You soak up half my brain (yes, you do)

HEY HEY HEY 

Sí, hace milenios no me paso por acá con algo original, pido disculpas. El bloqueo está a full y me ha obligado a patear mi cerebro en el suelo durante dos meses solo para escupir este intento de fic a último momento.

Si ya me leen desde antes, sabrán que esta es la primera vez que publico algo escrito del fandom de Tokyo Revengers (raro, visto mi obsesión con las ships Kawata x Haitani), pero acá estamos, y espero sinceramente que se entretengan un rato leyendo mis boludeces.

NOTAS: 

Toda esta week está inspirada en canciones de mi diosa Benee, por lo que recomiendo ir a chusmear sus canciones. Para aquellos que son vagos como yo, dejé enlazado un video con la canción que inspira este OS.

Esto es, digamos... una escritura experimental, y quizás sea algo raro para quien viene leyendo mis otros trabajos. La verdad no esperen nada de mí, los voy a terminar decepcionando(? Pero cuestión, para aquellos que no son muy asiduos a los modismos argentinos, recomendaría abstenerse de leer ya que es una de las pautas que he intentado implementar en esta week. Si veo que no termina por convencer, en algún momento pasaré todo a español neutral.

Dicho esto, ¡que arranque la week!

ABOUT THIS GAME: 

Ran Haitani es un pibe que aparentemente está maldito. Acosado por un ente superior, deberá sobreponerse e inteligentemente sortear los obstáculos que el universo le pone en frente si es que quiere vencer al jefe final.

GENRE: Comedia romántica, indie.

Hay veces en donde el universo puede ser una verdadera perra, piensa Ran Haitani, tirando su celular hacia algún lugar de la cama sin preocuparse realmente porque tenga un aterrizaje seguro.

Está mentalmente agotado hasta el nivel de la extenuación.

Se arroja sobre el colchón sin molestarse en sacarse los borcegos y entierra la cara entre los muchos almohadones de su cama de plaza y media. Sus dedos inconscientemente comienzan a buscar a tientas su celular nuevamente luego de unos instantes producto de una muy arraigada nomofobia, pero se obliga a meter la mano bajo los almohadones para no caer en la tentación otra vez.

El intento de abstinencia de celular autoimpuesta está haciendo estragos en lo que queda de su poca estabilidad emocional y a estas alturas ya ni siquiera Instagram se libra de su destino de mierda. Porque sí, todo esto está pasando porque al universo se le ocurrió que era el momento perfecto para dar a conocer a su maldita alma gemela.

Y la realidad es que su alma gemela es un boludo al que no tocaría ni con un palo de diez metros.

Aprieta la cabeza entre las almohadas con más fuerza y patalea con desgana al volver a recordar la cara de su más reciente infierno personal.

No sabe cuánto durará la tortura de que prácticamente todo a su alrededor lo arrastre directamente a él, pero espera que termine lo suficientemente pronto, preferiblemente antes de pasar alguna vergüenza y exiliarse a una isla desierta en donde nadie pueda volver a encontrarlo nunca más.

Pero la vida no es tan simple, y está casi totalmente seguro de que la situación no hará más que empeorar de ahora en adelante hasta que termine por enamorarse de su alma gemela o hasta que un meteorito choque contra la Tierra y los mate a todos. Tiene mucha más fe en la segunda opción.

Porque no hay forma en que pueda llegar a siquiera admitir para sí mismo que gusta de alguien como... él.

Ya sea Dios, el destino, el universo, Cupido o lo que sea, está seguro de que eso se está cagando de risa mirándolo caer en picada directo al psiquiátrico.

Levanta la cabeza de entre los almohadones y suspira en un intento de animarse a sí mismo. Esto no es nada, vos seguí como siempre y todo joya, piensa. Se mete de cabeza en el ropero para buscar ropa cómoda y se ata el pelo en una cola alta sin molestarse en peinarse correctamente.

Algunas personas escriben, otras dibujan, pero él —muy por el contrario a la imagen que tiene todo el mundo— descarga tensiones aprendiendo coreografías hasta que le duelen los pies y no da para más, entonces se ducha y duerme como un muerto hasta el día siguiente, dejando sus dramas para el Ran del mañana.

No es la mejor estrategia, pero es todo lo que tiene.

El Chromecast de su televisor, colgando en el extremo inferior al no tener mejor lugar donde ubicarlo, parece saludarlo como un psicólogo antes de una muy interesante sesión de terapia mientras busca su celular para elegir alguna canción de confort con la cual comenzar.

Pero vuelve a caer en la situación una vez que desbloquea la pantalla y recuerda nuevamente por qué es que se encuentra en esta situación en primer lugar. Entonces vuelve a caer en el círculo vicioso del que trató de escapar en primer lugar.

