2. Zayn.

 —¡Señor Malik, Lauren no quiere prestarme sus lápices de colores! ¡Dígale algo!

Levantando la mirada de mi cuaderno, me detuve en medio de la planificación de tareas para la siguiente semana de clases y miré al ofuscado jovencito de pie frente a mi escritorio. Llevaba un ceño fruncido bajo una cascada de cabello negro y me miraba directamente, como esperando que yo solucionara todos los difíciles problemas que se podían presentar en su caótica vida con un chasquear de dedos.

Por lo general, podía hacerlo.

Habiendo trabajado varios años en la enseñanza, rápidamente había aprendido a lidiar con los pesados y difíciles dilemas que veinte niños de seis años podían plantearme. Desde jalones de cabello, pasando por golpes o usurpación de un lugar que había sido reclamado con anterioridad. Y jamás podían ser olvidadas esas gomas de mascar (las cuales pedía expresamente que lanzaran fuera, antes de entrar al aula), pegada en alguna de esas cabecitas de brillante cabellera.

Yo era quién solucionaba todos esas difíciles situaciones, era una de las especificaciones de mi trabajo.

Bajando el bolígrafo, tomé especial cuidado en dar la atención debida al tema en cuestión. Pequeños y delgados brazos se cruzaron, una barbilla desafiante hizo su aparición. Y si no hubiese venido de una persona que apenas pasaba el metro de altura, tal vez me hubiese impactado un poco más. Escondiendo una sonrisa, para evitar que pensara que no estaba tomándolo enserio, busqué con la mirada a mi acusada.

—¿Lauren? —llamé, ganando la atención de unos curiosos ojos avellana—. ¿Puedes venir aquí un momento?

Ella asintió, deslizándose fuera de su silla y caminando en mi dirección, todo el tiempo enviando dagas con sus ojos hacia el joven frente a mi escritorio. Sus coletas oscuras se balanceaban sobre sus hombros en rizos, sin quitarle la seriedad a su mirada.

—Lauren —dije.

Finalmente se giró a mirarme, su mirada rápidamente convirtiéndose en lo opuesto a lo que había sido. Todo ojos grandes y sonrisa de millón de dólares—. ¿Si, señor Malik?

—¿Puedes decirme porque no quieres compartir tus lápices de colores con Spencer?

—Yo nunca dije eso. —me aseguró, parpadeando sus dulces ojos hacia mi, obviamente acostumbrada a que ese simple gesto la sacara de todos los problemas en que podría meterse.

—¡Si lo dijiste! —Spencer estalló—. ¡Tu dijiste que no me prestarías tus lápices de colores porque mi cara es fea! ¡Yo creo que tu cara es fea, pero no te lo estoy diciendo!

—¡Yo no soy fea! —se giró hacia él—. Soy una niña, mi papá dice que todas las niñas deben ser bonitas. ¡Tu eres un niño y puedes ser feo! ¡Eres feo!

—¡No soy feo! —gruñó—. ¡Prestame tus colores!

—¡No!

—Niños —llamé entre los gritos—. Niños, deténganse.

—¡Tu papá te mintió, porque tu eres horri... horriplante... horriflante... ¡Eres fea!

—Mi papá jamás miente, ¡callate! —ella gritó—. ¡Y ahora no te presto mis colores porque eres malo conmigo!

—No lo soy.

—Si lo eres, no voy a prestártelos, ¡mal educado!

Extendiendo la mano, tomé el pequeño borrador de pizarrón del borde del mismo y lo giré, golpeando la parte de madera sobre la superficie de mi escritorio. Dos golpes, resonaron por toda el aula, llamando la atención de los otros dieciocho pares de ojitos curiosos que detuvieron sus actividades para mirarnos. Por suerte, esto también logró llamar la atención de los dos escandalosos.

Miré entre ellos, manteniendo el semblante más serio que fui capaz de obtener ante esas miradas de odio que se lanzaban—. ¿Cual es la regla número uno de este salón?

—Nada de peleas. —murmuraron al mismo tiempo.

—Exacto.

—¡Pero ella no me quiere prestar sus lápices de colores! —Spencer me recordó, como si hubiese podido olvidarlo de alguna manera.

—¡Y no te los presto, son míos y no te los presto!

