39. Frente a la maldad



Este capítulo se lo dedico a otra linda lectora que me ha brindado su apoyo leal. Muchas gracias por encontrar mis historias, leerlas todas de forma tan ávida y disfrutarlas junto conmigo. 


Papi dios te va a cuidar....

La voz de su abuelita Chelo acarició sus oídos cual tibia brisa de verano. No era real, lo sabía, pero escucharla la inundó de calidez. Intentó abrir los ojos, pero sus párpados parecían estar pegados y la cabeza le pesaba, lo mismo que las extremidades, no eran más que un bulto inerte, como toda ella, que pronto regresó a la inconsciencia. El tiempo se detuvo.

En un tribunal todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, pero si quieres sobrevivir, no olvides que cualquier cabrón es culpable a menos que te demuestre lo contrario...

Las palabras de su papá fueron como un piquete para su mente adormecida, si tan solo hubiera tenido presente ese consejo, pero bajó la guardia con quien no debía y por eso estaba ahí, por completo vulnerable ante ese monstruo.

¿Cuánto tiempo había estado navegando entre el estupor y la somnolencia? Lo ignoraba y por más esfuerzo que imprimió, volvió a quedarse dormida.

Nunca les muestres que tan fuerte eres antes de dar el primer golpe. A menos que no haya otra opción, deja que la sorpresa sea tu mejor arma...

Otra vez Alfonso, o su fantasma, visitándola. Su voz en medio de la oscuridad era nítida, hizo que el tiempo y el espacio se doblaran en los instantes que compartió con él. Entre ellos las palabras sobraban y cuando él las usó, fue para intentar obsequiarle a su hija lo poco que conocía y que lo hizo sobrevivir en las calles. Su papá confió en ella, fallar era inaceptable.
Debía despertar, no podía quedarse ahí, por suerte su sistema se había ido purgando de lo que el maldito le inyectó, todavía primaba la confusión, pero la sensación del piquete atravesando su carne era un recordatorio aplastante de su debilidad.

¿Cómo pudo darle la espalda? Era una estúpida, estar rodeada de bondad durante los últimos meses la hizo olvidar que la maldad de algunos individuos aflora a la menor provocación.

Cuídate del hombre malo...

La advertencia de la hija adoptiva de Daniel fue otra sacudida. Esa niñita en la que se reflejó; que feliz hubiera sido con unos padres como lo suyos, así fueran adoptivos. Se atrevió a desear para sí la oportunidad que la vida le presentó a esa pequeña de dulce voz. No quería morirse, no de esa manera tan miserable.

«Imbécil, mil veces imbécil» se repitió como bofetada para que la rabia le ayudara a lidiar con la culpa que le dejó el escaso discernimiento que la puso en jaque. Por fin, luego de una eternidad, logró que la oscuridad se disipara un poco; vio casi nada, solo sus pestañas que cual pesadas cortinas no terminaban de abrirse, negándole una visión completa de lo que la rodeaba. Un muro carente de cualquier adorno o ventana fue lo único que distinguió más allá de su propia nariz, el exceso de luz bañando sus pupilas le dificultaba esclarecer la vista. 

Se encontraba acostada, tendida en una superficie, no era una cama, tampoco una mesa pese a lo rígido. El dolor focalizado en su frente y que se le propagaba hasta el cuello provocó que un quejido emergiera de sus labios, escuchaba un zumbido constante y su nariz percibió el aroma a humedad de las paredes. Buscó cambiar de posición, y todo le dio vueltas, la sensación de vómito le ascendió por la garganta, obligándola a desistir. La energía la abandonó, necesitaba dormir. Una vez más, las tinieblas la envolvieron.

Despierta, preciosa...

A él no solo lo escuchó, también lo vio entre difusas imágenes que su cerebro creó para aliviar el estrés que lo inundaba. El hombre al que le prometió no ponerse en peligro y al que le falló sin remedio se materializó en una proyección que la llenó de añoranza. Su amante, cómplice y amigo, el dueño de su afecto, a quien tal vez no volvería a ver.