Se frota los ojos con cansancio y frunce el ceño. Por un momento se siente traicionado por sí mismo, por su celular y por la vida.

En la pantalla, con el brillo al máximo —cosa que está seguro de no haber configurado antes de deshacerse inútilmente del aparato—, lo saluda la sonrisa de Nahoya Kawata desde su inicio de Instagram por décima vez en lo que va del día.

Nahoya Kawata; el boludo que al parecer se sacó la lotería de ser su alma gemela.

Las cosas al principio no eran tan graves. En su puta vida hubiese imaginado que la situación escalaría a este punto de la noche a la mañana.

Aunque, si tuviese que pensar en retrospectiva, quizás todo se deba a aquella vez en donde en un momento de demencia pensó para sí mismo que el ejercicio le sentaba bien a Smiley solo porque se lo cruzó por la calle un día terriblemente caluroso mientras estaba en cuero.

¡Pero fue una sola vez, la puta madre! ¡Y la carne es débil! Además debe haber estado haciendo como 40 grados Celsius a la sombra, seguro no fue su momento de más neuronas vivas.

Pero maldice ese pequeño momento de debilidad como si fuesen la causa de todos los males habidos y por haber en su vida —cosa que no puede probar— porque necesita echarle la culpa a algo para tener la conciencia en calma, caso contrario, en realidad podría estar pasando por un gravísimo caso de psicosis porque no hay forma de que el desgraciado se le cruce a cada maldito rato y en cualquier lugar posible (e imposible también).

La cuestión acá, es que al mes siguiente de dicho momento de debilidad se despertó con la irrefrenable sensación de chusmear en redes sociales a ver si encontraba alguna foto de él en alguna situación de desnudez similar.

Ese fue el puto inicio del fin.

No es idiota; sabe distinguir las señales cuando las ve. 

Sabe perfectamente que está bajo el efecto de su alma gemela desde el preciso instante en que empieza a verlo hasta en el dibujo del papel higiénico y siente que va a perder la cabeza. Sí, todo lindo con las almas gemelas y todo eso, pero la verdadera cagada es cuando no es lo que esperabas.

Porque, como aclaramos antes, el universo es una verdadera perras cuando de soulmates se trata, y no dejarán que se salga con la suya en este tira y afloja de sentimientos.

Se tiene que terminar enamorando de Nahoya Kawata de una forma u otra y punto final. O como mínimo, tiene que terminar aceptando los sentimientos que se niega a aceptar que quizás, y solo quizás (muy en el fondo) tenga, si quiere dejar de ser torturado con la presencia del gemelo afortunado en cada lugar donde pone el ojo.

Otra vez putea. Tuvo gay panics con muchísimos pibes a lo largo de su vida, pero el universo justo tuvo que ir a elegir a este.

La reputísima madre.

El picor ansioso en las palmas de su mano, tentándolo a escribirle, casi lo hacen meter los dedos en agua fría para entrar en razón, porque no hay forma de siquiera considerar algo siendo uno de los boluditos que van a su propia escuela desde hace años.

Porque sí, Nahoya Kawata es la clase de pibe al que evita como la peste: de esos que siempre andan amonestados, en mala junta y que cualquier día te desconoce y te chorea el celular y las zapatillas si te agarra papando moscas. Hasta podría apostar a que de pedo se baña una vez a la semana.

Es entonces que llega a la conclusión de que si está siendo perseguido por el pensamiento de que quizás, en algún lugarcito muuuuy al fondo de su caprichoso corazón, pueda sentir algo por un personaje como ese, debe ser por causas completamente externas y ajenas a su persona.

No hay manera de que ese sentimiento de mierda nazca de él, ni en esta realidad, ni en cualquier otra.

Sí, alguien se sigue cagando de risa de su desgracia desde detrás de alguna clase de cuarta pared astral, está seguro.

Van tres días desde que eliminó Instagram de su celular.

Son como tres días atrapado en el culo del mundo, debajo de una piedra, detrás de un cuadro. Tres días sin enterarse de absolutamente nada. Siente que se muere.

Así se deben sentir las viejas chusmas del barrio cuando por alguna razón u otra no pueden salir a la vereda a chusmear, supone. Es una herida en su orgullo desde el momento en que considera seriamente ponerse a tejer para tener con qué entretener la mente.

Un par de golpes en la puerta lo sacan de su ensoñación, pero ni siquiera se digna a articular palabra. Al parecer eso es suficiente visto bueno como para que su hermano menor asome la cabeza.

—¿Y a vos qué mierda te pasa? Dale, mové el culo que no te puedo ver así encerrado todo el día—. Rindou se apoya en el marco de la puerta con los brazos cruzados, como si con su sola presencia pudiera solucionar todos los problemas del universo. El boludo siempre se cree mucho.

