7. Liam.

Hace cinco años...

—Creo que eso es todo, espero no estar dejando nada atrás. Te dejaré la dirección donde estoy quedándome, si quedó algo mío, envíamelo allí.

Levantando la mirada de la taza de café en mi mano, enfoqué al pequeño Omega de rubio cabello que ahora se paraba con aura vacilante frente a mi. Se veía desaliñado, con la piel pálida y ojeras marcadas bajo esos ojos azules que un día habían estado llenos de ese brillo exuberante que me había enamorado. Se veía un poco más delgado, sus ropas colgaban más holgadas de lo que recordaba por su pecho y piernas, como si compartieran el estado emocional de su dueño.

Se veía triste.

¡Que bien! Yo también estaba triste, así que ambos estábamos en la misma jodida situación y no era por mi maldita culpa, así que no tenía porque sentirme mal por verlo de la forma en que se veía. ¿Que culpa podía llevarme yo en todo esto? Había hecho todo lo posible y hasta lo imposible porque este no fuese nuestro desenlace, pero no podía adivinar ni controlar las acciones del otro, así que, ¿por qué tenía que sentirme mal porque él hubiese arruinado todo y ahora se parase frente a mi viéndose como un jodido perro callejero?

No lo haría, jodidamente, no lo haría.

—Venderé la casa —le anuncié de golpe, disfrutando de la forma en que se estremeció ante la noticia—. La venderé con todo y muebles, solo me llevaré mi ropa. Así que te recomiendo que te lleves todo ahora, después de hoy lo que hayas dejado atrás le pertenecerá al nuevo dueño.

—Yo... —apartó la mirada, observando alrededor de la sala como si repentinamente hubiese olvidado como era la misma—. Esta bien —suspiró. Lo observé apretar sus dedos nerviosamente entorno a la pequeña caja en sus manos llena de viejos discos y cuadros de paisajes veraniegos de su pertenencia—. Me enteré que lograste obtener un lugar en la firma.

Elevé una ceja en su dirección, preguntándome de donde demonios había salido eso.

Apretó los labios hasta que se convirtieron en una pálida línea ante mi falta de respuesta—. Felicitaciones.

—Gracias.

Vaciló—. ¿Es lo que imaginabas de trabajar allí o no?

Lo miré. Dejé la taza sobre la superficie de la isla frente a mi y realmente lo miré—. ¿De donde viene el interés repentino?

—No es repentino, siempre he estado interesado en lo que haces.

—Si eso es verdad, has sido realmente bueno en ocultarlo de mi. En estos dos años de convivencia, ni una vez te noté interesado en algo referido a lo que yo hiciese.

Su ceño se frunció—. No es verdad, te he apoyado en tus proyectos y metas, es injusto que digas que no lo he hecho.

—Lo que es injusto es que te pares frente a mi, luciendo todo indignado, mientras cargas en las manos las pocas pertenencias que olvidaste cuando saliste huyendo de mi hace meses.

—No hui. —susurró, mirándome como si fuese escandaloso simplemente pensarlo.

—Lo que sea —murmuré. Recuperando mi taza de café, le di un pequeño trago, evitando hacer una mueca cuando el líquido ahora frío se deslizó por mi lengua.

Llevé mi mirada al ventanal que daba al patio trasero mientras terminaba los últimos tragos del amargo liquido y abandonaba la taza sobre la superficie. Fuera, los suaves rayos de un sol invernal bañaban el césped y los pocos árboles que habían resistido el poco interés que habíamos puesto en ellos durante nuestra estadía en la casa.

Su voz fue baja y tan suave como jamás la había escuchado antes. Y aún así, pareció llenar cada pequeño espacio de la habitación—. Lo siento, Liam.

Una lágrima rodó por su pálida mejilla, pasando por aquellas pequeñas pecas que tantas veces me había perdido contando y se deslizó hasta encontrarse con su mandíbula, partiéndose en pedazos al separarse de su piel. Me pregunté cuando me había vuelto tan insensible como para no sentir el corazón rompiéndose en mil pedazos al ver a la persona que pensé era el amor de mi vida llorando frente a mi. Sabía que podía detener sus lágrimas con solo una palabra, una aceptación de sus disculpas, pero yo no estaba en animo de perdonar, tal vez jamás lo estaría.