—Basta —zanjé, antes de que pudiesen comenzar los gritos nuevamente. Miré a Lauren, intentando con más suavidad—. ¿Por qué no quieres prestarle tus lápices, Lauren?

—Son mis lápices, si no quiero, no se los presto.

—Hemos hablado sobre el compañerismo y compartir muchas veces —dije—. ¿Recuerdas eso? Debemos compartir para que otros nos compartan y todos seamos felices.

Ella frunció el ceño un poco, miró mal a Spencer antes de volverse a mi, un mohín en sus labios—. Pero él no quiso prestarme sus bolígrafos con brillos.

Ah, ahí estaba el centro e inicio de todo el alboroto. Por lo general, este tipo de peleas, comenzaba por una razón igual o similar.

—¿Spencer? —lo miré—. ¿Por qué no quieres prestarle tus bolígrafos?

—Yo... no es que no quiera —repentinamente, encontró sus zapatos muy interesantes—. Pero, si todos usan mis bolígrafos, se gastarán y ya no los tendré.

—¿Y los lápices de Lauren? Ellos también se gastan, Spencer, pero aun así, te los ha prestado muchas veces antes. —señalé, porque a veces, ellos necesitaban que yo hiciera algo tan simple como eso para comprender el mundo que los rodeaba—. Ella también se quedará sin esos colores cuando se gasten, pero aun así, los comparte contigo y todos sus demás compañeros, ¿verdad?

—Si, ella lo hace.

—¿Entonces...? —presioné.

—Esta bien, le prestaré mis bolígrafos con brillos.

Miré a la morena—. ¿Lauren?

—Le dejaré usar mis lápices de colores. —ella aceptó.

—Bien, problema resuelto —volví a tomar mi propio bolígrafo—. Vuelvan a sus asientos ahora.

Volví a escribir algunas notas en mi cuaderno, pero seguía manteniendo mis ojos en ellos mientras se sentaban en sus lugares, uno al lado del otro. Vi a Spencer sacar un puñado de bolígrafos de los colores del arcoiris y pasárselos a Lauren, antes de que esta le cediera una caja completa de lápices de colores. Ambos sonreían, ambos tenían lo que querían, y todos felices.

Desde que tenía memoria me había inclinado por el ámbito académico. Nunca había pensado que iba a terminar siendo un maestro de primaria, pero eso estaba bien para mi. En mi paso por distintos grados escolares, había comprendido rápidamente que a medida que crecían, los niños parecían hacerse más conscientes de en que grupo estaban clasificados y que parecía esperarse de ellos. La agresividad, el miedo y la ignorancia de donde encajaban en el mundo, lograba crear un caos en una pequeña aula de alumnos reducidos.

Pero esto, los niños pequeños, ellos no se preocupaban por eso aun. Su problema más grande era donde iban a sentarse al entrar al salón. Y eso estaba bien.

Claro, yo sabía bien donde estaban clasificados, me habían dado una lista detallada para que fuese consciente de que esperar de cada uno, pero cuando los veía interactuar, podía ver con claridad como de borrosas son las "líneas" que los separan cuando son tan pequeños. Ellos se mezclaban, jugaban juntos sin discriminar a nadie y eso era algo bonito de ver, de alguna manera calmaba mis recuerdos.

Giré el bolígrafo entre mis dedos, observando el brillo plateado bajo la luz del salón. Y esa era otra razón por la que había optado por enseñar a los pequeños. Mis recuerdos.

Cada vez que miraba alrededor, lo recordaba. Solo un año mayor que mis alumnos, había estado contando los años sin falta, preparando un pastel de cumpleaños en el día de su nacimiento, solo para terminar apagando las velas yo mismo. Era patético, lo sabía, pero de alguna manera, hacerlo me hacía sentir que estaba más cerca de él. Estar entre los niños de mi salón me daba la sensación de que no había sido totalmente excluido de la vida de mi propio hijo.

Tenía que olvidarlo.

Al menos, eso era lo que todos los que me conocían me repetían que hiciera. Olvidar que alguna vez tuve un niño era mi mejor opción. Un Omega gestando abandonado por su Alfa era mal visto. Cuando se llevaron a mi bebé, ellos me habían hecho un "favor". Me habían permitido empezar de cero, sin ataduras, sin pruebas de lo que ellos llamaban "mi vergüenza". Era un Omega totalmente libre, podía entablar una relación con cualquier Alfa o Beta decente, que me quisiese y protegiese, y luego tener todos los niños que quisiese con él.

