4. La posibilidad más inviable



Para Roberto, el nuevo comienzo se tornó más difícil conforme trascurrieron los días. Sin un centavo, los medios para conseguir un empleo quedaron fuera de su alcance. Y pese a sentirse incómodo con la idea, aceptó el préstamo que su padre le ofreció en contra de los deseos de Aracely. No era mucho, pero al menos fue suficiente para reestablecer el servicio en su móvil, cargar su auto con gasolina y costear su propio alimento. Por otro lado, procuraba estar poco tiempo en casa, le parecía que a su madre le molestaba incluso la idea de verlo usar la cocina y los otros espacios comunes.

Los primeros días vendió su vehículo, fue la manera más rápida de obtener un ingreso que le permitiera sobrellevar algunos meses con organización y ahorro. Para su fortuna, no tuvo problema y una vez que contó con su propio dinero, le devolvió a su padre el suyo. No quería problemas con Aracely, así que se dedicó a ser una sombra, mientras gastaba una a una sus posibilidades de reacomodarse en el mundo laboral.

Intentó en su anterior trabajo, pero a su exjefe no le costó mucho señalarle que con sus antecedentes le era imposible contratarlo otra vez. Lo mismo sucedió con cada una de las vacantes para las que aplicó durante las semanas siguientes. La mayoría de sus posibles empleadores conocía de sobra el escándalo de corrupción empresarial en el que había estado implicado, por lo que volver a desempeñarse en el área para la cual tenía experiencia le resultó cada vez más complicado. En otro tipo de empleos, le exigían como primer requisito la carta de no antecedentes penales, y tuvo que descartar esa opción. Ni sus conocimientos, ni su agradable físico que antes le facilitaba las cosas, bastaron para conseguir abrir una puerta.

La frustración de a poco comenzó a apoderarse de él. Si bien se equivocó, no quiso creer hasta ese momento que su castigo iría más allá de la condena que cumplió. Sin embargo, los otros lo descartaban con la facilidad que se hace con un producto defectuoso, haciéndolo sufrir en carne propia el estigma social con el que se trata a un delincuente. Incluso aquellos que consideró amigos recibieron con recelo su llamada. En su mayoría no eran personas tan cercanas, sino gente con la que compartió labor o ratos agradables en algún punto, y que esperaba pudieran brindarle una salida, ver que no lo hicieron fue un duro golpe moral. El ambiente en el que se había movido le dio por completo la espalda.

Una de tantas noches en las que, sin alcanzar el anhelado descanso, se obligaba a contemplar el techo y repasar alguna forma de recuperar su vida, acudió a su cabeza el nombre de la última persona en la que hubiera querido pensar. 

Daniel Quintero había sido el principal afectado por los delitos en los que él participó, era el director general de la empresa en la que tuvo lugar el abuso de confianza y corrupción cuando estos sucedieron. Daniel se había visto forzado a renunciar pues los culpables no se encontraron hasta mucho tiempo después. Las implicaciones para el hombre fueron más allá de lo laboral, por lo que Roberto sentía remordimiento al pensar en él.

No obstante, el panorama era tan oscuro que llamar a Daniel se le presentó como algo viable. No tenía motivo para ayudarlo, pero quiso creer que al menos merecía ser escuchado después de haber participado activamente con información en la investigación que llevó a la condena de los responsables, incluido él mismo. Estuvo gran parte de la madrugada debatiendo consigo mismo, pensando en los buenos motivos para llamar al hombre y refutándolos con otros menos optimistas. Al final, concluyó que la desesperación estaba enloqueciéndolo si creía que a quien tanto dañó con sus reprobables acciones tenía la obligación de verlo.