¿Cómo alguien podía llegar a significar tanto en tan poco tiempo? Una lágrima solitaria le resbaló por la mejilla al darse cuenta de su situación. 

De a poco sus sentidos iban dejando el letargo, entonces los recuerdos le saturaron la cabeza y tuvo claro a lo que se enfrentaba. Tras varios intentos pudo dar un leve giro y apoyarse en su hombro izquierdo, la espalda le dolía por las horas que había permanecido torcida y tendida sobre sus brazos, tan tiesos como sus piernas, estas últimas no le respondieron cuando quiso estirarlas. Ante el escaso movimiento del que fue capaz, sus tímpanos captaron el crujir irritante de metal oxidado que le impactó directo al cerebro, acrecentando el malestar general. Eran los resortes del viejo camastro sobre el que se encontraba, que manera tan espantosa de volver en sí. Se obligó a respirar a grandes bocanadas al sentir sus muñecas atadas.

«Maldición, estoy muerta» Quizá no lo estaba, pero pronto sería su destino si no buscaba una salida.

¿Qué podía hacer maniatada, aturdida y sin fuerza? Sus ojos miraron el techo gris una vez que logró abrirlos, la luz era tan molesta pese a que la fuente era un foco de baja intensidad en el centro de la habitación, que la obligó a parpadear repetidas veces y fruncir el ceño. Cuando se hubo acostumbrado, paseó la mirada en círculos que escanearon el sitio, ahí no había más nada que el lecho en el que se encontraba acostada, aun así, se sofocó, la alta temperatura era insoportable. Las piernas comenzaron a hormiguearle, era una buena señal y en cuanto pudo, se tocó con el talón izquierdo la pantorrilla derecha. Su arma no estaba, maldijo y agradeció por igual que al menos el maldito no le quitara los zapatos ni le atara los pies.

Más horas pasaron, una o dos, no lo supo, pero lo agradeció pues al fin se sintió entera. El impulso de sentarse casi la hace olvidar que lo más prudente era guardar los recursos de cada músculo, hasta saber bien lo qué haría. Cada cierto tiempo se removía para no entumirse y volvía a echar un vistazo. Sin ventanas, ni una sola. Pensó que aquello se asemejaba más a una tumba que a una habitación. Entonces un sobresalto la hizo quedarse quieta, el sonido al abrirse de la puerta que no alcanzaba a divisar debido a su posición, envió un disparo de adrenalina hacia sus extremidades.

Era él, el asesino al que persiguió por años. Su enemigo y cuenta por saldar. Aquello era más que el cumplimiento del deber, ese hombre era la encarnación de lo peor del ser humano, la ponzoña que debía extraerse de raíz. Lo encontró escondido como los de su clase, detrás de una careta de amabilidad, refugiándose en la deshonestidad que le permitía engañar a los demás.

Aquel fatídico día fue primero a la universidad de Fátima, ahí estuvo toda la mañana. Luego se dirigió a visitar al novio, un muchacho inexperto y bastante ingenuo, su única culpa era la inmadurez. No era su intención ir también al trabajo de la joven, pero le quedaba de camino a casa y pensó que no era tan tarde. Ahí estaba él, tan afable y cooperativo, hablaron durante una hora, en perspectiva debió usar ese tiempo para analizarla y esperar a que se confiara. Y ella lo hizo pues supo envolverla, incluso le recordó a su padre pese a que Alfonso nunca fue tan paternal.

«Estúpida, ¿Cómo no lo viste venir?» se recriminó. Él le aseguró con marcado convencimiento y aparentando preocupación que había visto algo sospechoso en los vídeos de seguridad de semanas anteriores a la desaparición de Fátima. Le creyó sin imaginar que al llevarla al pequeño almacén donde se encontraba el monitor y estar fuera del ángulo de las cámaras, él haría su jugada. Aprovechó cuando la vio inclinarse a ver la pantalla para ofrecerle un asiento que ella tomó confiada, teniéndolo a la espalda no le fue difícil rodearle el cuello con un brazo hasta cortar el flujo de oxígeno. Actuó sin vacilación, igual que Santos. Aunque su intención no era matarla, estando a su merced la llevó a otro lugar, apenas volvía en sí cuando le inyectó algún cóctel de sedantes que la sumergió en un estado semiinconsciente, convirtiéndola en un cuerpo sin voluntad que le fue sencillo manipular y transportar a su antojo. 