—Dejame de romper las bolas y andá a ver la tele o algo. ¿No ves que tengo una crisis existencial? —No cree que pueda verlo, visto que está encerrado a oscuras, pero tiene que hacerse una idea; algo de inteligencia emocional debe tener. O sinapsis neuronal, como mínimo.

Al parecer le tuvo mucha fe, porque lo siguiente que sabe es que Rindou le está abriendo las cortinas de par en par, ganándose un siseo como si fuese un vampiro quemado por el sol.

Ojalá lo fuera.

Intenta revolearle un almohadón a mano, pero con los ojos atrofiados por la repentina luz, hace el tiro más patético de su corta vida. Lamentablemente no es como si le importara demasiado, a estas alturas la desgana lo supera con creces.

Siente que Rindou resopla desde algún lugar de la pieza, pero no se digna a dirigirle la mirada, en cambio, prefiere taparse la cara con un almohadón para no tener que verlo—. Dale, vago, que tenés que ir al chino de acá a la vuelta así me pongo a cocinar.

Ran gimotea desde abajo de un almohadón, sin intenciones de moverse.

—Dale que tenemos que comer, boludo.

—Ufa, andá vos. —Sigue sin levantar la cabeza, en cambio solo mueve la mano haciendo un gesto de que salga de su habitación.

—Yo no puedo, ando limpiando, cosa que vos también deberías hacer visto que no te levantás ni a bañarte, mugroso —refunfuña Rindou, paseándose por la habitación, juntando ropa sucia tirada para tirar arriba de su hermano.

Ran levanta la cabeza con indignación—. ¡Yo sí me baño! ¿Qué decís, tarado?

Rindou aprovecha la apertura y le emboca un par de boxer justo en medio de la cara—. Sí, sí, como digas. Levantate, andá a comprar y volvé rápido así preparo para morfar. —Sale por la puerta, dejándola deliberadamente abierta, pero no pasan ni dos segundos antes de que vuelva a asomar la cabeza, con una expresión que no llega a indicar culpabilidad, pero casi—. Si querés te doy más plata y pasas a comprarte un helado así después vemos una peli o algo... no sé, vos avisame si tenés ganas.

Ay, lo crié bien, se felicita Ran mentalmente. Si bien su hermano suele ser un garca el noventa y nueve por ciento de las veces, a la centésima vez siempre demuestra ser un blandengue.

Estira los brazos hasta que le suenan las articulaciones atrofiadas por estar tres días al pedo y se prepara mentalmente para salir al calor de la calle, lejos de su aire acondicionado.

Más cerca del dichoso innombrable.

Eleva una oración para conseguir un solo puto día de paz. No cree que nadie lo haya escuchado.

Está a punto de salir por la puerta cuando se detiene justo con la mano en el picaporte. Disimuladamente olfatea su camiseta de dormir y hace una mueca. Se va a bañar cuando vuelva de comprar, no le va a dar el gusto a Rindou de tener la razón.

El día, para sorpresa de absolutamente nadie, está radiante. Sin una nube en el cielo y con el sol brillando a full.

Qué día de mierda, piensa Ran, cruzando la calle de una corrida, esperando no encontrarse a ya saben quién. Espera no verse muy idiota con los lentes de sol redondos y el gorro de margaritas, pero es lo mejor que tenía a mano y tendrá que bastar para esa misión suicida en el exterior de la seguridad de su cama.

El chino no está a más de dos cuadras de su departamento. En un escenario ideal, la escapada no tendría que durar más de diez minutos.

En un escenario ideal, claro.

Pero como sabemos, las cosas nunca son tan simples. Mucho menos para él.

Sin embargo, por un mísero segundo, se atrevió a pensar que podría librarse del destino y hacer compras como un civil normal. Pobre iluso.

Se escabulle detrás de cada árbol que ve, también detrás de cada poste. Reza para que a ningún vecino se le ocurra llamar a la policía y denunciarlo como chorro. O sea, si en algún punto de su vida tenía que ser llevado ante la ley, mínimo que fuera con un outfit decente y no con una vieja pupera de Aerosmith, una bermuda manchada con lavandina, el gorro, los anteojos hippies y las crocs de su hermano. Dios, todo menos eso.

Dicho y hecho, esas fueron las palabras mágicas.

Casi a pedir de boca, y tan solo un minuto después de salir del chino, justo doblando la esquina, se topa cara a cara con el origen de todos sus males recientes.

En realidad, «toparse» es un eufemismo.

Lo que en realidad pasó, fue que el boludo venía corriendo sin mirar y casi lo tira a la mierda con el choque.

