Capítulo IV: Noche

¡Bendita estupidez!

Aun me pregunto, ¿Por qué acepté venir?

Sin embargo, me recuerdo que obtendré cien dólares para completar el pago mensual de la universidad. Solo tengo que lograr conquistar por esta noche a un chico sexy, voy a un hotel con él y lo dejo con las ganas, probando también que puedo ser atrevida y arriesgada. Parece fácil, pero hay cosas que pueden complicarlo todo.

Uno: Parezco menor de edad si no me maquillo.

Dos: Sufro de pánico si me pongo realmente nerviosa.

Tres: Solo sé de sexo por los libros eróticos que leo. ¡Ah! Y ahora se suma la escena porno en vivo de Astrid.

Tampoco es que sea difícil seducir a un chico sexy o ¿no?

—Vamos, London. —Astrid tira de mi mano para pasar entre medio de la gente que baila en la sala al ritmo de electrónica.

Todos llevan puestas vestimentas del diseñador al cual están festejando por su grandioso triunfo al presentar su colección.

—Espera —digo, soltándome de su agarre.

Voltea a mirarme, sus ojos azules se agrandan por mi reacción. Está sorprendida, pero el empujón que le da una chica que pasa a su lado la saca de su estado.

—¡Mierda! —se queja. Ella está molesta, al parecer conoce bien a la persona que acaba de fastidiarla.

La miro y negando con la cabeza, le advierto: —No lo hagas.

—No lo haré, porque ésta es tu noche. —Se coloca a mi lado y susurra a mi oído en un hilo fino de voz—. Acabo de ver a tu presa.

Doy una rápida mirada hacia todos los chicos guapos que puedo lograr divisar, pero no veo uno que sea extremadamente sexy y que no diera pinta de ser gay. Al menos que su comentario vaya dirigido hacia el rubio que atiende en la barra. Sus proporciones son perfectas y una sonrisa de lado que enamoraría hasta la menos ingenua. Pero, los rubios no son lo mío.

—Eres mentirosa —suelto.

—Mira al hombre sexy que está detrás de ti —comenta.

No deseo voltear a confirmarlo, porque Astrid acaba de decir hombre sexy y no chico sexy. Eso me lleva a concluir que es alguien maduro. No puedo imaginarme involucrada con un hombres mayores. A eso me refiero a viejos.

No lo haré, no aceptaré realizar el dichoso juego si tengo que lidiar con un hombre que me sobrepase en edad por más de diez años. Tengo la suficiente edad para saber que aquellos hombres son más experimentados y saben con más claridad cuando una mujer juega con ellos.

—Será el plan con un chico o nada —puntualizo.

—Voltea, tonta. —Ni bien logro escucharla y ella con sus manos logra voltearme.

Justo ahí, a unos metros de mí, mi mirada se posa en el hombre atractivo que está hablando con una chica alta que al parecer conoce muy bien, porque ella se apega a él como si nadie existiera alrededor estando dispuesta a ser suya sin importarle nada. No la culpo, porque el tipo tiene los ojos azules más cristalino que haya visto, una mandíbula perfectamente marcada y un cuerpo que es un delirio. Ni la camiseta de tela oculta lo atlético de su figura.

¿Por qué estoy viéndolo como una tonta?

—Cierra la boca —murmura Astrid, e instintivamente siento cerrar mi boca.

—¡Que puta! —exclamo para mí, y la música se apaga antes de que pueda terminar mis palabras.

¿Por qué diablos dije eso?

Llamo la atención de todos hacia donde estoy, en especial, la de él. Al instante, siento un ardor en mis mejillas, me estoy ruborizando y no sé cómo detenerlo. De por si mi piel ya es lo suficientemente pálida para saber que debo tener un rojo intenso cubriendo mi rostro. Sus ojos me observan con curiosidad, analizándome de pies a cabeza.

Mi mente sigue aun procesando la imagen del hombre a quién he captado su atención. Su mirada curiosa cambia a dudosa, pero la mujer a su lado le agarra el rostro desviando su atención hacia ella. Entonces, la música empieza a sonar llenando cada espacio silencioso en el lugar.

—Quiero reírme, pero no puedo —escucho a Astrid.

Giro a mirarla, sintiéndome la más incómoda de la fiesta, de la ciudad, del país, del mundo... Aquello me hace decirle con ruego. —Vámonos, por favor.

—Ven, vamos al baño. —Me lleva a empujones de la gente que en segundos parece haber olvidado mi torpeza. Cada uno vuelve a ocuparse de sus asuntos.

Es fácil ver cómo las personas que concurren a este lugar cambian su objetivo de concentración con facilidad. ¿Serán así fuera de aquí?

—Siento vergüenza —suelto, porque de verdad estoy muriendo de vergüenza.