Y ahí estaban los dos, ella era la presa capturada frente al cazador. Isaac, el empleador de Fátima, de quien menos sospecharon fue quien se la llevó. El maldito entró y cerró la puerta. Consigo llevaba una silla de plástico que colocó a un lado del camastro. Parecía un hombre bueno, la joven confiaba en él, lucía como un padre protector, pero era un predador inhumano.

—No finja dormir, sé bien que está despierta —le dijo señalando con el dedo índice la cámara que grababa desde una de las esquinas, a continuación, entrelazó sus manos sobre el vientre y la observó con detenimiento —. Es usted una mujer fuerte, no pensé que soportaría lo que tuve que inyectarle para mantenerla quieta.

—Fátima, ¿Dónde está? —preguntó ella. Su captor inclinó la cabeza en un leve asentimiento, como si esperara aquello, y sonrió por lo bajo.

—La paciencia es una virtud de las buenas mujeres, debería saberlo, las mujeres ejemplares son más valiosas que las piedras preciosas. ¿Alguna vez leyó la biblia, agente? Debió hacerlo, tal vez así hubiera encontrado su camino.

Escucharlo le alteró la respiración en una espiral de rabia. 

«Con calma» se dijo, pero le fue imposible frenar la trepidante subida de sus palpitaciones. 

«Disimula» se repitió para domesticar sus propios impulsos.

—Nunca la leí completa —su respuesta fue seca y sin ser demasiado directa al mirarlo, se centró en el resto de él.

El que fuera menos joven que Santos no disminuía el riesgo, aunque era un hombre de mediana edad, ella estaba en desventaja. Sin embargo, sabía algo, y era que él deseaba hablar o ya estaría muerta.

—No debe avergonzarse, es tan difícil para las jovencitas no descarriarse. Una mala decisión las puede llevar al infierno... Pero no es demasiado tarde, aún puede cumplir los designios de Dios.

—¿Cómo? —. «Cálmate» se ordenó, el endurecimiento en su pectoral y brazos resultaba doloroso.

—Ayudándome en la misión que Él me encomendó.

—¿Ayudarle?

—Lleva mucho tiempo siendo policía, debe ser por eso que pregunta antes de responder.

—Es que no lo entiendo —explicó con un manojo de inquietud obstruyéndole la garganta.

—¿Qué hicieron con Santos?

Intuyó que lo que en realidad quería preguntar era lo que Santos había revelado de él, y no estaba del todo equivocada. Sin embargo, para Isaac, el hombre en cuestión representaba algo más importante que un simple cómplice.

—Está pagando por sus crímenes —sentenció ufana.

La afirmación desató la ira del hombre y le bastó inclinarse hacia adelante para estirar su brazo e impactar con una bofetada la mejilla descubierta de la mujer. Ella se quedó de una pieza, apretó los dientes para aguantar el ardor que la agresión le dejó en la piel enrojecida.

—¡No es un criminal! Una ramera que vive en el pecado no debería hablar así de él —gruñó señalándola con acusación. Le bastó un segundo para recomponerse, la cara le cambió de uno a otro estado a una velocidad espeluznante.

Lo escuchó con la mandíbula trabada, no era tiempo de enfrentarlo, así que se tragó todo el coraje que le afloró dentro. Largos instantes pasaron antes de que él volviera a hablar.

—Le daré otra oportunidad, dígame a dónde lo llevaron y qué le han hecho.

—¿Por qué le importa tanto? ¿Tiene miedo de que lo delate? —se atrevió a cuestionar con cautela, dando cuenta de que provocarlo era sencillo.

Un suspiro que lo ayudó a contenerse fue lo primero que escuchó. Acto seguido, enderezó la espalda en su asiento y la observó con insondable interés, debatiéndose entre si era merecedora o no de una explicación.