Ah, ahora me lo tiran de frente. Mirá vos, piensa Ran en la milésima de segundo que se siente cayendo. Intenta agregar dramatismo al asunto pensando en si logrará ver su vida pasar frente a sus ojos, cosa que no ocurre, obvio. La cuestión acá es por qué.

Y eso es porque el tarado puede ser tan atolondrado como para llevárselo puesto, pero al menos tiene los reflejos suficientes como para atajarlo en el aire y apretarlo entre sus trabajados brazos para evitar el porrazo.

Sí, esos divinos brazos que en un momento de demencia y pocas neuronas pensó en admirar ahora estaban envueltos alrededor de su torso con la fuerza justa como para evitar que siga cayendo pero con la soltura suficiente como para que sus torsos no se rocen del todo.

Ran no sabe si reír o llorar.

Smiley los endereza lentamente, sabiendo que Ran, al ser más alto y llevarse lo peor del golpe, tarda un poco más en agarrar equilibrio.

Sin embargo, no lo suelta.

Ran siente algodón en el cerebro, en la garganta y dentro de sus orejas. No puede hilar un puto pensamiento coherente sobre qué mierda hacer. Mucho menos cuando los brazos de Smiley comienzan a desenroscarse sin realmente separarse de su cuerpo. No saca los brazos, los desliza por su espalda lentamente, hasta agarrar su cintura con sus manos, justo entre la bermuda y la pupera.

Sabe que en algún momento del impacto actuó por instinto y se agarró del cuello de Smiley como si la vida se le fuese en ello, pero ahora solo está congelado, sin saber qué mierda hacer con sus brazos que aún se envuelven en su cuello y hombros con fuerza.

El gorro se cayó durante el impacto y seguro está desparramado en el suelo junto al resto de las compras que hizo en el chino. Ran descubre que realmente no le interesa.

No mientras está en ese limbo donde nada más existe además de ellos dos.

—¿Estás bien? —pregunta Smiley, sin alejarse, pero tampoco sin acercarse. Ran ve que sus labios se mueven, pero lo único en lo que puede pensar es en el piercing que tiene en la comisura de la boca.

Tiene un puto piercing, me tienen que estar cargando.

Smiley, al ver que Ran no responde, frunce el ceño con preocupación—. Eu, ¿estás bien? No te pegué muy fuerte, ¿no?

Ran parpadea un par de veces, volviendo a la realidad—. S-sí, sí, estoy bien. No fue nada. Alcanzaste a atajarme justo, no te hagas drama.

Ambos sueltan un suspiro que no sabían que estaban conteniendo: Smiley por alivio, Ran por dejar de hacer el ridículo.

La siguiente vez que Smiley abre la boca, su voz suena increíblemente suave—. Menos mal, me iba a sentir muy mal si te pasaba algo... —Ran traga la saliva acumulada en su boca, pero esta pasa con dificultad—. ¿Me disculpás por casi tirarte a la mierda? —susurra.

Los labios de Ran se aprietan en una línea fina, sin confiar en que su voz salga normalmente. Asiente un par de veces, sin poder (o querer) separar la vista del rostro de su tortura personal.

Debido al movimiento, puede sentir como sus anteojos redondos se deslizan por el puente de su nariz hasta detenerse en la punta, casi a punto de caerse. Increíblemente, no caen. Smiley suelta su torso con una de sus manos y usa su dedo índice para deslizarlos nuevamente a su lugar, asegurándose de acariciar todo el puente de su nariz con la yema de su dedo.

Los colores en la cara se le suben como si dicho dedo estuviera activando un interruptor con su movimiento. El sonrojo dolorosamente evidente en sus cachetes es directamente proporcional con el movimiento del dedo de Smiley en su nariz.

Y lo peor de todo es que sabe —pero se niega— a aceptar que esta es la cosa más divinamente romántica que le ha pasado en su corta vida.

Sin embargo, todo lo bueno tiene su final.

Lo que también significa que todas las ocasiones remotamente memorables en la vida de Ran terminan en bochorno.

Ninguno de los dos tiene tiempo de reaccionar antes de que la realidad los golpee como un baldazo de agua fría.

Literalmente.

Mikey, otro de los boluditos del grupito de vagos de la escuela, yace parado detrás de Smiley, sosteniendo un balde de agua helada.

Que en realidad ahora es un balde de agua vacío ya que toda el agua fue a parar encima de Ran y Smiley.

Es entonces cuando Ran cae en cuenta de dos cosas: primero, que Smiley tendría que venir huyendo de algo, o alguien, como para no mirar por donde corría, y segundo, de la sonrisa para nada disimulada del chico que hasta hace dos segundos lo tenía —no es que lo fuese a admitir—- en las nubes.

Abre la boca con indignación, pero no logra emitir chillido alguno. Tiene la piel de gallina y está tan duro como una paleta helada.