Pasamos por un pasillo corto, y en una esquina se encuentra un letrero en luces con la palabra baño. Entramos, y una vez dentro, miro al espejo rectangular que cubre casi toda una pared y saco mi frustración.

Grito una y otra vez.

—Cálmate —sugiere Astrid, llevándose el labial a sus labios.

—Tú sabes que odio las miradas de todos sobre mí —le recuerdo.

—Sí, porque caes en pánico.

—Ni me digas. —Me recuesto a la pared—. No quiero pasar por eso.

Cruzo mis manos a la altura de mi pecho y espero que Astrid se arregle lo suficiente para salir del lugar e irnos. El atrevido vestido corto con la espalda descubierta que lleva me hace bajar la mirada hacia mis piernas que se ven totalmente desnudas al igual que las suyas. Ponernos de acuerdo en vestir con vestidos cortos y unas maxi botas era lo primero que habíamos acordado, pero, por una supuesta desaprobación de estilo, terminanos en botas de tobillo. Ahora me arrepiento.

Me quedo mirando mi rostro que se ve reflejado en el espejo y me doy cuenta de que ésa no soy yo. Nunca había tenido tanto exceso de maquillaje en mi vida; parezco una puta. Y no es que esté en contra de serlo, pero no es lo mío. Desde lejos mi imagen grita soy fácil, busco sexo. El delineado negro profundiza mis ojos azules, por suerte, me negué a utilizar labial lo que hace que mi rostro tengo algo de armónico.

—Ya estoy lista —dice Astrid, con una enorme sonrisa al final. Acomoda un poco su cabello, peinando sus ondas con sus manos.

Hago lo mismo, pero arruino un poco el mío debido a que mis ondas no son naturales. Decidí portar extensiones por lo corto de mi cabello. Supuestamente, también ésa es una manera para que después del plan el tipo no me reconozca en la calle.

Ante la suma de otro fracaso más a esta noche, sugiero: —Mejor vayamos a casa, compremos una pizza y veamos películas.

—¿Estás persuadiéndome? —Me mira dudosa.

—No me digas que quieres seguir aquí aun después de lo sucedido allá fuera —respondo, indignada.

No espero a que me responda, porque me salgo del baño dejándola a ella atrás. No entiendo que dudara en irse. Camino todo el pasillo indignada, porque por cien dólares no me venderé. Bravo, London. Al fin está volviendo la cordura a tu cerebrito.

Debo reconocer que al principio parecía divertido, hasta me dije ¿Por qué no? Vamos, London. ¡Inténtalo! Ahora sé que fue una mala idea... una muy mala.

Salgo hacia la pista de baile y paso entre la gente, empujando sin importarme nada. Iré directo a casa, y buscaré la manera de completar la plata.

No sería difícil, o ¿sí?

Solo tengo menos de doce horas para completar la cantidad estipulada. Mientras invado mi mente con pensamientos absurdos para conseguir el dinero, miro hacia la puerta de salida y me apresuro en estar fuera de este sitio.

—Alto. —La voz de un hombre detrás de mí me detiene, agarrando mi mano sin darme cuenta.

Me suelto y giro para ver quién es. —Tú.

Es él, el hombre caliente por el cual pasé por una vergüenza estúpida. Tenerlo frente a mí me hace ver lo alto que es y su rostro es aún más seductor que desde lejos. La oscuridad de la sala con la iluminación tenue de luces psicodélicas hace que sus ojos azules cristalinos resalten con fervor.

De verdad, este hombre es tan hnm...

Deja tu calentura, London.

¡Concéntrate!

—¿Yo qué? —pregunta, sorprendido.

Suelto a reírme en carcajadas. Estoy tonteada por este tipo otra vez... menuda idiota.

—No, nada. —digo, con el fin de despistarlo.

—Y bien, nos vamos a quedar aquí parados. —Mira hacia sus lados.

—No, porque ya me voy —recalco, ante su intento de seducción, porque sé cómo empieza todo. !Ah, vale! Pero cómo termina no.

—No te vayas —dice, a manera de ruego, sujetando ligeramente mi mano izquierda y acariciando con su pulgar mis dedos.

—Lo siento, pero no soy tu tipo. —Suelto su agarre, me giro y me encamino hacia la salida.

Me alcanza y con su cuerpo obstruye mi paso. —No te irás, porque te vi y no pienso dejarte ir.

—¡¿Ah?! —¿Es enserio? El tipo aparte de atrevido, también es arrogante.

—Mira ahí viene tu amiga —dice, con una sonrisa.

No volteo a ver. Puede ser una táctica para despistarme y robarme un beso. Creo que leo mucho libros románticos.

—London —escucho a Astrid, detrás de mí.

¡No! ¡No puede ser más oportuna en llamarme! Ahora el tipo sabe mi nombre.

—London. —Su voz se llena de sensualidad—. Así que tu nombre es ese.

