9. Zayn.

Si mi corazón latía un poco más rápido y fuerte, seguro el bastardo quebraría mis costillas y saldría huyendo sin mirar atrás desde mi pecho. Sentía cada latido como un puñetazo, la sangre bombeando en mis oídos con la misma inquietud. La mezcla de miedo, felicidad y desconcierto, era algo que había tenido la oportunidad de experimentar un limitado número de veces en el correr de mi vida. Supuse que obviamente era algo reservado para ciertas ocasiones e individuos. 

La primera vez que lo sentí, fue al conocer al padre de Rainy. Había estado tan embelesado por el Alfa, que mi corazón había enloquecido en mi pecho como si repentinamente se hubiese convertido en una rana con la fuerza del salto de un canguro. Vaya metáfora, pero luego de trabajar tantos años con niños, debía agradecer no agregar adjetivos como "bonito" y "amigable" a las mismas. 

La segunda vez, cuando sentí las primeras contracciones. Por supuesto, había sido consciente de mi embarazo por varios meses, pero supongo que no logré asimilar el hecho de que una vida se había formado en mi interior, hasta que fue el momento de que esta conociese el mundo. Tenía la absoluta certeza de que llevaba un bebé en mi vientre, pero no logré ver en realidad lo que esa idea conllevaba, hasta que lo sentí empujando en mi interior, ansioso por salir. 

El miedo fue mi amigo fiel cuando lo comprendí, porque, ¿qué sabía yo de criar niños? ¿Siquiera quería realmente uno? ¿cómo podía hacerlo solo? ¿Y jodidamente quería traer a un pequeño a un mundo que siempre me había enseñado su peor cara? 

La felicidad lo empañó, casi borrándolo con su aparición. Porque no, no tenía idea de como criarlo, pero aprendería. Talvez no quería un niño, pero quería a mi niño, el que estaba en mi interior. Yo no estaba completamente solo, tenía a mi familia, tenía a mi hijo. El mundo no siempre había sido bueno conmigo, pero había aprendido a lidiar con él y eso sería exactamente lo que le enseñaría a mi hijo. A ser valiente y luchar por lo que se quiere. 

La tercera vez... Ahora. 

Ahora, mientras miraba el rostro dormido de Rainy. Cuando mi mente se esforzaba por cuadrar la situación, por comprenderla. Este era mi hijo, era ese bebé de rostro lloroso que se aparecía en mis sueños cada noche. Era la única persona que me había hecho anhelar su presencia por tanto tiempo. Me era difícil asimilarlo, pero no podía negarlo. El latido enloquecido de mi corazón me impidió hacerlo. 

Me incliné para besar su mejilla sonrojada, tomándome un momento para absorber ese sutil perfume infantil que se aferraba a él. Mi hijo. Las lágrimas me empañaban la visión, pero ya ni ellas tenían la fuerza necesaria para correr por mis mejillas, parecían tan cansadas como yo. Los ojos hinchados de Rainy eran un espejo de los míos, pero, ¿Cómo podíamos no llorar cuando una situación como esta sucedía? Me era imposible pensar en una reacción diferente. 

Toda mi vida, toda mi existencia, estaba a punto de cambiar y yo estaba deseando que lo hiciera. 

—Debes dejarlo descansar —la voz del Alfa me sobresaltó. Irguiéndome, aún de rodillas frente al sofá donde Rainy dormía, levanté la mirada justo a tiempo para verlo extender una manta de Toy Story sobre el pequeño. Sus ojos lucían un brillo suave que no había visto antes, pero la rudeza también estaba presente—. No ha descansado bien últimamente, que duerma lo más posible ahora que parece poder volver a hacerlo. 

Parpadeé, secándome las mejillas. Rainy lucía despeinado y algo sonrojado por el llanto, pero hasta ese momento, no me había tomado un segundo para notar las ojeras oscuras que decoraban su rostro y competían con las mías propias—. ¿Tiene problemas para dormir?

—No —dijo el Alfa—. El único problema que tiene es su inteligencia. 

—¿Que quiere decir eso? 

—Quiere decir, que este niño, probablemente comprende la vida mejor que nosotros mismos —se inclinó, dejando un beso en el cabello de Rainy antes de erguirse. Me hizo un gesto para que lo siguiera fuera de la sala—. Creo que tu y yo, necesitamos hablar.

Pasé mis dedos una última vez por esos mechones oscuros y dejé otro rápido beso en su mejilla, antes de ponerme de pie con algo de dificultad. Era increíble lo mucho que me costaba alejarme de él, aunque fuesen solo un par de metros a otra habitación. Podía admitir, el tonto temor, de perderlo de vista y que volviera a desaparecer de mi vida. Me dije a mi mismo que tenía el derecho a sentir ese miedo. 