Mikey es el primero en empezar a cagarse de risa. Lamentablemente, Smiley lo secunda.

Ran siente que la vergüenza y la traición le suben por el pecho mientras ve cómo los dos se dan la vuelta y salen corriendo.

Intenta dejarse llevar por la bronca de tener que estar enlazado a un verdadero pelotudo, pero la realidad es que lo que más intenta ignorar fue la sensación de sentir el pulso de Smiley bajo sus dedos.

Estaba nervioso, piensa, y de verdad trata de convencerse de que no le importa en lo más mínimo, pero sabe, muy en el fondo, que es mentira.

Si se siente secretamente complacido del nerviosismo de Smiley, además de la sonrisa avergonzada que está seguro llegó a atisbar antes de que este saliera corriendo, entonces no es asunto de nadie más que de él.

Volver y evitar dar explicaciones fue sorprendentemente fácil.

Rindou, al verlo entrar chorreando agua, hecho una furia, solo se dignó a volver a sacar el palo de pasar el trapo y limpiar todo el recorrido de agua desde la entrada al baño. Debe haber dejado el asunto luego de revolear las compras (también mojadas) arriba de la mesa al grito de «¡Nunca más en la puta vida voy a volver a comprarte nada! La próxima que necesites algo, vas vos.»

No obstante, todavía tiene hambre, por lo que se ve obligado a salir de su cueva una vez que escuchan que lo llaman a comer.

No es adivino, pero comparte las suficientes neuronas con su hermano menor como para saber exactamente lo que está pensando.

Veo que te mandaron a bañar igual. Rindou lo mira con una ceja levantada mientras pone los platos en la mesa.

Morite. Ran le frunce el ceño mientras se sirve de la ensalada sin esperarlo para comer.

Rindou resopla, pero termina de poner tranquilamente la mesa y luego se sienta a comer.

Ran no tiene muchas ganas de seguir la guerra de miradas, por lo que prefiere clavar la vista en otro lado. Grata y curiosa es su sorpresa cuando nota lo limpio que está su departamento.

No entiende por qué, pero está seguro de que algún hada de la limpieza terminó por pincharlo en el culo a su hermano para que moviera el culo o algo así, porque no hay forma de que este haya limpiado el suelo hasta el punto del reflejo sin que alguien lo estuviera amenazando a punta de pistola.

Y visto que él estaba ocupado con otros asuntos en su misión de ir a comprar al chino, tiene que haber sido amenazado por alguien más.

—¿Y a vos qué mierda te picó que ahora andás de ama de casa? —Ran sonríe al ver cómo su hermano se ahoga con el agua. Esperó pacientemente al momento propicio para hacer la pregunta y así tener este desarrollo de acontecimientos.

—Nada, ¿por qué me tiene que pasar algo para que limpie? ¿No puede ser que quiera ver la casa limpia por una vez en la vida? —Con que a la defensiva, ¿eh?

Ran no es boludo; sabe perfectamente que su hermano se guarda algo. Y Rindou tampoco es tan boludo; sabe perfectamente que su hermano sabe que él se guarda algo. Pero ambos, como los Haitani que son, prefieren fingir demencia.

Ya va a pisar el palito el tarado este y va a tener que desembuchar todo.

Y Rindou puede leerlo perfectamente en sus ojos, por lo que decide hacerse aún más el boludo y prender la tele para llenar el silencio incómodo.

Sin embargo, es el turno de Ran de ahogarse con agua.

Eliminó Instagram porque se lo seguía cruzando cada vez que agarraba el celular. Fue a comprar a las corridas para no cruzarlo e igual se lo llevó de frente.

¿Dónde mierda se lo fue a encontrar ahora? Así es: en el puto noticiero.

¿En serio? ¿Justo enfrente de mi ensalada?

El tomate casi le baja directo hacia sus pulmones para matarlo agónicamente mientras observa en el enorme televisor colgado en su comedor cómo Smiley es entrevistado en la calle por un tema que francamente no le interesa. Rindou, sentado frente a él, levanta una ceja sin entender nada. La verdad, hubiese preferido morir a causa de ahogamiento.

Observa atragantado cómo la alta resolución del televisor no le hace justicia a la imagen en primera plana que tuvo de su rostro más temprano ese mismo día e intenta revivir la bronca que tenía al volver de su encuentro.

Pero no puede, solo entiende que la estupidez del asunto lo supera.

Tose y se obliga a tragar un vaso con agua mientras Smiley desde su televisor le sonríe con su característica sonrisa de un millón de vatios como si supiera exactamente su reacción al verlo en full HD a la hora de la comida. El desgraciado se sigue paseando lo más normal como si lo que pasó antes no lo hubiera dejado con los pensamientos, los sentimientos y las hormonas alteradas.