Eso es lo que seguían repitiéndome sin cesar... pero no me importaba.

Había pasado siete años de mi vida solo. Me había negado totalmente a todos los intentos de mi familia y amigos de emboscarme en una cita. Había hecho oídos sordos a todas las charlas sobre como debía simplemente dejarlo ir.

Dejarlo ir. Como si fuese tan malditamente fácil hacerlo. Ellos no tenían ni la menor idea de lo que era. No sabían de la alegría que había florecido en mi pecho cuando la prueba de embarazo salió positiva. De la emoción al ver mi cuerpo crecer para darle espacio al fruto de lo que yo había creído que era amor. Sentir las patadas, sentir sus movimientos en mi interior de forma intermitente. Haber escuchado su llanto al nacer y haberlo sostenido en mis brazos por esos pequeños segundos que me lo permitieron.

No, ellos jamás comprenderían que yo nunca sería capaz de olvidarme de mi bebé.

Pasé mi dedo por la muñeca de mi mano derecha, donde sostenía el bolígrafo. La pequeña tira de cuero de unos dos centímetros se separó un poco, la tinta negra apareciendo por detrás del material. Rainy. La letra prolija y perfecta, una sola palabra, y era mi mundo completo.

Siendo adolescente me había creado una imagen perfecta de lo que esperaba que mi vida fuese, incluía un esposo perfecto, una casa preciosa llena de niños hermosos y una vida de lujos. Ahora lo único que deseaba era que me devolviesen lo que me había sido arrebatado. Ni siquiera me importaba abandonar mi vida entera, mi trabajo, mi casa, si eso me devolvía a mi hijo.

Pero eso no sucedería. Ya había intentado con todo lo que estaba en mi poder, pero nadie había logrado o querido ayudarme en esto. Había aprendido de la mala manera, cuan realmente son maltratados los Omegas con niños y sin un Alfa o Beta a su lado. Había recibido tantos portazos en el rostro cuando busqué ayuda para recuperar a mi hijo, que mi rostro debería haber quedado plano de tantos golpes.

Había estado solo.

Y luchando solo, no había logrado nada.

El sonido de la campana anunciando el final del turno, logró sacudirme de mis pensamientos, percatándome de que mi dedo seguía acariciando el nombre grabado en la parte interior de mi brazo. Con un movimiento rápido, volví a colocar el cuero sobre la tinta antes de ponerme de pie. El caos había estallado dentro del salón con ese simple sonido, la emoción de los niños aumentando ante la perspectiva de volver a sus hogares.

—Niños —palmeé mis manos varias veces para llamar su atención—. Niños, necesito que me den su atención por un momento antes de marcharse.

Me quedé de pie frente al pizarrón y esperé, sabiendo que ellos volverían a sus lugares en el momento en que se diesen cuenta de que sin mi permiso no podían salir, por lo cual tendrían que escucharme de todas maneras. No tardaron demasiado en caer en la cuenta de la situación y quedarse sentados y callados.

—Bien —sonreí—. Ahora, primero, quiero que, ordenadamente, vengan hasta mi escritorio y de forma ordenada coloquen allí el retrato de su familia que les pedí que hicieran y en el que estuvieron trabajando con tanto esfuerzo y dedicación.

Lo que pasó después fue mi culpa. Debí saber que no era muy posible que niños de seis años entendieran el concepto de "ordenadamente", así que ellos confundieron "ordenado" con "rápido". En menos de dos minutos tuve a veinte niños corriendo en dirección a mis escritorio, como una manada de monitos locos, soltando sus hojas de dibujo sobre la superficie antes de correr nuevamente a sus lugares.

Mirando el desorden sobre mi mesa, intenté no hacer una mueca por ello. No podía culparlos, ellos habían hecho lo que les había pedido... en esencia.

—No voy a enviarles tarea hoy, así que tengan un bonito fin de semana con sus familias y nos veremos el Lunes —hice un gesto para que se pusieran de pie—. Ahora, quiero que se pongan sus mochilas y hagan una sola fila frente a la puerta.