¿Eso me convertía en una mala persona? ¿En esos Alfas sin sentimientos que el instituto tanto quiso enseñarnos a ser? Tal vez, finalmente, todas esas enseñanzas que habían sido empujadas en mi cabeza una y otra vez durante dieciocho años habían logrado ser racionalizadas por mi mente. Me había convertido en alguien insensible.

Recordé el momento en que lo conocí. La sonrisa traviesa que marcaba un hoyuelo en su mejilla derecha. La forma en que las pecas suaves se encontraban difuminadas sobre su pequeña nariz, destacando sobre una piel lisa y pálida. La manera en que esos grandes ojos azules me habían cautivado con su brillo alegre y juvenil. Esa aura tranquila y su forma brillante de ver las cosas me habían enamorado en un instante.

Él había representado absolutamente todo lo que siempre había deseado en la persona que quería a mi lado el resto de mi vida.

Y él había ido y arruinado todo eso en solo un par de horas.

El solo recuerdo de aquel día hizo que mi sangre corriera helada a través de mis venas. Quería borrar ese recuerdo, deseaba poder desaparecer el hecho de que había sido engañado de esa manera, de haber sido tomado por idiota. Pero con él aquí, frente a mi, jamás podría lograrlo.

—Solo vete —pedí.

—Yo solo... —su voz se desvaneció. Lo vi moverse inquieto por un momento—. No quiero que las cosas queden de este modo entre nosotros. En realidad, no quiero que terminen de ningún modo.

Elevé una ceja en su dirección, retándolo a continuar con ese hilo absurdo de pensamiento.

—No quiero perderte, Liam —dijo—. Sé que cometí una imprudencia y arruiné todo. Pero hemos estado juntos por más de dos años, somos... somos perfectos el uno para el otro, lo sabes y yo lo sé. ¿Acaso no puedes perdonarme un pequeño error?

—Un pequeño error —repetí. Una risa seca y sin gracia escapó de mis labios—. Y dime algo, si somos tan perfectos el uno para el otro, ¿por qué fuiste a buscar lo que no se te ha perdido a la cama de otra persona?

—Fui estúpido-

—Lo fuiste —lo corté—. Fuiste demasiado malditamente estúpido. Arruinaste todo lo que tanto nos costó construir, todo lo que teníamos, con tu pequeño error.

—Dije que lo lamento.

Negué suavemente—. Decir que lo lamentas no soluciona nada.

Se estremeció ante mi tono brusco, sus manos temblorosas subieron para empujar un mechón de cabello dorado lejos de su rostro—. Supongo que necesitas tiempo para tranquilizarte.

—Lo que necesito es que te largues. —le gruñí—. Que salgas de esta casa, de mi vida, para siempre. Si jamás vuelvo a verte nuevamente, mi vida sería perfecta.

—Liam.

—¡Vete! —mi voz se elevó más de lo que había esperado.

Lo vi dar un salto sorprendido ante mi repentino arrebato, asintió con rapidez antes de girarse y comenzar a marcharse. Me dedicó una última mirada sobre el hombro, sus ojos brillantes por las lágrimas no hicieron nada por mi. Cerré los ojos y lo escuché irse, la puerta principal golpeándose detrás de él.

Me quedé allí por un largo momento, preguntándome que demonios se suponía que debía hacer de ahora en adelante. Había organizado mi vida completa a su alrededor, mis planes lo incluían de una manera u otra. Ahora, me tocaba deshacer todo y volver a empezar de cero.

Me sentía frustrado, pero la tristeza que me había acompañado últimamente parecía haber finalmente desaparecido. Ahora solo me sentía vacío.

Me paseé por la casa, observando los muebles y los colores brillantes de las paredes. Había comprado el lugar hacia un par de años como una muestra de compromiso, de demostrar mi amor con el gesto, quería que él se diera cuenta de lo realmente emocionado que estaba con comenzar una vida juntos. Pensé que finalmente iba a tener todo lo que siempre había querido, tendría una familia.

Ahora lo único que me quedaba era una casa vacía y recuerdos que deseaba borrar.

Me detuve frente a una fotografía en particular, una donde ambos posábamos sonrientes frente a un carrusel en funcionamiento. Él siempre había deseado ver uno en funcionamiento en persona, así que había hecho averiguaciones y conducido por más de cuatro horas, para llegar a una pequeña feria donde aun conservaban uno. Había estado tan feliz con la sorpresa.