Frunce el ceño con indignación, intentando no notar cómo su playera todavía sigue algo húmeda por el baldazo de agua helada. Todo son indicaciones de que ese momento terriblemente mágico fue real y no hay forma en que pueda ser posible.

Aún medio ahogado y con poco más de un cuarto de ensalada sin terminar en su plato, se levanta de la mesa, dice provecho y vuelve a encerrarse en su cuarto.

Si durmiendo puede hacer que este día de mierda sea más corto, que así sea.

Rindou observa cómo su hermano se va a su habitación y pega el portazo. Se encoge de hombros y cambia de canal sin darle más vueltas al asunto.

Todo estará bien siempre y cuando no sea él el indagado.

Ran se despierta medio atontado de lo que supone fue la peor —o mejor— siesta de su vida.

No siente sueño, solo fiaca. Se niega firmemente a aceptar que dicha fiaca es por soñar con piercings, playeras y brazos bien trabajados.

Le dio vueltas al asunto antes de dormirse y no logró llegar a ningún descubrimiento significativo más allá de «Mierda, voy perdiendo», por lo que prefirió dejarle las conclusiones al Ran del futuro.

Y bueno, acá está él, puteando a su versión del pasado por dejar todo para después.

El celular, casi sin batería, marca que son cerca de las dos de la mañana. No tiene sueño, pero tampoco puede ponerse a hacer quilombo en la casa a altas horas de la noche. Siempre ha sido de los que no hacen lo que no les gusta que les hagan y, en su caso, prefiere abstenerse de romperle las bolas al prójimo.

Se calza un biker, unas zapatillas de correr y cualquier camiseta que encuentra, sin molestarse en prender la luz.

Sale a puntillas de su habitación y encuentra a su hermano medio muerto en el sillón a mitad de alguna película de HBO. Se detiene un momento a considerar si debería tomarle una foto o no.

Bueno, el que tenga miedo de morir, que no nazca, piensa, y toma un par de fotos. Sabe que el karma en algún momento va a volver a morderlo en el culo, pero son solo unas fotos, no puede ser tan malo.

Sale por la puerta lo más silenciosamente posible y se asegura de cerrar con llave antes de irse. La noche está preciosa, a pesar de anteriormente haber sido un día de mierda.

El cielo sigue totalmente despejado, y no anda nadie en la calle a pesar de que sigue siendo verano y está perfecto para sentarse a escabiar en la vereda.

No tarda más de cinco minutos en estirar muy por encima y comenzar a trotar en dirección a ningún lado. Además de bailar, trotar por la noche es otra de sus actividades favoritas. Está seguro de que si aún no ha sufrido un colapso mental, ha sido por eso.

En las calles principales se logra ver un poco más de movimiento que por donde vino, pero tampoco es para exagerar; unos cuantos autos y un par de motos que andan boludeando por la ciudad, nada más.

Y hablando de motos...

Una moto baja sospechosamente la velocidad cerca de él y luego da una vuelta perfecta en U para detenerse a su lado. Lo bueno de que lo estén por chorear, es que esta vez no salió con celular por precaución, así que lo máximo que le pueden sacar son las zapatillas.

Se ríe internamente, hombre precavido vale por dos, caballeros.

Pero contrario a lo que cualquiera se podría imaginar, se encontró con que no estaba siendo asaltado. Todo lo contrario.

El extraño se saca el casco y, para sorpresa de nadie, no es otro que el mismísimo Nahoya Kawata.

A estas alturas ya superó el impulso de entrar en el estado de lucha o huida, por lo que solo suspira y se acerca a la moto; cuanto más rápido lo despache, mejor.

—¿No es muy tarde como para que andes boludeando solo por la calle? —pregunta Smiley, colgando el casco en el manubrio.

—¿Y vos no sos muy chico como para tener una moto? —retruca Ran, apoyándose suavemente contra el vehículo.

—No te hagas el tonto, ya sabés que nos llevamos un año nomás. Mi bebé es completamente legal —se ríe. Ran no puede evitar hacer una mueca para contener la sonrisa, solo espera que no se le note demasiado.

—Mirá vos, y yo acá pensando en que eras otro boludito de primaria por como andabas jugando con agua hoy temprano. —Ran se felicita internamente por la rápida respuesta, sobre todo cuando nota cómo la sonrisa de Smiley se afila en los bordes. El piercing en el borde izquierdo de su labio inferior brilla como una estrella en medio de la noche gracias a una farola cercana. La está pasando bien, piensa.

—A mi me parece que vos ya te estás quedando viejo y por eso se te está pegando lo amargado, ¿puede ser? —Smiley sigue teniendo los ojos entrecerrados, pero Ran puede apostar a que los ve brillar con diversión.