Sacudiéndome un poco esa sensación, seguí al Alfa a través de una de las puertas que se conectaba con la sala. Descubrí rápidamente que se trataba de una cocina y me tomé un momento para absorber la belleza moderna de la misma. Todos los electrodomésticos eran cromados e impecables, logrando que tuviese la sensación de que si apoyaba mi mano en algo, esta quedaría grabada de por vida en el material. La cocina y el refrigerador estaban a mi izquierda, rodeados de muebles en madera negra y con una hilera de ventanas que daban a un exterior aun lluvioso. A mi derecha había dos puertas que daban a un pasillo, en la pared central que las separaba, se apoyaba un mueble que desentonaba bastante con la decoración minimalista. Era viejo, algo usado y parecía ir en contra de su entorno con su superficie marrón clara.

Di un paso para acercarme, curioso de su presencia allí, pero el sonido del Alfa aclarándose la garganta me detuvo de inmediato—. ¿Quiere algo de beber, Señor Malik? —preguntó formalmente. Tenía la cadera apoyada cerca del fregadero, con los brazos cruzados sobre su pecho, haciéndolo parecer aun más grande e intimidante aun—. ¿Café? ¿Agua? ¿Zumo? 

—Café —pedí. En realidad, odiaba el café, nunca le había encontrado realmente el gusto a la bebida, pero la ropa húmeda que se aferraba a mi cuerpo, me llevaba al extremo de hasta rogar por una bebida caliente. 

—Bien —volteándose, encendió la moderna cafetera. Se detuvo un momento para observarla antes de mirarme sobre el hombro—. Toma asiento, regresaré en un momento.  

Dicho eso, salió por una de las puertas y desapareció fuera de la habitación. Alejando los húmedos mechones de cabello de mi rostro, finalmente me acerqué al mueble, percatándome que se trataba de un cristalero antiguo. Tenía dos puertas con grandes cristales que permitían ver un interior vacío y cuatro cajones en la parte inferior. ¿Por qué alguien tendría un mueble como este en su cocina moderna? ¿Qué sentido tenía si se lo mantenía vacío? 

Mis dedos flotaron sobre un lateral, sintiendo la aspereza del material en mis yemas. Había algo, enteramente triste en el mueble. Su aspecto viejo seguro no lo ayudaba, pero tampoco lo hacia la consciencia de sus años y de las cosas que había visto y no podía contar. Había más en la pieza de madera de lo que se veía a simple vista. 

¿Como algo tan antiguo había llegado aquí de todos los lugares? 

Un destello de un recuerdo feliz más moderno que el sentimiento de tristeza. 

Di un paso atrás y me sacudí, desalojando las imágenes antes de que pudiesen formarse. No era de mi incumbencia.

Volviendo atrás, me deslicé en uno de los altos bancos alrededor del mueble-isla en el centro de la cocina y observé la superficie de mármol negro frente a mi. Las luces colgaban bajas sobre la misma, dándole una iluminación fotográfica al tazón de frutas en el otro extremo. Todo parecía estar preparado para una sesión de fotos, todo menos el mueble. Ese mueble... 

Algo cayó sobre mis hombros y me sorprendí al ver al Alfa pasar más allá de mi y hacia la cafetera. Empujando el aturdimiento, tuve que luchar con un nuevo sentimiento de sorpresa, cuando la tela áspera de la toalla sobre mi, me devolvió la mirada. Tenía el olor del Alfa impregnada en ella, pero también era cálida y ayudaba con el frío de las prendas húmedas en mi cuerpo. 

—Gracias. —musité. 

Él no respondió. 

Lo observé moverse alrededor de la cocina, intentando armar una opinión sobre la persona frente a mi. Los pocos encuentros que había tenido con Alfas, habían sido a través de la escuela, su disposición y forma de actuar frente a mi, era diferente. Era quién cuidaba a sus hijos gran parte del día, por lo que no podían ser groseros o bruscos conmigo. 

Fuera de la institución, eso era un camino totalmente diferente. Las pocas veces que me había encontrado con Alfas, habían sido rudos y poco amigables respecto a mi estatus de Omega. El padre de Rainy no había sido la excepción, al menos no luego de obtener lo que buscaba de mi. Este Alfa, tampoco había sido otra cosa más que brusco e indiferente conmigo desde el principio. Pero el detalle de la toalla... eso cambiaba un poco mi punto de vista en cuanto a él. 

No había llegado a nada claro cuando se sentó frente a mi, al otro lado del mueble, y deslizó una taza llena de humeante liquido oscuro en mi dirección. Dejó una jarra y un pequeño envase, crema y azúcar, respectivamente. Observé sus manos grandes y bruscas abrazar apretadamente su propia taza, antes de que se permitiera un trago. 

Copiando su gesto, hice una mueca cuando el amargo líquido caliente se deslizó por mi lengua. Alcanzando el azúcar, puse más de lo permitido en mi taza y mezclé con energía. El sabor no mejoró. 

Cuando volví a mirarlo, el Alfa arqueaba una ceja hacia mi, pero no señaló mi obvio desagrado con la cafeína—. Tenemos que hablar —repitió. 