Tan feliz como yo mismo me veía en la imagen.

Tomé el portarretrato y apenas resistí el impulso de aventarlo contra la pared más cercana, solo para verlo hacerse trizas. En vez de eso, tomé una de las cajas vacías que había obtenido para poner mis cosas y fui a través de toda la casa, recolectando las fotografías esparcidas por cada rincón. Cumpleaños, navidad, aniversarios o simples salidas, metí todas las imágenes de esos momentos dentro de la pequeña caja antes salir y arrojar todo dentro del gran contenedor ubicado a apenas media cuadra de mi casa. Dejaría que el recolector de basura se hiciese cargo de todo eso.

Me limpié las manos en el pantalón gris que llevaba y observé dentro, donde las fotografías habían quedado esparcidas sobre las bolsas de basura ya existentes en el interior. Hubo una breve vacilación en mi interior, pero el sonido de mi teléfono en mi bolsillo me detuvo de cometer una idiotez.

—Liam Payne —respondí al llevar el aparto a mi oído, caminando lentamente en dirección a la casa nuevamente.

—Alfa Payne —el saludo fue cordial—. Mi nombre es Benjamin, estoy comunicándome con usted desde la secretaria del Centro de ayuda e Instituto internado Caspian Fiore. Se trata sobre su petición de adopción, tengo buenas noticias para usted, su solicitud fue aceptada. Si usted y su pareja pueden trasladarse hasta el centro en algún momento de mañana, podrán conocer a los niños.

Me detuve a mitad de la calle y cerré los ojos, maldiciéndome por dentro el haberlo olvidado. Siempre habíamos hablado de tener niños, ambos habíamos deseado bebés, la adopción siempre había sido un tema de debate entre nosotros. Yo quería tomar un niño que sus padres no habían querido y darle todo el amor que se merecía, darle lo que yo mismo había deseado toda mi vida. Él en cambio, quería niños propios, una mezcla de ambos.

Había preparado todo, hecho los tramites, para intentar convencerlo de ello. Quería que conociera a los niños, que viera lo que podíamos darle a uno de ellos. Había olvidado por completo discutirlo con él, luego de lo sucedido... simplemente lo olvidé.

—Lo lamento, olvidé comunicarme para eliminar mi petición —dije—. Mi pareja y yo... no estamos pasando por el mejor momento. Nosotros ya no estamos juntos, por lo que la adopción ya no podrá tener lugar.

La línea quedó en silencio por un largo momento, estaba a punto de cortar la comunicación cuando el joven volvió a hablar.

—Ya veo —aceptó—. Usted es consciente de que su estatus de Alfa le permite adoptar sin necesidad de una pareja, ¿no es así?

Asentí suavemente antes de darme cuenta de que no podía verme—. Lo sé —acepté—. Pero en este momento no creo ser la mejor opción para ello, esos niños se merecen más de lo que puedo dar ahora.

—Esta bien, entonces... creo que cancelaré su petición.

—Te agradecería si pudieses hacerlo. —estuve de acuerdo.

Comencé a bajar el aparato cuando escuché su voz—. ¿Alfa Liam?

—¿Si?

—Sé que tal vez, estoy siendo demasiado entrometido, pero creo que usted podría necesitarlo después de todo —dijo—. Hay algunos pequeños que necesitan un mentor, alguien que este allí para ellos en los años que aun les quedan por delante en el instituto, ¿le gustaría venir y conocer a los pequeños?

—No soy la mejor compañía para nadie ahora.

—A veces los niños pueden ser la mejor medicina para el sufrimiento —susurró, como si no quisiese que nadie lo escuchara—. ¿Por qué no darle una oportunidad?

—Yo...

—Solo venga —rogó—. Venga y conózcalos, si aun así, no se siente cómodo con ellos, no insistiré.

Lo pensé por un momento, observando la casa vacía que me esperaba a solo unos metros de distancia antes de suspirar. ¿Por qué no?

—Estaré allí en la mañana. —cedí.

—Lo estaremos esperando, Alfa.

La comunicación se cortó.

Yo mismo había tenido mi propio mentor siendo un niño. En realidad, había tenido varios de ellos, ninguno había durado lo suficiente como para tomarles un cariño o aprecio real. Se habían ido tan rápido, que ni siquiera podía recordar sus nombres. Nunca había pensado ser un mentor yo mismo, pero mientras volvía a casa y escuchaba el silencio ensordecedor que me rodeaba, llenándose de recuerdos que quería borrar, me dije que no podía ser malo darle una oportunidad.