—Vieja tu abuela, pelotudo —gruñe.

Smiley se ríe, agarra el casco y se lo pasa, tomándolo desprevenido—. Dale, subí que te llevo de paseo.

No sabe si es por orgullo, curiosidad o qué —por ahí incluso no sea nada de eso—, pero toma el casco y se sube sin pensarlo dos veces.

—Agarrate fuerte —dice Smiley. Ran sabe que tranquilamente puede agarrarse de la parte trasera pero, solo por hoy, decide hacerse el boludo y envolver sus brazos alrededor del torso de Smiley. Esta vez puede sentir su pulso con mayor claridad, pero no descarta totalmente que lo que esté sintiendo sea su propio corazón.

Nahoya arranca la moto y en tan solo un par de segundos ambos se pierden en la noche.

Ran se despierta con un almohadonazo en la cara.

Respetar al prójimo un carajo en esta casa, murmura.

—Sí, sí, no te quieras hacer el santo ahora. Te la tenías bien guardada, pedazo de atorrante —se ríe Rindou, antes de pegarle otro almohadonazo en la cara.

—Basta, dejate de romper las bolas con la almohadita, boludo, tengo el re sueño, dejá dormir, ¿querés? —reniega, volviendo a enterrarse entre sus muchas almohadas.

—Y claro, ¿cómo no vas a tener sueño si te fuiste de joda toda la noche?

Ran frunce el ceño, cada vez más despierto. Algo anda mal.

—¿Y vos qué mierda sabés si estabas más muerto que vivo anoche? —Se incorpora sobre un codo para mirar a su hermano con una ceja alzada. El tarado hace poco por ocultar su diversión. Las alarmas en su cerebro comienzan a activarse una por una.

—Ah, pero no necesito estar despierto para enterarme del puterio. —La sonrisa en su cara de tarado no augura nada bueno, mucho menos cuando saca el celular y mira la pantalla con ojos burlones—. Ni yo... —Gira el celular para que Ran pueda verlo correctamente—... ni cualquiera que siga a Smiley en Instagram.

Los colores de la cara se le bajan automáticamente.

Manotea el celular de Rindou y comienza a pasar una serie de fotos que, efectivamente, están subidas desde la cuenta de Smiley.

Son cuatro fotos lo suficientemente borrosas como para no tener contexto, pero lo suficientemente claras como para reconocerse a sí mismo en ellas.

El pie de foto, lamentablemente, no es mejor.

Justo abajo de la serie de fotos, @KawataSmiley pone «Cenicienta se escapó después de las 12 y la llevé de paseo, ustedes qué tienen pobres?»

No sabe si sonreír o putear. Morir de vergüenza es cada vez más una realidad que una joda.

Vuelve a mirar las fotos una vez más para tratar de ver en qué momento las sacó, pero se da cuenta de que no tiene ni la más puta idea. Son todas fotos sacadas a escondidas, donde sale riéndose de algo que no está seguro de recordar, y debería molestarle, pero se da cuenta de que eso no ocurre.

Ni siquiera le molesta darse cuenta de que lleva la camiseta al revés y volteada, con la etiqueta visiblemente al frente en cada una de ellas.

Estoy hasta el cuello de mierda, piensa.

Sorprendentemente, se encuentra con que eso tampoco le molesta.

Si esa misma mañana instala Instagram nuevamente y guarda la publicación entre sus favoritas, es asunto sólo de él y de nadie más.

Rindou detiene sus burlas cuando llega a la conclusión de que a Ran le chupan un reverendo huevo. Hasta que pasa eso, pasa poco más de una semana.

Algo ha cambiado desde la escapada nocturna, Ran no puede señalar específicamente qué, pero lo siente en el aire, en el ambiente, en sí mismo.

Hay una cierta libertad que pensó que nunca recuperaría: la libertad de no sentirse paranoico. Ya no ve a Smiley por todos lados. Muy por el contrario, es él quien intenta cruzarlo cuando puede.

Las publicaciones en Instagram pasan a ser muy esperadas, e incluso se ofrece a salir al chino cada vez que tiene oportunidad.

No obstante, hay absoluto silencio de radio por el otro lado. En todas esas veces, no se lo ha cruzado ni una puta vez.

Refunfuña molesto porque justo ahora que acepta que le gusta el boludo, este desaparece de la faz de la tierra.

No contesta los mensajes que le envía por Instagram a costa de su orgullo, tampoco lo vuelve a cruzar las veces que ha salido a correr de noche. Ya no quiere morir, ahora quiere asesinar.

Sí, sí, todo muy bonito lo nuestro, pero ahora vas a tener que venir a hacerte cargo de mis sentimientos, cagón.