Como eran obedientes y estaban ansiosos por irse, rápidamente hicieron lo pedido. Los guíe a la puerta principal del colegio, asegurándome de que todos se marchaban con quienes debían, ya fuesen sus padres o el adulto responsable que había sido permitido por sus tutores. Uno a uno se fueron marchando con lentitud, pude ver a otros maestros hacer lo mismo con sus propios alumnos no muy lejos. Era una regla general del colegio el que los maestros fuesen responsables de los alumnos desde el momento en que cruzaban la puerta de nuestros salones hasta que venían por ellos. Nos tomábamos esa tarea muy enserio.

El salón principal comenzó a vaciarse, los gritos y conversaciones susurradas de los alumnos se desvanecieron junto a la nube de vehículos alejándose de la parcela de estacionamiento ubicada a la izquierda del predio escolar.

—¿Señor Malik? —un jalón en mi camiseta logró que bajara la mirada hacia los enormes y adorables ojos azules que me miraban—. ¿Mi mamá donde esta?

Como maestro, cada año debía hacerme cargo de conocer la vida de mis alumnos para poder comprenderlos y buscar el mejor mecanismo de estudio que funcionase en ellos. Pero también me encargaba de organizar reuniones con los padres al menos dos veces al mes. Necesitaba saber la situación de cada niño en sus casas, comprender la forma de relacionarse del pequeño como también que esperar de cada padre. Ya fuese su comportamiento en caso de tener que enfrentarse a un llamado por un problema con su hijo, como algo tan simple como llegar en hora para recogerlo.

La madre de Evan, el pequeño frente a mi, me había comentado sobre los horarios cambiantes y como a veces el tiempo simplemente no le alcanzaba para hacer todo lo que debía hacer. Podía entenderla, era una madre Beta, (algo extraño, Evan era el único niño nacido de un Beta en mi clase este año), con un marido Beta. Ninguno de ellos había obtenido los mejores puestos de trabajo, por lo que debían esforzarse un poco más por mantenerse. Ella se había disculpado con anterioridad sobre el tema y prometido hacer todo lo posible por llegar a tiempo, así que no tenía problema en esperar un poco más por ella.

—Llegará pronto —tranquilicé, utilizando mi mejor voz tranquila y positiva, lo que siempre lograba una buena reacción de los pequeños—. Seguramente se retrasó con algo de su trabajo, estará aquí pronto, ¿si?

Soltó mi camiseta y bajó un poco la mirada, asintiendo—. Está bien.

Revolví su cabello, ganándome una sonrisa con la ausencia de una diente, antes de que Evan girase, con su mochila de Bob Esponja golpeando su espalda, y se recostase en la pared cercana donde mi otro alumno descarriado estaba acomodado.

Lucas era una historia completamente diferente. Su padre era un Omega, me había reunido con él algunas veces, pero por alguna razón siempre encontraba una excusa para retrasar, evitar o cancelar las reuniones que programaba con él para hablar sobre Lucas. Era un tipo huesudo, de actitud un tanto hosca, que siempre llevaba su cabello castaño revuelto y ojeras permanentes bajo sus ojos grises. Su hijo no era muy diferente a él, pero su cabello era oscuro y su actitud aun no llegaba al grado de falta de educación que poseía su padre.

Era uno de los pocos padres de los que no sabía mucho. Aunque, tenía la información de que era un amo de casa, ¿no debería poder hacerse un momento para llegar a tiempo por su hijo al colegio?

—¿Lucas?

—¿Uhm? —esos tomentosos ojos me miraron.

—¿Sabes si tu padre tenía algún compromiso hoy? —pregunté, aunque no esperaba una respuesta productiva—. ¿Algo que lo hiciese llegar tarde aquí?

Me miró por un largo momento antes de encogerse suavemente de hombros, en el clásico gesto de "no lo sé". Asentí hacia él y le dediqué una débil sonrisa, porque después de todo, él no tenía la culpa de no saber la agenda de su padre.