—Porque él es mi ofrenda al Señor, de su pecado y de mi culpa —. Diana lo miró sin comprender y él adivinó la confusión en su mirada —. Debe ser difícil para usted entenderlo, le haré... un obsequio y se lo explicaré.

«Hazlo, hijo de puta» Sus labios no se abrieron pese al impulso de escupirle a la cara, permanecieron sellados para no dejar escapar ninguna exclamación mientras por dentro temblaba de indignación. Aguantar era el mejor camino, él debía tener una debilidad y ella la encontraría, solo que para eso tenía que conocerlo un poco más, sus motivaciones y razonamientos.

—Ester, así se llamaba mi hermana menor —dio inicio al relato con un profundo respiro —. También era la madre de Santos, aunque eso no debió suceder. Ella era un alma pura, nunca desobedeció a nuestro padre, hasta ese día. 

»El mundo la pervirtió, no pudo mantenerse firme, no aceptó el amor de la verdad que la habría salvado. En cambio, al cumplir los veintiún años se entregó a un hombre que le dejó dentro la vergüenza. Todos los golpes de mi padre no sirvieron para borrar su pecado. Pero él era un hombre sabio, la encerró para que expiara su culpa... 

»En cambio, ella en lugar de tomar esa oportunidad, ¿Qué hizo? Luego de parir el fruto de su pecado ¡Se cortó las venas cual débil ramera! Haberle fallado le costó la vida a mi papá, al final su corazón se partió y dejó de latir. Él no lo supo ver a tiempo, Ester estaba podrida, debió cortarla antes de que cayera al suelo de la perdición. Si lo hubiera hecho habría salvado su alma, después de todo por la mujer comenzó el pecado: por su culpa morimos todos.

Deliraba, escucharlo la hizo desear golpearlo. «Maldito fanático» pensó dedicándole un profundo asco. No necesitaba escuchar mucho para imaginar a ese recién nacido, solo y a merced de un par de desquiciados, con una madre oprimida y por lo mismo, inútil. Sin una abuelita Chelo que lo salvara de la destrucción de su inocencia o un padre alcohólico que, pese a todo, ofreció lo poco bueno que guardaba. No podía dejar de aborrecer a Santos por lo que le hizo y por todas las muertes que provocó, incluyendo la de Saúl, pero supo separar a la criatura indefensa del hombre ruin en el que las circunstancias lo convirtieron.

—¿Y Santos qué culpa tuvo de lo que pasó? —cuestionó y notó como él apretaba los puños hasta tornar sus nudillos blancos.

Estuvo segura de recibir otro golpe, pero él se contuvo. Sin duda prefería hablar, nadie puede soportar tan inmensa podredumbre dentro por tanto tiempo en completo silencio. Ya fuera por orgullo o pesadez, pero la llevó ahí para decírselo.

—Santos nació del pecado, pero yo le di una misión que le permitiría limpiar su alma manchada. Lo volví un soldado de Jesucristo para que me ayudara a salvar a esas pocas mujeres ejemplares que el Señor envía a la tierra.

—¿Y por eso las mataba?

—"Yo les aseguro que, si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna". Ellas tenían que morir para vivir, pero si permanecían más en este mundo no podrían asegurar la vida eterna, como le dije, la mujer salió del pecado y cae en él a la primera tentación.

—Loco —masculló entre dientes sin poder evitarlo.

—¿Me llama loco? ¿No es más loco aquel que rechaza la salvación? —calló y acercó su rostro al de ella, su mirada carente de empatía le provocó un escalofrío. —Usted, necesita aprender a discernir. Igual que él —terminó, volviendo a su postura original, sus ojos se desviaron un poco, pensar en Santos lo avergonzaba.

—¿Se refiere a Santos?

—No podía tenerlo conmigo, tenía que darle una vida, ayudarlo a extender sus alas, pero ¿Cómo me lo pagó? —sonrió con ironía. No la veía, hundido en memorias que lo herían —. Olvidando todas mis enseñanzas, haciéndome fallar igual que mi padre con su madre. Esa ramera tuvo la culpa, si no fuera por ella, jamás habría cuestionado los designios del Señor.

