Capítulo XIII: Sin salida

Dos semanas después...

Tengo mi cuota de estrés reafirmada con cada trabajo universitario que mandan y los que me tocaba hacer para mis compañeros todo por ganar algo extra de dinero.

Siento un cosquilleo que me recorre la nuca y se extiende por la cara al darle la vuelta a la calle para llegar al edificio.

¡Maldita frutilla!

Acelero mis pasos, ante la eminente picazón que recorre mi piel. Mis brazos se están enrojeciendo por tomar un sorbo del licuado que juraba era de mora, y no, era de frutilla. La maldita fruta a la cual soy alérgica.

De repente, una sensación de frío recorre las venas y el estómago me da un vuelco.

—¿Qué haces aquí? —Lo fulmino con la mirada.

Me observa divertido como si algo le estuviera dando risa. Saco de manera instintiva una caja de polvo, y observo de manera rápida mi rosto. No, no tenía la cara roja, y menos hinchada.

Pero, ¿Qué haces London?

Enfócate en la persona que está en la entrada del edificio. Por último, hazte la pregunta que realmente importa, ¿Qué mierda hace parado ahí?

Se me corta la respiración mientras el camina con paso seguro hacia mí con sus manos colocadas hacia tras la espalda.

—Vengo a ofrecerte una disculpa. —Su actitud es segura.

¿Habla en serio?

—Creo que pierdes el tiempo y, por último, ¿Cómo supiste que podías encontrarme aquí? —le recrimino.

Entorna una sonrisa maliciosa.

Sin poder moverme, su presencia está a centímetros de mí que puedo fijarme como su gran estatura sobresale de la mía, intimidándome mientras sus ojos vagan por mi cuerpo.

—Ten. —Me sorprende con un ramo de rosas blancas que interpone entre los dos.

Mi primer ramo de rosas, no me había preocupado de los detalles románticos en mi vida que el solo ver uno me está robando una sonrisa.

Detente, London.

—¡Oh, gracias! —digo con sarcasmo, pero no lo nota.

Cojo el ramo, y él me mira de una forma misteriosa, siento que me está analizando. Sin embargo, es tan suspicaz que se asegura parecer concentrado en mi acción.

—London, mi misteriosa, London. —Levanto las cejas al escucharlo.

No hay nada que me ate a él, ningún sentimiento, y menos intimidad que le dé derecho a hablarme con una familiaridad en su voz que por absurdo que parezca me eriza la piel.

¡Maldita hormonas!

Claro, si no fuera un hombre guapísimo, sino un feo o un baboso viejo le estuvieras insultando en estos momentos.

Pero, él no está preparado para lo que voy hacer.

Me aparto de su vista, dejándolo parado me dirijo a la entrada del edificio. Volteo para encararlo, y veo que él ha hecho lo mismo, pero esta vez hay una distancia grande entre los dos que me da valentía para hacer lo que tengo planeado.

—¡Vete a la mierda! —Le tiro el ramo al suelo, y lo piso.

Cruza sus brazos sobre la gabardina que trae puesta, y que lo hace ver elegantemente bien.

No sé inmuta, en vez de eso, sigue con esa sonrisa maliciosa.

Pero, sello mi cometido, ofreciéndole el dedo de en medio de mis manos.

Camino hacia dentro y acelero mis pasos por si me sale todo mal, y es ese tipo de hombre que siguen a las chicas. Y no, entro al ascensor y él no me ha seguido. Logro ver medio su cuerpo que no se ha movido de su sitio.

¡Estúpido!

¿Cuántas veces he maldecido?

A Astrid le gustará saber el momento extraño que he tenido.

El sonido del ascensor abriéndose me trae a la realidad. Nadie se encuentra en el pasillo así que camino hacia la puerta de mi apartamento, abriéndolo con las llaves. Sin embargo, antes de poder ingresar me sorprende el estadillo de un objeto vidrioso romperse.

—¡Astrid! —grito desconcertada.

Tiro mi bolso en el suelo, y me encamino hacia dentro. No puedo creer lo que veo, en la sala todo está desordenado y hay vidrios rotos por todos lados. La posibilidad de un robo se me cruza por la cabeza, pero me detengo cuando veo a Astrid sentada y con las piernas recogidas en una esquina cerca de las ventanillas.

Me dispongo a auxiliarla, pero tiene la cabeza agachada y al acercarme la escucho sollozar. Me temo lo peor, la violaron o fue golpeada por algún novio.