Esperé otros cinco minutos, mirando el exterior con aire ausente, antes de finalmente rendirme. Ya no quedaba nadie más en el salón principal, algunos de los otros maestros me habían dedicado una sonrisa comprensiva antes de alejarse para, seguramente, prepararse para su siguiente turno. No había mucho más que hacer allí y no podía permitir que los niños estuviesen de pie más tiempo del necesario. Cerré la puerta con un chasquido que hizo eco en la habitación antes de hacerles un pequeño gesto para que me siguieran por el pasillo.

—¿A donde vamos? —preguntó Evan.

—Esperaremos a sus padres en el salón —dije.

—Genial. Así podré sentarme —dejó caer los hombros y puso una expresión exhausta, como si estuviese completamente agotado—. Estoy tan cansado de estar de pie.

Me rehusé a señalar que solo habíamos estado allí unos quince minutos mientras despedíamos a los otros alumnos y esperábamos por sus padres. De todas maneras, no era como si un niño tan pequeño pudiese comprender el concepto de la hora, ni siquiera habíamos llegado a ese tema en clase aun.

Se sentaron en bancos contiguos frente a mi escritorio y esperaron pacientemente cuando busqué un par de hojas y la caja de colores que siempre llevaba en mi mochila. Hicieron un poco de mala cara cuando vieron que debían compartir, pero Evan lo solucionó con rapidez al jalar la silla de Lucas más cerca para poder pasarse los lápices sin tener que distraerse de sus obras de arte. No les pedí que siguieran un tema en concreto, solo que se distrajeran mientras esperábamos a sus padres y yo ordenaba el desastre de hojas sobre mi escritorio.

La madre de Evan fue la primera en llegar, justo en el momento en que acababa de apilar las hojas de dibujo, separando aquellas a las que habían recordado escribirles nombre de las que no, y las había guardado dentro de una carpeta. Ella se veía agitada, con su pelo rubio enmarañado alrededor de su rostro y sus ojos azules llenos de excusas por su tardanza. Se disculpó profusamente por haber llegado tarde cuando me acerqué a la puerta para darle la bienvenida.

—Se lo aseguro, no es ningún problema para mi esperar —le dije. Por encima de mi hombro, vi a Evan dejando su dibujo sobre mi escritorio antes de correr para empujar todas sus pertenencias a su mochila nuevamente. Miré a la joven Beta frente a mi—. Entiendo la cuestión de los cambios de horario en su trabajo, por lo que no es necesario que corra hasta aquí ni que se disculpe por ello. Con que intente llegar lo más cerca posible del horario de salida, estará bien.

—Intentaré llegar más temprano mañana. —prometió.

—Nos vemos mañana —la despedí.

Evan pasó a mi lado, sonando como si llevara un montón de cosas dentro de su mochila, al tiempo que se despedía de mi con un agitar de mano y un "adiós" gritado. Se aferró a la mano de su madre y ambos se alejaron por el pasillo hacia la salida.

Cerré la puerta y me giré, encontrándome con la mirada gris de Lucas puesta en mis acciones. Se encontró con mi mirada por un momento, tenía una expresión rara en el rostro, un tinte triste en sus facciones delicadas cuando dio una mirada a la puerta con anhelo. No duró demasiado, se sacudió un poco y volvió a su dibujo con rapidez, haciendo sonar el lápiz verde sobre el papel. Lo miré por un momento tal vez demasiado largo, intentando discernir que había querido decir con esa mirada, sin lograr comprenderla completamente.

Volviendo a sentarme tras mi escritorio, le dediqué una mirada más, observando su brillante cabello negro bajo las luces blancas del salón. Sacando la carpeta que me había sido dada por dirección al comienzo del año escolar, la puse sobre la superficie y busqué rápidamente a través de los nombres, dando con el deseado. Hice una rápida anotación de lo que me parecía haber visto, justo debajo del nombre de Lucas, mayormente para no olvidarme de ello. En el margen, me hice una nota a mi mismo para mantenerlo más vigilado aun.

Los niños suelen ser muy comunicativos con esa edad, no solo porque la mayoría hablan hasta por sus pequeños codos, sino porque sus expresiones son demasiado transparentes para ser pasadas por alto. Lucas me había dado la sensación de necesitar más ayuda de la usual, había algo en su vida que no estaba bien del todo y yo no sabía si realmente quería descubrir que estaba en lo correcto acerca de mi hipótesis. Había hecho de mi misión personal asegurarme de que todos mis alumnos estuviesen bien cuidados y eso era lo que iba a hacer.