—Ya dijiste eso —le recordé—. ¿De que se trata? 

—De Rainy —eso era una obviedad. Dejó la taza sobre la superficie y la giró con la punta de sus dedos—. De que sucederá a partir de ahora. 

Intenté no fruncir el ceño en mi confusión—. ¿Que sucederá con qué, exactamente?

—Bueno, en realidad, no pensarás que voy a dejarte salir de aquí con Rainy como si no tuviese nada que decir al respecto, ¿o si?

La conclusión era, que el tipo era un imbécil—. Es mi hijo —le recordé—. Debe estar conmigo. 

—Si esa fuese la regla general, habría muchos menos niños abandonados alrededor del mundo. Puede ser tu hijo, pero eso no quiere decir que seas quien deba criarlo. 

—La ley me ampara. 

—La ley te lo quitó hace siete años —me recordó, como si no fuese suficientemente doloroso recordarlo por mi mismo—. Eres un Omega, no hay mucho rollo legal que te defienda o a tus derechos como padre de un Alfa. 

—¿Que derecho tienes tu, cuando ni siquiera eres su padre de ninguna manera? 

—Derecho legal —se jactó, dedicandome una sonrisita que me causó escalofríos—. Adopté a Rainy, legalmente, es mi hijo.

—Es mi hijo. 

Estrechó los ojos—. ¿Quieres ir frente a un juez para ver que tiene él que decir? Debo recordarte, soy abogado. Tengo muchos amigos entorno a las leyes familiares y te puedo asegurar, que tu no ganarías siquiera una batalla si te enfrentas a mi. 

Me desinflé como un globo, pero me esforcé por no permitir que se viera cuando dejé la taza sobre la superficie y lo miré—. ¿Me lo quitarás? —pregunté—. Después de todo este tiempo buscándolo, de todo lo que pasé para encontrarlo, ¿serás un cruel hijo de perra y me lo quitarás? 

—Primero, cuida tu boca cuando hay niños, aun cuando estén dormidos. Pensé que siendo maestro, deberías tener eso como segunda naturaleza. 

—Mi vocabulario no es de tu incumbencia.

—Lo es. O lo será a partir de ahora, al menos. 

—¿De que hablas? —pregunté, dudoso. 

—De que, a partir de ahora, espero de ti un buen comportamiento, Malik —tenía una mirada seria pintada en el rostro y aunque no era el momento, no pude evitar notar el pequeño lunar a un par de centímetros a la derecha de su nariz—. Negarle a Rainy el verte, sería equitativo a arrancarle el corazón sin ceremonias. 

—¿Entonces...? 

—Entonces, espero de ti no solo una buena actitud como padre, sino que te exijo la mejor —dijo. 

Intenté sacudirme el aturdimiento, pero no lo lograba—. ¿Que quieres decir con exactitud? Me dijiste que no me permitirás llevármelo, ¿de que se trata todo esto? ¿A donde quieres llegar? 

—No te lo estas llevando a ningún lugar lejos de mi —aseguró—. Pero tampoco puedo alejarte a ti de él. Me odiaría y eso es lo último que quiero. 

—Solo me confundes más y más. 

—Mira, Omega —no lo dijo como un insulto, pero tampoco era un halago—. Legalmente, tengo su custodia total y lleva mi apellido. Es mi hijo. 

—Él no- 

—Pero —me cortó—, soy totalmente consciente de su sufrimiento por haber sido alejado de ti. He estado allí para verlo en primera fila y no hay nada que odie más en esta vida, que ver sufrir a Rainy. 

Se veía enojado. 

Y estuve en la misma línea que él cuando comprendí cuanto habían herido a mi hijo, si él había sido totalmente consciente de nuestra separación todos esos años. 

—Eres su padre —asintió—. Y aunque me cueste aceptarlo, es algo que no puedo cambiar. 

—Bien. 

—Pero yo también lo soy —había tanta seriedad y advertencia en su mirada, que no me atreví a cuestionarlo—. Soy su padre. He estado allí desde que era prácticamente un bebé, es mío también. Y eso es algo que debes aceptar. 

—¿Eso en que nos deja?

—En encontrar un punto medio para ambos, donde logremos ser sus padres sin arruinarlo de ninguna manera para el otro. 

Pensé en ello por un momento—. ¿Como padres divorciados? 

Su labio se curvó en una pequeña sonrisa cansada y suspiró—. Supongo que eso podría funcionar. 

Asentí suavemente, volviendo a tomar mi taza para ver girar el líquido en su interior. Había miles de preguntas girando en mi mente, tantas cuestiones que quería soltarle, pero solo una se mantuvo al frente de las demás—. ¿Lo quieres? 

—Más que a mi propia vida. 

—Yo también —susurré. 

Cuando lo vi, me dedicó una pequeña sonrisa vacilante que desapareció demasiado rápido—. Podemos hacerlo funcionar. Lo haremos.  

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