A la mañana siguiente y tras otro reproche de su madre, en conjunto con apenas tres horas de sueño continuo, la idea volvió a surgir y sin pensárselo mucho, buscó el número telefónico de Daniel en su móvil; aún lo conservaba, pero no por eso le fue más fácil presionar la tecla para iniciar la llamada. Luego de estar barajeando las probabilidades, decidió que podía intentarlo. No tenía nada que perder y tal vez hasta pudiera ganar una oportunidad. Respiró hondo varias veces antes de atreverse a marcar, mientras repasaba lo que diría. Al hacerlo, lo sorprendió el saludo afable con el que le respondió el hombre al otro lado de la línea.

Pese a que en un principio se mostró desconcertado por saber de él, Daniel era una persona conciliadora, eso junto a sus muchas cualidades en el área de liderazgo empresarial hacían que Roberto lo admirase sinceramente. Con palabras claras y breves explicaciones, le pidió a su interlocutor que concertaran una cita. No se guardó el objetivo de la reunión que solicitaba, aunque no lo dijo todo. Lo último que pretendía era que pensase que le estaba exigiendo un favor por ayudarlo a esclarecer lo sucedido en la empresa donde ambos coincidieron en el pasado, tampoco buscaba que lo compadeciera. Solo una esperanza, era todo lo que se atrevía a soñar. Afortunadamente, Daniel aceptó verlo ese mismo día.

Después de llevarse un bocadillo a la boca, tomó una ducha y se puso presentable. Los trajes que antes usaba continuaban en el armario de su habitación, pero no le pareció adecuado ir tan formal cuando no tenía seguridad de obtener algo. A Daniel además no podía impresionarlo, por lo que era mejor ir vestido congruente a su situación.

Fue complicado viajar en transporte público hasta la dirección de la cita y más le costó localizarla; tenía años sin subirse a un autobús y agradeció haber elegido un atuendo casual en lugar de algo llamativo. De todas formas, un hombre como él no pasaba desapercibido en ningún lado, y al menos un par de mujeres cruzaron la vista con él, sonriéndole con simpatía.

En la vieja casona a la que fue a parar pasó algo similar, la joven que lo recibió le dedicó un gesto de agrado a la par que lo conducía por los pasillos que rodeaban el patio interior del lugar. De un rápido vistazo, detalló la propiedad de conservada arquitectura colonial y decoración rústica que remataba con el verdor de las plantas en las múltiples macetas acompañando la fuente de cantera en el centro. El entorno era tan relajante que consiguió apaciguar el nudo que sentía en el estómago. La molesta sensación que le tenía la piel erizada se dispersó un poco una vez que estuvo frente al hombre que había ido a buscar.

—Buenos días, Roberto. ¿Quieres tomar asiento?

El ofrecimiento luego del apretón de mano con el que se saludaron le permitió volver a respirar con soltura, hasta ese momento cayó en la cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Asintió e hizo lo que su anfitrión sugería viendo que él hacía lo mismo en la silla ejecutiva al otro lado del escritorio que los separaba.

—Agradezco que haya aceptado recibirme, licenciado —. Su tono atropellado lo obligó a apretar los ojos, estaba comenzando con el pie izquierdo.

—¿Por qué no dejamos los formalismos de lado? Ya nos conocemos bastante.

—Me siento más cómodo así.

Daniel hizo un gesto comprensivo y tras la afirmación, protagonizaron una breve charla para aligerar la tensión. Roberto conocía a la esposa de Daniel, así que se atrevió a preguntarle por ella. También lo felicitó por el nacimiento de su hijo, la consultoría que había iniciado y que en su primer año de operación hubiera conseguido hacerse con un buen nombre y buenas recomendaciones.

—¿En qué puedo ayudarte, Roberto? En la llamada me hablaste de las dificultades que has tenido para conseguir empleo, pero no fuiste del todo claro en lo que vienes a pedirme. 

Ante lo directo del cuestionamiento, carraspeó y su mirada decayó por unos instantes antes de volver a encarar a su acompañante.

—Licenciado yo... —resopló antes de continuar. Nunca le había pedido nada a nadie y le costaba comenzar —. Sé que no debería haber acudido precisamente con usted, pero en esta ocasión, de verdad necesito ayuda. Conoce más gente que yo, además lo respetan y confían en usted, me basta con una recomendación de su parte.