El suave rumor de una melodía pegajosa llegó a mis oídos justo cuando bajé el bolígrafo. Haciendo una rápida búsqueda dentro de los bolsillos de mi mochila, recuperé mi teléfono y acepté la llamada luego de darle un vistazo al nombre en la pantalla.

—Harry. —dije a modo de saludo, con el teléfono en mi oreja.

—Zee. Por un momento pensé que no responderías —sonaba alegre—. ¿Que haces? ¿Terminaste tus lecciones por hoy?

—Aun no, tuve un pequeño imprevisto y tuve que quedarme un poco más en el colegio —excusé. Lucas seguía dibujando tranquilamente, sin poner mayor atención a mis palabras—. ¿Sucedió algo? ¿Como te fue en tu entrevista? ¿Conseguiste el trabajo?

—¿Alguna vez no lo hago? —bufó, como si yo fuese ridículo—. Por favor, Zayn, deberías saberlo ya, no hay nadie que se resista a este rostro con el que fui bendecido.

—Tanto egocentrismo comprimido en un humano tan flaco.

—Envidia. Solo habla tu envidia —se burló.

Negué suavemente ante sus payasadas, antes de dejar salir un suspiro—. ¿Tienes el trabajo o no?

—Lo tengo.

—Felicitaciones, Hazz.

—Gracias —podía escuchar la sonrisa en su voz. Hubo una pausa demasiado larga que me permitió darle un vistazo al dibujo que Evan había dejado en mi mesa, percatándome de que había dibujado un perro superhéroe, con su capa y traje, mientras esperaba que Harry soltase lo que giraba por su mente y la razón principal de su llamada. No tardó demasiado—. ¿Crees en verdad que puedo hacer esto? Porque, Zayn, ¿que sé yo de ser secretario?

—Mucho más de lo que crees. Te has capacitado y estudiado para obtener este puesto, puedes hacerlo.

—No lo sé, Zee. —murmuró—. Mi trabajo anterior era en una tienda de tatuajes haciendo el inventario y organizando citas, esto parece ser mucho más pesado que eso.

—No creo que sea para tanto, solo será cuestión de que te acostumbres al ritmo de trabajo —tranquilicé con una pequeña sonrisa—. Sabes lo que debes hacer, confía en ti mismo y sigue adelante.

—Solo... es una gran empresa, ¿y si meto la pata?

—Entonces, buscas la manera de reparar lo que hagas mal.

—¿Y si no puedo?

—Buscas otro trabajo —solucioné—. ¿No acabas de decirme tu que nadie puede resistirse a la cara con la que fuiste bendecido al nacer? Puedes obtener otro trabajo.

—Si, pero jamás tan bueno como este.

—Entonces esfuérzate y da lo mejor para hacerlo bien —dos golpes en la puerta llamaron mi atención, diciéndome que seguramente el padre de Lucas había llegado—. Mira, debo irme ahora, pero hablaremos de ello cuando llegue a casa, ¿si?

—Bien, compraré alguna comida basura para la cena. —dijo—. Tengo antojo de pizza o tal vez grasientas hamburguesas.

—Harry, no compres porquerías... —mi voz se desvaneció cuando la llamada se cortó. Mirando el aparato con el ceño fruncido, lo dejé sobre la mesa al tiempo que me ponía de pie y me dirigía a la puerta. Spencer Tyler estaba del otro lado del umbral, luciendo tan nervioso e inquieto como siempre—. Señor Tyler, lo esperaba hace más de cuarenta minutos.

Sus ojeras eran más marcadas, oscuras, bajo sus ojos claros y su piel blanca más pálida de lo usual—. Lo sé, lo siento. Se me hizo un poco tarde para recoger a Lucas, no volverá a suceder.

Tenía la postura de un niño siendo aleccionado, no encontró mi mirada y parecía deseoso de alejarse de mi. Era extraño, había visto esa reacción en Omegas enfrentándose a alguien más fuerte, como un Alfa o Beta, jamás de un Omega frente a otro Omega. Yo no era más dominante de lo que él era, había aprendido a ser más estricto tal vez, pero a los únicos que les infundía un poco de temor era a los niños pequeños cuando eran conscientes de que hacían algo malo. ¿Pero a un hombre totalmente crecido? Esto era extraño.

