramente animal.
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