Está decidido: va a ir hasta la casa y va a desembuchar lo que sea que tenga que decirle. Ya se cansó de ser él el que siempre tiene que llevarse el bajón.

Se arregla lindo, se maquilla y hasta se pone perfume del caro. Puede salir todo bien y llevarse un lindo novio, o puede salir todo mal y que la policía tenga que llevárselo por homicidio en primer grado. Sea cual sea el caso, va preparado.

Abre la puerta de su habitación completamente decidido y con paso firme atraviesa la sala en dirección a la puerta de salida.

Siente que Rindou intenta decirle algo pero lo ignora, no tiene tiempo de distraerse con boludeces.

Estoy listo.

Abre la puerta de entrada y se encuentra cara a cara con Smiley. Ambos se miran un momento antes de que Ran entre en pánico...

...y le cierre la puerta en la cara.

No estoy listo, no estoy listo.

Rindou no dice nada, solo se pone más cereal en la chocolatada y lo mira atentamente, como si fuese otra escena de alguna novela turca.

Se apoya contra la puerta tratando de ordenar sus pensamientos. Toda la confianza que tenía hasta hace no más de tres segundos se fue directamente por el caño. Ahora que se le llenó el culo de preguntas, no tiene ni puta idea de cómo proceder.

Rindou pone los ojos en blanco y señala la puerta como diciendo «proceda».

Entonces, en uno de esos pequeños momentos de brillantez, decide seguir su consejo y proceder.

Abre la puerta y, para su sorpresa, Smiley ya no está ahí. Se quiere pegar un tiro por haber tardado tanto en contestarle.

No tiene tiempo de llegar a llamar al ascensor antes de que se suba a la moto, y sabe que con las botas que tiene puestas se va a hacer mierda si intenta bajar corriendo la escalera. Entonces hace lo único que se le ocurre y corre en dirección a la cocina, abre la ventana que da a la calle casi llevándose un plantín de albahaca en el proceso y grita con todo lo que le dan los pulmones.

—¡SMILEY!

No está orgulloso de lo desafinado y desesperado que sale ese grito, pero ya no puede dar marcha atrás.

El nombrado, a medio camino de ponerse el casco, gira la cabeza y lo observa con cara de asombro. Es toda la señal que Ran necesita para continuar.

—¡ME GUSTÁS MUCHO, TARADO! ¡HACETE CARGO! —grita a los cuatro vientos, y sonríe con los cachetes sonrojados de entusiasmo.

El casco de Smiley cae al suelo en lo que él lentamente comprende lo que acaba de decir. Puede ser un juego de luces, pero Ran está seguro de que puede verlo terriblemente sonrojado allá abajo. Tiene que darle crédito, si fuese al revés, seguramente lo estaría puteando.

—¡¿QUERÉS SALIR A COMER HOY A LA NOCHE?! —Smiley levanta el casco del suelo y se lo coloca en la cabeza en un intento por ocultar la vergüenza. Alza un dedo pulgar en dirección a Ran y es todo lo que este necesita para captar la respuesta—. ¡BUENÍSIMO, DESPUÉS AVISAME LA HORA!

Y cierra la ventana de la cocina con tanta fuerza que retumban los vidrios.

Rindou lo observa en silencio mientras hiperventila como si hubiese corrido una maratón, pero no puede importarle menos. Todo dentro de él es como una explosión de adrenalina. Cada parte de su ser festeja su ataque de valentía y hasta puede sentir algarabía por doquier.

O quizás sea toda la comunidad de vecinas chusmas que han tenido la primicia de sus vidas, eso lo trae sin cuidado.

—¡Muy bien, muchachos! Misión cumplida, estuvieron impecables —felicita Rindou, chocando los cinco con el mismísimo grupo de vagos de la escuela (menos Smiley).

Todos festejan una nueva misión exitosa mientras brindan con sus tereré.

—¿Y si empezamos a hacer mantitas con punto espiga para celebrar? —sugiere Angry, ya sacando su juego de agujas y lanas de tejer. Todos apoyan la moción.

Después de todo, no son solo vagos cualquiera; son un gremio de vagos chusmas.

Son las 3:20am y falté a chelo para terminar de escribir esto. Son más de 6 mil palabras que no estoy dispuesta a corregir a esta hora sabiendo que tengo que levantarme temprano a laburar lapu

Dios, finjamos por un momento que por una vez llego al día a subir algo para una week y no voy, como siempre, un día atrasada.

Sinceramente no me da la neurona para más así que resumí bastante lo que tenía planeado escribir. Inserten mentalmente a Smiley cargando a Ran en la espalda en algún lugar de este OS.

De verdad espero tener algo para mañana (no prometo absolutamente nada) pero sigan sintonizados!

¡Besitos!

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