—Astrid, por favor, mírame. —Mi voz se quiebra—. Dime qué está pasando.

Me arrodillo para abrazarla.

—Astrid, por favor, mírame —le suplico.

Finalmente alza su cabeza para ver que su rostro se encuentra manchado de sangre.

—¿Qué te pasó? —Le echo un vistazo a sus ojos que están totalmente enrojecidos. Deduzco que ha estado llorando por horas.

Me quito rápidamente la blusa para limpiar su sangre, pero ella se levanta, dejándome en el piso sin poder ayudarla.

—Aléjate de mí —dice mientras se dirige hacia su cuarto.

¿Aléjate de mí?

Estoy asustada, aun así, en ese estado, me levanto para seguirla y la encaro.

—¿Qué pasó? —Me coloco frente a ella, antes de que ingrese a su dormitorio— ¿Quién hizo esto? ¿Te violaron? ¿Nos robaron?

Tantas preguntas salen de mi boca, pero necesito una respuesta de ella, algo que calme mi impresión y miedo de verla así. No es mi intención abordarla de esa manera, después de ver como está, pero me duele tener a mi amiga en esas condiciones.

Sin previo aviso, mis lágrimas se desbordan sin poderlas parar.

—Tengo sida. —Siento que algo se derrumba en mí.

—Pe... pero, ¿cómo? —logro articular mis palabras.

Cae al piso destrozada, llevándose sus manos a su cabeza. Hago lo mismo quedando ambas frente a frente.

—Fue mi culpa —dice vagamente.

—¿Tú culpa? —cuestiono— Perdón, pero hasta donde yo sé el sida no aparece por arte de magia.

Quiero retractarme en lo que acabo de decir, pero me abstengo de hacerlo. Necesito que me diga los detalles, porque con Astrid para sacarle información hay que ser dura con ella.

—Fue Alex. —Se encoje de hombros—. Él, lo tiene.

—¿Cuál Alex?

—El morenazo con quien me encontraste semanas atrás —suelta finalmente.

Lo recuerdo, y en mi mente salta la escena de ellos dos teniendo sexo, pero en un punto exacto me doy cuenta que lo hacían sin protección.

Entonces, una deducción más lógica se me presenta.

Su trabajo.

—¿Y si fue en tu trabajo? —Me escucho decir que me arrepiento enseguida de hacerlo.

—No, fue por el mismo trabajo que supe los resultados. —No la entiendo.

—No entiendo.

—London, si lo dices por mi trabajo de puta —empieza a decir con dureza. La he ofendido, lo sé—. No, ellos hacen exámenes médicos de las chicas cada semana. ¿Crees que dejarían que una de nosotras infectase con algo a sus más altos clientes?

Es verdad, suena más lógico.

—¿Y qué sabes de él? —Aclaro mi voz— ¿Cómo sabes que fue por él?

—Porque el día que se me ocurrió la genial idea de dejarte participar en la pasarela por irte a buscar y salirme de la subasta... —Suspira—. Me suspendieron. Y con él es el único que he estado después de la última revisión donde estaba bien.

¡Maldito!

Por cosas así no me enredaba sexualmente con chicos, pero terminé teniendo sexo con un hombre que de seguro debe ser un mujeriego, porque ¿Qué mujer se resistiría a alguien como él? Por suerte, usé protección.

Sin embargo, tengo que tener en cuenta el detalle de hacerme los exámenes lo más pronto posible.

—¿Y ahora qué haremos? —Le tiro mi blusa para que limpie su rostro, al atraparla me doy cuenta que en su mano tiene una cortada.

—London, debes saber lo obvio —¿Lo obvio? —. Me despidieron de mi trabajo, y lo peor es que debo pagar las tres subastas que hice perder por mi suspensión.

—Las pagaremos —digo con incredulidad.

Astrid suelta una risa vaga.

—Es un millón de dólares con los cuales no cuento.

—¡¿Un millón?! —grito.

¿De dónde sacaré tal dinero?

—Me quitarán todo si no les pago, y me matarán.

¿Matarla?

—¿Estás hablando en serio? —Busco en su mirada alguna respuesta.

Asiente.

Sin embargo, el sonido del teléfono nos interrumpe.

*Prometí que habría maratón, así que, en un par de horitas subo el otro capítulo.

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