Capítulo XXX: Fragmentos de su pasado

—¡Hey! Despierta —escucho la voz de la pequeña, despertándome.

Estiro mis brazos por encima de mi cabeza y bostezo. Me doy cuenta que estoy acostada en el sofá de la sala. Y justo ahí, recuerdo que estoy aquí, porque no deseaba estar cerca de Random. Los ojos miel de la pequeña me observan con entusiasmo. Me logro sentar y me percato de que una sábana cubre la parte inferior de mi cuerpo. La aparto y me levanto, estirándome un poco más.

—Hasta que por fin despertaste. —Volteo para ver a la hermana de Random sentada en el comedor sonriendo con unos platos de panqueques y vasos de jugo de naranja en la mesa.

A parte de estar en un lugar ajeno, te levantas tarde.

—Buenos días —digo con una sonrisa.

Debe pensar que eres una aprovechada.

Yo lo pensaría.

Volteo a ver a la niña y le guiño un ojo. Tomo fuerzas para preguntar por Random, porque no me va a tener en este lugar sin hacer nada y va a gastar mi tiempo sin pagarme.

—¿Dónde está Random? —le pregunto a su hermana sin voltear, mientras me acomodo mi arruga ropa.

La blusa es fatal y el jean me fastidia. Mis pies desnudos tocan lo frío del piso y me estremezco lo cual da como resultado una piel de gallina.

—Salió —comenta.

—¿Eres la novia de mi tío? —pregunta la pequeña, mientras sale de mi vista.

No, definitivamente no.

Sin embargo, no sé qué decir, porque no sé qué habrá contado Random de mí. Decido no responder; es lo mejor.

—London, mi hermano dijo que vayas a su cuarto para que cojas lo necesario para tu aseo y cambio —me comunica.

Decido no voltearla a ver, porque siento vergüenza. Es mujer, y sabe que un hombre no se comporta así al menos que le esté dando algo a cambio. Obviamente, no mi amistad, sino mi cuerpo.

—¿Dónde es su cuarto? —pregunto con cuidado.

—Amy te lleva —indica.

La pequeña aparece con una velocidad de relámpago frente a mí.

—Vamos. —Estira su pequeña mano.

Cojo mi mochila que está a un costado del sofá y la dejo guiarme, antes de entrar por el pasillo de los cuartos le doy una mirada a la chica.

—Gracias —agradezco, sonriéndole.

Mientras soy guiada por el pasillo de las habitaciones llegamos a la última puerta que la pequeña abre. Su interior es de decorado monocromático, propio de un gusto de un hombre moderno y elegante. Negro, gris y blanco son los colores claves del sitio. La cama tiene una sobrecama negra que conjuga con almohadas del mismo tono. Cerca de la cabecera, se encuentra un cuadro grande de pintura que mezcla los tres colores en divertidas explosiones.

Las paredes blancas mantienen el equilibrio de los marcos negros de los ventanales que se encuentran frente a mí. Noto que el exhibicionismo es parte de él, porque las transparencias de los cristales exponen su intimidad.

Tan reservado, no es.

Al menos, en este aspecto.

—Gracias —hago una pausa—, Amy.

Me siento en el borde de la cama y ella hace lo mismo, pero con dificultad.

—¿Quieres a mi tío? —Me sobresalto por su curiosidad. Ahora hay otra pregunta que también no puedo responder.

Sé la respuesta, pero no estoy en condiciones de decirla.

—¡Amy! —Nos interrumpe oportunamente el llamado de su mamá.

La pequeña sale corriendo del cuarto. Aprovecho eso para cerrar la puerta. Y ubico mi mochila en la cama para coger lo necesario para mi aseo: mi pomito de champú, mi mini jabón, mi toalla y mi vestimenta.

Me desvisto para irme a duchar. No es la primera vez que me ducho en hogares ajenos, pero sí en la de un hombre extraño. Encuentro la puerta del baño y veo el cubículo de cristal para ducharse. Me interno dentro, llevando conmigo lo necesario y dejando fuera el resto sobre el lavadero. Sonrío al ver que tiene el indicador para ducha caliente.

Mientras la tibia agua rosa mi piel, recuerdo que hoy tendría la cita con Frank que no se va a dar. Me ducho y enjabono cada parte de mi cuerpo así de la misma manera me enjuago.

