Prólogo: Del caos que nacen las estrellas

Del caos que nacen las estrellas

[...]hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas

Charles Chaplin

Mamá me dijo que no podía sostener una estrella y, por lo general, ella siempre tenía razón.

Había algo intrínsecamente extraño y a la vez adorable para la señora Min en ver a su nieto de cuatro años jugar en el pastizal que rodeaba su casa a la hora en punto en la que parecía que iba a anochecer.

Yoongi tenía el cabello oscuro y alborotado y sus ojos eran como gemas de ónix que brillaban casi tanto como las luciérnagas que perseguía por todo el campo como si la vida se le fuese en ello.

—¡Abuela, mira! ¡Parece purpurina! —gritaba mientras señalaba el firmamento y la señora Min reía, porque su pequeño Yoongi creía que toda la purpurina era púrpura al igual que el tono del cielo que parecía haber dejado despiertas a todas las estrellas esa noche en particular.

—Min Yoongi, ¿Qué crees que haces? —la voz de Ji-won, la madre de Yoongi, se escuchó desde la puerta de entrada a la gran casa familiar, con su habitual ceño fruncido de preocupación. La señora Min no culpaba a su nuera por ello cuando la actividad favorita de su pequeño nieto era correr tras las luciérnagas que se elevaban demasiado alto para que sus bracitos lograran alcanzarlas.

—¡Mamá!¡¿Las ves?! ¡son como estrellas volando! —Volvió a gritar, porque Yoongi solía gritar mucho y todo el tiempo —¿Puedo sostener una estrella con mis manos, mamá?

Ji-won suavizó su mirada mientras caminaba junto a su suegra en la mecedora envejecida de la terraza. Estaba oscureciendo con rapidez y el frío nocturno hacía presencia una vez más. Se reprendió mentalmente por no sacar el suéter de su hijo mientras este jugaba en la tierra, pero cualquier pensamiento dejaba su cabeza cuando escuchaba la risa fuerte del pequeño.

—Son luciérnagas Yoonie —susurró al niño mientras este se detenía en medio del terreno, agachándose a su lado —ellas no son estrellas —Ji-won señaló hacia arriba entonces, haciendo que el pequeño elevara su mirada exagerando el movimiento de su cuello.

Yoongi era pequeño para su edad, y desde su nacimiento había sido muy delgado incluso considerando su estatura, por eso a Ji-won no le sorprendió que perdiera el equilibrio y callera directo a la tierra sobre su trasero con un suave pop que levantó algo de tierra.

Él se rió y terminó por tumbarse completo, extendiendo sus brazos y piernas como si intentara hacer un ángel en la arena, mirando hacia el manto estelar con ojos oscuros y curiosos.

—Esas son estrellas —continuó la mujer, bajito —son como enormes esferas de luz.

—Pero yo las veo pequeñísimas, mamá, ¡son como así de pequeñas! —dijo, acercando su dedo índice y pulgar, dejando un espacio minúsculo entre ellos para demostrar el tamaño que veía. El rostro verdaderamente preocupado de Yoongi casi la hace reír.

—Eso es porque están muy lejos, amor —asintió su madre, alargando el sonido de la u.

—¿Entonces no las puedo tomar con mis manos? —Yoongi abrió mucho los ojos, de repente alarmado ante la posibilidad, convirtiendo su mano en un pequeño puño que mostró a su madre. Ji-won se quedó pensando en qué responder, ciertamente nunca había sido buena para dar explicaciones de ese tipo y a menudo se lo recordaba la mirada confundida de su Yoonie.

—¿Para qué quieres encerrarlas en tu puño, amor? —el niño hizo un pequeño mohín en concentración.

—Me gustan las estrellas, me gusta mirarlas —murmuró —si las sostengo en mi puño, se quedarán conmigo —su madre sonrió con ternura mientras negaba con lentitud

—Si las aprietas contra tu puño, entonces ni siquiera podrás verlas Yoonie —el pequeño frunció el ceño —es mejor si las sostienes cerca de tu corazón mientras las dejas ser libres, cariño —dijo mientras acariciaba su cabello y las hebras suaves se deslizaban entre los dedos —las cosas que amas siempre estarán contigo si las dejas, pero no las oprimas porque puedes lastimarlas-

—¿Entonces si las aprieto, se pueden apagar? ¡No quiero que se apaguen, mamá!

—Puedes mirarlas —respondió ella en cambio —y guardar su imagen en tu corazón durante el día porque al anochecer, siempre, siempre, estarán allí, en el mismo lugar, esperando por ti.