Reservé un vuelo directo para esa tarde y estuve puntualmente el aeropuerto. Ya ni siquiera recordaba como era la ciudad donde había crecido, había querido conocer todo al abandonar las pálidas paredes que me rodeaban todo el tiempo mientras estudiaba, pero hacía casi cuatro años que no volvía. Me quedé en un hotel durante la noche y estuve en las puertas del colegio a primera hora de la mañana.

Apenas di mi nombre en recepción, un delgado Omega de grandes ojos cafes se acercó sonriente a mi—. ¿Alfa Payne?

Asentí—. Dime Liam —pedí—. ¿Benjamin?

—Ese soy yo —tenía una sonrisa infantil que era contagiosa y un andar alegre—. Sígame, lo llevaré al ala de los pequeños.

Lo seguí por el pasillo, observando todo a mi alrededor mientras lo escuchaba parlotear sobre lo bueno que era que Alfas como yo estuviesen interesados en ser mentores para los niños que lo necesitaban. No conocía la parte por donde estaba guiándome, como Alfa me estaba prohibido acercarme a los pequeños mientras estudiaba, solo los Omegas tenían ese privilegio. Así que aunque había vivido toda la vida allí, mi entorno era nuevo para mi.

Todo era igual de blanco y estaba lleno de ventanas que dejaban entrar la luz solar, como el resto del edificio donde había crecido. Llegando a unas grandes puertas dobles de color caoba, Benjamin me dedicó una gran sonrisa mientras las empujaba abiertas.

Una explosión de color me tomó desprevenido. Las paredes, los cuadros y afiches en las mismas, juguetes y mesas, todo era de brillantes colores llamativos que me tuvieron parpadeando varias veces para reorientarme. Lo que también llegó a mis oidos fueron las suaves voces infantiles que se mezclaban con las melodías de distintos juguetes interactivos.

—Esta es el área de recreación —explicó Benjamin—. Puede simplemente sentarse e interactuar con ellos. Puede que algunos no se acerquen al principio, pocas veces tienen la oportunidad de ver a un Alfa adulto, pero seguro confiarán en usted con el tiempo.

Al ver a todos los pequeños corriendo alrededor, quise huir. Talvez, me había equivocado en esto. Yo aun estaba enojado por lo sucedido y dolido por la traición, no era buena compañía de ningún modo. Aun estaba a tiempo de marcharme sin mirar atrás y...

—Vamos, vamos. —Benjamin me arrastró dentro, logrando que tomara asiento en una silla demasiado pequeña para mi tamaño—. Ahora, solo dejen que ellos hagan su magia.

Pasé la siguiente media hora dibujando muñecos palito y pintando gatitos con niños de entre cuatro y seis años. Ellos no parecían muy convencidos al principio, pero luego de un tiempo, comenzaron a acercarse como Benjamin había predicho. Me sonrieron, hablaron conmigo y hasta me corrigieron cuando pintaba un objeto del color equivocado en las hojas de dibujos que me habían donado.

Ellos eran increíbles y aunque me sentía mejor conmigo mismo, no logré hacer una real conexión con ninguno. No me podía ver cuidando de ninguno de ellos, hacer todo ese viaje y demás. No podía.

Cuando fue momento de que volvieran a sus respectivas clases, me di por vencido y me giré para buscar a Benjamin y decirle que no había funcionado realmente. Había querido realmente convertirme en mentor, pero no era el momento. No estaba listo aun.

Y fue cuando lo vi.

Estaba sentado sobre una mesa, justo en el centro, con las piernas cruzadas frente a él y sus manos ocupadas pasando la página de un libro. Creo que lo que más llamó mi atención, fue el hecho de que no podía tener la edad suficiente para saber leer, era demasiado pequeño. Aun así, su pequeño ceño estaba fruncido en concentración, como si estuviese realmente entendiendo lo escrito allí y pensando sobre ello.

Lo observé por un momento antes de acercarme, sentándome en una de las sillas alrededor de la mesa donde estaba y echando un vistazo al libro. Era una vieja colección de los cuentos clásicos. Sus pequeños dedos tenían tanto cuidado con las hojas, como si romperlas fuese un delito.