Cierro mis ojos y dejo que me abrace el agua como consuelo. No me percato del tiempo, pero unos brazos familiares que desprevenidamente abrazan mi cintura, detrás de mí, me estremecen. Sé que es él, pero dejo que dé el primer paso, después de todo, siempre lo da.

—Te vas a arrugar como una pasa. —Apoya su cabeza en mi hombro. Suena dulce, y eso es confuso como su regalo y todo lo que está pasando desde su cita a este lugar.

Me voltea, dejándome frente a él. Está vigorosamente desnudo. Un pensamiento prohibido que se activa en mi cabeza que me hace bajar la guardia.

Estoy deseando ser suya.

Ya había estado entre sus brazos, he sido de él de maneras locas, pero esto es diferente. Y no sé por qué.

—Quiero salir de aquí —digo, mirando a sus ojos.

—Ayer dejamos algo inconcluso. —Sonríe, mostrando su perfecta sonrisa.

Quita ese pensamiento de verlo perfecto.

Me batallo entre mis sentimientos y mi deber. Eso se termina cuando, sorpresivamente, su boca invade la mía que en cada movimiento me llena de un frenesí explosivo y adictivo. Sin embargo, poco a poco el beso pierde fuerza y se vuelve tierno. Me asombro a mí misma al envolver mis brazos alrededor de su cintura, bloqueando mis manos en su espalda.

Se siente tan relajante estar así con él que no quiero que esta sensación se vaya.

¿Qué estás haciendo?

—¡No! —grito, empujándolo.

Se golpea contra el cristal. Mi conciencia se llena de culpabilidad. Lo miro a los ojos azules, y mi corazón se derrite en mi pecho. Mi mente me dice que no deje que esto se vuelva algo tierno, pero mi corazón está incapaz de contenerse.

—¿Hice algo malo? —Recupera equilibrio.

No respondo.

Me abstengo a hacerlo.

Repentinamente, su agilidad para agarrar mi mano y sacarme de la ducha me deja en blanco por segundos.

—¿Qué quieres hacer conmigo? —demando.

Atravesamos la puerta y me lleva a la cama sin responderme. Caigo acostada en ésta. No me siento asustada, pero su imaginación sexual es algo nuevo para mí. Y no sé cuál será su siguiente paso.

—Dime —exijo.

Random se abalanza sobre mí, aprisionándome antes de que pueda salir de la cama. Veo en su mirada deseo, pasión y oscuridad. Acerca su rostro al mío, haciéndome temblar por lo impredecible del momento. En todos he estado preparada mentalmente. Ahora estoy sin saber qué me espera.

—Estás temblorosa —susurra.

Él toma con sus manos mi rostro y termina besándome en la frente para alejarse de mí. Y consigue darme la espalda para empezar a vestirse.

¿A qué está jugando?

No dejaré que revuelva mis pensamientos, así que exijo lo que me motiva a estar aquí.

—Estoy aquí por un dinero que se supone debes darme. —No dice nada, ni tampoco voltea a verme—. Pero ni siquiera te has atrevido a poseerme.

Si no hubiera dinero de por medio pareciera que le estuviera rogando por una sesión de sexo. Solo lo observo vestirse en pantalón de tela y camisa larga. Diría que eso con él no va, pero me da igual.

Espero minutos, durante su renuente forma de evitarme, a que se digne a decirme algo, pero no. Se encuentra listo, mientras yo sigo desnuda en la cama. Cuando estoy por darme por vencida, él da la vuelta solo para mirarme serio.

—Vístete, porque mi hermana te tiene desayuno. —Camina directo a la puerta—. Vengo en la noche, y ahí te daré lo que quieres.

Al terminar sus últimas palabras se va, dejándome. Es simple para él dejarme así, pero duro para mí. Está haciéndome sentir la misma sensación extraña cuando me había dejado en la piscina la noche anterior.

Con rabia me levanto y voy al baño a buscar mis cosas. Me visto lo más rápido que puedo y ordeno todo en mi mochila para no dejar nada en la habitación. Al salir de ésta, me encamino al comedor donde efectivamente me espera la hermana de Random con el desayuno, mientras la pequeña está sentada en el sillón viendo un programa de niños. Me siento en la silla y ella me observa curiosa. Empiezo a comer, pero me doy cuenta de mi descortesía por no decir gracias o algo antes de haber metido un bocado de comida a mi boca.