Cerré un poco la puerta detrás de mi, para que Lucas no me escuchara.

—Mire, señor Tyler —me aclaré la garganta, intentando obtener la atención de su mirada esquiva—. No estoy intentando decirle como cuidar de su hijo, pero esta no es la primera vez que Lucas debe quedarse a esperarlo tanto tiempo fuera de su horario porque a usted se le hace tarde, así que estoy obligado a hablar con usted sobre esto. No sé a que se deben sus tardanzas, ya que usted se niega a darme siquiera una buena excusa para ellas, tampoco la estoy exigiendo, no es mi asunto, pero si su problema se debe al horario en que Lucas asiste al colegio, podría hablar con la directora para que lo cambie hacia el turno que esta en la tarde.

Se tensó bajo mi mirada, como si esa idea le espantara.

—Puedo hablar por usted si lo desea —intenté, esperando que eso ayudara a tranquilizarlo—. Conozco a la maestra de la tarde, ella es muy buena enseñando y no creo que tenga problemas para recibir a Lucas en su turno si así lo desea. Será un cambio para él, pero estoy seguro de que podría acostumbrarse.

—No, no —dijo. Aun se veía algo alterado y nervioso—. No es necesario, intentaré llegar a tiempo para venir por Lucas de ahora en adelante.

—He escuchado esas palabras antes, Señor Tyler —suspiré, pero me decidí a no seguir fastidiándolo por ello en ese momento. Di un paso dentro del salón—. Lucas, recoge tus cosas, tu padre vino por ti.

Lo observé juntar sus cosas y empujarlas dentro de su mochila gris, dejando su dibujo sobre mi escritorio antes de caminar hacia la puerta. Al contrario de Evan, él no corrió hacia su padre y tomó su mano, sino que me hizo un pequeño gesto de despedida y caminó a su lado por el pasillo, arrastrando sus tenis sobre el linóleo con cada paso.

Cuando desaparecieron al doblar el siguiente pasillo, volví a entrar al salón. Junté todas mis pertenencias y las guardé ordenadamente dentro de mi mochila. Tomando el dibujo de Evan, lo puse en una de las carteleras de corcho colgadas alrededor de la habitación. Estaría allí un par de semanas para que todos los demás lo vieran antes de que lo sacara para colocarlo en la carpeta de fin de año de Evan, así sus padres también podrían verlo.

Volviendo a mi escritorio, tomé el de Lucas para hacer lo mismo y me detuve. Me quedé con el dibujo en la mano y solo lo observé. Era algo bastante común, todos los niños solían crear los mismos paisajes, con la pequeña casa, el sol, las nubes y la familia feliz. Pero esto no era lo usual, Lucas había dibujado caritas en todas las formas que había dibujado, en las nubes y el sol, en el techo de la casa y en las personas fuera de la misma. Caritas tristes, algunas llorando, en todas las cosas.

Lo miré por un largo momento antes de decidir no ponerlo en la cartelera. Podía ser que fuese simplemente un dibujo como cualquier otro, me había enfrentado antes con niños que dibujaban este tipo de cosas solo porque estaban enojados con sus padres por no comprarles el juguete que querían. Pero Lucas... Lucas era diferente.

Lo guardé dentro de mis cosas, haciéndome una nota mental para hablar con el pequeño en cuanto pudiese hacerlo.

(...)

—¿Así que crees que hay algo mal con ese niño? —preguntó Harry. Estaba extendido en el sofá de la sala, bebiendo de una pequeña botella de cerveza mientras me miraba sobre el respaldo del mueble. Tenia el dibujo de Lucas en su mano—. ¿Seguro que no esta haciendo un berrinche por algo? ¿Hablaste con su padre?

Poniendo agua en una cacerola, la dejé sobre el quemador encendido—. Lo dudo —me giré para buscar la bolsa de pasta—. Y su padre ni siquiera me habla más de dos palabras y por lo general, son para disculparse por llegar tarde a dejar a su hijo o cuando va por él al colegio una hora después de lo indicado. No quiero hablar mal de él, pero parece como si ni siquiera le importase lo que le digo del niño, es extraño.