Ji-won no sabía si algo de lo que decía era correcto, pero la sonrisa en el rostro de su hijo mientras seguía revolcándose en la tierra y confundía estrellas y luciérnagas la hizo sentir conforme.

—¡Vengan a comer! —se escuchó la voz del abuelo Min, llamándolos desde la casa y la mujer dio un salto, agarrando a su hijo en el acto.

—Vamos a darte un baño caliente y ponerte ropa limpia, amor, mañana seguirás mirando estrellas.

La mujer cargó al pequeño niño sin ningún esfuerzo mientras este reía y mostraba sus encías rosaditas, dándole vueltas sosteniéndolo contra el costado de su cuerpo, dando pasos rápidos y luego lentos, acercándose a la casa con el pequeño escandaloso.

—¡Mamá, no me agarres tanto que me apagaré!

Yoonie reía, como siempre.

★ ★★

El pequeño reloj redondo, con una estrella fluorescente en el centro, le mostraba la manecilla grande en el número once y Yoongi sabía que debía estar dormido, pero no podía.

Él sabía que al dormir debía estar en el número nueve casi siempre y al despertar estaba en el número seis cuando iba a la escuela, pero su pequeña mente no podía dejar de correr y sus ojitos oscuros no se despegaban de la rendija de la ventana que la cortina no alcanzaba a tapar.

Se sentía algo extraño y agitado porque cuando el sol saliera de nuevo, él tendría que ir a una nueva escuela para iniciar un ciclo más avanzado, su mamá decía que se debía a que era un niño muy inteligente y le decía, también, que estaba realmente orgullosa y feliz, pero Yoongi no se sentía así.

Yoongi tenía miedo, y se sentía triste.

Cerró sus ojitos intentando concentrarse en dormir hasta que un sonido pequeñito turbó el silencio de su habitación. La mirada de Yoongi se dirigió instantáneamente hacia la ventana y logró captar un atisbo de luz amarilla que se desvaneció demasiado rápido.

Saltó de su cama, extendiendo sus manos mientras se estiraba, haciendo que las mangas enormes de su pijama con dibujos de galletitas café llegaran hasta sus hombros. Pataleó en silencio en la alfombra cuando logró bajarse, dirigiéndose con cuidado hacia la ventana enorme que daba casi hasta el piso.

—¡Luciérnaga! —gritó, antes de taparse la boca con ambas manitas, mirando hacia todas partes y quedándose en total silencio, esperando que en cualquier momento sus padres o sus abuelos aparecieran de la nada y le regañaran.

Nada pasó, y dirigió de nuevo sus ojos hacia la ventana, corriendo la cortina por completo y dejándolo sin aliento.

El cielo era tan brillante y bonito, con tantos colores y no sabía las razones, pero le gustaba mirarlo, como si el propio cielo tuviera la capacidad de decir su nombre y mantener la atención del niño en él. Quizá era porque su madre a veces le hablaba a algo allá arriba y sonreía, o le pedía favores a las nubes de vez en cuando y eso le hacía pensar que el cielo era bueno, pero el caso era que le gustaba el cielo casi tanto como le gustaban las luciérnagas que bailaban ahora bastante cerca del suelo.

Yoongi sonrió y brincó con emoción, sin pensar mucho en lo que hacía. Corrió hasta el armario junto a su pequeño escritorio anaranjado y buscó el frasco de vidrio con tapa plateada que le había tomado prestado a su abuela un día pasado y saltó de vuelta a la ventana mientras lo destapaba.

—¡Ahora sí! —gritó en un susurro —¡te voy a atrapar!

Abrió la ventana sin tener cuidado de ello y brincó el pequeño espacio que lo separaba de la tierra del patio trasero de la casa de sus abuelos. De repente se dio cuenta de lo que estaba haciendo, notando la imperiosa oscuridad que cubría el pastizal ahora que las luces de la casa estaban apagadas. Tomó el frasco con mayor fuerza entre sus manos pequeñas y lo llevó a su pecho, abriendo mucho los ojos y retrocediendo hasta la ventana.

Sus palmas sudaron, porque la oscuridad creaba sombras que se parecían a animales gigantes y el viento creaba sonidos espeluznantes que le erizaban la piel.

—No hay nada allí afuera —se comenzó a decir a sí mismo —No hay nada ah-

Luciérnagas de nuevo. Eran muchas, quizá cientos, iluminando un camino desigual que se adentraba al pastizal.

Yoongi quiso correr, estirando sus brazos hacia los pequeños insectos intentando que entraran en el frasco, pero su movimiento fue demasiado apresurado y sintió como se resbalaba hacia atrás.