—No lo creo.

—¿Cómo?

—Que no creo que te baste con eso, estás sobreestimando mi influencia o subestimando tu situación.

Las palabras de Daniel lo pusieron a ahondar todavía más en sus dificultades; se sintió ingenuo al creer que la solución sería tan sencilla. Desvió los ojos y tensó la mandíbula; A esa altura, la vergüenza le gritaba que saliera de ahí.

—Lo entiendo, lamento haberlo molestado —exclamó poniéndose de pie.

—No dije que no te ayudaría. Después de todo, tú me ayudaste a mí pese a lo mucho que podías perder.

Roberto se detuvo intempestivamente a medio camino entre pararse de la silla y continuar sentado, así que hizo esto último y observó a Daniel con atención.

—Lo escucho.

—La consultoría ha crecido en los últimos meses a la par que aumentan los clientes que acuden buscando sus servicios. Casandra, la joven que te recibió, y yo somos por ahora sus únicos empleados fijos, y en mi caso encima tengo que encargarme de la dirección. Justo estaba por iniciar la búsqueda de otro integrante para nuestro equipo de trabajo. Si lo quieres el puesto es tuyo, aunque te advierto que por el momento no puedo pagarte lo que seguramente ganabas en tu último empleo.

—¿De verdad haría eso por mí?

El desconcierto en su voz hizo sonreír a Daniel por lo bajo. De sobra conocía lo que era quedarse sin nada de un día para otro, también había vivido personalmente lo que significaba que alguien te diera la mano cuando más la necesitabas. Él consideraba que era una cadena de favores necesaria para que el mundo funcionase, y no pensaba romperla sino sumar su propio eslabón.

—Solo si puedes presentarte a partir de mañana, tengo justo el cliente perfecto para ti. Por poco lo rechazo. Llegaste a tiempo.

—Sí puedo, si quiere me quedo ahora mismo —afirmó intentando no evidenciar el gran entusiasmo que lo invadió.

—Me parece bien, entonces le diré a Casandra que prepare tu contrato.

Su anfitrión se puso de pie y le extendió nuevamente la mano, él la tomó agradecido. Apenas podía creerlo, la persona que menos esperó que le diera una oportunidad, era quien se la ofrecía sin reproches ni exigirle nada a cambio.


La estigmatización social es la atribución de algo que se le da a una persona y disminuye su prestigio social. Como seres sociales, el encajar con nuestros iguales y la contención que nos brindan en momentos críticos, es parte fundamental para lograr el bienestar. Pueden ser muchas las causas por las que una persona sufre la estigmatización de uno o varios grupos sociales, que sin miramiento la señalan con prejuicio dejándola fuera de su círculo.

¿Cuántas veces no hemos hecho lo mismo con alguien por determinada condición, situación o actuar que ante nuestros ojos lo hace tener menos valor como ser humano? No obstante, cada persona carga una historia, tiene un contexto y vive en un entorno que al permitirnos conocer nos hará comprender sus motivaciones. El estarnos enjuiciando y condenando es un desperdicio de energía que puede ser utilizada en entendernos y apoyarnos mutuamente en la medida de nuestras posibilidades. Son muy pocos los individuos cuya cercanía representa un peligro, los demás son tan parecidos a nosotros que vale la pena ir más allá de lo evidente antes de formarnos una opinión que afectará la vida de alguien.

Otra anotación que quiero hacer es sobre la bondad, esa cualidad humana tan necesaria y que a la mayoría se nos escapa de las manos. Alguien bondadoso tiene como principal característica promover con sus acciones actos que sumen al bienestar de quienes lo rodean desinteresadamente, pues la recompensa es la satisfacción de haber aportado al beneficio de otro ser humano. La bondad aporta al desarrollo familiar, social y comunitario, entre más actos bondadosos seamos capaces de realizar, más se fortalecerán las redes de apoyo que nos sostienen a todos.  

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