Capítulo XII: Altamente sexual
—Quítate el vestido —ordeno.
La joven desliza su prenda por su cuerpo en un movimiento lento, pausado y tentador dejando expuesta su piel rosada sin nada que ésta la cubra. Sus ojos están fijos en los míos esperando la aprobación para entrar a la clase VIP de la subasta: Una especie de espectáculo sexual en vivo. No todas se atreven, solo las dispuestas a ganar 100 000 dólares, algo que no ganarían con la subasta.
—¿Qué tal está? —dice Frank, cerca de mi oído en voz baja.
—Debe pasar la prueba primero —respondo, sin quitar la mirada del exótico cuerpo que tengo presente.
Ella no es tan delgada como las modelos que suelen acudir a la selección. Por su rostro deduzco que debe tener veinte, usualmente acuden a la subasta las modelos que tienen más de veintidós, porque a esa edad empieza a opacarse sus carreras en el mundo de la moda. Sola las mejores se mantienen, pero las que no logran éxito, terminan aquí. Dispuesta a venderse por ganar algo más de dinero.
—Es bueno tener un padre cuyo negocio sea la prostitución en un alto nivel. —Más que un comentario por parte de Frank, es algo que él dice con arrogancia para sí mismo.
Frank aparte de tener mi misma profesión, piloto de aerolíneas, es el heredero de la red de prostitución más exclusiva del país y, por qué no, del extranjero. Aunque tiene mujeres a su disposición es el cobarde que solo quiere tener una para toda la vida; y no la ha conseguido a pesar de sus espontáneos rollos con alguna que otra modelo. Su emoción por el "amor" es más cursi que los peluches rosas.
—¿Y bien? —La chica interviene de una manera tímida, trata de cubrirse su parte delantera con el cruce de sus manos, pero sabe que no le favorecerá si quiere ser elegida, así que las retira enseguida, dejándolas a sus costados por un intento de recuperar la seguridad que al inicio mostraba.
—Entra a esa puerta —empieza a hablar Frank, señalando la puerta que sobresale en una esquina de la opaca habitación—. Ahí te espera la segunda prueba.
Sin pensarlo dos veces la joven se da vuelta y se dirige al lugar.
—Vamos a observar qué tal lo hace —digo con diversión.
Me levanto de mi asiento, y Frank me sigue. Ambos nos dirigimos a la otra puerta que da por un pasillo clave para llegar a la habitación que entro la chica. Veremos todo lo que hará a través de un cristal polarizado que da conjunto con la escenografía que se tiene preparada.
—¿Qué pasó con tu chica? —El intento de conversación de Frank es malo, muy estúpido para ser sincero. Se supone que quiere mantenerse al margen de todo, y su pregunta lo único que hace es recordar que el encuentro fue un fracaso.
Sin embargo, la duda se siembra en mí, ¿por qué ella estaba para la subasta si ni siquiera supe de su elección? En la invitación de Frank a la subasta no estaba su nombre.
—¿Conoces a London? —Lo encaro.
—¿London? —Se nota sorprendido y confuso.
—Ella estaba para la subasta de hace unos días atrás —le informo.
—¿Cómo quieres que te lo diga si ni siquiera participo en todas las elecciones?
—Bien. —No prosigo más con lo no explicable.
Entrando al lugar, él detiene mi paso.
—Ya recuerdo. —Alza su mirada hacia arriba como si el techo tuviera la respuesta—. Una chica se retiró a última hora, y se le pidió a una de las más exclusivas que conseguirá un reemplazo de confianza, aunque sea solo para el desfile.
—Así que eso pasó —murmuro.
Una vez dentro, vemos a través del cristal lo previsto. Un hombre desnudo y algo fornido se ubica detrás de la chica en sus manos sujeta unas esposas. Él espera la señal para que pueda proseguir, la cual dará Frank cuando aplaste el botón rojo a un lado de la pared. Una barra de metal dentro de la habitación blanca donde se encuentran será utilizada para sujetar las muñecas de la chica.
—Empieza. —Frank da la señal.
El sujeto mueve a la chica y la sujeta a la barra, llevándole las manos hacia tras, y posteriormente, asegurándolas con las esposas como lo he previsto. Sus pezones rosados se endurecen ante la acción, es probable que ella esté disfrutando cada movimiento. Obedece silenciosamente cuando el hombre se posa frente a ella se ve la ligera diferencia de estaturas. Él es más alto. Juega con el cuerpo de la chica acariciando delicadamente sus costados para terminar con un agarre fuerte hacia el borde de la cadera.
Ella suelta un gemido que retiene enseguida, sabe que no debe hacerlo. No hasta que él la penetre, todo debe ser sincronizado. Separa sus dos piernas, está lista. Con agilidad el sujeto le agarra los muslos, elevándolos hacia su cadera y ésta lo atrapa, cruzándolas. De un empujón la penetra, esta vez, ella no se contiene y grita. Él se mueve rápido sin contemplación, en la cara de la chica su piel se vuelve rojiza como si ardiera de placer. Ambas tienen que terminar juntos, ninguno de los dos debe correrse ni antes ni después.
La espalda de la chica se arquea, y el sujeto envuelve una mano alrededor de su garganta. Le genera más placer, porque no para de gemir, empujándose hacia delante para recibir las embestidas de manera más rápida, y que sean más profundas.
Es juguetona, sabe lo que hace, y ya se ha dado cuenta que está más que asegurada en el puesto del próximo espectáculo que se realizará. Se muerde los labios, y echa un vistazo al cristal. Sonríe divertida, porque debe imaginar que está siendo observada; y es así.
Una y otra vez sus cuerpos chocan, una acción que aprovecha el sujeto para agarrarla por las caderas y hundirse profundamente en ella. El rostro de la chica está algo contraído por el esfuerzo de retener su liberación. El sujeto besa su cuello, y esa es la forma con la que dice que está al borde de liberarse. Asiente la chica, dejándose llevar por los últimos desesperados segundos de su orgasmo. Ambos gimen, un cambio de ritmo en las embestidas y el líquido lechoso cayendo al piso es la afirmación de que todo ha terminado.
—Estás dentro —anuncia Frank hacia a la joven.
Con el espectáculo terminado me dispongo a salir del sitio, pero Frank me retiene.
—¿Qué ocurre? —cuestiono.
—¿Qué vas hacer con tu chica? —pregunta curiosamente.
—¿Y no que no querías saber nada? —inquiero.
—Solo dilo.
—Pensaba realizar mi juego clásico con ella, pero ahora tengo una idea mejor.
Mira su reloj y luego empieza a pasar sus dedos por su cabello.
—Soy el encargado de pilotear un vuelo comercial largo —dice.
—¿Y qué esperas? —suelto— Vete.
Sonríe, negando con la cabeza a su vez.
—¿Por qué lo haces? —Su pregunta cae en mí de manera sorpresiva.
Camino fuera de la habitación, y él me sigue.
—Ella debe aprender una lección como todas las vírgenes que se meten con hombres como yo.
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