Capítulo I: Placer
—Por favor, más... —Un tono vacilante en su voz y adictivo para lo que la situación amerita. Incitado a darle eso que desea, la penetro un poco más profundo—. Quiero más...
La rubia de piernas largas y esbelta figura está disfrutando mis embestidas. No me gusta que me ordenen qué hacer; cada movimiento es hecho con el fin de llegar a un solo objetivo: el clímax.
Uno
Dos
Tres...
No paro de embestirla, aumentando mi velocidad para llegar al punto de vaciarme dentro de ella. No tanto así, aquello es mi deseo, pero soy cuidadoso, usando protección. Sin embargo, imaginármelo hace que me olvide de la barrera entre su carne y la mía.
Las piernas de la mujer que tengo debajo de mí suben hacia la altura de mi cintura atrapando mi cuerpo. Eso hace que su vagina se contraiga, excitando mi ser más de lo que espero.
Bajo mi cabeza hacia quedar por la zona frágil de su cuello. Juego con un etéreo soplido, y eso hace que se desestabilice su control a la vez que avanzo hasta llegar a su oreja donde la muerdo.
Esa parte básica para muchos, pero para mí es mi punto de agarre cuando estoy a punto de llegar a mi orgasmo.
—Es delicioso —susurra, a mi oído.
—Di mi nombre —le exijo.
—Ran... —Hago movimientos más rápidos y fuertes con mi pelvis sin detenerme—. ¡Random!
Siento de apoco cómo se contrae su interior. Está palpitando sin piedad. Ella al borde de su orgasmo y yo alcanzando el mío. Me voy a correr, queriendo realmente regar mi semen en ella.
—Terminaré encima de tu vientre —digo, totalmente extasiado.
No espero su respuesta dado que hablar es lo último que quiero.
—Hazlo, quiero sentir eso —dice, suplicante.
Trato de procesar sus palabras.
—¿Quieres eso realmente? —Alzo mi cabeza para mirarla y buscar algún gesto que vaya en contra de su juicio.
—No pares, por favor... hazlo, no me importa. —Agarra mi trasero, haciendo hundir mi pene más profundo en su finura.
Dejo de mirarla para apoyarme más en su cuerpo. Esta vez, no me detengo.
Cuando la vi desfilar en la pasarela sabía que poseía en sus ojos perversión. Su intensa mirada y su sonrisa de niña buena era el indicio de que no era lo que exhibe, y ahora lo estoy comprobando. Me encanta las chicas que aparentan ser buenas, aquellas son las más perversas. Y en este momento, estoy follando a una.
Mis muslos se contraen, y los de la rubia igual, esa es la señal para sentir ese pequeño momento de adrenalina que tanto me fascina.
—Voy a correrme —le advierto.
Mi pene está palpitante... muy palpitante. Su respiración empieza a agitarse.
—Te sientes tan... ¡No pares! —Su voz suena a un grito ahogado.
Su cuerpo empieza a curvarse, sus uñas se clavan en mi espalda, y mi líquido está a punto de explotar. Ella está en una oleada de placer dejando su orgasmo expuesto, y siento lo mismo en mí, me apresuro a retirarme de su interior. Quito el condón, me arrodillo y expulso mi semen —en una arriesgada maniobra— encima de su vientre.
Es el punto máximo, y lo estoy disfrutando... así son mis encuentros unos con más deleites que otros. Hasta este punto solo tienes que hacer algo: retroceder o volverte adicta a mí.
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