Asiento, no tengo más remedio que hacerlo.

—Amiga. —Astrid se ubica a mi lado, colocando su mano izquierda en mi hombro—. No piensas presentarme al hombre que acabas de conocer.

Ella está haciendo su típica ayuda para amarrarme con alguien, porque las conquistas no son lo mío. Sin embargo, esta vez no estoy interesada en salir con el hombre que tengo frente a mí, porque, minutos antes, él había sido elegido como el reto que tenía que superar para ganar el dinero.

—Lo siento, Astrid. —Le quito su mano—. Yo pienso irme.

—Yo te llevo —suelta el tipo—. Mi nombre es Random; lo digo para que haya más confianza.

Astrid se ubica frente a mí, dándome un abrazo y susurrando a mí oído. —Vete con él, hazlo. Él necesita un escarmiento y tú puedes dárselo, además ganarás el dinero.

Ella me suelta, me guiña un ojo y se aleja de mí. La veo sacar su celular y escribir algo, al instante, el mío suena en mi cartera. Sé que debe ser alguna instrucción de qué hacer o en qué lugar me esperará.

—Sí, claro —le digo al tipo, sonriendo de paso como idiota. Ahí estoy, conquistando a un tipo que puede ser más experto que mí en el arte de seducir. En realidad, cualquier persona es más experta que mí en ese aspecto.

—Ven —se limita a decir, agarrando mi mano y saliendo de la fiesta para encontrarme con la calle—. Vamos a mi auto.

Nos acercamos a un Ferrari negro, se apresura a abrirme e ingreso. Se sube, me mira por unos minutos algo dudoso, pero empieza a prender el motor.

—¿Tú eres la misma chica de esta mañana? —pregunta, sin verme.

—¡¿Qué?!

—Sí, tú eres —inquiere—. Solo que el maquillaje te ha cambiado mucho.

¡Idiota!

¿Qué quiere decir con eso?

O sea que era fea cuando me vio en la mañana... pensando en eso ¿Dónde me habrá visto?

—¿Dónde me has visto? —pregunto, mientras él emprende la marcha.

—En la cafetería. —Me lanza una mirada— ¿Recuerdas?

¿Cafetería?

¡Ah!, o sí, claro... Entonces, él es el mismo hombre a quién no quería verle el rostro gracias al incómodo momento que me hizo pasar Astrid con su elogio hacia el paquete de su moreno.

¡Maldita Astrid!

Ella sabía con quién me mandaba.

—Sí, eso creo.

—Bueno, y quieres que te lleve a tu apartamento o al mío. —¡Uff! Está siendo directo, el tipo sabe lo que quiere.

—¿Y cómo sabes que tengo departamento? —Sonrío de manera maliciosa—. Puedo tener una casa.

Se ríe.

—Las modelos por lo general viven en apartamentos.

¿Modelos?

El tipo cree que soy modelo... si supiera.

—¡Ah! Sí, sí... —Miro hacia al frente, fijándome en todas las calles iluminadas.

Las personas están activas por el evento de presentación de nuevos diseñadores junto con sus colecciones. No hay espacio para transitar.

—Respóndeme. —Se muerde la esquina de su labio inferior.

¡Uff! Mi vientre estaba inquieto... muy inquieto.

Cierro mis muslos para detener la sensación de palpitación que estoy sintiendo recorrer mi vagina, pero al hacerlo siento que aumenta más el palpito.

—Al tuyo —suelto.

—Espera, yo debo decirte algo antes de que quieras enredarte conmigo. —Me siento confundida.

—¿Qué?

—Conmigo solo es una noche, una cita y una sola follada.

¿En serio acaba de decir eso?

¡Vaya! Sé que en pleno siglo XXI la gente es más liberal, pero encontrarme con un tipo así me confirma cualquier tipo de liberación sexual. Aunque sus palabras liberales en vez de aumentar mi libido lo está haciendo decaer.

—Sí, claro —digo, haciéndole creer que entiendo lo que en realidad desconozco.

—Entonces, ¿quieres ir a cenar algo primero, ver una película o lo que gustes? —Menudo don Juan.

No, London.

No pienses en alargar esta noche.

—No. —Aclaro mi voz—. Mejor vamos directo a tu cama.

¿En serio esa soy yo diciendo esas palabras?

El tipo sonríe, me da una última mirada y pasa por unas calles hasta llegar a una zona donde hay hoteles de lujo. Algo dentro de mí siente que no es correcto jugar con algo a lo que ni siquiera he lidiado en mi vida, pero la necesidad puede más.

Ni que vaya a tener sexo con él... solo unas cuantas miradas, una sonrisa y palabras de fuego, lo suficiente para que arda en deseo.

Ni loca tendría mi primera vez así, aunque el tipo esté demasiado bueno.

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