Luego de un momento, levantó la mirada y unos grandes ojos verdosos de espesas pestañas me miraron. Le sonreí—. Hola.

Parpadeó, sus espesas pestañas como abanicos sobre sus mejillas sonrojadas—. Hola.

Volvió al libro, su ceño volviendo a fruncirse mientras miraba las palabras escritas allí, obviamente sin entender. Inclinándome para ver sobre su hombro, leí el primer párrafo con voz suave, sintiendo su mirada sobre mi al instante. Pasó la hoja y me miró, esperando. Así que leí.

Tres hojas después, estaba sobre mi regazo, apoyado contra mi pecho mientras leía la siguiente página. Había comenzado el cuento de "El Patito Feo". Sonreí ante la ironía de eso, siempre me había sentido identificado con el cuento. Siempre me había sentido solo y rechazado como el patito se había sentido al principio del cuento.

Me sorprendí bastante cuando su mano descansó sobre la imagen del patito llorando mientras los otros se burlaban de él. Sus diminutos hombros se sacudieron y cuando levantó la mirada, había lágrimas desbordándose de sus ojitos.

—Hey —lo llevé más cerca—. Hey, no llores, esta bien, el patito es feliz al final.

Sollozó—. Patito —susurró—. Rainy.

—¿Eh?

Antes de que pudiese averiguar lo que sucedía, Benjamin apareció de la nada—. Oh, no, no el cuento del patito —susurró, mirándome con pena—. Rainy siempre llora con ese cuento.

—¿Rainy? —repetí, ganándome una mirada de grandes ojos húmedos del infante—. ¿Tu nombre es "Rainy"?

Asintió.

Le sonreí—. Ya veo.

Benjamin le sonrió tristemente—. Ese es un cuento prohibido para él, aun así siempre toma el mismo libro e insiste en que lo leamos para él. No lo sabias, así que esta bien, pero de ahora en adelante, si se trata de Rainy, salta esa historia.

—¿Por qué?

Se encogió suavemente de hombros—. Creemos que se siente identificado con el patito. No lo sabemos a ciencia cierta, él aun no logra comunicarse correctamente, pero por lo poco que ha podido decirnos, entendemos que él cree que es el patito feo del cuento.

Miré al pequeño en mis brazos, limpiando un par de lágrimas con mi pulgar suavemente—. No creo que deban dejar de leerle.

—¿Uh?

—El patito, al final, es feliz —le recordé—. Creo que eso lo ayudará a tener esperanzas si en verdad cree que es igual que el patito, ¿no crees?

—No sé si eso...

—Quiero ser su mentor —lo corté.

Parpadeó sorprendido—. ¿De Rainy?

—Si —asentí—. Haz el papeleo, por favor, lo firmaré cuando me vaya.

—Yo... —pareció aturdido por un momento antes de que una sonrisa apareciera en su rostro—. Esta bien, iré a hacer eso.

Sus dedos sacudieron los mechones oscuros como la tinta de Rainy antes de comenzar a alejarse, pero antes de que pudiese salir de la habitación, lo llamé.

—No quites la petición de adopción.

Ahora si parecía totalmente aturdido—. ¿Que?

—No la elimines.

—Pero pensé...

Sonreí cuando su voz se desvaneció, aun mirando al pequeño—. Haz lo que te pedí, por favor. Y comienza con el papeleo de adopción, y tráemelo cuando este listo, tengo que hablar con el director sobre ello.

Parecía totalmente aturdido cuando se marchó. Aparté mechones de oscuro cabello del rostro del pequeño y le sonreí, dejando un pequeño beso en su frente. Volviendo al libro, seguí leyendo, escuchando sus suaves sollozos mientras estos iban menguando a medida que avanzaba la historia. Al llegar al final, me sonrió con ojos cansados y terminó durmiéndose en mis brazos.

—También soy un patito feo, Rainy —le susurré, apretándolo suavemente contra mi pecho—. Pero te prometo que tu serás un cisne feliz algún día. Haré todo lo que esté en mi poder para que seas feliz.

***

Presente...

Sentado detrás de mi escritorio, observé los papeles de adopción en la superficie frente a mi por un largo momento, leyendo y releyendo lo escrito allí. Si Rainy supiera la verdad sobre esto, seguramente estaría en grandes problemas. Había planeado decírselo tantas veces y tantas veces me había detenido al último momento y rechazado la idea, dejándola para después.