Puse los fideos dentro del agua cuando comenzó a hervir y revisé la salsa. Me negaba totalmente a comer las sobras del almuerzo de Harry, había tanto aceite sobre esas hamburguesas que era increíble que el rizado siguiera en pie y no le hubiese dado un infarto ya. Mi horario en el colegio era solo por el turno de la mañana, pero Lunes, Miércoles y Viernes me quedaba después de horario para dar clases de apoyo a los niños de cualquier curso que lo necesitaran. Harry se aprovechaba de ello y esos días eran los que comía más porquerías, ya que no estaba en casa para evitar que tapara su arterias con comida basura.

Pero la cena, de ella me encargaba siempre yo, y por lo general, intentaba mantener las comidas caseras para contrarrestar toda la basura que el rizado consumía durante el día.

—Deberías hablar con él, también —comentó—. Al padre, me refiero. Deberías hablar de esto con el tipo.

—Ya lo intenté. He intentado cientos de veces hablar con él, pero parece más interesado en alejarse de mi que en escuchar lo que le digo.

Harry miró el dibujo por un momento más antes de finalmente dejarlo sobre la mesa de café—. No sé, Zayn. Cuando se trata de niños, soy completamente ignorante. Lo único que sé, es que cagan y comen como si la vida se les fuese en ello y cuando lloran sus mocos escurren.

—Eres tan burdo —reí—. ¿Que harás cuando tengas tus propios niños?

Lo vi ahogarse con un trago de cerveza y casi morir en nuestro sofá.

—¿Acaso no has pensado en eso? Deberías estar un poco más informado, siempre huyes cuando un niño pequeño aparece.

—Yo no hago eso —dijo. Sus ojos brillaban por las lágrimas que ahogarse con la bebida le ocasionó.

—Casi tuviste un infarto cuando te pedí que fueses como ayudante en el paseo al zoológico con mis alumnos. —le recordé.

—Era diferente, eran veinte niños moquientos gritando al mismo tiempo, fue comprensible mi estado.

—Tuviste que tomarte un sedante al llegar a casa, parecías en shock, saltabas con cada pequeño sonido que escuchabas.

—No lo hacia.

—Lo hacías —insistí, sonriendo al recordar ese momento en particular—. ¿Alguna vez tuviste un bebé en brazos, siquiera?

Él me miró con una pequeña sonrisa triste—. Una vez. —susurró—. Solo un bebé, una vez. Solo a Rainy.

Me detuve y lo miré.

Si, recordaba eso. Harry había intentado impedir que se lo llevaran, lo había tomado de su cuna, alejándolo de las personas de Servicios Sociales. Aunque lo intentó, la mayoría de ellos eran Alfas, no fue difícil llevarlo abajo y arrebatarle el bebé de los brazos. Y yo... yo no había podido hacer mucho, demasiado adolorido y drogado para siquiera intentarlo.

Tal vez, si lo hubiese intentado, hubiese podido hacer más, pero...

—Lamento haber sacado el tema. —susurró Harry. Estaba a mi lado ahora, ni siquiera me había percatado de que se había movido, demasiado sumido en un recuerdo que parecía tan lejano—. Debí haberme tragado la respuesta, lo siento.

—No lo hagas —negué. Me había detenido ante sus palabras, pero me puse rápidamente en movimiento nuevamente—. Odio cuando lo hacen, la mayor parte de mi familia actúa como si Rainy no existiese.

—Lo hacen para no hacerte daño, Zee.

—Lo sé, pero eso no ayuda como creen que lo hace —dije—. Tuve un hijo, Harry. Me lo arrebataron al nacer, pero yo lo llevé dentro de mi nueve meses, lo sentí moverse en mi interior, lo traje al mundo. Actuar como si nada de eso hubiese sucedido nunca borrará esas memorias, al contrario, solo me hace anhelarlo más y al final, me trae más dolor.

Apoyó la cadera en la mesa del fregadero—. Lo encontraremos, ¿lo sabes, no? —me miró—. Algún día, lo encontraremos.

—Por supuesto que lo haremos. Rainy esta en algún lugar allí afuera y no voy a parar hasta encontrarlo. No he bajado los brazos aun, Harry, sigo buscándolo. Siempre voy a buscarlo. 

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