Nora, el psicópata debía referirse a ella, comenzaba a entender todo. Santos no buscaba en ella a una víctima, se había enamorado como cualquier hombre lo haría, después de todo, era producto de las enseñanzas torcidas de su tío.

—Le dije que la mataría para salvarlo de su perdición, su respuesta fue más rebeldía. Se empeñó en demostrarme que yo podía equivocarme, que también era capaz de juzgar mal el carácter de una mujer.

—¿Habla de Fátima? —aventuró, recordando el acoso que sufrió la joven. Santos debió seguirla por semanas intentando demostrar el error de su mentor, fue así como se enteró de su novio escondido.

Estaba en lo correcto y fue por eso por lo que la secuestraron teniendo aún a la anterior víctima en sus garras.

—Ella es especial —confesó con una entonación distinta, queda y anhelante.

A Diana no le pasó desapercibido como sus caderas se elevaban un poco y volvían a su lugar, tampoco la erección que se manifestó en el bulto que comenzó a expandirse en su entrepierna y que intentó apaciguar en vano. Le gustaba, pensar en Fátima lo excitaba. Por eso ella era diferente, la motivación para su secuestro fue distinta. El asco le revolvió el estómago, solo esperaba que no se hubiera atrevido a tocarla.

—¿Está viva?

—Lo está, la rescaté a tiempo. Ahora me toca otorgarle la salvación.

Isaac no la miraba, sus ojos prendados de cualquier punto recorrían el recuerdo del rostro y la silueta de la joven que aguardaba en otra habitación de aquella casa que adquirió a las afueras de la ciudad para servir a su cruzada. La boca le salivó y el ritmo de su respiración sufrió una variación, el calor que afloraba en sus genitales le puso a hervir la sangre y tiñó de un suave rubor su cara y cuello. En sus años de juventud desahogaba los impulsos sexuales con prostitutas, mujeres que según su percepción existían para ser carne. Él se lavaba el pecado con una confesión y la mayor culpa quedaba en ellas. Sin embargo, al entrar en años, los bajos instintos se fueron aplacando y no volvió a recurrir a tan infame depravación.

Por décadas estuvo en paz, hasta que apareció Fátima y solicitó trabajo en su tienda, entonces le fue imposible permanecer impávido ante su cara de ángel, buen comportamiento y labios carnosos. Resistirse a tomar todo de ella había sido un ejercicio diario de oración y contemplación. No obstante, no logró evitar que Santos descubriera su secreto, y como estaba furioso porque no lo dejó acercarse a Nora y amenazó con hacerle daño, decidió cobrárselas. Por eso siguió a la muchacha de la que gustaba su cómplice día tras día, lo orilló a privarla de su libertad, y guardó su celular y pertenencias con él. Pese a su pacto de silencio, Santos actuó con la intención de que su posible caída impactara de alguna forma en el hombre que idolatraba y aborrecía a la par.

Frente a él, Diana lo observaba con interés, intentando descifrar sus pensamientos, aunque las señales corporales eran bastante obvias. Fátima era su debilidad.


Bueno, bueno, adelanté estos capítulos porque estar en la recta final me pone ansiosa y porque hoy 7 de julio cumple años uno de mis lectores estrella, que me hace el honor de leerme actualización tras actualización desde la entrega anterior de la saga.

¡Muchas felicidades José Luis, eres un ser humano que inspira!

Si quieren felicitarlo aprovechen que seguro él verá los comentarios (o eso espero), porque además se lo merece, y también pasen a leerlo que tiene mucho que contar con sus historias. Les dejo su perfil en un comentario.

¿Les sorprendió quién era el culpable? Espero que un poco al menos. También quiero aclarar que mi intención no es ofender para nada la religión, a la cual por cierto pertenezco, pero sabemos que los perturbados pueden estar en dónde sea y que muchas veces, la malinterpretación de cualquier creencia es su principal motor para actuar o la fuente de sus delirios, en conjunto con una mala crianza y un entorno que lejos de ayudar a su desarrollo, contribuye a convertirlos en monstruos humanos. Aunque en realidad no lo son del todo, sus acciones son monstruosas, pero ellos son el resultado de diversos factores que convergen para crearlos.

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