Había sido el tutor legal de Rainy por tres años, pero él no tenía idea de ello. El director del colegio me lo había hecho jodidamente difícil, él no había estado de acuerdo conmigo adoptando al pequeño al principio. Había logrado tomar el papel de mentor y había estado peleando con el tipo por años para que me permitiera tomar la custodia legal completa. Al principio había sido mi edad, luego la falta de hogar cuando vendí mi casa, después la ciudad donde vivía, la poca seguridad que mi trabajo me daba, mi ignorancia absoluta sobre criar un niño, mi falta de pareja y Rainy siendo demasiado pequeño para quedarse solo con un Alfa ignorante. Sus palabras, no las mías.

Luego de casi cinco años de lucha, había logrado adaptar toda mi vida para lograr su aprobación. Había comprado una casa para ambos, tenía un buen trabajo y dinero en el banco para mantener a Rainy sin trabajar el resto de su vida. Tenía estabilidad emocional, aun sin pareja a la vista. Y Rainy me tenía confianza y cariño.

Hacia dos meses, finalmente la adopción había sido aprobada.

Era el padre legal de Rainy.

Y él iba a matarme cuando lo supiera.

Maldición.

—¡LIAAAAAAAAM!

Empujando la carpeta a un cajón de mi escritorio, lo cerré de golpe y salté fuera de mi silla, corriendo por el pasillo hacia la habitación que Rainy ocupaba ahora. La puerta estaba entreabierta, la luz amarilla de su lampara iluminando parte del espacio.

Estaba contra la cabecera de la cama, con los brazos abrazando sus piernas contra su pecho y lágrimas corriendo por sus mejillas. Cuando me miró había tanto dolor en su mirada, que me rompió el corazón. Yo era capaz de matar una roca por ver a ese niño feliz, jodidamente podía enfrentarme a un dragón si él me lo pedía.

¿Como podía ese maldito Omega hacer llorar a mi hijo?

¿Acaso no tenía corazón?

—Cariño —susurré, acercándome para sentarme en la orilla de la cama y alcanzando para limpiar sus lágrimas—. No llores, Rain.

—No me quiere —susurró con voz rota—. No me quiere.

—Rain... —se metió contra mi pecho como cuando era pequeño, apretándose contra la tela de mi camisa cuando lo rodeé con mis brazos, acunándolo.

Lo escuché llorar mientras me mecía a los lados, desesperado por una solución para que volviese a ser feliz nuevamente. Yo podía vivir sin escuchar sus sollozos hasta mi muerte. Ver lágrimas caer por sus mejillas estaba quitándome años de juventud, eso seguro.

Lo apreté más cerca—. Sabes que yo te amo, ¿verdad? —le susurré—. Siempre será así.

—También te quiero, Liam. —esos ojos hermosos llenos de lágrimas, era tan injusto.

—Sé que nunca será lo mismo, cariño, pero estoy aquí para ti. No estas solo, debes saber eso, ¿si?

Un sollozo escapó de sus labios mientras me rodeaba el cuello con los brazos—. Tu nunca me dejes, por favor, no me dejes.

—Jamás lo haré.

Lo acuné, tarareando alguna canción inventada en un intento de calmarlo. La noche oscura me devolvió la mirada por la ventana, el sol comenzando a ascender por el horizonte mientras su llanto cesaba.

—Pensé que ya me había convertido en el cisne. —susurró.

—¿Que?

—El cisne es feliz al final, encuentra a su familia —me recordó—. Quiero ser el cisne.

Quise decirle que yo era su familia, que podía ser su familia, pero no pude, porque él aun no lograba verlo por si mismo. Acaricié su espalda suavemente y continue tarareando, sin tener idea que respuesta darle a eso más que un "Pronto" susurrado.

Después de un tiempo, el cansancio finalmente pudo con él y se durmió. Dejándolo en la cama, lo cubrí con una manta y lo observé por un momento, preguntándome si nuevamente había puesto mis esperanzas en una falsa posibilidad. En el momento en que más destrozado me había sentido, Rainy había aparecido para darme una nueva oportunidad de una familia.

¿Acaso estaba equivocado de nuevo?

Esperaba que no, porque si perdía a Rainy, estaba seguro de que jamás me recuperaría. 

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