—¡Caracoles!

Su trasero ya comenzaba a doler y se vio sentado de nuevo en la tierra con el envase entre sus dedos, sintiéndose frío.

Una pequeña luciérnaga seguía burlándose frente a su rostro.

—No podré atraparlas ¿No es así? —hizo una mueca y se dejó caer en la tierra de nuevo, de igual forma no habría manera de ocultar la mugre de sus pantalones luego de haberse caído —mamá dice que eso les haría daño, pero he visto en la televisión a personas hacerlo y no lo parece... parece bien —susurró por última vez, alzando su mirada al cielo —Pienso que si puedo llevar una de ustedes mañana podría hacer amigos más fácil porque a todo el mundo le gustan y yo quiero tener amigos... desearía que mañana fuera un día feliz

Sus ojitos se cerraron, aun con el rostro hacia arriba y el rocío hizo cosquillas en su nariz de botón, logrando que removiera los parpados justo en el segundo en que algunas luces de colores atravesaron al cielo con gran velocidad

—¡Woah! ¡Genial!

Era amarillo, y algo de rosa, quizá azul, verde, otros colores que pasaron al mismo tiempo y maravillaron sus orbes infantiles y, de repente, todas las luciérnagas y las estrellas habían desaparecido.

La oscuridad se extendió por todo el campo y su mirada dejó de captar cualquier color, sin embargo, Yoongi no sentía miedo esta vez cuando las sombras más negras se movieron, ni cuando una minúscula lucecilla comenzó a parpadear desde lo más alto sobre su cabeza, descendiendo tan lentamente que incluso el niño se cuestionó si de verdad la veía moverse.

La luz seguía bajando, cada vez más cerca, hasta que se detuvo frente al rostro del pequeño de cuatro años, iluminando sus facciones suavizadas y expectantes ante la extraña luciérnaga que había bajado desde el cielo.

No.

No era una luciérnaga, era solo una luz diminuta que siguió su camino hasta llegar al frasco que ahora sostenía sobre sus piernas, quedándose ahí, como orgullosa de mostrarse y brillar con fuerza apenas contenida.

Yoongi llevó el objeto hasta su rostro una vez más, sonriendo cuando cayó en cuenta de que la luz no se había desvanecido y, por el contrario, flotaba paciente en medio del envase trasparente.

Levantándose con cuidado, Yoongi caminó por inercia hacia atrás, sin saber muy bien como había logrado entrar de nuevo en su habitación y buscó a tientas la tapa plateada para encerrar el lucero diminuto entre las paredes de vidrio que le rodeaban.

—Es hermosa —susurró, abrazándole contra su pecho antes de llevar el frasco de nuevo a su armario, escondiéndolo muy en el fondo de este y sintiéndose extraño porque de repente no quería llevarlo a la escuela al día siguiente... sintiendo que era como un secreto y emocionándose porque nunca había tenido uno.

Su pecho se elevó cuando tomó una profunda respiración y decidió que era tiempo de dormir porque sus ojitos pesaban y sus brazos solo querían llegar a la cama.

Sonrió, observando por última vez hacia la ventana y notando una única estrella alumbrando el firmamento como si fuera su propio lucero. Y con ese solo pensamiento, Yoongi se quedó dormido.

★ ★★

Él es una estrella improbable, de las que nacen a partir de un deseo.

0,74 segundos después de su nacimiento le fue otorgado su nombre y 2,56 segundos después de eso, ya sabía todo lo que necesitaba saber.

Fue una supernova, y hubo caos, y hubo ruido, hubo dolor y muchas luces por todas partes, y todo era sumamente extraño. Él sabía cosas, pero no comprendía nada de ellas, y podía ver, pero no tenía ojos, y conocía a los humanos, pero no era uno de ellos.

Sabía que podía hacer y sentir cosas y cumplir deseos de cosas imposibles, y era como magia, pero no sabía qué era eso.

Entonces, 7,01 segundos después de su nacimiento se enteró de que era una enana azul, una estrella solo hipotética para los seres humanos y 0,48 segundos después de eso, conoció a una supergigante luminosa que le dijo sobre las reglas del firmamento.

El cielo concede deseos a los humanos vulnerables, fue lo primero que supo, y que él era producto de ello, fue lo segundo y, probablemente, lo más importante. Las estrellas como él, nacían de un humano en un millón... de un deseo en un millón, y estaban destinadas a ello hasta su fin.

Habían pasado muchos ciclos desde que el ultimo como él apareció, por eso era un gran tesoro.

Me llamaron Gran tesoro.

Me llamaron Seokjin.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top