Random logra ponerme furiosa.

Sin embargo, una cosa es él y, otra, su hermana.

—Lo siento, es que estoy molesta —me excuso con honestidad.

Apoya sus brazos en la mesa.

—Él tiene la habilidad de hacer enojar a las personas fácilmente —me informa.

Llevo un bocado de panqueque a mi boca. Sí, ella no miente. Random es así: odioso, detestable e incomprensible. Parece que lo conozco muy bien, pero lo poco que he visto de él es suficiente para llegar a esas conclusiones.

—¡Ah, no! —Trato de sonar sorprendida— Estoy así por otra cosa.

Claro que él me tiene así.

—Te doy un consejo.

Frunzo el ceño.

—Sí, dime. —Bebo un poco de jugo.

—No te enamores de Random. —Me mira fijamente esperando a ver qué le digo a eso.

—No, eso no pasará —le confirmo.

Suelta una risa forzada.

—No lo digo, porque no es un hombre a quien no se debe amar. —Detengo mi actividad de comer para mirarla expectante—. Lo digo, porque el amor puede dañarlo.

Y es la primera vez que escucho que a alguien el amor puede dañarlo.

Es que ella no conoce a su hermano, si cree eso, pues él está a salvo, porque es un idiota solo en busca de sexo.

Sin nada de vergüenza en mí, le informo:

—Lo de nosotros es solo sexo.  —Se ve sorprendida por mi sinceridad.

Jaque mate.

En su rostro empieza asomar una sonrisa cómplice.

—¿Y tú lo crees?

Obvio.

Empieza a disgustarme el giro que da la conversación.

—Sí —puntualizo.

—Debes saber algo, London. —¿Y ahora qué? —Cuando uno se entrega a una persona más de una vez, quieras o no, se lleva algo de ti.

Claro, mi dignidad, en el caso de su hermano.

—Lo sé.

—¿Cuántos años tienes? Te ves muy joven —pregunta muy curiosa. Me recuerda a su hija en esa actitud investigativa.

Sé que sin maquillaje me veo de dieciocho o menos.

—Veintidós años.

Termino de comer  y arreglo todo para llevar los platos a lavarlos.

—Mi hermano tiene veinticuatro —suelta.

No necesito más información de su vida. Y ahora sé hasta su edad.

Espera, veinticuatro años.

Se ve un poco mayor, habría apostado que tenía treinta por la dureza de su rostro. Su altura y su contextura lo acompaña. El dato me obliga a estar en la mesa y no moverme.

Bueno, ya sé parte de su vida por qué no saber más.

—¿Por qué le hace daño el amor? —pregunto.

Su expresión evidencia que es una sorpresa mi pregunta.

—Te lo diré, pero promete no mencionarlo con mi hermano —susurra.

Bienvenida, información.

Algún día puedo necesitar información para extorsionarlo.

Me río en mis adentros por las ideas que se me ocurren.

—Sí —le confirmo, cruzando mis dedos por debajo de la mesa.

—En el último año de preparatoria, Random se enamoró de una chica que parecía buena. Ellos eran inseparables como esas parejas que uno dice qué hacen para estar siempre felices, pero el día de la graduación cambió algo en él. Regreso a casa con la vestimenta y manos manchadas en sangre. Le rogué que dijera qué paso, y al final me confesó que encontró a su novia, supuestamente virgen, con su mejor amigo teniendo relaciones en el baño de la escuela. Lo golpeó hasta dejarlo agonizante y termino el chico en silla de ruedas por un buen tiempo.

—¡Oh, Dios! Eso es horrible —la interrumpo.

Asiente.

—Bueno, a veces las personas no son lo que aparentan.

—¿Y Random fue a la cárcel? —No puedo evitar preguntarle.

—No, mi padre arreglo todo para que eso no sucediera.

Suficiente información, London.

Me levanto de la mesa para lavar los platos, dejando a la chica con la palabra en la boca. Creo que no es razón suficiente para que a Random el amor le haga daño, pero no me imagino que se sentirá él que la mujer que ama lo traicione con su mejor amigo.

*Segundo capítulo de la maratón de hoy.

*Debo decirlo: Las (os) estimo mucho. Son ese compromiso que es difícil dejar (de una buena manera)

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